Periodismo

8 septiembre 2007

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ

De eso, nada

Los periodistas, por ejemplo, llevamos años dándole vueltas a la idea de que los intereses de los ciudadanos han cambiado mucho en las últimas décadas y que, progresivamente, la atención de los lectores o espectadores se ha ido alejando de los temas "duros" para centrarse en lo que se llama "soft news" o información "blanda". Ahora resulta que nada de eso es cierto y que los ciudadanos se siguen interesando, más o menos, por las mismas cosas que les llamaban la atención en la década de los ochenta (o, quizás, incluso, en 1900): catástrofes, sucesos, conflictos, empleo, precios..."
El País, 7.09.07
Soledad Gallego-Díaz

Siempre ha habido multitud de cosas que se dan por ciertas sin que existan pruebas que las justifiquen. Los periodistas, por ejemplo, llevamos años dándole vueltas a la idea de que los intereses de los ciudadanos han cambiado mucho en las últimas décadas y que, progresivamente, la atención de los lectores o espectadores se ha ido alejando de los temas «duros» para centrarse en lo que se llama «soft news» o información «blanda». Ahora resulta que nada de eso es cierto y que los ciudadanos se siguen interesando, más o menos, por las mismas cosas que les llamaban la atención en la década de los ochenta (o, quizás, incluso, en 1900): catástrofes, sucesos, conflictos, empleo, precios… Por no cambiar, no ha cambiado ni tan siquiera el porcentaje de ciudadanos que siguen «muy de cerca» las noticias: oscilaba en torno a un 30% en 1986 y oscila en torno a ese mismo, y escuálido, 30% en 2006.

Esas son, por lo menos, las conclusiones de un informe elaborado por Michael J. Robinson para el Pew Research Center, un think tank especializado en el valor social de los medios de comunicación en Estados Unidos. El Pew lleva 20 años elaborando un índice mensual sobre el interés que despiertan las noticias del momento y Robinson ha utilizado ese amplísimo material (200.000 encuestados) para elaborar un trabajo titulado Dos décadas de preferencias en las noticias (http://people-press.org).

«Aunque el tamaño y el alcance de los medios de comunicación estadounidenses han cambiado extraordinariamente desde 1980, los intereses y preferencias de su audiencia se han mantenido sorprendentemente estáticos. Los índices revelan que las noticias relacionadas con desastres (naturales, incluido el mal tiempo, o provocados por el ser humano, como guerras o terrorismo) siguen siendo las que despiertan mayor interés». El segundo grupo lo integran las «noticias del dinero», que tienen que ver, fundamentalmente, no con la bolsa sino con el empleo y los precios. (De hecho, ésas son las únicas informaciones que han experimentado un aumento de atención notable). Abajo del todo se encuentran las noticias sobre países extranjeros no vinculadas con tu propio país (la cercanía sigue siendo un elemento básico) y las «tabloides», relacionadas con espectáculos y celebridades.

«La evidencia demuestra que las muy discutidas noticias blandas no han aumentado su atractivo para las audiencias nacionales. Eso no quiere decir que los medios estén equivocados en destinar una parte importante de su cobertura a celebridades y escándalos. En un ambiente tan competitivo como el de los medios de comunicación, pequeños movimientos se pueden traducir en grandes ganancias económicas», asegura Robinson. Lo que no es razonable es atribuir esas coberturas a las apetencias de los ciudadanos. De eso, nada.

El estudio tiene datos muy curiosos: la muerte de Frank Sinatra interesó mucho a un 17% de la audiencia. La de la activista de derechos humanos Rosa Parks, a un 25%. El interés por el escándalo Clinton-Lewinsky fue menor que el que despertó el de las malas condiciones de un hospital para veteranos de guerra. ¿Por qué? Robinson sugiere una tesis: la función de perro guardián de los medios de comunicación es más valorada cuando se trata de proteger a víctimas y menos cuando se ejerce sobre cuestiones estrictamente políticas.

Si tuviera razón, lo que más habría llamado la atención a los lectores de este periódico estos días habría sido la historia de Tomás Bárbulo sobre el intento de los agricultores de Castilla-La Mancha de saltarse a la torera la legislación sobre contratación de inmigrantes para abaratar el coste de la vendimia (la mayor del mundo). La sucia historia de los viticultores manchegos aguantando con toneladas de uva en las cepas y con miles de trabajadores acampados a la espera de un trabajo ilegal recuerda las peores imágenes de Las uvas de la ira. Al menos en la California de los años treinta no existían sindicatos: aquí, para su vergüenza, son los sindicatos agrarios los que se hacen los locos. Tanto como la consejera de Agricultura de la comunidad. Es una historia cercana, con víctimas inocentes, que afecta al empleo. Debería interesarnos. Claro que quizás también tenía razón Orwell cuando decía que para ver lo que tenemos delante de las narices hace falta una lucha permanente. solg@elpais.es