Entrevistas

23 junio 2009

AURORA EGIDO, FILÓLOGA Y PREMIO NACIONAL DE INVESTIGACIÓN

“El nivel de los alumnos que llegan a la universidad es lamentable”

La filóloga nacida en Molina de Aragón, catedrática de Literatura en la Universidad de Zaragoza, ha recibido el Premio Nacional de Investigación en Humanidades
Investigar en España nunca ha sido fácil. Recibir un premio por ello, un logro al alcance de muy pocos. El pasado 1 de junio, el Rey y la ministra del ramo, Cristina Garmendia, entregaron los Premios Nacionales de Investigación de 2008. En el apartado de humanidades, el galardón recayó en Aurora Egido Martínez (Molina de Aragón, 1946), catedrática de Literatura Española en la Universidad de Zaragoza y especialista en el Siglo de Oro. Su currículo no cabe en la entradilla de una entrevista. Por destacar tres rasgos: doctora en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, catedrática de Cambridge y autora de múltiples ensayos y artículos de fondo. Sus padres eran de Molina y de Tierzo. Y asegura que su pasión por la literatura comenzó en la biblioteca de su pueblo, descubriendo a Cervantes, Tolstoi y Beckett, entre otras lecturas juveniles.
El Decano de Guadalajara, 19.06.09
Raúl Conde

Acaba de recibir el Premio Nacional de Investigación en la especialidad de Humanidades. ¿Qué supone este reconocimiento?

Lo he tomado como un gran honor personal, una satisfacción, ya que es la culminación de una trayectoria de investigación y de trabajo que ves recompensada. Pero tampoco me quiero quedar en los laureles personales, sino en lo que significa para las humanidades en general, que ahora no están muy bien consideradas socialmente o en los medios políticos y de difusión, ya que parece que las humanidades sólo sirven como ornamento a efectos de glorias museísticas y demás. De tal manera que lo que se impone en un caso como este es hablar de la necesidad de que la sociedad y el Gobierno se den cuenta de que las humanidades formen una parte sustancial de la educación.

 

La nota oficial dice que el premio reconoce su “capacidad crítica y hermenéutica como historiadora de las humanidades”.

Bien, el epígrafe de humanidades abarca disciplinas muy amplias. Yo en realidad soy filóloga y me he dedicado a la historia de la literatura, aunque también en relación con las artes plásticas, ya que también he hecho trabajos sobre la relación entre la pintura y la poesía. En ese sentido, creo que han valorado, por una parte, mi trabajo en las ediciones críticas, sobre todo las que he hecho sobre Gracián y otros autores del Siglo de Oro; y por otra parte, la crítica literaria que he aportado y que siempre he intentado insertarla en lo que es la historia literaria.

 

El Rey Juan Carlos estuvo presente en el acto. ¿Le comentó algo sobre su trabajo?

Tuve la ocasión de conocer al Rey el año pasado en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza porque el rector me dio el trabajo de hacer el discurso institucional con motivo de su inauguración. El otro día [1 de junio, entrega de los Premios Nacionales de Investigación en el Palacio Real de Madrid] departió con los cinco premiados y la verdad es que como a mí me tocó hacer el discurso en nombre de los cinco, estuvo particularmente generoso conmigo. Me agradeció que hubiera hecho el discurso, además me dijo que le había gustado mucho, lo cual no es poco. También indicó la necesidad de que la ciencia y las humanidades sean algo sustancial en el mundo moderno, puesto que no es una cosa que haya que trabajar a corto plazo, sino algo lento que nos sirva para avanzar en los saberes, cualquiera que sea la disciplina.

 

Usted vive en Zaragoza y es miembro notable de la cultura aragonesa, pero nació en Molina de Aragón. ¿Qué recuerdo conserva de sus raíces molinesas?

Todos los recuerdos. Estuve allí hasta Preuniversitario, hasta los 17 años. Precisamente, el día que nos dieron los premios hubo una mesa redonda en la Residencia de Estudiantes, en Madrid, y yo empecé mi disertación hablando precisamente de cómo para mí había sido fundamental las lecturas que hice de niña en la biblioteca de Molina porque esas son las que te marcan y también tus primeros profesores. Me acordaba de un poeta gallego, Bernardino Graña, que estaba de profesor en el instituto de Molina. Fue sustancial para mi dedicación a la literatura porque me prestó libros, nos dio unas clases estupendas sobre poesía y novela. Realmente, ahí están mis raíces.

