Mis amigos

2 junio 2005

¡Vivan las danzas de Galve!

Un grupo de jóvenes de Galve de Sorbe mantienen vivas sus danzas ancestrales
Apenas media docena de pueblos de nuestra provincia conservan las viejas danzas que bailaban sus antepasados. Hace tres años, un grupo de jóvenes arrastró a otro de no tan jóvenes, y juntos consiguieron rescatar del olvido al grupo de danzantes de Galve de Sorbe. Una tradición cuyo origen se pierde en el tiempo y que por culpa de la despoblación de nuestros pueblos permanecía en un letargo casi mortal. Los danzantes de Galve ya tienen la vitola de Fiesta de Interés Turístico pero quieren más. Quieren que sus bailes sean popularmente reconocidos por todos los guadalajareños.
GUADALAJARA DOS MIL, 28-08-1998
Pedro Aguilar

Apenas media docena de pueblos de nuestra provincia conservan las viejas danzas que bailaban sus antepasados. Hace tres años, un grupo de jóvenes arrastró a otro de no tan jóvenes, y juntos consiguieron rescatar del olvido al grupo de danzantes de Galve de Sorbe. Una tradición cuyo origen se pierde en el tiempo y que por culpa de la despoblación de nuestros pueblos permanecía en un letargo casi mortal. Los danzantes de Galve ya tienen la vitola de Fiesta de Interés Turístico pero quieren más. Quieren que sus bailes sean popularmente reconocidos por todos los guadalajareños.

Dice el refrán que “bien danza el que la fortuna le canta”. Pero no es fácil que fuera éste el caso de los antiguos vecinos de Galve de Sorbe, un pueblo serrano situado en los confines de nuestra provincia muy cerca de las provincias de Soria y Segovia. Lejos de cualquier vía de comunicación importante y con unas temperaturas extremas que rondan los diez grados bajo cero en invierno, es más probable que los tatarabuelos de los galvitos de hoy, bailasen por frío o por matar el aburrimiento, y no por exceso de holgazanería.

Origen de las danzas

Nadie ha estudiado en profundidad las danzas que se celebran en Galve de Sorbe en honor de la Virgen del Rosario el primer domingo de octubre y que hoy se han trasladado al mes de agosto para que acudan más hijos del pueblo y se luzca más la fiesta, cuya advocación es Nuestra Señora del Pinar. Pero aunque nadie se ha detenido a profundizar sobre el origen específico de estos bailes, en su génesis está presente un rasgo antropológico muy común en toda la península y prácticamente en todo el planeta: el acto de acción de gracias. En el mes de octubre se terminaba de recolectar el grano por las frías tierras del noroeste provincial, y los habitantes de los poblados danzaban para agradecer a la deidad los frutos recogidos. Con la llegada del cristianismo estos bailes se fueron cristianizando y las diversas advocaciones religiosas, principalmente las de la virgen, sustituyeron a los dioses paganos.

En esta parte de la provincia, donde los árabes estuvieron asentados durante varios siglos (el topónimo Galve proviene de un antropónimo de origen árabe, tal vez del nombre de un guerrero famoso), las advocaciones marianas estuvieron muy extendidas por una razón práctica. La religión musulmana tenía un solo Dios, como la católica, y para poder desplazar el sentimiento religioso de los habitantes de estas zonas, muchos de ellos convertidos a la religión de Mahoma, era más fácil y efectivo adorar a una figura femenina y exclusiva de los católicos. Es muy probable que los viejos galvitos empezasen bailando en honor de la diosa tierra y del dios cielo, para acabar haciéndolo en honor de la Virgen del Rosario, primero, y del Pinar, después.

De generación en generación

Los danzantes de Galve son ocho mozos y un “zarragón” que les dirige y les manda. Van ataviados con trajes muy llamativos, al estilo de las botargas y utilizan palos y castañuelas para acompañar el ritmo de la dulzaina y el tamboril. Celedonio Sierra, “Cele”, es el “zarragón” más viejo del pueblo y la persona que ha rescatado la música de las catorce piezas que hoy se bailan en Galve. “Cele” tampoco sabe el origen de esta tradición. “Mire usted, yo tengo 70 años y vaya usted a saber los que llevaría”. Celedonio es bajito, delgado, dicharachero y con la mirada picarona y encendida, como de niño malo. “Yo aprendí de mi padre que fue muchos años “zarragón” y también un tío mío que valía para esto. Porque para ser “zarragón” hay que valer, hay que tener gracia. Yo no valgo para estudiante pero sí valgo para “zarragón”, y así es la vida”.

Desde bien pequeños, los chavales de Galve veían bailar a sus mayores y aprendían las distintas danzas. Nadie les enseñaba porque no hacía falta, a base de verlas se las aprendían. Con la despoblación de los pueblos en los años sesenta, la gente se fue diseminando y la tradición se dejó de practicar, pero no se perdió. Los más viejos siguieron recordando los pasos y la música. “Estos chicos que bailan han aprendido ahora porque les hemos enseñado, pero entonces nadie nos enseñaba porque estando en la escuela ya copiábamos de los mayores”, asegura Pascual Gordo, uno de los artífices de la recuperación. “Había varias cuadrillas. Los que danzaban, los que estaban de reserva y los chavales que iban aprendiendo. No había hombre en el pueblo que no supiese danzar. Porque los bailes son exclusivos de los hombres, sin saber muy bien por qué”.

