EL TEJAR DE LA MATA

 

Fax Press

1984

Manu Leguineche

 

Ya sabíamos que a la gente no le da la gana de ir a la Alcarria porque nos lo advirtió Camilo. Pero como también nos dijo que era un hermoso país, un día decidimos la descubierta que nos llevó, en otoño, a ese espacio que Dios creó entre Torija y Cañizar. Olía a leña de olivo recién quemado y una partida de cuervos alborotaba sobre la casa de piedra, que poco después sería mía. Fue un flechazo que procedía de Hita. Una vez leí en “El mejor de los mundos”, de Aldous Huxley, que “las primaveras y los paisajes tienen un grave defecto: son gratuitos”. El amor a la naturaleza no proporciona trabajo a ninguna fábrica, pero  permite situarte mejor en el mundo, en ese mundo que buscas en tu regreso a las fuentes. Cuando veo a Pepe con su rebaño, se que estoy en casa.

Vino después el rito de iniciación al paisaje y a las gentes. Es una travesía delicada de conocimiento y adaptación. Por fortuna, el origen campesino y largos viajes por el mundo, entre culturas diversas y razas dispares, me habían preparado, creía yo, para superar esa prueba si es que la hubiera. No la hubo. En ese “ninterland” que va de Cañizar a Caspueñas, vía Torija, con incursiones en Brihuega y parada y fonda en el Mesón de Sancho, creo que me muevo con gozosa facilidad. Estoy más contento que unas Pascuas con mi pegujal alcarreño. Después hube de ponerle a todo eso música, unos amigos, una escenografía, un escenario, toda una estrategia de la adaptación.

Empezó con un cordero que preparó Eusebio aderezado con un “breve” de su cosecha y transmitido, en secreto,  a través de generaciones. Siguió con la cata del pitarra, con la visita a la iglesia y a la taberna, a los poderes fácticos y con el descubrimiento de la técnica local del mus.

 

* * *

 

El País

08.08.2002

Manuel Leguineche

 

Érase una vez la Alcarria

 

Corresponsales de guerra, estrellas de cine, expoliadores de arte y escritores vagabundos. Un intenso viaje por la historia reciente de Guadalajara

John Dos Passos, Ernest Hemingway o Saint-Exupery se venían hasta aquí para respirar pólvora vencedora. En los jardines de Brihuega ya nadie muere “de amor, de desesperación, de tisis y de nostalgia”. La guerra terminó y la represión cayó como una cuchilla. A veces te preguntas si la guerra civil, con su reguero de represalias y ajustes de cuentas, habrá terminado de verdad. Esta ruta de la Alcarria está constelada de calles o plazas dedicadas al Cela andarín de mediados de los 40. Mochila, botas cómodas, cuaderno de campo con tapas de hule del que llenó veinte páginas, mapa Michelín y flores prensadas. La Alcarria es una tierra a la que la gente hoy sí le da la gana de ir, pero faltan los niños, tan presentes en su libro del viaje, que meaban “gloriosamente, desafiadoramente”.

En Cifuentes aparece un atildado Luis Cernuda retratado junto al castillo. En la capital resuena la voz de Buero Vallejo, la de Clarín que vivió allí, en su farmacia de Almonacid de Zorita, la voz de León Felipe, en Humanes, la voz de Ramón de Garciasol Ningún paisaje es feo, escribe Unamuno, ni siquiera estas tierras guadalajareñas, “desoladas, saháricas, pero muy hermosas, las tierras trágicas de hacia Sigüenza”.

Es la curva Hemingway. Se la encuentra el viajero al nordeste del palacio de Ibarra, en el término de Brihuega. Una curva endiablada que el novelista norteamericano definió cuando vino a escribir sobre la batalla de Guadalajara como “la peor del mundo”. Los del IV Cuerpo de Ejército cantaban “Guadalajara no es Abisinia”. “Huimos en desbandada con un valor increíble”, se justificaban los italianos. El poeta Antonio Agraz demostró inspiración cuando se dirigió al vencido general Bergonzoli:

General de las derrotas

Si quieres tomar Trijueque

No vengas con pelotones

Hay que venir con pelotas

 

