Entrevistas

31 mayo 2009

VERÓNICA SIERRA, HISTORIADORA

«Los niños de la guerra nos han enseñado a vivir sin rencor»

“La memoria de los niños que fueron evacuados entre 1937 y 1939 está poco reconocida y se ha silenciado”. “Las cartas que escribieron los niños de nuestra guerra muestran testimonios durísimos”. “La mayoría de las evacuaciones infantiles se hicieron a Rusia, México, Francia y Bélgica”. “La guerra dejó secuelas graves en la personalidad de los menores que la padecieron, como la ansiedad o el miedo”
Ha leído cientos de cartas de niños que sufrieron la Guerra Civil española. Algunas varias veces. Otras incluso las ha memorizado. Verónica Sierra (Guadalajara, 1978), doctora en Historia y profesora de Historia de la Escritura y de la Lectura en la Universidad de Alcalá, acaba de publicar un volumen llamado a convertirse en una referencia para el estudio de la infancia durante la guerra de España: “Palabras huérfanas” (Taurus, 434 págs.). El libro culmina una investigación enraizada en la historia de la cultura escrita y aúna el rigor historiográfico con la aportación de testimonios de niños, de un bando y otro, que tuvieron que exiliarse y ser evacuados desde 1937. El título de “Palabras huérfanas” alude tanto a las cartas que no llegaron como a los niños que tuvieron que vivir su infancia sin la compañía de sus padres biológicos. Cartas, anotaciones en cuadernos personales… La historiadora guadalajareña ha ahondado en un material valiosísimo que recupera la memoria, no siempre reconocida, de los niños de la guerra.
El Decano de Guadalajara, 29.05.09
Raúl Conde

Ha escrito usted un libro extraordinario, cuajado de rigor y escrito con extrema sensibilidad. ¿Qué sensación tuvo cuando terminó el libro?
Pues una sensación muy buena porque es el resultado de un trabajo de muchos años. También tengo la sensación de que el libro puede aportar algo, que sirva para algo, para que se conozca esta parte de la historia que no es habitual que se cuente porque la historia la escribimos los adultos, no los niños. Pensé mucho en mis abuelos. Cuando hice un trabajo de historia oral me contaron toda la guerra en Guadalajara, porque ellos son de Hita, Torre del Burgo y Guadalajara capital. Me pareció una forma de darles un pequeño homenaje.

¿Qué le contaron sus abuelos?
Me conmovió el pensar que había habido una guerra que a mí no me había contado nadie. En el colegio nunca me hablaron de la guerra, en Bachillerato tampoco. Y vi que la guerra la habían vivido ellos. Pero, sobre todo, me impresionó mucho el recuerdo que les quedó, el miedo interiorizado, todas esas sensaciones provocadas por la guerra después, que estaban ahí. A mi abuelo y su hermana, cuando le requisaron su casa en Hita, se fueron a Guadalajara. Tuvieron que dejar todo lo que era su infancia. Y ese recuerdo exacto, de la hora, del momento, de quienes estaban, me impresionó.

¿Cuántos menores fueron evacuados en 1937?
Está contabilizado que salieron alrededor de 30.000 niños, con destinos diferentes, fundamentalmente Francia, después Inglaterra, Bélgica y alrededor de 3.000 fueron a Rusia y unos 300 a México.

¿Eran todos huérfanos?
No, ese es uno de los guiños del título del libro. El otro es que las palabras huérfanas hacen referencia a las cartas, algunas de las cuales nunca llegaron a su destino. Hubo una serie de prioridades a la hora de evacuar a los niños. Una de ellas es que fueran huérfanos de guerra, o que sus padres estuvieran en el frente, o que fueran mutilados de guerra o enfermos. La mayoría de los niños que salieron del país no eran huérfanos. El problema es que, debido a la propaganda que hubo y de la manipulación de la que fueron objeto, se pensó que muchos niños eran huérfanos y de hecho muchos fueron adoptados ilegalmente.

¿Se sabe cuántos niños pudieron salir desde Guadalajara?
No lo sé, no hay datos sobre la provincia. Sí sé que hubo una expedición de niños que paró en Guadalajara, en La Concordia. Pero no hay datos de cada provincia.

¿Qué cuentan los niños en sus cartas?
Pues cuentan un poco de todo. Las cartas están reducidas a dos momentos, fundamentalmente, de la evacuación a Rusia, que es la que yo he preferido trabajar por la significación de la lucha entre el fascismo y el comunismo. En un primer momento, que coincide con la llegada de los niños a Rusia, son cartas del 28 de junio de 1937 donde cuentan el viaje en barco, una especie de diario de a bordo, y también el recibimiento. Algunos dicen que les recibieron como si fueran héroes, con música, con regalos, con ropa. Luego hay otro gran grupo de cartas, en torno a enero de 1938, donde ya los niños están en plena sociedad rusa. Están escolarizándose y cuentan lo que hacen en la escuela, a qué juega en sus casas y se repite la preocupación por lo que está sucediendo en España. Constantemente piden información sobre la guerra y su evolución. La ausencia de noticias, ese silencio, hace que muchos estén preguntando por lo que pasa. Incluso en el 38 ya hay cartas de niños que están buscando a sus padres. No saben nada de ellos en mucho tiempo y tienen que recurrir a la Delegación de Asistencia Social, que estaba en Barcelona, y reclaman a sus padres. Piden pro favor que les encuentren.