El “Zarragón”

Mientras los ocho danzantes realizan sus bailes organizados y bien dispuestos para entrecruzarse y hacer chocar los palos, el “zarragón”, en cuyo traje sobresale una cola de tela, da vueltas alrededor de los danzantes. Él es el que anima y protege al grupo. Por tradición, los bailarines esperan a la Virgen en la puerta de la iglesia y la acompañan hasta la ermita. Todo el camino bailan delante de ella una peculiar danza que se repite incesantemente. Los jóvenes se alejan más de cien metros de la imagen y vienen corriendo hacia ella hincándose de rodillas en su presencia. Pero las danzas de Galve tienen un componente profano mucho más importante que el religioso. Una vez terminada la procesión, y a veces antes de que comience, los danzantes recorren las calles del pueblo ofreciéndose a bailar a quien lo solicite. Bailan delante de él una de las catorce piezas que llevan en el repertorio. A cambio se ganan un dinerillo.

Es costumbre que al danzar, los espectadores se metan entre los danzantes para que éstos se equivoquen y pierdan el paso. “Es entonces cuando el “zarragón”, salta Cele como un resorte, hace lo suyo dando con los palos a quienes molestan a los bailarines. Y si se les alcanza no se deben enfadar porque es parte de la fiesta”. Los más pequeños suelen tirar al “zarragón” de la cola de tela que lleva su traje. “Hay veces que se ponen muy pesados y por eso nos poníamos unos alfileres en la cola para que cuando la fuesen a coger se pinchasen”.

Cualquier tiempo pasado…

Mientras los nueve jóvenes de entre 16 y 19 años suben y bajan a todo correr la cuesta que separa el pueblo de la ermita, arrodillándose de vez en cuando delante de la imagen, los más viejos les increpan, les regañan y procuran ordenarlos. “¡Pero chico no te rías y puntea, que parece que llevas una piedra en los pies!”. “¡No os vayáis tan allá!”. “¡Darle más alegría!”. ¡”Éstos, están acostumbrados a bailar en la disco y no tienen garbo!”. Acaban de aprender, no lo han vivido de sus mayores y éstos recurren a la injusta comparación de cuando ellos eran jóvenes. “Tres días danzando por las calles del pueblo, recuerda José Herrero. Íbamos a esperar a los dulzaineros que venían de un pueblo de Soria que se llama Noviales. A cuatro kilómetros del pueblo ya veníamos bailando y luego estábamos en la plaza hasta las cuatro de la mañana. Se hacía fuego con cinco o seis carros de leña, una luminaria en la plaza en la que se calentaba todo el mundo”.

Mientras la verbena tocaba, los danzantes aguardaban en la plaza. Al terminar cada una de las piezas arrancaban con la dulzaina y el tamboril y hacían una danza. “Si fuese por nosotros, asegura Cele, nos tirábamos toda la noche bailando pero el que tenía novia quería arrimarse un poco, no iba a ser todo danzar. Algunos se enfadaban si nos alargábamos mucho. Era normal, había que remediarse todo el mundo”.

A veces algún danzante se perdía con la novia y el “zarragón” salía a buscarlo por los rincones y le daba bien de palos para que se incorporara al grupo. Después de toda la noche de juerga, se iban a arar al campo con la yunta y las castañuelas para no perder el ritmo. “Si se sacaban cien duros, comenta Cele con cierta nostalgia, que en aquellos tiempos era un dinero, se mataban dos o tres ovejas “pilforreras”, de esas malas, y en una caldera o asadas teníamos para seguir la juerga otros tres días más, hasta que se acabasen las perras”.

La juventud aprieta

A pesar de la nostalgia y del mérito de los mayores, que han conservado en su memoria las diversas canciones, tras más de veinte años de olvido, son los jóvenes quienes mantienen viva la tradición. “Los mayores no han mostrado mucho interés en enseñarnos, afirma Raúl Conde, exceptuando cuatro personas”. Han sido los chavales quienes han tirado de los viejos para que se recuperase la tradición aunque no quieran reconocerlo.

Pero, a pesar de su juventud, les preocupa el futuro. “Somos una generación que corre un poco de peligro porque de aquí a unos años, unos por el trabajo y otros por la novia, quien sabe si podrán o podremos venir a ensayar”, confiesa Raúl. Antiguamente estaban deseando cumplir los diecisiete años para incorporarse a los danzantes y ocupar la plaza de uno que se había casado, pero ahora lo difícil es encontrar sucesión. “Pero si algún día falla alguien, asegura Pascual Gordo, para qué estamos los mayores. Además es bueno que a partir de ahora los ensayos los hagamos al aire libre y que nos vean los más pequeños para que se vayan quedando con el baile”.

Los jóvenes tienen entusiasmo, confiesan que bailan por seguir la tradición, aunque reconocen que es un poco sacrificado. “En cuatro años, asegura el joven Raúl Conde, que vive en Barcelona y pertenece a un grupo de jotas, se ha dado un paso de gigante. Se ha creado un grupo en el que todos son menores de veinte años, se ha declarado Fiesta de Interés Turístico y vamos a actuar en Guadalajara dos veces en poco tiempo, una para la fiesta el 12 de septiembre y otra en octubre, en un encuentro de bailes provinciales”.

El futuro está asegurado. En Galve están empeñados en que los amantes de las tradiciones no piensen que sólo existen los danzantes de Valverde y Majaelrayo, “hay más, nosotros, los de La Huerce, Valdenuño o Utande, pero siempre que compras un libro de Guadalajara parece que sólo existen ellos. Con todo nuestro respeto y nuestra admiración hacia los compañeros, vamos a conseguir que nosotros también ocupemos un sitio importante”. Son serranos y lo conseguirán, y si no, al tiempo.
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