 

¿Cuáles son los libros que leyó en esa época en Molina?

De todo, desde novelas policíacas de Edgar Wallace hasta los místicos, como San Juan de la Cruz o Santa Teresa, pero también mucha novela del siglo XIX como Dostoievski, Tolstoi, Galdós… Realmente, hubo como dos vocaciones. Una la poesía, que es quizá lo que más me atrajo, leída a través de antologías. Y dos, las novelas y cuentos que te abren el camino a la imaginación y el gusto por la lectura.

 

Y todo ese bagaje, ¿a qué edad?

Pues a edad muy temprana. Fui una lectora precoz. Empecé muy pronto a leer, de manera que yo creo que a los 14 años ya tenía unas lecturas impropias de mi edad. También es cierto que mi padre era muy lector y a él le debo ese gusto por la lectura.

 

¿Sus padres eran de Molina?

Mi madre era de Tierzo y mi padre de Molina de Aragón. La familia de mi padre tenía un almacén de pieles, se dedicaban a comprar pieles y a curtirlas, y también se dedicaban a hacer abarcas de goma, un calzado que ahora parece prehistórico pero que llevaban los campesinos. Luego, ese camino de labor manual se decantó por un comercio de zapatos en la plaza de San Pedro, y realmente ese era nuestro medio de vida hasta que mis padres se decidieron ir a Zaragoza para que los hijos, que éramos seis hermanos, encontráramos nuevos caminos.

 

¿A qué edad se marchó de la provincia?

Mis padres se marcharon de Molina cuando yo tenía 16 años, pero como yo era la mayor de los hermanos y mis abuelos se habían quedado solos en Molina, luego yo volví al pueblo y estuve hasta los 17 años, hasta que hice Preuniversitario. Me examiné en Madrid y luego me marché a Zaragoza con mis padres a hacer la carrera de Filosofía y Letras, aunque la terminé en Barcelona.

 

Permítame: Molinesa de nacimiento y zaragozana de adopción. Tiene que ser usted una mujer de carácter por fuerza…

Bueno, yo no creo en el determinismo genético, pero algo tiene la tierra. Y así dice Unamuno: esas tierras leprosas de hacia Sigüenza, que es una cosa tan negativa, puede que la aspereza de la tierra endurece el interior, aunque yo creo que somos gente que entendemos guardar nuestros sentimientos más profundos. Yo creo que en la vida de las personas son determinantes los primeros 14 años. Y realmente yo en Molina yo tengo esa especie de paraíso particular al que vuelvo constantemente con la memoria recordando mi etapa de niña, mis paseos por los Adarves, los ratos que pasaba en verano por el río y los huertos jugando con los amigos y, en definitiva, ese núcleo afectivo de la familia que siempre es el más profundo y el más hondo en la vida de una persona.

 

No sé si fue Ortega y Gasset o Unamuno, creo que Ortega, el que se preguntaba si había algo más pobre que estas “tierras trágicas” de Guadalajara y Soria.

Así es, creo que era Ortega. Pero, más allá de cualquier percepción, pienso que el sentido de la pobreza es el de la riqueza. Justamente el otro día recordaba a Augusto Monterroso, que decía que la biblioteca de su pueblo era tan pobre, tan pobre que sólo había obras de Cervantes y de Baltasar Gracián. Quiero decir que, a veces, lo importante es tener lo esencial y no lo accesorio. Ahora quizá los niños pueden tener muchos libros, pero libros inútiles. En cambio, como fue mi caso, si alguien te pone al alcance obras maestras de la literatura, pues se tiene poco pero se disfruta más.

 

Su trabajo se ha centrado en la literatura española del Siglo de Oro. ¿Qué aspectos le han interesado más de esta época?

