Camilo José Cela

6 junio 2006

60 ANIVERSARIO VIAJE A LA ALCARRIA

Un paisaje que roza la piel

Cela situó a La Alcarria en la cumbre de la literatura de viajes en lengua castellana después de la publicación de su viaje. José Saramago utilizó el estilo de Cela para escribir “Viaje a Portugal” y Manuel Leguineche considera Viaje a la Alcarria “un clásico que sigue fresco”
Nueva Alcarria, 06.06.06
Raúl Conde

El primer libro de viajes que escribió Cela fue “Viaje a la Alcarria”, publicado en 1948. Después vinieron otros, pero todos los críticos señalan que ninguno alcanzó la calidad literaria del que recoge las andanzas alcarreñas. El poeta García Perdices cantó así sus virtudes: “Ese Viaje a la Alcarria, ese libro de Cela, que tan bien ha descrito la esencia de sus gentes, la meseta fragante donde la abeja vuela o las mozas que charlan en torno de las fuentes”.

José María Pozuelo Yvancos, un auténtico especialista en la obra celiana, tiene escrito una reseña que merece la pena reproducir: “Camilo José Cela modificó, con la publicación de Viaje a la Alcarria (1948), el estilo de los libros de viajes publicados en español, pero también modificó, debido precisamente a la fuerza de ese estilo, el propio paisaje que ha quedado ya asociado para cada lector (y cada viajero) a ese libro. Adquieren la dimensión de clásicos sólo los libros que han conseguido ser con sus palabras el espejo donde una realidad geográfica concreta se mira, para tomar de sus páginas pervivencia, su nueva realidad, que antes del libro era un conjunto de pueblos (Brihuega, Sacedón, Pastrana…) y ahora es para el lector otra cosa, un paisaje, y también un destino. No hay viajero que pueda eludir los versos de Antonio Machado en las alamedas del alto Duero, de igual forma que «Azorín» crea Castilla y Baroja las tierras del Maestrazgo. Cuando un libro crea un paisaje y hace que la mirada de un territorio sea ya diferente, y quede a él asociada, ha conseguido la dimensión más alta de la literatura: la creación de una memoria” (ABC Cultural, 11.05.03).

Heredero del 98

La redacción de “Viaje a la Alcarria” renueva, o quizá más bien rescata la literatura viajera en la España posterior a la Guerra Civil. Cela se consideraba discípulo de Baroja, pero su biógrafo Marquina considera que “tiene mucho más de Valle-Inclán en su escritura”. En todo caso, hay una diferencia sustancial entre la Literatura del 98 y los libros de viajes de Cela, y es que éste no pretendía analizar, ni diseccionar la realidad española a través de sesudos viajes. Simplemente se limitaba a observar y anotar lo que observaba.
Marquina cuenta que Azorín, por citar un representante de la Generación del 98, era un tipo de escritor que si tenía una idea, por ejemplo, de Riaza, no viajaba a Riaza para confirmarla o rectificarla. La plasmaba por escrito y punto. No asumía que la realidad modificara sus planteamientos. Cela no era así. Cela viajaba a los sitios, puede que con una idea preconcebida o no, pero en todo caso se mantenía bastante fiel a todo lo que veía o sentía. “Los personajes de Viaje a la Alcarria son reales o inventados, pero todos verdaderos”, sentencia García Marquina.

