Periodismo

30 octubre 2007

VICENTE VERDÚ

El microperiodismo

El País, 27.10.07
Vicente Verdú

La noticia adquiere tanto más espacio cuanto más reducida conceptualmente es. Tal ecuación constituye, hoy, la base del periodismo de interés general. Un incendio en el sur de California con un millón de damnificados ocupará menos tiempo y lugar informativos que el secuestro de Madeleine. Una cuestión en el orden de la Justicia como la pugna en el tribunal Constitucional capta menor atención que los ataques a la chica ecuatoriana en el metro de Barcelona. Ambos sucesos se refieren al funcionamiento judicial pero la cuestión sólo obtiene una participación generalizada al referirse al hecho menos institucionalizado.

El microperiodismo es en este tiempo de sensacionalismo, la base del periodismo en sentido amplio, especialmente, después de que la sensación haya emigrado del hecho extravagante a la vicisitud cantonal.

Ocurre dentro de los medios de comunicación el mismo fenómeno que reina en los medios artísticos, en la literatura o en la moda. El modelo se obtiene del supuesto extrarradio y se transporta como una insignia a la corriente principal. La novela será sólo de verdad contemporánea si tiene en cuenta el blog, la moda será atractiva si recoge la inspiración de los mercadillos. Lo secundario, lo terciario, lo menudo y concreto gana presencia en el universo de la comunicación y la pequeña historia con nervio se alza con la potencia de un atleta moral o cultural en el centro de la escena. Las cosas llegan a ser así porque en ellas se posa con mayor ahínco la luz del foco. Y porque a lo más delimitado accede mejor la opinión, la pasión, la personalización. Mientras el suceso histórico y trascendente tiende a ser competencia de los expertos, el cotidiano abre las puertas al festín popular.

Cualquiera se encuentra capacitado para emitir su opinión sobre el joven valenciano asesinado, la ecuatoriana apaleada, la esposa acuchillada, la niña británica muerta o secuestrada. El microperiodismo hace ahora más famoso al fotógrafo de lady Di o de Penélope Cruz que al reportero gráfico en el frente de guerra o en el confín de un tsunami. Al nuevo valor del texto aplicado al relato íntimo se corresponde el valor de la ilustración que rasga el secreto personal.

Los oportunos vídeos de aficionados que recogen detalles de la peripecia humana o las burdas grabaciones de la videovigilancia son los patrones de las televisiones de mayor audiencia y los programas del corazón, tan simples y vilipendiados, orientan las portadas de las publicaciones serias al completar el análisis de una presidencia política o de una operación empresarial.

El pensamiento complejo ha reducido tanto su presencia en los debates que los conceptos han ajustado su dimensión a la talla exacta del discurso del taxista. Así, siempre hay conversación, interacción, discusión, tanto en las cenas de amigos como en los foros dentro y fuera de la red. Si las emisoras y periódicos, los sites y las ediciones electrónicas, conceden un mayor protagonismo a los lectores debe atribuirse a que el receptor, antes un punto perdido, ha adquirido un insólito valor para el emisor. Una circunstancia que se repite en la representación política respecto a la opinión de los electores o de los productores respecto a los gustos de los clientes. El sujeto de la demanda se convierte, con sondeos, en el diseño de la oferta o el programa.

En paralelo, el modelo del microperiodismo nace de esta metamorfosis general. Lo personal se convierte en el punto crítico y lo colectivo se desvanece en la generalidad. La materia más rentable de la información no la sirven los corresponsales desde paisajes exóticos, sino los reporteros locales. Tampoco la polémica durable procederá de una idea sino de decir José Luis en vez de Josep Lluís o preguntar al presidente cuánto vale un café. El bar viene a ser la medida de todas las cosas y el taxi el código palpitante de la ardiente actualidad. Como en la teoría de las catástrofes, el terremoto informativo encuentra su origen en una patada en la cara, un thriller doméstico o un beso arrancado en la oscuridad.