¿Qué edades tenían?
Había algunos niños muy pequeños, pero para ser evacuados tenían que tener entre 4 y 10 años. En todo caso, la verdad es que fueron también menores de 4 años y mayores de 10 años. Entonces podíamos decir que, entre los 2 y los 14, sería la edad.

En el libro aparecen fotografías de niños evacuados en Rusia leyendo prensa obrera. ¿Les daban información fidedigna?
No, era una información sesgada. Hay una imagen que me gusta, de uno de los testimonios que se recogen, que habla del mapa de España, que está presente constantemente. Los niños iban dibujando el avance de las tropas. Hay un niño que cuando ve que todas las banderitas rojas del mapa se acabaron, confiesa que supo que, a partir de ahí, no iba a volver a su casa. Claro, les cuentan cómo va la guerra, pero hay muchas cosas que no saben. Y sobre todo no saben que por culpa de lo que está pasando no iban a poder volver a sus casas. Durante los primeros años mantuvieron la esperanza del retorno.

Un verso de García-Lorca dice que la infancia es el paraíso perdido. Los menores que salieron de España durante la guerra no tuvieron el paraíso que se merece cualquier menor. ¿Cómo fueron tratados en los países de acogida?
Fue bastante desigual. Hay que partir de una realidad positiva: hubo gente que hizo todo lo posible para sacar adelante a estos niños, darles una educación, alimentarles, cuidarles y mantenerles con vida en una situación así. Partiendo de ahí, luego cada país tiene sus peculiaridades. En Francia, por ejemplo, la avalancha del 39 es un caos y se producen situaciones dramáticas. En México, los niños de Morelia se quejan de la situación que vivieron en la Escuela Industrial España México. Muchos de los niños que les adoptaron legalmente cuentan que les permitieron el contacto con sus padres, pero otros no. El trato fue muy desigual. Cada historia es diferente. Pero yo siempre intento quedarme con la mirada positiva de la gente que intentó que los niños salieran adelante.

¿Es cierta la historia de Laura García Pindado, que le mandó una carta a su madre con migas de pan?
Sí, es cierto. De algunas cartas se conserva el sobre, que es una herramienta fundamental para saber el destino de la carta y el procedimiento. El testimonio de Laura García Pindado es uno de los que más me impactó. En una carta que mandó a sus tíos, dentro del sobre, les indica que la abrieran con cuidado “porque aquí mando unas “migitas de pan para mi mamá porque en la suya se me ha olvidado”. Como si fuera un manjar… ¡Porque lo era!

¿La mayoría de las cartas llegaron a su destino?
No, la mayoría no y, de hecho, están en el archivo porque no llegaron a su destino. Sí sabemos que los niños recibieron algunas cartas de los padres. La manera en que lo recibieron, según he podido constatar, fue gracias a viajes que hicieron ciertas personalidades, como inspectores de educación. También funcionó la valija diplomática y la Cruz Roja Internacional hizo una labor impresionante. Pero la mayoría de las cartas que se enviaron a España, o no llegaron o fueron a parar a oficinas que se incautaron por el Ejército de Franco.

El exilio se liga de manera inmediata a la República, pero en su libro explica experiencias de los dos bandos de la guerra. ¿En qué proporción fueron exiliados los niños de un bando y otro?
Hombre, yo creo que el sufrimiento del exilio pertenece a la infancia en general. Los niños son población indefensa, igual que los ancianos. Sí es cierto que, a partir de 1939, los niños que peor lo pasaron pertenecían a familias cuyos padres habían combatido en territorio republicano. Pero la tragedia de la evacuación es colectiva. Si hablamos de evacuación al extranjero, cabe decir que son campañas organizadas por el Gobierno de la República, para lo bueno y lo malo porque sacar a los niños al extranjero tuvo muchos problemas. Igual que fue una acción franquista la repatriación. La República no se preocupó de repatriar, mientras que Franco, desde el primer momento, uno de sus objetivos fue repatriar. Lo trató prácticamente como una cuestión de Estado. Entonces, ¿en qué dimensión sufrieron los niños el exilio? Todos los niños lo sufren, igual que sufren la pérdida de seres queridos, igual que sufren las malas condiciones de higiene o alimentación. Aunque sí es cierto que salir del país es una característica de los niños que podíamos llamar republicanos, que tampoco me gusta emplearlo.