Ernesto Hemingway era amigo de las hipérboles: una tarde de corrida definió a Bilbao como la ciudad más calurosa del mundo. “Brihuega”, escribió el Nobel, “tendrá un lugar entre las batallas decisivas de la historia militar del mundo”. Por la carretera Hemingway pasan las cosechadoras, cada vez más grandes, con televisión, aire acondicionado y sus dientes metálicos de tiburón. En esa batalla los italianos del Corpo Truppe Volontaire oyeron “A la bayoneta” y lo que entendieron fue “a la camioneta”. Muchos de ellos se escondieron en las tinajas de vino. Otros cayeron, 6.500 bajas por la gloria del Duce y del general Roatta. “Ríos de sangre, oiga usted, ríos de sangre”, te cuentan los que lo vieron. “Los bosques de encinas muy cerca del brusco recodo de la carretera de Brihuega todavía están llenos de muertos italianos que no han sido recogidos por los sepultureros.

Aún se encuentran en campos y trincheras guerreras, cuchillos, bombas, espoletas, insignias, condecoraciones, fotos de la novia Gina, de 20 años, Palermo, en podridos macutos, reliquias de una victoria que no supieron aprovechar los republicanos.  Junto a la curva Hemingway es frecuente darse de morros con piaras de jabalíes que atraviesan el badén y se pierden entre robles, aligustres y carrascas a cuya sombra reposó Hemingway, el guerrero, y bebió de la bota de vino que le tendían los de Líster.

El viaje de los corresponsales desde Madrid a Torija o Brihuega, reconquistada por los republicanos, era frecuente.

Los Dos Pasos, Hemingway, Saint-Exupery, Mathews del New York Times, Martha Gellhorn, major corresponsal de guerra que el que luego sería su marido, el premio Nobel de 1954, se venían hasta aquí para respirar pólvora vencedora, la primera victoria contra el fascismo. Vino también Errol Flynn para fotografiarse junto al palacio de Ibarra en el sotobosque, pero nunca lo hizo en compañía de Hemingway: este odiaba al actor australiano con toda su alma apasionada. Tras la photo oportunity los corresponsales volvieron al Florida para escuchar una y otra vez el disco rayado que quedó sobre el gramófono, música de Chopin. La guerra terminó y la represión cayó como una cuchilla. A veces te preguntas si la guerra civil, con su reguero de represalias y ajustes de cuentas, habrá terminado de verdad.

La tierra del viaje

Esta ruta de La Alcarria está constelada de calles o plazas dedicadas al Cela andarín de mediados de los 40. Mochila, botas cómodas, cuaderno de campo con tapas de hule del que llenó veinte páginas, mapa Michelín y flores prensadas. Amapolas, centáureas, romero, caléndulas. Aún queda algún superviviente de los que retrató a su paso, pero todavía nos hablan de Estanislao de Kotska Rodríguez, apodado El Mierda, o del brihuego Julio Vacas, alias Portillo pequeñazo y tuerto. El de la “parsimonia reflexiva” que vendía caramelos y cacahuetes a la puerta del autobús de Flora Villa. Los alcaldes de Trillo y Pastrana le pagaron a Cela la fonda, y el de Budia metió en chirona al barbudo sospechoso de no se sabe qué crímenes.

 Los viajeros de hoy recorren el camino de 1946 con el libro de Cela o la guía de Marquina bajo el brazo. “Yo amo todo lo que recuerdo: la fuente rumorosa o el regatillo seco; la mano que me dio de comer y aquellos ojos que me miraron, quien sabe su con ira, un día ya casi lejano… el tibio brazo que me abrazó y el brazo férreo e inhóspito que me encerró por no tener papeles, ni oficio, ni beneficio”.

La Alcarria es una tierra a la que la gente hoy sí le da la gana de ir, pero faltan los niños, tan presentes en su libro del viaje, que meaban “gloriosamente, desafiadoramente”. Faltan también las ancianas que hacían “media” a las puertas de las casas, las lavanderas, faltan los arrieros, las posaderas como Eloisa Corral, la dueña de La Favorita de Pastrana o los burros a los que tanto amó el vagabundo, “burros de ojos tristes y meditabundos”. Gorrión el viejo burro que acompaña a un curtido labrador camino de Cifuentes, como recuerda Pedro Aguilar, va siempre delante de su amo y lleva en la albarda cosido un papel que dice: “Cógeme, que mi amo ha muerto”, para cuando llegue la hora. Todas las horas hieren, la última mata, del reloj de Baroja que Camilo citó al recibir su premio en Estocolmo.

