Guadalajara

3 marzo 2006

Rutas por la provincia: de Galve a Atienza

Una visita a Atienza

Escribo mi colaboración cuando aún tengo en el recuerdo mi última e inolvidable visita a Atienza, la Muy Noble y Muy Leal Villa Realenga. Y digo que no la podré olvidar por diversos motivos de distinta índole que siguen a estas líneas.
Nueva Alcarria, 12-12-1997
Raúl Conde

Fue a finales de julio. A pesar de que el tiempo estaba esos días un poco revuelto, un grupo de amigos decidimos salir de Galve de Sorbe para realizar una excursión en bici a Atienza. La distancia es de 30 kilómetros, que si tenemos en cuenta la vuelta, la cifra se eleva a 70, pero este dato no nos importa. Tenemos ganas de volver a Atienza. Nos gusta, me gusta Atienza. Siempre resulta agradable pasear por sus calles, empinadas y pedregosas la mayoría, beber agua de sus fuentes, tomar el sol a media tarde en la plaza del Trigo, una de las plazas más bellas de cuantas hay en esas pequeñas y grandes ciudades castellanas donde, a base de trabajo y esfuerzo, se fue forjando la historia de Castilla, siendo ésta decisiva para entender el pasado de España. Salimos de Galve pronto, con la fresca, a eso de las nueve de la mañana. El trayecto se desarrolla con normalidad. Antes del cruce de Hijes y Ujados, la silueta alargada del castillo roquero de Atienza ya se divisa. Parece que está cerca, pero aún queda medio camino. Ya hemos llegado a Atienza. Lo primero que hacemos, antes de subir al núcleo urbano de la villa, es beber un buen trago de agua en la fuente que se encuentra al borde de la carretera, la CM-114, que viene de Alcolea del Pinar y concluye en Aranda de Duero, ya en tierras burgalesas.

En la villa

Confieso que antes de entrar a la villa propiamente dicha, pienso que viajo a Atienza con prejuicios. Sé que me encontraré un lugar tan hermoso que será tarea harto complicada sintetizar todo este arte en la presente crónica, que pretende, por tanto, ser tan sólo un ejemplo de las muchas visitas que Atienza recibe de guadalajareños y foráneos que se sienten atraídos por el voluminoso patrimonio histórico-artístico de esta villa castiza.

Pasada la gasolinera que se encuentra a la entrada, subo al centro del pueblo por una calle muy empinada, no muy bien asfaltada, todo hay que decirlo. A la derecha queda el cuartel de la Guardia Civil, que de cara al exterior no da muy buena imagen, ya que su fachada, como el de Condemios de Arriba o tantos otros de la provincia, necesita una urgente remodelación. Un poco más arriba también a la derecha, es un gustazo poder pararse, bajarse de la bici, y contemplar tranquilamente unas vistas sobre el valle preciosas. Dan una sensación de plenitud, de infinidad, de pureza inconmensurable.

A la izquierda se abre una callejuela típica que conduce a la plaza de España, pero nosotros decidimos llegar a ésta por otra vía. Así pues, continuamos nuestro camino hasta el cruce de la carretera de Bocones. Giramos a la izquierda. La callejuela estrecha nos conduce a la nombrada plaza. Magnífica, bonita, atractiva.

Compro los periódicos en un comercio donde se vende prácticamente de todo: prensa, estanco, regalos, antigüedades, ferretería, artesanía, etc. El bar de la plaza está semivacío. Se nota que este es el centro neurálgico del pueblo. La gente se afana en hacer sus recados y los coches y camiones buscan un buen aparcamiento, difícil de encontrar teniendo en cuenta el trazado urbano totalmente irregular de la villa Realenga. Pero el encanto de Atienza está ahí. El entramado de casas, enclavadas en la roca en que se levanta la villa, al pie del castillo medieval, resultan una alegría para la vista, asombrada pro descubrir que todavía hay lugares en los que el ajetreo del infernal ritmo de vida de las ciudades resulta lejano y desagradable. Aquí la gente vive tranquila, como en Galve, como en Molina, como en Sigüenza, como en toda Guadalajara. Inalterables al paso del tiempo, anclados en el recuerdo y la memoria de épocas pasadas gloriosas que se fueron y no volverán. La Historia, con mayúscula, parece haberse parado en Atienza. Las piedras milenarias, restos del Medievo, son parte esencial del paisaje atención urbano y rural al mismo tiempo.