Antes de nada quiero decir que yo hice cátedras a toda la literatura española. Mi especialización en el Siglo de Oro ha sido necesaria, pero también he hecho trabajos sobre literatura medieval o contemporánea. Pero mi foco de especialización mayor ha sido el Siglo de Oro, que he intentado estudiar en sus más diversos géneros. Me he dedicado tanto a la mística, el teatro de Calderón, la obra de Gracián y Cervantes. Creo que el tener un abanico muy amplio luego te enriquece a la hora de estudiar un tema o autor concreto. Empecé estudiando poesía, luego hay una parte centrada en el teatro, muy influida por la etapa que pasé en la Universidad de Londres y de Cardiff, y luego confirme los años han ido discurriendo he dedicado mucho tiempo a la obra de Cervantes y, últimamente, a la de Baltasar Gracián, que es la más complicada de editar y es la que ha sido objeto de mi investigación preferente en los últimos quince años.

 

Los siglos que conforman su especialidad son el XVI y el XVII. ¿Qué destacaría de esta etapa?

Es la época más rica de la literatura española y una de las más importantes de la cultura occidental. Destacaría, sobre todo, el triunfo de las humanidades, que supuso el renacimiento y la vuelta a la cultura grecolatina. A partir de ese hilo conductor, las novedades que aportan nuevos géneros, como la novela, y también en el caso del teatro la gran aportación española con la creación de la comedia nueva. Y luego ese reducto exquisito de la mística española, que en el caso de San Juan de la Cruz alcanza las cotas más altas de la poesía.

 

¿Quién lee hoy a Góngora, Lope de Vega, Calderón o Quevedo?

Bueno, pues esa es una difícil pregunta. Yo pienso que no tantos como debieran, pero realmente en el caso de Góngora es leído por un número más reducido de lectores que Lope, pero eso siempre ha ocurrido así porque Góngora es más difícil. En el caso de Lope porque, claro, al ser un autor teatral, el camino del teatro se abre a un público más amplio. El otro día fui a Madrid a ver la representación de “Fuenteovejuna” y el teatro estaba lleno. Además, hay varias obras de Lope que se representan constantemente, mostrando su vigencia.

 

Ha dicho en Heraldo de Aragón que la literatura enseña a superar las miserias cotidianas.

Esa no es una idea mía precisamente. Fue una idea humanística que en el Renacimiento italiano y en el caso de España está presente. La literatura es la capacidad de construir mundos diferentes. Los humanistas creían que, a través de las humanidades, del conocimiento, el hombre se superaba. Es decir, se rebaja de hombre miserable atado a las miserias humanas y se elevaba espiritualmente.

 

¿Se desdeña a la literatura en nuestra sociedad?

Es una mezcla. Ahora se venden muchos libros, pero que son pret-à-porter, libros que sirven para leer en el AVE o en los aeropuertos, obras que están prefabricadas por las editoriales. A veces, la gente se compra libros que no leen ni terminan. Entonces es una paradoja: por una parte, se publican cada vez más libros, pero no sabemos si realmente se llegan a leer todos y, sobre todo, si se llegan a leer los buenos. Pero lo más triste a mi juicio no es todo eso que puede suponer una literatura “light” que desprecie a los clásicos y privilegie a los autores que son tan efímeros como la propia emisión del libro, sino al descuido con el que los políticos han tratado el tema de la literatura y las lenguas en el bachillerato. Ahí está lo más grave. A través de la lengua y de los clásicos es como se tiene un dominio que luego te permite acceder al resto de los saberes. Si detraes la literatura de esos programas y lo sustituyes por un programa de plastilina, entonces los alumnos carecen de la formación suficiente para enriquecerse y poder elegir la profesión que quieran.

 

¿Cuál es el nivel medio de escritura y formación con la que llegan sus alumnos en la Universidad?