 

Tiempo pasado

El éxodo y la despoblación se llevaron a los padres a la gran ciudad, los Arbeteta, Felipe el Sastre, etc. En los románticos jardines de Brihuega ya nadie muere “de amor de desesperación, de tisis y de nostalgia”. Nicolás, tan trabajador y tan pulcro, gobierna sobre las flores y plantas. El alcalde briocense Jaime Leceta lucha por convertir la fábrica de Paños y el jardín barroco en Parador Nacional.

En Hita se escucha la voz del arcipreste: “Por arte juran muchos, por arte son perjuros”. En Cifuentes aparece un atildado Luis Cernuda retratado junto al castillo. En la capital resuena la voz de Buero Vallejo, la de Clarín que vivió allí, en su farmacia de Almonacid de Zorita, la voz de León Felipe, en Humanes, la voz de Ramón de Garciasol. Quedan José Luis Sampedro, autor de El río que nos lleva, la vida de los gancheros del Alto Tajo, Miguel Picazo, Ramón Hernández, Andrés Berlanga, Jaime de Armiñán y Elena en Almiruete, Josepe Suárez de Puga en Pastrana, Toya Velasco o García Marquina en El Cañal, Clara Sánchez en Galápagos. Muchos de ellos acompañantes en esta aventura hermosa y lunática de “SIGLO XXI de Guadalajara y el Corredor del Henares”.

Tierra pobre y hermosa

Unamuno pedía que no se confundiese “lo que parece triste con lo feo”. Ortega y Gasset, que se estrenó como torero por estas tierras, alabó el cerro de Jadraque y el castillo del Cid. Ningún paisaje es feo, escribe Unamuno, ni siquiera estas tierras guadalajareñas, “desoladas, saháricas, pero muy hermosas, las tierras trágicas de hacia Sigüenza”.

Lo vertical y lo horizontal, la tierra con cien “veres”: la Alcarria , la Campiña, la Sierra, la Paramera Molinesa. Pío Baroja, tan previsor, tan asustado por el futuro, se compró en Tendilla un olivar para aprovisionar a la familia de aceite. Los más viejos de la localidad nos cuentan que el novelista vasco nunca estuvo allí, en Tendilla, porque al final de su vida se amarró a la mesa camilla, hasta donde Cela le llevaba como regalo de cumpleaños tartas rebosantes de chantilly. Cuenta don Pío en La nave de los locos, por medio de la voz del arriero:

Carlistas, de Molina

Los de Sigüenza valientes

Bonitas las de Brihuega

 

Al dirigirnos hacia Trillo, una vez dejado el convento de los Hare Krishnas hacemos un alto en el que fue monasterio cisterciense de Óvila. Quizá Hemingway no lo supiera pero sobre las ruinas puso su mirada rapaz el ciudadano Charles Foster Kane de Orson Welles. William Randolph Hearst había ganado en 1899 su guerra de Cuba contra España. Como coleccionista de arte solo le faltaba comprarla, comprar las maravillas de España. Entre sotos, roquedales, arboledas, pinares y encinares se alza lo que queda del monasterio de Santa María de Óvila. El Ciudadano Kane, al ver las fotografías sufrió el éxtasis de Stendhal, se encaprichó del monasterio cuyos restos sirven hoy de cuadra para caballos y cochera para tractores. Hearst se llevó el convento piedra a piedra a Estados Unidos.

En 1931 empezó el expolio. Desmontaron columnas, capiteles, arcos, cornisas, impostas, guarniciones, doseletes. William Randolph despreciaba todo lo que no fuera medieval, por eso los arcos renacentistas se quedaron en Trillo. Cuando llegó la orden de Madrid de parar el saqueo, ya era tarde. Las sagradas piedras cruzaban el Atlántico rumbo a San Francisco.

Le llamaron el Gargantúa de los coleccionistas. Comprar da sensación de poder, y eso, el poder, era lo que Kane buscaba. Hasta en forma de columnas y capiteles cistercienses perdidos a orillas del Tajo en la profundidad de la Alcarria.