¿Cómo se produjo este exilio? ¿Quién tomó la decisión política?
Se fragua en 1936. La República, ante el asedio a Madrid al principio de la guerra, decide crear la Delegación Central de Colonias, que se ocupa de que los niños madrileños sean evacuados a zonas de no riesgo, fundamentalmente, Levante. Es una delegación que dependía del Ministerio de Instrucción Pública y hay que tener en cuenta que las colonias infantiles son un fenómeno anterior a la guerra, de finales del siglo XIX y la primera la creó Giner de los Ríos. Entonces eran colonias donde los niños tomaban contacto con la naturaleza. Lo que ocurrió después es que la Delegación Central de Colonias recogió toda esa experiencia y la empleó para que, en tiempos de guerra, regulase la evacuación de los niños.

En su obra explica que los críos de la época jugaban a fusilar o “a los bombardeos”. ¿Cómo afectó el conflicto a su personalidad?
Es una pregunta muy interesante y muy difícil. Yo en el libro defiendo que los niños lo que vivieron fue la guerra de sus mayores en pequeña escala, como las maquetas de los trenes. En el fondo, lo que ellos hacían con esos juegos era recrear lo que estaban viendo en ese momento. Pero no sólo por la imaginación infantil. Había toda una política de socialización bélica que potenciaba esos juegos. En ese momento, los cuentos son cuentos sobre la guerra, se fabrican juguetes bélicos, el parchís se convierte en parchís bélico y hacen armas para que los niños jueguen. El niño imagina y juega a lo que ve, pero también se le impulsa a jugar a lo que hay, como una manera de interiorizar en él lo que está ocurriendo a su alrededor. Claro, el juego quitaba dramatismo a la situación, pero eso no significa que no quedaran secuelas. Muchos estudios posteriores sobre los niños que han vivido, no sólo la Guerra Civil, sino también la 2ª Guerra Mundial, tienen una serie de características: ansiedad, miedos a determinadas cosas como oír una ambulancia, reacciones de nerviosismo… Una serie de traumas interiorizados. Y, en contra de lo que se suele decir, no fueron los bombardeos lo que más trauma ocasionó, sino la ruptura de lo cotidiano, del día a día que habían vivido siempre. Sobre todo, la separación con sus padres.

Cuente la historia de Raquel Mejías.
Creo que es una de las historias más conmovedoras que hay en el libro. Raquel vivía en Valencia cuando estalló la guerra. Su madre trabajaba de cartelista para Grimau, director general de Bellas Artes. Su padre fue uno de los fundadores del Frente, organización que iba por los frentes lanzando octavillas y leyendo poemas. Cuando la situación de la guerra avanza, cerca de la caída de Cataluña, los padres deciden evacuarla. Raquel, junto a unas amigas, sale de camino creyendo que iba a una colonia de niños, pero se encuentra con un refugio de adultos. En ese momento le escribe una carta a su madre y le pide que vaya a recogerla. Pero como sabe que hay guerra, en una acotación le dice: “bueno, si no puedes venir, me mandas papel, cartas, sobres y sellos para poder estar en contacto contigo”. La carta no llega nunca. A los pocos días, todos los que estaban en el refugio tienen que marcharse a Francia. Al final, acaba siendo adoptada por una maestra de un pueblecito del sur de Francia. Allí está hasta después de la guerra. En mayo de 1941 llega la madre adoptiva con un periódico en la mano donde la madre natural había puesto una noticia donde reclamaba a su hija. Raquel contestó, recuperó su contacto gracias a ese anuncio en el periódico y pudo reunirse con su madre. Raquel vive todavía y es profesora de Literatura y traductora en Francia. Cuando la conocí me enseñó la carta que aún conserva. Le pregunté qué sentía. Ella me contestó que siente una sensación de agradecimiento y de rabia por estar con su madre tantos años.
Usted recopila testimonios durísimos: “Mamá, escribirme, porque si no me escribís creo que estáis muertos”; “Me llamo Pedro, me han encontrado sobre el cadáver de mi madre”.
El tono trágico está detrás de casi todos los testimonios. Los niños eran conscientes de lo que estaban pasando. En el caso de Rusia, por ejemplo, los niños consideran que sus padres están luchando por la libertad, que hay que luchar por el comunismo… Es decir, que adoptan un lenguaje fruto de una ideología.

¿Es cierto que algunos padres adoptivos no quisieron que los niños que adoptaron tuvieran relación con sus padres naturales?
Sí, la evacuación podía regularse a través de un régimen colectivo, caso de las colonias, o como en el caso de Rusia o México, a través de adopciones. En Francia o Bélgica tuvo un cariz familiar porque eran las familias quienes adoptaban a los niños. En algunas cartas, los niños confiesan que sus padres adoptivos les prohibieron el contacto con sus padres biológicos. Eso se notó mucho en los niños que tenían de 10 años en adelante porque los más pequeños, de 2 o 3 años, no podían acordarse de su origen.

