Guadalajara

3 marzo 2006

CRÓNICA

Imón y Cogolludo

Raúl Conde

La primavera ha caído como un jarro de color verde sobre los campos de nuestra tierra. Las lluvias del invierno largo y antipático que hemos vivido han convertido los trigales de la Alcarria en una alfombra tapizada. Guapa, vibrante, contagiosa de vida. Los pinares de la Sierra, en cambio, son amarillos, a veces incluso oscuros. Pero también hermosos. La última semana, además de los calores sofocantes, ha dejado dos buenas noticias que redundarán en beneficio del futuro de la comarca: la cesión del palacio de Cogolludo (paso imprescindible para su rehabilitación) y la creación de un centro termal en Imón, aprovechando las aguas del río Salado.

Empecemos por lo último. Al anuncio de la Junta del arreglo de la carretera que baja de Alcolea a Sigüenza (18 kilómetros en total que conectan con la nacional II), se une en la alegría la presentación de un proyecto ambicioso que pretende construir en menos de un año, con cargo al fondo europeo del Leader Plus, un complejo de baños termales en la localidad de Imón. Los artífices son unos cuantos empresarios madrileños y seguntinos, entre ellos, los responsables del hotel Salinas de Imón, el Molino de Alcuneza y los hoteles Valdeoma y El Doncel. Son ideas como ésta las que certifican la ligazón entre futuro y turismo para la zona. Hace unos meses me contaron que pronto se iba a inaugurar la primera casa rural en Villacadima, un pueblo abandonado, anexionado como barrio al municipio de Cantalojas y al que la Diputación acaba de instalar las redes de abastecimiento de agua. Estas cosas hacen recuperar la ilusión en el terruño, aunque con fuertes dosis de realismo. Están muy bien las florituras de las ferias y las buenas palabras, pero el escepticismo no se disipa hasta que no llega alguien y arriesga dinero, crea puestos de trabajo y dinamiza la sociedad. Imón, desde luego, es un pueblo afortunado. No sólo por sus gentes y sus salinas, sino por la hospedería que se abrió hace unos años, ahora por el balneario prometido y por los planes que se avecinan: tres hoteles, dos casas rurales y dos restaurantes. Me dicen que a lo mejor algo tiene que ver en este auge el hecho de que la mujer del alcalde saliente de Sigüenza sea oriunda del lugar. Tanto da. Lo que se hace en un pueblo beneficia a todos los vecinos. El caso es trabajar con sentido de colectivo. Si cada uno haced la guerra por su cuenta, acabamos todos en el tanatorio.

El tema de Cogolludo es más largo y tortuoso. El final, sin embargo, parece atisbarse feliz. Resulta que el PSOE y el PP se han puesto de acuerdo, según informa Nines Oliver en estas páginas, para aprobar el en Congreso una proposición no de ley que posibilitará la recuperación del Palacio Ducal para ocuparlo en fines culturales y comerciales. El ministerio de Educación cede el uso del edificio al ayuntamiento y, encima, se compromete a colaborar en su restauración. La cuadratura del círculo se completa porque esta decisión hace efectivo el acuerdo de patrocinio de las obras –en un plazo de quince años, ojo al dato- entre el consistorio y la Fundación “Duques de Medinaceli”. La noticia es muy buena porque consuma el resurgir de uno de los inmuebles histórico-artísticos más importantes de la provincia. También se comentó no hace mucho -incluso salió publicado- la posibilidad en un futuro de convertirlo en Parador Nacional. Mucho va a tener que cambiar primero para acometer tal empresa. De momento conviene que se materialice cuanto antes la cesión, que el Estado participe en gran medida en el presupuesto de las obras y que la citada fundación cumpla lo pactado, es decir, la restauración del palacio en dos fases: primero la fachada y, después, el resto.

Los pueblos siguen parados y la juventud se desangra en medio del desierto de nuestros montes. Pero continúa intacto un hálito de esperanza. Existen proyectos muy interesantes, valientes y necesarios para los serranos. Sin mística, sin nada de romanticismo, sin mover los pies del suelo. “Sigüenza está llena de iglesias y de bares para socorrer a sus fieles”, escribe Paco G. Marquina (La letra de los ríos, Maorí, 2003). Ahora también de casas rurales, alojamientos y excursiones relacionadas con el arte y la naturaleza. Hay que seguir trabajando porque algunos pueblos están muertos, como Galve o Atienza, y necesitan un cambio profundo. Sobran eólicos y demás interferencias perjudiciales para el medio ambiente. Faltan ganas de trabajar, impulso empresarial e inversiones públicas. Falta gente para revitalizar nuestros pueblos. Por eso, cuando surgen iniciativas como las de Imón y Cogolludo, el alma se rebela.