 

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El Cultural

19.01.2002

Camilo José Cela

 

Vuelta a La Alcarria

 

MANUEL LEGUINECHE

 

El viajero de 1946 volvió a su Alcarria, "ese hermoso país al que a la gente no le da la gana de ir", para quedarse unos años. Primero tomó hospedaje en el molino de Paco y Toya, en ocasiones en casa de los Campoamor, luego en Horche o en El Clavín, donde recibió la noticia de la concesión del Nobel. Ya de madrugada despidió a los últimos amigos en la puerta del chalet y en un gesto surrealista muy suyo se abrió la bragueta, miró hacia abajo y pronunció estas elegíacas palabras: "Qué poco te queda ya, Premio Nobel".


Cela consagra dos libros a la Alcarria. El primero en 1948, cuando huye en busca de oxígeno, libertad y aventura del poblachón manchego ya crecido que es Madrid y el segundo en 1986. El primero es íntimo, el descubrimiento a ras de tierra, el espejo stendaliano sobre el camino y la vereda entre "pobreza, pastores, cabras y amapolas", un microcosmos de la España que acaba de salir exhausta como quien dice de la guerra, el segundo es coral.

Cuando llegó por primera vez a Guadalajara ya era un escritor conocido. La familia de Pascual Duarte nacida en una imprenta-garaje de Burgos, de forma casi clandestina ha sonado en el mundo literario como un pistoletazo en medio de un concierto. La censura, la misma organización de la que ha formado parte le prohíbe la publicación de La Colmena, la "novela reloj, hecha de múltiples ruedas y piececitas". Por eso el escritor quiere espacios anchurosos y desconocidos para pintar una región abandonada. Camina con los ojos bien abiertos y un caudal de palabras olvidadas.

La Alcarria es el terreno que conviene a su pasión por contar y vivir. Es como La Colmena pero en el campo abierto, cerca de Madrid pero no tan lejos entonces de una Edad Media. Al fin, para Cela todo era, o podía ser, novela. Estuvo a punto de considerar así, novela, al Viaje a la Alcarria, que es, en realidad, la recuperación del libro de viajes, de mochila y borceguíes, a pinrel, del vagabundo que duerme en los puentes, en las posadas, en cuadras y graneros y hasta en la cárcel de Budia porque el alcalde le confunde con un facineroso.

El polvo del camino y el tomillo, el paisaje y la gente. Cela recoge todo eso en el libro con objetividad narrativa, con sencillez primitiva, con inocencia o con retranca gallega, con la frescura y el sentido mordaz de la observación pero también con esa piedad corregida, por la humanidad de los personajes que le caracteriza. Es también su atención a lo pequeño, a lo que escapa a la vista lo que deslumbra en el Viaje. En estos géneros acierta, aunque Cela reniegue de los géneros, en el mundo cerrado de Pascual, en la ciudad, el "Madrid transfer" de 1942 o en el regreso a la tierra.

Los tres libros van a revolucionar el paisaje literario. Es la resurrección del clasicismo. "Es un libro antiguo -reconocerá Camilo-, escrito con cabeza antigua y con ingenuidad antigua". Cuenta lo que pasa, lo que ve, frente a lo que le pasa al viajero. Es, al mismo tiempo, silva de varia lección, retrato de personajes raros y tiernos, de árboles, flores y animales, tratado de meteorología, del utillaje de la España agrícola, de tabernas y posadas, de botillería y calendarios.

Con todos esos materiales se formó en el castillo de Torija el primer museo del mundo dedicado a un libro. El último ejemplar que llegó a las vitrinas fue la traducción al chino del Viaje a la Alcarria. "Mira, decía socarrón, Estanislao de Kotska Rodríguez y Rodríguez Alias 'el Mierda' habla en chino". Es también, su viaje, una escapada de las privaciones de la época, una huida hacia delante, hacia lo que Dios y los hombres quieran. Se "vive mal y a salto de mata". Por eso Camilo elige la liberación con la mochila al hombro, ladrado por los perros, recibido con sospecha en algunos lugares pero en general con hospitalidad y mirada curiosa. No es un canto, como señalan algunos susceptibles, al esperpento, a la España negra porque al fin Cela se salva por el humor, la ironía y la compasión, el disimulado elitismo y la ternura. El viajero es astuto: sabe que la clave del buen recibimiento está en no abusar de la hospitalidad. Y se va con su petate a otro lado. De esta manera va de un paraje a otro, libre de elegir el tiempo y el itinerario.