¿Eso puede ser interpretado como una manera de salir adelante?
Puede ser, pero no sé si moralmente es correcto. Hay algunos ejemplos de padres biológicos que piden a los adoptivos que sigan con el niño porque creen que es una manera de protegerlos y consideran que ellos no les pueden dar un futuro y seguramente no van a poder sobrevivir a la guerra. Estamos hablando de casos extremos, como los padres que estaban condenados a muerte o los que fueron trasladados a un campo de concentración. Yo creo que cada uno tiene derecho a conocer su origen privado y a poder decidir por sí mismo.

Habla usted de la evacuación de niños, que no siendo huérfanos, vivieron adopciones ilegales y cambios de identidad. ¿Cómo se fraguó esto y qué repercusiones tuvo en la identidad y el futuro de estos niños?
Eso tiene muchas arterias. Por ejemplo, en México hay varios casos documentados de niñas que fueron robadas o que se las llevan a conventos, que desaparecen. También en las cárceles. Son casos sangrantes y es una de las deudas pendientes de la memoria histórica: buscar a estos niños desaparecidos, que nunca más se supo.

El presidente Zapatero visitó a un grupo de “niños de la guerra” en Moscú. ¿Hay voluntad de hacer toda la tarea que queda pendiente de la memoria histórica?
Pues no lo sé. Hombre, la ley es un paso. Evidentemente, la ley puede ayudar a mucha gente, pero hay que pulirla. En el caso de los niños de la guerra, más que ayudas económicas, que pueden venir muy bien, es importante el reconocimiento social. Dar a conocer la historia, el tener en cuenta el sacrificio que tuvieron que hacer. Ese reconocimiento es el que puede cerrar la herida.

¿La mayoría de estos niños regresaron al país tras acabarse la guerra o se quedaron en los países receptores?
Muchos sí, pero fueron retornos muy parciales, a cuentagotas. Hubo expediciones de repatriaciones amplias, pero es difícil de cuantificar. Dependía mucho de los países. Los que no regresaron fueron los de Rusia y México porque sus países no reconocieron como legítimo al nuevo régimen en España. Por lo tanto, no establecieron contacto diplomático. Hasta que España no entra en la ONU, y hablamos de mucho tiempo, esos niños oficialmente no tuvieron la oportunidad de volver. Otra cosa es que alguno volviera por su cuenta.

¿Qué tipo de utilización política se hizo de las evacuaciones tanto de la República como de Franco?
Los niños fueron utilizados. Si miramos los carteles de la época, la imagen de la infancia era recurrente. Era una imagen que daba mucho juego a la hora de recaudar dinero o conseguir apoyo internacional. Las evacuaciones tienen también fines políticos, de ganarse el apoyo extranjero y denunciar las atrocidades del enemigo. Por parte de Franco, dio el contrapunto a esto: si la propaganda república es que los niños salen de España porque nosotros les tratamos mal, había que conseguir que volvieran. Por lo tanto, Franco desde el primer momento impulsa las campañas de repatriaciones, a través del lema “La Obra del Caudillo”, o sea que se lo tomó de forma muy personal.

Rogelio Alonso, crítico de ABC, sostiene que la metodología empleada por usted en su investigación ha sido exquisita.
El libro forma parte de mi investigación sobre la historia de la cultura escrita. Ahora mismo en España estamos viviendo un periodo importante para la historia cultural, que están renovando sus fuentes de investigación, documentos orales, personales, silencios no desvelados. Mucha documentación que, o bien no estaba disponible, o bien no se consideraba importante.

¿El Centro de la Memoria Histórica de Salamanca ha sido su principal fuente documental?
Es un archivo que nos va a revelar muchas cosas, que está prácticamente sin explotar, que queda mucha tarea por hacer en él. Yo las cartas que aporto en el libro me las encontré casualmente, sé que hay gente que ya las había visto pero no estaban publicadas con un estudio conjunto.

¿Qué añade la visión de los niños al conocimiento general de la Guerra Civil?
Añade una forma de vivir la guerra y entenderla distinta. Si algo pueden enseñar los niños de la guerra es a vivir sin rencor. Puede que tengan rencor, pero han sabido asimilar lo ocurrido y vivir con las circunstancias que les ha tocado. Hoy en día, se sigue utilizando a los niños en las guerras, matándolos y convirtiéndoles en niños soldado. Y estos niños de nuestra guerra han tenido una sensibilidad única para luchar contra ese uso de la infancia. Representan la parte más silenciada, la de los miedos que no se cuentan, la de los recuerdos que quedan en silencio.

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