Artículos en El Decano

21 septiembre 2009

SOMOS EL TIEMPO QUE NOS QUEDA

La maderada que nos lleva

"Uno aprende a querer más a esta provincia viendo las ganas que le echan todos aquellos que están en la trastienda de los gancheros del Alto Tajo"
El Decano de Guadalajara, 18.09.09
Raúl Conde

En una provincia que tiene más de medio centenar de fiestas declaradas de interés turístico provincial, algunas de tan notable raigambre como un desfile de carrozas semiveraniego o una cabalgata de Reyes, produce alegría comprobar cómo se asientan tradiciones que antaño estaban desaparecidas, o que incluso no existían. Es el caso de la fiesta de los gancheros del Alto Tajo. El fin de semana pasado se celebró en Poveda y, como en ediciones anteriores, fue un éxito de participación, de público y de entusiasmo. El acto central es la maderada que sueltan los mozos aguas abajo del que José Luis Sampedro llamó “el río bravo de Iberia”. Luego hay gaiteros, actuaciones populares y comida campestre. De todo. Pero lo importante es el momento en que los gancheros sueltan los troncos. Atendiendo las voces del cuadrillero y en perfecto equilibrio sobre el río, emulan a los que ataño transportaban la madera para su sustento económico. Entre chaparras, sabinas y enebros. Cuando la maderada simula llegar a su destino, varios gancheros van sacando los troncos, uno a uno, ayudados por dos mulas. Resulta un espectáculo tonificante que te reconcilia con esta tierra, a veces tan generosa y otras tan ingrata con sus propias raíces. 

Y las cosas no salen porque sí. La fiesta de los gancheros es el resultado del empeño de cinco pueblos: Poveda de la Sierra, Peñalén, Peralejos de las Truchas, Taravilla y Zaorejas. Lean con deleite y cariño la toponimia porque ahí también habita la belleza del terruño. La asociación de municipios de la zona ha logrado consolidar, en tan solo trece años, una celebración que se ha convertido en un referente de la cultura y el turismo de la provincia. Porque aquí sí, la cultura y el turismo van de la mano. Sin pisarse. Sin fanfarrias. Sin apenas campañas de publicidad. Sin masas de despistados dispuestos a quemar sus cámaras de fotos. Ésta de los gancheros sigue siendo una fiesta en su máxima expresión. Las gentes van, pisan el terreno, entran en contacto con la naturaleza y, al mediodía, al son de alguna jota de los dulzaineros Mirasierra, acaban comiendo tocino, caldereta o lo que se tercie. Pocas fiestas se mantienen en Guadalajara capaces de transmitir la alegría del pueblo y la fuerza de la tradición como la de los gancheros del Alto Tajo.

Uno aprende a querer más esta provincia viendo las ganas que le echan todos aquellos que están en la trastienda de los gancheros. Hace tres años les visitó Barreda en el puente de San Pedro, y ahora reciben elogios y parabienes oficiales. Pero el mayor reconocimiento que pueden tener es el apoyo de los lugareños. El respaldo de los pueblos. El aliento de la serranía molinesa. Y de acuerdo, los ayuntamientos colaboran y otras administraciones también. Pero lo cierto es que hay un grupo de entusiastas que se ha dejado la piel para que esta tradición pudiera salir a flote, nunca mejor dicho. Ahí está Florencio Nicolás que, a sus sesenta y pico primaveras, sigue vistiéndose cada año con faja blanca y abarcas porque su padre ya era de los que bajaban la madera a Aranjuez. “Los gancheros son una parte importante de nuestra historia”, me dijo un día. En ese “nuestra” quizá se engloba el sentir colectivo de una comarca reflejada en una tarea común. Hace tres años, cuando le hice una entrevista al escritor Sampedro, recuerdo que calificó a los gancheros de “hombres de una pieza, íntegros, valientes y honrados”, y así los pintó en “El río que nos lleva” (1962). Ahí está Mariano Arceriano, de 57 años, que cuenta que el trabajo de los gancheros desapareció en 1936, después del estallido de la Guerra Civil, aunque que luego se recuperó primero con intentos esporádicos y ahora ya cuidando hasta el más mínimo detalle, desde los escenarios hasta los atuendos. Ahí está Agustín Tomico, volcando toda su nobleza baturra, sus retratos para el recuerdo, su conocimiento del Tajo y sus riberas, en una cita de la que se ha convertido en ‘alma mater’. Y ahí están todas las personas que hacen posible, año tras año, que la maderada perviva.

La consejera de Turismo, Marisol Herrero, ha dicho que este festejo es “un patrimonio cultural innegable y que por derecho propio permanece en la memoria histórica de todos los castellano-manchegos”. Pues ojalá. Ojalá todos los castellano-manchegos conozcan qué son los gancheros, igual que en Guadalajara sabemos que en Toledo celebran el Corpus o que en Hellín tocan la ‘tamborrada’ para Semana Santa. Sin embargo, a la Junta debemos la edición de “Maderadas y gancheros” (292 págs.), un impresionante volumen escrito por José Luis Lindo Martínez, Cronista Oficial del Real Sitio y Villa de Aranjuez. Para los bibliófilos de Guadalajara: si no tienen este libro, búsquenlo para disfrutarlo. Abundan los datos, la documentación prolija y las galerías de imágenes, tanto de ahora como de antaño en un copioso archivo gráfico por donde resurgen los viejos oficios: tronchadores, hacheros, piqueros… Lindo Martínez detalla la historia de esta actividad propia del curso alto del Tajo y explica curiosidades de una labor convertida en tradición: los instrumentos, la comida, la vestimenta o las coplas ligadas a la ganchería. Por ejemplo, antes de comer o dormir, para que toda la madera estuviera controlada, se hacían zarzos (troncos atados entre sí) para recogerla. A mediados del siglo XIX, los jornales variaban entre 30 y 75 céntimos para estos trabajadores que el autor llama “lobos de río”. Eran otros tiempos, claro. Ahora los nietos de aquellos gancheros buscan que no se ignore, precisamente, lo duro que era trasladar la madera sobre las aguas. En “La letra de los ríos”, que por cierto acaba de reeditar la Diputación, Manu Leguineche escribe: “Me imagino el correr de la maderada, los gancheros como Nijinskys bailando sobre los troncos con las cerradas barbas, los pañuelos anudados a la cabeza bajo el sombrero, los ganchos como lanzas y los pantalones atados al tobillo”. Existe todo un acervo cultural ligado a esta costumbre que merece la pena tener siempre cerca. Vivo. Intenso. A resguardo del olvido.

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