Periodismo

11 septiembre 2006

LLUÍS FOIX

Jueces estrella y periodistas

El problema es que los tres poderes clásicos de Montesquieu, el ejecutivo, legislativo y judicial, son instrumentos de equilibrio de poder que marchan separados vigilándose mutuamente. Lo nuevo es que hoy jueces y periodistas trabajan juntos. No son un contrapoder. Son el poder.
La Vanguardia, 08.09.06
Lluís Foix

Uno de los legados de nuestro tiempo lo ha dejado Silvio Berlusconi, que logró franquear el muro de lo político y por primera vez en la historia reciente la oposición ya no era entre la izquierda y la derecha, sino entre los medios de comunicación y la política. Dime qué altavoces tienes, enséñame cómo puedes construir un tribunal potente de opinión pública, cuánto dinero tienes para controlar medios de comunicación… y te diré qué posibilidades tienes de alcanzar o mantener el poder.

Berlusconi entró en la política por muchas razones. Pero una de ellas fue la de librarse de los jueces de Manos Limpias, encabezados por el hoy diputado Antonio di Pietro, que le plantó cara.

El hombre más rico de Italia ya no tiene el poder político. Pero tiene mucha fuerza con el ejército de periodistas y de medios de comunicación que controla, con la posibilidad cierta de influir en los contenidos que los periodistas vierten en la masa crítica de la opinión, a través de periódicos, radios y televisiones.

Alexis de Tocqueville que estudió la democracia americana hace dos siglos ya lo advirtió cuando escribía que si un gran número de órganos de prensa marchan en la misma dirección, su influencia, a la larga, se convierte en irresistible y la opinión pública acaba cediendo a todas sus exigencias.

El poder en todas sus extensiones derivadas del ejecutivo, legislativo y judicial ha perdido peso frente al nuevo triángulo entre la opinión pública, los medios de comunicación y los jueces.

Fueron los videos de los abusos de Abu Graib, las informaciones salidas de la cárcel de Guantánamo y los reportajes sobre cárceles secretas de la CIA en lugares desconocidos del mundo, los que llevaron al Tribunal Supremo de Estados Unidos a llamar la atención a la administración Bush para que se atuviera a las leyes americanas e internacionales.

La prensa es un contrapoder imprescindible en toda sociedad democrática porque en la base de todas las pesadillas mediáticas que sacuden de vez en cuando a una sociedad, hay un núcleo duro incontestable de realidad.

Lo nuevo que aportó la Italia de los noventa es la alianza entre medios de comunicación y jueces que han adquirido una innecesaria notoriedad. Las ideas, la verdad, el interés general, pasan a segundo plano cuando periodistas y magistrados se ponen de acuerdo en defender una misma causa o linchar a quien consideren oportuno.

El juez estrella forma parte de la fábrica de opinión pública que arrasa todo lo que se le pone por delante. El sistema democrático es vulnerable a este pugilato diario exacerbado entre jueces y periodistas y el poder establecido.

En nuestro país tenemos al inefable juez Baltasar Garzón que después de su año sabático en Estados Unidos ha regresado con nuevos bríos y se propone reactivar la causa contra Silvio Berlusconi en el caso de Telecinco. ‘The Wall Street Journal’ lo llevaba ayer a uno de sus editoriales principales.

Recordemos, de pasada, quién es Garzón. Un juez que ingresó en la Audiencia Nacional y adquirió notoriedad en los tiempos del gobierno Aznar por perseguir a ETA. Felipe González le incorporó a la lista socialista por Madrid de número dos. No consiguió lo que quería, ser ministro, y abandonó el escaño para convertirse en uno de los factores decisivos para que el gobierno perdiera el poder, en buena parte por la corrupción denunciada por Garzón y por la persecución de los delitos de los GAL.

Publicó biografías autorizadas, daba entrevistas, acudía al palco del Barça y era un personaje temible y temido. Pidió la detención y enjuiciamiento de Pinochet, abrió una causa contra Bin Laden y ahora vuelve a encargarse de la causa contra Berlusconi.

No seré yo quien defienda a esos personajes que han cometido delitos y si se prueban merecen ser privados de libertad. Pero no solamente porque lo pida la opinión pública y lo decidan unos cuantos jueces estrella.

El problema es que los tres poderes clásicos de Montesquieu, el ejecutivo, legislativo y judicial, son instrumentos de equilibrio de poder que marchan separados vigilándose mutuamente. Lo nuevo es que hoy jueces y periodistas trabajan juntos. No son un contrapoder. Son el poder.