Pero estos empíreos vestigios de épocas pretéritas no están reñidos con el confort, el desarrollo social y económico y los servicios que Atienza ofrece. Es esta la otra cara de la localidad. Atienza es la capital pobre de una comarca pobre. Ha ido perdiendo poder con respecto a la vecina Sigüenza y la lejana Guadalajara, pero a pesar de todo ofrece unos recursos a los que no llegan otros pueblos de la Transierra. Galve de Sorbe ofrece diversos servicios, como un Centro de Salud, una farmacia, un supermercado, pero no llega a tener la “potencia” de la ciudad atencina. Por tanto, los pueblos guadalajareños de la Sierra de Pela o del Macizo de Ayllón se sirven de la asistencia, a todos los niveles, que Atienza posee.

La mañana es preciosa. Soleada y radiante, sin una nube en el límpido cielo atencino. La actividad va creciendo. Nosotros seguimos disfrutando de la relajación y el sosiego que produce el estar leyendo, en un banco y a la sombra de un altísimo pino, la prensa local. Mientras, unas niñas pequeñas canturrean una canción en plena plaza.

Me apetece dar una vuelta por el pueblo. Me apetece cruzar el arco de Arrebatacapas, flanqueado por dos comercios de tipismo único en Atienza, y me acuerdo de “La Caballada”, una de las fiestas más antiguas de España, y que rememora el Domingo de Pentecostés, desde hace 800 años, la lealtad de los históricos arrieros de Atienza. Me apetece de nuevo visitar la plaza del Trigo o del mercado y redescubrir esas fachadas tradicionales de unas edificaciones bellas con soportales de madera o piedra que realzan unas balconeras preciosas. Debe ser un lujo y un orgullo habitar en estas casas.

En uno de los lados de la plaza queda la Iglesia arciprestal de San Juan, del siglo XVI. Al fondo de la plaza, formando esquinas con la calle Cervantes, un extraordinario balcón me sorprende gratamente. Tiene forma de esquina y resulta excelente ejemplo de la arquitectura del pueblo. Al lado derecho queda un comercio en el que puedo comprar un refresco y un libro: “Por tierras de Soria, La Rioja y Guadalajara”, de Ángel Almazán de Gracia. La señora del comercio, amable pero me pareció que estaba poco animada, me vendió un ejemplar de los cinco o seis que tenía en una estantería que, francamente, me decepcionó. En la nombrada obra sólo se habla de Atienza y Sigüenza, y nada del resto de pueblos de la Sierra Pela, fronteriza con la vecina y gélida tierra de Soria.

La tarde avanza y ya es hora de comer. La sobremesa se presenta en Atienza tranquila. A esta hora aquí parece descansar todo apaciblemente. Nada ni nadie parece interrumpir este sosiego, este remanso de paz. ¡Qué diferencia a la capital!

Antes de marcharnos, todavía tenemos oportunidad de recorrer otros puntos de interés de la villa, como la reconstrucción parcial de la antigua muralla, aunque parece ser que en el 2003 Bellas Artes concluirá la rehabilitación en su totalidad. Precisamente, utilizando restos de la muralla, se ha habilitado una casa en un lugar que más bien parece inhabitable. Atienza tiene esto.

A la vuelta

Aún a sabiendas de que nos dejamos muchas cosas en el tintero, que nos quedan muchos sitios por visitar, como por ejemplo el castillo, muy a nuestro pesar, es hora de la vuelta. Cargamos todo en las mochilas preparamos las bicicletas y nos disponemos, de nuevo, a emprender la ruta que nos lleve a Galve. Despedimos Atienza con un sol de justicia. Sin duda alguna, ha merecido la pena volver y disfrutar de nuevo adentrándose en los enclaves de esta villa y destapando el tarro de las esencias, de las más explosivas y monumentales esencias.

De vuelta a Galve, no todo fue tan bien. La tarde, como por arte de magia, y por exigencias del clima que en esta zona adquiere consecuencias imprevisibles, se tornó en nubes y lluvia. Demasiado calor había hecho por la mañana. La tormenta fue a más, y esto se juntó con el grave percance que sufrió un amigo mío. Se le reventó totalmente la rueda trasera de su bici y resultó imposible que pudiera avanzar en el camino. Así las cosas, y con este panorama, fuimos dos los que nos adelantamos al grupo, y en Albendiego, en el teléfono público de su remozado Ayuntamiento, pudimos llamar al padre de este chaval para que viniera a recogerlo. Los demás, a duras penas, haciendo un esfuerzo titánico, con lluvia, frío y unas carreteras que dan lástima, llegamos con más pena que gloria a Galve. Apenas despedimos el perfil del castillo de Atienza, pudimos divisar, en un alto que ne el lugar llamamos “El Soto”, la figura imponente, con su señorial torre del homenaje, de la fortaleza medieval de Galve de Sorbe.