Guadalajara

3 marzo 2006

En el Medievo fue centro histórico, comercial, señorial y militar

Jadraque es París y Londres

Nueva Alcarria
Raúl Conde

El nombre de Jadraque surge siempre cuando se trata de hablar de los pueblos más importantes de Guadalajara. La primitiva Xaradraq árabe y Xadraque cristiana medieval dio origen a una de las insignes villas señoriales de la provincia guadalajareña y a un importante burgo comercial y artesanal. Jadraque es diferente. No es una villa castellana que sigue los parámetros usuales que dibujan la silueta paradigma de las urbes castizas. Jadraque ha sido y es un pueblo de rancia historia que fue escenario de multitud de actos que han servido de acicate para el desarrollo de la villa. Jadraque ha adquirido, a través de la experiencia de los siglos, un sobrio empaque de ciudad, ha forjado una fortísima identidad sólo explicable desde el prisma de un pasado esplendoroso. Y todo ello emerge en una estampa singular en Castilla y que dota a Jadraque de un extraordinario poderío, producto del particular emplazamiento de su medieval castillo.

De la historia de Jadraque han participado personajes de la altura y el abolengo de Gaspar Melchor de Jovellanos, Francisco de Goya y Lucientes, Isabel de Farnesio, los duques de Osuna o María de Castilla. En la margen izquierda del río Henares, y por tanto alcarreña, por Jadraque seguía su curso la vía romana de Zaragoza a Mérida, si bien la raza islámica también fijó asentamiento en la primitiva Xaradraq que aparecía en las viejas crónicas. En el Poema de Mío Cid Jadraque aparece con el nombre de “Castejón”, semejante al de “Castejón de abajo” aparecido en crónicas más cercanas. La tradición ha querido que el castillo preserve el nombre del conquistador de la villa y por este motivo siempre se le reconocerá como el “castillo del Cid”.

Tras la reconquista, las escasas viviendas y la fortaleza situada en la altiva colina que constituían Jadraque formaron parte del Común de Villa y Tierra de Atienza. En 1434 el rey Juan II donó Jadraque y un extenso territorio cercano a doña María de Castilla –nieta del rey Pedro I el Cruel-. En 1469 Jadraque pasó a ser propiedad del Cardenal D. Pedro González de Mendoza; los descendientes se mantuvieron al frente de la villa hasta el siglo XIX.

Capital de una amplia pero pobre comarca, Jadraque fue un importante núcleo administrativo, comercial y señorial, escenario de asentamiento de numerosos caballeros que cultivaron las letras y las artes floreciendo el panorama cultural de la villa y la provincia. Sin embargo, su hegemonía como centro comarcal (muchos pueblos cercanos llevan el apellido “de Jadraque”) supuso un problema para la estabilidad de la localidad. En el siglo XIX, al colocarse el ferrocarril, Jadraque se convirtió en parada del mismo con la construcción de una estación y este hecho relanzó la economía de la villa, si bien mantuvo el tono discreto en el que actualmente está situada.

Jadraque siempre es un lujo de pueblo. Y muchas personas ya lo han descubierto: a caballo entre la Campiña y la Alcarria, con una clara vocación serrana, los lugareños siguen mostrando con orgullo y dignidad una villa que conserva, entre los muros y paredones que vieron transcurrir lo más exquisito de la lejana historia castellana, lo mejor del estigma castizo. Jadraque es un vergel de historia y gastronomía con un toque distinto al resto de villas de Guadalajara y de Castilla entera.

Lo más destacado del patrimonio de esta importante villa alcarreña es su castillo medieval, construido por el Cardenal Mendoza en 1489 y recuperado por la Corporación por tan sólo… ¡trescientas pesetas!. Una fortaleza que esa memoria colectiva a la que llaman tradición quiso apodar de “El Cid”, impregnando a esta noble zona, por los siglos de los siglos, del glorioso pasado del guerrero medieval que ya antes levantó otro castillo en el mismo sitio en el que se yergue el actual, tras conquistárselo a los árabes. Después de muchas restauraciones, la fortaleza conserva su perímetro exterior siendo sus muros bien conservados propicios para retroceder cinco siglos en la imaginación del viajero. El castillo de Jadraque, desde donde se domina buena parte de la campiña guadalajareña, y se advierten las primeras cumbres de las Sierras norteñas, es además un lugar formidable para contemplar las impresionantes vistas que proporciona el fértil y sugerente valle del Henares.

La villa que hoy vive sumida en un ambiente de actividad comercial y económica dinámica, ausente en muchos otros pueblos de su comarca, goza de las excelencias que le ha proporcionado el resto de su patrimonio, sobresaliendo su iglesia parroquial (s. XVII), que alberga un valioso tesoro: el cuadro “Cristo recogiendo sus vestiduras”, obra pictórica de Zurbarán. En Jadraque se adivina el gusto por lo añejo admirando las construcciones populares de la Plaza Mayor, su renovado ayuntamiento y edificios renacentistas y barrocos, como la Casa de la Inquisición (s. XVII) o el Palacio de los Verdugos (s. XVIII), situada al inicio de la Calle Mayor. Aquí residió el político asturiano Jovellanos varios meses durante 1808 y fue retratado por Goya, el genial pintor de Fuendetodos. La “Saleta de Jovellanos” pervive con dibujos y adornos barrocos al fresco y fue decorada por el propio intelectual ilustrado.

Las travesías de Jadraque, repletas de puestos de venta y exposición de yeso y alabastro, denotan en la ciudad un aire medievalista, renacentista, que se confunde con el gustoso olor que desprende el plato por excelencia de la recia gastronomía jadraqueña: el cabrito asado en horno de leña, servido en cazuelas de barro, aderezado con una salsa –llamada jadraqueña- de hierbas aromáticas, y acompañado de un buen caldo tinto, hace las delicias del paladar del más exquisito de los visitantes, que dicho sea de paso, cada año acuden en mayor cantidad al otrora gran centro comercial y económico y hoy importante núcleo turístico de la provincia.

Jadraque, uno de los pueblos más conocidos de Guadalajara, guarda siempre con celo un pasado lleno de epopeya, cimentado en parte por las históricas palabras que el Poema de Mío Cid dedica a Jadraque, nombrada con su antigua denominación: “Corred con osadía, por miedo no dejéis nada. / Hita abajo, y por Guadalajara, / hasta Alcalá lleguen las algaras, / y que aprovechen bien todas las ganancias, / que por miedo de los moros no dejen nada. / Y yo con los ciento quedaré en retaguardia, / tendré yo Castejón donde tendremos gran amparo.” Jadraque, morada del Cid, de Jovellanos, de Goya, de Isabel de Farnesio, exhibe altanero su mejor carta de presentación: el castillo del insigne guerrero medieval erguido en el que según Ortega y Gasset, es “el cerro más perfecto del mundo”. Esta emergente villa avanza de manera espectacular, año tras año, sin cesar, hacia su definitiva consolidación provincial como uno de los pueblos con mayor personalidad, que hace de Jadraque el París o el Londres de la Guadalajara de nuestros días.