El libro lo escribe ya de regreso en Madrid en seis frenéticos días, a mano como hacía siempre, de "cabo a rabo" sobre el cuaderno de ruta. Se trata para el crítico Robert Kirsner de "un viaje infinito al corazón de España". Y el viajero vuelve un día a la Alcarria cuando abandona Mallorca, porque tiran de él el paisaje y las criaturas de su nostalgia, orgullosas y desmesuradas, generosas o hidalgas. El gallego que ha pasado por Mallorca y Son Armadans se instala en el molino de Caspueñas, en El Clavín o en Fontanar. Es un andariego que disfruta ahora de sus románticas inversiones literarias de 1948 y 1986. No para, agota la Alcarria, recibe homenajes y nombres de calles en los pueblos más diversos, pasara o no por ellos en su anabasis de 1946. La edad y los achaques le imponen la sobriedad en el comer, otra de sus grandes pasiones. Su última etapa alcarreña le contempla en su casa de El Espinar frente a ocres farallones de película del Oeste e hileras de pinos. Allí, con el ánimo oxigenado, celebra su ochenta cumpleaños. Para los ochenta y cinco estará ya instalado en Madrid, la ciudad de la que salió en junio de 1946, con poco más de treinta años para descubrir y descubrirnos la Alcarria. 

 

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Además de los textos que Manu Leguineche ha escrito sobre Guadalajara en su extensa bibliografía, también ha prestado atención a su tierra de adopción en múltiples ensayos, publicados en libros, y en artículos y reportajes de prensa. Las siguientes páginas recogen algunos de estos textos.

 

ASOCIACIÓN DE LA PRENSA DE GUADALAJARA

ANUARIO 2.000

 

PRESENTACIÓN

 

Manuel Leguineche

 

Lo más importante después de saber algo es saber dónde encontrarlo. Dónde encontrarlo, he ahí la cuestión. La actualidad es tan abrasadora, tan veloz, tan fugaz el paso de las noticias, que se hace necesario mantener la memoria… Se dice que los jóvenes tienen el don del olvido y los mayores el del recuerdo: en algún lugar habrá que guardar memoria de lo que ha pasado. Los grandes anuarios del siglo o del año recogen con profusión de datos las grandes efemérides. ¿Quién se encarga de las pequeñas, de dejar recordación de lo que pasó a nuestro lado y que dejamos caer en el olvido? De una manera clara y ordenada, la Asociación de la Prensa de Guadalajara cumple con el deber del periodismo: sabemos dónde encontrar lo que podíamos dar por perdido, desde una feria apícola hasta una feria taurina, desde la noticia política hasta la deportiva.

Es lo que ha sucedido en nuestro entorno, ahí quedará escrito e inscrito para que los historiadores del futuro puedan contar con la memoria de que pasó y cuando pasó. Los que deseen una visión más amplia podrán darse una vuelta por la hemeroteca, pero se hará antes necesaria la peregrinación a las fuentes, que son éstas. Hay una memoria selectiva que clasifica, ordena y recoge los hechos, según nos vaya en ellos. Es esa una forma de traicionar la verdad. Está muy de moda, porque en tiempos de alta competitividad, de lucha de grandes grupos, siempre hay un interés en ocultar algo, algo que haga daño, la memoria perjudicial.

“Excidat illa dies” (Que perezca la memoria de aquel día) puede leerse en la Tebaida de Etacio, donde el poeta maldice el día que fue testigo del sacrílego combate de los dos hermanos enemigos, Eteocles y Polinice. La expresión se aplica desde entonces a los conocimientos funestos, de los cuales se quiere borrar la memoria. La propaganda trata de maquillar la historia, la reconduce hacia el terreno que le conviene. Se dice por ejemplo (el senador norteamericano Hyram Johnson en 1917) que en una guerra la primera víctima es la verdad. En medio del combate, a veces sutil, electrónico, entre los grandes conglomerados se produce una forma de censura, de olvido, de distorsión de la verdad urdida muchas veces en oficinas de manipulaciones públicas.

