Manu Leguineche

24 noviembre 2005

El otro día viajé en tren

Brihuega, 1 de marzo de 2001
Manuel Leguineche

El otro día viajé en tren. No lo hacía desde tiempo atrás. Lo que descubrí fue una jungla erizada de teléfonos móviles y chácharas intrascendentes, un tanto forzadas. Se habla a veces por hablar. ¿Es que no sabemos estar solos, en silencio, pensando un poco, leyendo unas páginas?
El chirrido del móvil llega no solo al espacio del tren sino al parlamento, al cine, a la coyunda y hasta a la paz de los cementerios. Ya no se quedan solos los muertos como quería el poeta clásico. Hace unas fechas, en Israel, sin ir más lejos, ya enterrado el difunto, sonó un móvil en el ataúd. Se lo había llevado a la tumba para espanto de los enterradores y la llorosa familia. Ahí es nada, irse al otro barrio con el móvil.

Recuerdo con nostalgia los vagones de los años 50, tiempo sin móviles. La gente se comunicaba por medio de la tartera. De ella salían tortillas y pimientos para todos los que quisieran y corrían la bota y la conversación. Ahora crepitan los móviles pero no hablamos unos viajeros con otros, tan ocupados estamos en el juguete inalámbrico.

Tampoco hay intercambio de tarteras, ni pasan de vagón en vagón los vendedores de lotería, los que rifaban caramelos o vendían pipas. Ahora hay más vida telefónica y ponen películas, pero yo me quedo, en lo que toca a la comunicación entre hombres y mujeres, con aquellos trenes lentos y un poco sucios de mi infancia.