No tengo que pensármelo dos veces: es un nivel yo diría que lamentable. Y la culpa no la tienen ellos, la tiene un estado de cosas que a lo largo de muchos años ha ido descuidando esta formación. Se sienten un poco desamparados. Los profesores tenemos que bajar muchísimo el nivel porque la preparación que traen es muy bajo. Claro, eso es muy lógico y pasa en todos los países porque, al democratizarse la educación, se tienen que bajar los niveles. Pero creo que la culpa es de unos programas de bachillerato que han tendido a diluir en numerosas asignaturas, a menudo inútiles, la dedicación de los alumnos y se ha descuidado lo fundamental. La lengua es la marca mayor de la dignidad del hombre y sirve para configurar nuestro pensamiento y la lectura de los clásicos ofrece un nivel literario de calidad que ayuda a pensar y reflexionar.

 

Es decir, que más que potenciar algunos aspectos de la universidad sería necesario aumentar las horas lectivas de letras y humanidades en el Bachillerato.

Sin duda. Porque además yo creo que es una cadena contigua. Si se rompen los eslabones de la primera enseñanza, difícilmente eso se puede restañar durante la Universidad. Debe ser una cosa prolongada, bien hecha y cuidada. Tampoco hay que ser negativo en todos los aspectos. Ahora por ejemplo la enseñanza de idiomas extranjeros se ha enriquecido mucho con relación a la antiguo bachillerato, pero en cambio se ha descuidado mucho la formación humanística, pero también en matemáticas, física y química, es decir, en las asignaturas básicas.

 

Volviendo a la literatura: ¿Qué aprendieron los poetas del 98, como Machado, o del 27, como Lorca, de los escritores del Siglo de Oro?

Pues yo diría que casi todo, aunque luego tuvieron que olvidarlo para generarlo su propia creación literaria independiente. Precisamente ahora acabo de publicar en la Universidad de Valladolid un curso que di en otoño en la Universidad de Nueva York, que se titula: “El barroco de los modernos: despuntes y pespuntes”. Ahí estudio como el término barroco es una invención germánica de finales del siglo XIX y principios del XX que surge del barroco pictórico y artístico, que luego se aplica como concepto a la literatura. Rastreo precisamente la lectura del barroco que hace la Generación del 98, la del 14, la de las vanguardias, y que resultó fundamental para la Generación del 27 y todo el resto del siglo XX. Autores como Borges, Octavio Paz o el propio ‘boom’ de la novela hispanoamericana, difícilmente se puede explicar sin ver las raíces que tuvieron en la literatura del barroco y también la del siglo XVI porque hay una continuidad evidente.

 

¿Baltasar Gracián es su autor favorito?

Siempre me lo preguntan por esa dedicación absoluta que tengo a él en los últimos años. Siempre he distinguido el trabajo filológico y de investigación y luego los placeres de leer otros autores, a los cuales incluso no estudio. Desde el punto de vista de lectura, como placer, hay otros autores que me interesan más. Siempre digo que para mí el autor por excelencia es San Juan de la Cruz. Me interesa muchísimo Cervantes, de apariencia sencilla pero de una riqueza abrumadora. También me gustan Paul Celan o Pere Gimferrer, que es de mi generación.

 

¿Qué debemos aprender del estudio de Gracián?

Podemos aprender, sobre todo, la literatura como epítome [resumen o compendio de una obra extensa] de la literatura. En él confluyen toda la tradición grecolatina, la italiana, la europea y española en general de los siglos XVI y XVII. Ya decía Octavio Paz que la agudeza era una especia de vademécum del Siglo de Oro. Al margen de su cultura, está sobre todo la capacidad ingeniosa de transformar el lenguaje y hacer de ello algo nuevo. A mí me interesa sobre todo el plano humano: la confluencia de curso vital y discurso literario, como camino de aprendizaje que además nos obliga a la capacidad de juicio. Ahora que estamos en tiempos de crisis, hay que decir que crisis es el centro de “El Criticón” y que crisis significa juicio. Esa capacidad de discernir se la debemos a Gracián. Pero además hay algo sustancial en la obra de ese autor, y es que nos enseña a ser personas, que quizá sea lo más difícil.

 

¿Qué tiene Aragón con la Filología Hispánica para dar intelectuales de la talla de Blecua, Lázaro Carreter, Manuel Alvar, Induráin o usted misma?