Por eso se hace cada vez más necesaria la justa, la neutral que no neutra, recapitulación de lo que ha pasado, un reflejo cabal de la verdad sin exclusiones. El olvido es el verdadero sudario de los muertos. Un inmenso río de olvido nos arrastra hacia un abismo sin nombre. Memoria, pues, como perfume del alma. Una de las grandes tragedias del mundo es que no cultiva la memoria o la selecciona, la subjetiviza, la desnaturaliza, la confunde, la sirve incompleta.

Por eso esta guía del año que condensa y sintetiza los hechos sin pasar por el cedazo de la parcialidad o la subjetividad cumple con una misión central, básica, propia del mejor periodismo: rescatar la noticia de peligro o la amenaza del olvido. Aquí sabemos dónde encontrarlo.

 

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Secretos a voces, grandezas y miserias del oficio de periodista

Asociación de la Presa de Guadalajara

Diciembre 2005

 

Periodismo en provincias

 

MANUEL LEGUINECHE

 

Larra nos contó que escribir en España era llorar. No se mató por eso, que él bien que cobraba sus artículos, sino por mal de amores, pero su frase ha quedado ahí prendida para recordarnos que la realidad ha cambiado poco, sobre todo para los periodistas de provincias. Del interior, cabría decir con más propiedad.

En lugares donde no existe una tradición periodística, donde ni se han fabricado ni vendido diarios resulta tarea difícil, si no imposible, abrirse camino. Lo que falta es el lector. La tarea es lenta y difícil. Los periódicos y otros medios privados del soporte de la publicidad, malviven. ¿Cómo, en esas condiciones van a prosperar los periodistas? Malviven todos. El editor, pongamos que un hombre de negocios que cree que la información es poder, se enfada un día porque ha entrado en déficit. Está enfadado el director porque el dueño se impacienta, está enfadado el redactor jefe porque el director da muestras de nerviosismo y así, si te descuidas, hasta el último becario.
Resulta tarea complicada sobrevivir con éxito en esas circunstancias.

Donde no hay harina, todo es mohína. La tarta publicitaria casi nunca alcanza para todos. En este oficio es necesario el estímulo. Creo que se estimula poco. También cabe alguna culpa en determinados profesionales jóvenes. Por lo general salen desvalidos de sus academias o universidades. Han cometido un error, que es el mismo que se comete en el matrimonio, lo han idealizado y de pronto se dan de bruces con la realidad. La gran mayoría de estos jóvenes a los que he conocido eran gente maja, bien dispuesta, con ganas de aprender. Otros, en cambio, venían para tomar el micrófono de Gabilondo o Del Olmo y pasar por caja para empezar a cobrar como ellos. ¿Cuántos son los afortunados, los elegidos?

Esta carrera es vocacional y de largo aliento. Conocí a un muchacho, que recién salido de la “Facul” pretendía ocupar un puesto de corresponsal en Bruselas porque sabía algo de economía. Otra marisabidilla me dijo en tono enfadado que ella rechazaría una entrevista que yo le encargara con Sara Montiel “porque no era su género”.

Otro empezó la entrevista entonando esa conocida cantinela (que oculta a tantos mediocres): “aquí sólo encuentran trabajo los enchufados” “Yo quiero ser corresponsal de guerra y no puedo porque ustedes han copado el camino. Viajar e informar cuesta mucho dinero, usted acaba de volver de Argelia donde ha cubierto los desórdenes, pero sólo ustedes, las vacas sagradas, pueden permitírselo. ¿Qué hacer?”. -Mira, muchacho, le dije, viajar de Alicante a Orán en una silla en cubierta porque los aeropuertos están cerrados y las plazas de cama vendidas, me ha costado 5.000 pesetas, el hotel en Orán 2000 pesetas por noche.

Eso es todo. Si has venido a pedir consejo y no a echarme una bronca, te diré que hemos trabajado como camareros en Londres, en hospitales en Frankfurt o París con objeto de invertir luego en nuestros viajes y proyectos. He ido dos veces en coche a la guerra de la ex Yugoslavia. Invierte en ti mismo. Te compras unos cuantos libros sobre Argelia, haces en el archivo fotocopias de informaciones sobre ese país, y cuando te sientas equipado y llegue la ocasión, te vas allí, escribes y se lo envías a quien te ofrezca una oportunidad. Nadie te va a dar nada gratis. Han pasado los tiempos en que los jóvenes venían pidiendo un carnet de prensa y fondos para los primeros gastos. Hay que actuar de otra forma. Luego, para calmar las ínfulas, le sometí a un juego un poco perverso: -¿Lees los periódicos? -Claro...