El último clásico

El estilo de Cela ha sido imitado y seguido largamente. El propio José Saramago, otro premio Nóbel, confiesa que “Viaje a la Alcarria” es el libro favorito de su colega y que siguió su estela para escribir “Viaje a Portugal”. Otro gran viajero y amigo del novelista gallego, el periodista Manuel Leguineche, considera que Cela “ha sido el redescubridor de un idioma, que recuperaba de aldeas y hombres palabras olvidadas, el “revitalizador del idioma”. Sus páginas suenan siempre a nuevas. Si leemos Viaje a la Alcarria comprobaremos que el texto sigue tan fresco, tan iluminador como en 1946, sin que pase el tiempo por él. Eso es lo que se define como un clásico”. De hecho, Leguineche le consideró “el último clásico”.
Cela murió el 17 de enero de 2002. Después de su entierro, Raúl del Pozo escribió en El Mundo que Pepita de Peñalver, una de las supervivientes de Viaje a la Alcarria, “le envió la corona más hermosa desde Tarragona”. Y el cura dijo: “Sus palabras durarán más que estas piedras”. En el caso de La Alcarria, desde luego, su descripción permanece viva en el recuerdo y el relato continúa leyéndose de un tirón. Pozuelo Yvancos apostilla: “La mayor fortuna de la fórmula estilística que Cela inaugura en Viaje a la Alcarria, y que modificó la naturaleza de los libros de viaje españoles, que se escribieron distintos a partir de entonces, es haberse dado cuenta de que el paisaje no puede ser comentado, tiene que ser vivido, escuchado, dibujado, dicho. Cela lo hace creando una tercera persona para su narrador, «El viajero», narrador cuya voz nunca comenta aquello que narra, si acaso alguna vez sonríe, otras se emociona, pero siempre determinado a ocultar esa emoción o a contenerla, como si tuviera Camilo José Cela miedo a ser demasiado tierno, como si quisiera resistirse a la profunda solidaridad que le inspiran los niños callejeros, la figura de los tontos, los viejos de la taberna y los destinos de esa España árida en su noche repetida”.

Por calles estrechas

El prestigioso crítico Rafael Conte sitúa a Cela “frente a la eternidad”. Y se pregunta: “¿Y los viajes por España que inauguró por la Alcarria y siguió por Andalucía o el Pirineo de Lérida o del Miño al Bidasoa, siguiendo el modelo del gran Josep Pla, que iba en autobús y por calles estrechas mientras Cela, con quien tanto quería, lo hacía a pie y por los campos abiertos y los pueblos casi solitarios?”. Eduardo Haro Tecglen juzgó “La colmena”, que fue prohibida en su tiempo, “un relato de los ofendidos, humillados, aterrorizados, reprimidos, hambrientos, y que de ahí salía una ternura extraña a sus maneras. La que luego brotaría en el inolvidable “Viaje a la Alcarria” (El País, 18.1.02).
Otro especialista, Santos Sanz Villanueva, destaca el cultivo de Cela del relato de viaje, “con su requisito de información directa, que comienza en el pionero Viaje a la Alcarria y se continúa en un abultado número de relatos de andar y ver: Viaje al Pirineo de Lérida, Del Miño al Bidasoa…” (El Mundo, 18.1.02). En todo caso, todos los críticos coinciden en calificar Viaje a la Alcarria como el más completo y el mejor de los textos viajeros que pergeñó el novelista gallego.

En una entrevista conjunta que concedieron al suplemento de libros del diario El País, Manuel Leguineche y Javier Reverte confesaron que “los peores viajes dejan los mejores libros”. Cela anduvo por una Alcarria descolorida por la miseria de posguerra. Sin embargo, parió un texto lleno de luces que marcó un antes y un después en la literatura de viajes y que, sesenta años después, todavía emociona.

DETALLE

Libros de viajes, un género sensitivo

El escritor Javier Reverte, gran viajero y autor de éxito de libros de viajes, tiene dicho que “viajar acaba con los dogmas que arrastramos a lo largo de la vida”. Hay obras de este género memorables: “El coloso de Maroussi” de Henry Millar; “Viaje al Congo”, de André Gide; “Vía de escape”, de Graham Greene”; las rutas sudamericanas de Antonio Pérez Henares, otro alcarreño viajero; o cualquiera de los relatos del propio Reverte –inolvidables sus incursiones por África y América- o de su colega Manu Leguineche. La literatura de viajes ha demostrado su permanencia en el tiempo y sigue teniendo un gran tirón editorial. Basta acercarse a cualquier librería para comprobarlo. Aunque hayan pasado sesenta años desde que lo realizó, el viaje a la Alcarria de Cela continúa siendo uno de sus libros más vendidos. Quizá, junto a “La colmena” y “La familia de Pascual Duarte”, conforma la trilogía por excelencia del marqués de Iria Flavia. Francisco García Marquina sostiene que “Viaje a la Alcarria es una exhibición de olores, colores y sonidos y hasta los personajes están descritos por sus voces y lenguajes. Es pues un texto sensitivo que atrae y roza la piel del lector. Parece que haya sido escrito más al dictado de los cinco sentidos que por una elaboración intelectual”.