Yo pienso que es algo relacionado con la cadena maestro-discípulo y discípulo que luego es maestro. Y empezando por los maestros de primera enseñanza. Lo mismo que yo le hablé de un profesor de instituto que me abrió el camino hacia la literatura gallega y catalana, sin necesidad de que nadie me la impusiera, sino por gusto, pues fue fundamental los maestros de la Universidad de Zaragoza, que a su vez fueron discípulos de otros maestros. Aquí hubo muy buen magisterio y nosotros pues, modestamente, hemos procurado seguir con esa tradición.

 

Ha citado la literatura gallega y la catalana. ¿El debate sobre las lenguas vernáculas está perjudicando el estudio del español en la enseñanza primaria?

Creo que en absoluto perjudica el estudio de otras lenguas. La cuestión es que está mal planteado. Los políticos han convertido en problema lo que es una riqueza. Y es más: creo que la literatura con mayúscula es una, que abarca toda la variedad, y que evidentemente el problema está en cómo se ha politizado el asunto y no el asunto en sí. Lo que hay que hacer es que los alumnos amen la literatura, en tantas lenguas como se quiera o deba y que dejen a los filólogos y profesores tranquilos con su docencia, y que no nos impongan estudios.

 

La ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, durante la entrega de los premios nacionales dijo que “España ya es un país de ciencia”. ¿Está de acuerdo?

Sí, sí que lo es porque yo además como tuve que elaborar el discurso en nombre de todos los premiados, me enteré de estadísticas. España ahora ocupa un lugar bastante digno en eso que se llama el ranking internacional, lo que pasa es que aún tiene que avanzar muy por delante. Y para eso también tiene que hacer que los alumnos de las universidades mejoren en la enseñanza del inglés, habida cuenta que así son las cosas y el lenguaje científico es el inglés, de manera que no se puede ser buen científico sin dominar la lengua inglesa y otras lenguas. Ahora, en tiempos de crisis, no hay que apostar por valores efímeros, aunque salgan todos los días en los periódicos, sino por algo como la investigación. Para eso hace falta hacer investigación a largo plazo.

 

¿Hay que ser valiente y decidida para dedicarse a la investigación en este país?

Yo creo que sí. Claro, los resultados no son inmediatos, la carrera del investigador requiere hacer una tesis doctoral durante muchos años, luego ganar menos dinero que si uno se dedica a la empresa privada, pero es fundamental la vocación. En el fondo, si te gusta lo que haces, disfrutas tanto que todo lo demás es marginal.

 

¿Las trabas económicas son el principal obstáculo del investigador?

Indudablemente porque a veces los alumnos se asustan. Aparte, para obtener una beca no es fácil y hay que tener una nota media alta. Los alumnos lo ven como una especie de maratón larguísimo y entonces no todos llegan a persistir en el empeño. Y además, para qué nos vamos a engañar, hay muchas más facilidades en otros países que aquí para hacer una carrera de investigación como Dios manda.

 

¿Las economías que apuestan por la ciencia y la investigación resisten mejor las crisis globales como la que estamos pasando?

Sin duda alguna. A fin de cuentas, la investigación no se para en el laboratorio y en las bibliotecas, sino que se proyecta en los avances de la tecnología y la ciencia que sirve desde la medicina a las ingenierías para mejorar la calidad de vida. Entonces, ahí está la madre del cordero. Quien apuesta por la investigación apuesta por el futuro de la humanidad con una mayor calidad. A la hora de hablar de ciencia, yo incluyo letras y ciencia, en el sentido moderno del término. Porque tan científico fue Ramón Menéndez Pidal que Torres Quevedo, Madoz o Marañón.

 

¿Qué opinión le merece el Plan Bolonia?

He de confesarle que no lo conozco con detalle, aunque me parece estupendo la homologación de títulos y el que las fronteras universitarias desaparezcan. Lo paradójico es que cuando se abre a toda Europa la universidad, sin embargo, haya una paralización casi absoluta de las cátedras en la Universidad española, que sea difícil que un catedrático pase de una universidad a otra, y lo mismo a los alumnos porque los planes son muy distintos. El miedo está en si no habrá una excesiva impronta de la empresa privada dentro de la universidad pública. Ese es el gran interrogante.

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