-Sé sincero, ¿lees los diarios y las revistas?

-Hombre, no todos.

Terminó por confesar que no, que les echaba un perezoso vistazo porque los consideraba poco “interesantes”. Esa es la prueba para el que quiere ser periodista. Pregúntale si lee los diarios. Es que no se los leen, pero no sólo ellos sino unos cuantos de los profesionales hechos y derechos, dispuestos a despreciar cuanto ignoran. Al salir de la Facultad, todo está por hacer, como antes. He procurado recibir a los jóvenes aspirantes a un puesto de trabajo. También a mí me tocó ese doloroso rito. Pronto te das cuenta si vienen rebotados de otros oficios, si de verdad están dispuestos a la travesía del desierto, a sacrificarse si hace falta. Ninguno superó el interés de Mariano Guindal, que vino a verme a la agencia de prensa que entonces dirigía. Era hijo de viuda de albañil caído del andamio; rubiaco, las guedejas le caían sobre la frente; En efecto, un rápido vistazo a la redacción del diario, te permitía comprender que todos allí estaban pluriempleados, uno en el ayuntamiento, otro en correos, otro en el catastro o en las oficinas del club. El propio Delibes era profesor de mercantil por la mañana, novelista por la tarde y periodista por la noche.

Así, en esa idea nos criamos, con más vocación que otra cosa. Ha corrido mucha agua bajo los puentes del Pisuerga. Las nuevas tecnologías han cambiado la faz y el alma de los periódicos y de los medios en general. Los han enfriado un poco. En los ya asentados como El Norte de Castilla, con tiradas decentes, los periodistas gozan de todas las ventajas, sueldos dignos, seguridad social, etc... El problema empieza en ciudades en las que -la información cuesta cada vez más cara- montas un diario nuevo, o una radio o una estación televisora.

Hay una enorme competencia, las cuentas de la publicidad no salen para todos. Perdida la ilusión, si alguna vez existió, llega la hora del muermo. Una lucha titánica para ordeñar la vaca de la publicidad institucional, una llamada a los amiguetes de la naciente industria local. ¿Hay alguna paginita para mí, media página, un faldón? Hasta algunas emisoras de las cadenas nacionales tienen dificultades para sobrevivir. Antes, en mi época, sobrevivir era para algunos redactores de provincia, vivir de los sobres. Hoy observo que algunos directores tienen que doblarse, y no solo en provincias, en jefes de publicidad (o algo parecido).

¿Qué tipo de independencia se puede esperar en esas condiciones si el que negocia la cartera de publicidad y las tarifas es el director del diario? Si eres valiente, si arremetes, porque se lo merece, contra alguna institución o empresa preponderante, lo que te juegas es el futuro. Pero es que, además, en todas partes, un medio informativo, sea de la Galaxia Gutemberg o de la galaxia Cronkite, si tiene un tejido amplio de relaciones o de conexiones o de filiales o intereses o de amistades establece un cordón sanitario en torno: mucho cuidado con tocar esta empresa o la otra, porque lo que te juegas es la madre del cordero, la publicidad. Estás en sus manos. O sea, que hay minas e hipotecas por todos lados.

Si haces un periódico acomodaticio para quedar bien con la inmensa mayoría lo que resulta del compromiso, del pacto con el diablo es algo plano, átono. Como en tiempos de Franco, mandarán lo que no irrita al poder: los socavones, los goles y los sucesos.

Por no tocar se termina por no tocar nada. Eso sí, todos los periódicos, las emisoras se llamarán de manera pomposa independientes. ¿Independientes de qué y de quién? En ocasiones resulta difícil deslindar en algunos medios dónde empieza la información y dónde termina la publicidad.

Las editoras son conglomerados tentaculares en los que mandan las cuentas de resultados, los balances, los beneficios y todo eso. Y en ese plan, ese espíritu recorre toda la empresa, tanto que a veces la deshumaniza. Los beneficios, es obvio que una empresa no puede salvarse si no es autosuficiente. Es signo de los tiempos. Antes éramos más pobres, pero es posible que más románticos.

Es patética la figura de esos advenedizos que con aires de Ciudadanos Kane cutres trampean con sus medios, sablean por aquí, convencen por allá para, con la ayuda de becarios mal pagados, seguir chupando del bote. Tengo un amplio dossier sobre algunos de estos personajes. Son los turiferarios de sus jefes que, ellos sí, cuentan con un medio para acumular poder o para desatar una campañita, para hablar bien o mal cuando convenga. ¿Qué tipo de satisfacción moral o profesional se puede sentir trabajando a las órdenes de estos que se dicen periodistas, que se pasan la vida insultando a diestro y siniestro?

Dale un periódico a un mediocre envidioso y verás lo que sale.¿Era éste el poder redentor del periodismo de que nos hablaban en la Facultad? Para los jóvenes periodistas la clave está en prepararse bien técnicamente. Cargar las pilas de la experiencia. Practicar. Saber esperar. Cualquier especialidad, desde sucesos a necrológicas, es válida en el aprendizaje. Si no vales para esto, o no te gusta, deja de sufrir, pon una mercería o dedícate a las relaciones públicas, es lo que han acabado haciendo muchos periodistas, oficios nobles donde los haya. Si estás pendiente del reloj para irte, si te niegas a coger el teléfono, no vaya a ser una noticia, si te “alagartas” en la redacción para pasar inadvertido como en la mili, esto no es lo tuyo. Yo me hinché a mandar artículos gratuitos y espontáneos a los medios de mi región, por solo el placer de verlos publicados.

Me hinché a entrevistar a los grandes genios futbolísticos o deportivos de la época, Di Stefano, Kubala, Gento, Zarra. De nada de eso me arrepiento, al contrario. Como nunca me arrepentí que Miguel Delibes me nombrara enviado especial del Norte de Castilla a las inauguraciones de las fuentes en los pueblos de Tierra de Campos, Campos de tierra. Llegábamos en el “jeep” del gobierno civil. Se subía el gobernador al balcón del ayuntamiento, echaba un discurso que siempre empezaba así: “cuando el sol cubre de tinte rosado las lomas”. Citaba a San Ignacio de Loyola, se cantaba el “Cara al Sol” mano en alto, se inauguraba la fuente, luego venía la cuchipanda y vuelta a Valladolid.

Hasta de eso saqué provecho. Claro que si un joven redactor o redactora, a lo que aspira es a seguir viviendo en Madrid, si la distancia se lo permite, abstraerse de la problemática local y seguir con la cabeza puesta en las cosas y avatares de la capital, apaga y vámonos. Ésta es una profesión en la que hay que trabajar duro, aunque algunas empresas no se lo merezcan. Si porque no mola, pasas de ir a la inauguración de fuentes, a un pequeño incendio local, a la cobertura de una agresión con arma blanca, a un robo espectacular, a un accidente en la carretera comarcal, habrás perdido una oportunidad para enriquecerte, no en el aspecto económico, sino en el de tu formación personal, en tu enriquecimiento humano.

En una ocasión, hace unos años, encargué a una becaria -los becarios son en numerosos lugares, incluso rimbombantes, el peso de la redacción- a eso de las diez de la mañana que rescribiera una información de un folio. Llegadas las dos y media de la tarde vino a mi despacho y me dijo: -Me voy a comer, director, ¿necesitas algo? -Necesito el artículo, querida Carmen. -No te preocupes, en cuanto vuelva del restaurante lo termino.
-Pero ¿tú sabes que en este oficio no se come? Han pasado cuatro horas y media...
La becaria volvió a su mesa y concluyó, todo hay que decirlo, sin ningún rictus de amargura, el trabajo encomendado.

Fue una suerte para mí haber podido trabajar en un periódico de provincias. Había tajo de sobra en todas las secciones, buenos compañeros, una dirección cabal, respeto mutuo, sentido del humor (esencial), y sobre todo curiosidad por la vida, por la profesión. Nunca fui tan feliz como cuando esperaba, ya de madrugada, junto a la rotativa la primera tirada del diario. Me gustaba mancharme las manos de tinta y luego, con el redactor jefe, Carlos Campoy, comerme en el bar de al lado un bocadillo de anchoas regado con vino blanco de Rueda. 500 pesetas era mi sueldo al mes.