Mus visto. Sólo para los que saben jugar (muy bien) al mus.

Leguineche, Manuel y Martín de Arellano, Lalo.

Plaza y Janés, Barcelona, 2000.

 

 

Es el segundo libro que Manu ha dedicado al mus. A diferencia del anterior, este está dirigido a los jugadores más expertos y consumados especialistas. Escrito mano a mano con Martín de Arellano, los autores explican algunas anécdotas en las que Guadalajara sale reflejada, así como algunos jugadores de la comarca, como Fernando del Molino o José Cortijo, con los que Manu ha compartido tardes de naipes.

 

 

Ritmo

 

   Ni siquiera has aprendido que se cuenta primero la mayor, luego la petite, los pares, el juego y el punto. Para pasarme duples te rascas la nariz. Para anunciar que estás ciego, te quitas un zapato. Siempre nos traen a punto de tralla. ¿De qué te sirve llevar en el bolsillo la estampita de San Protasio? Pierdes hasta con solomillo. Cortas sin pares, sin juego y con trece al punto. Técnica de promedios, si encima eres de letras. Para ti las de Hontanares son seis a chica y cuatro a pares. Eres un jugador de ventorro.

   Jugadores masocas, cotorras, búhos. Mejor hablar, tienen mejor callar. Sólo hay cuatro voces dignas de romper el silencio: la poesía, la música, el amor y el mus. ¿Tenía Morollón, tal vez, una facultad extrasensorial? Esa facultad que he observado en algunos jugadores, el último que he conocido en el género es Fernández Román, el gran crítico de toros en televisión con el que he compartido mesa y tapete en “El Tolmo” de Brihuega. Se sienta e inmediatamente te ves como comparsa, convidado de piedra. En fin, que toma asiento y se organiza en un segundo, se hace una idea, te ha leído el pensamiento, ha mirado y en una fracción de segundo te ha radiografiado a ti, ha hecho el retrato sobre lo que llevan o no llevan los contrarios y les ha radiografiado a ellos también. Te sientes, de repente, mudo, sorprendido, en cueros, paralizado como por la mirada de una cobra, del basilisco.

   Por cierto, Lalo, me hablaste alguna vez, al referirte al choque entre las culturas del mus, algo que te ocurrió en San Sebastián hace ya unos años. Yo también recuerdo anécdotas. En Éibar, (Guipúzcoa), aunque hace ya muchos años, jugué una vez con 10 reyes. Y otra vez, en Sacedón (Guadalajara) hice renuncio por darme mus con 31 siendo mano.

   ¿Y el tapete? Ese mantelillo verde, que es el color del Islam, es como un símbolo del rito, un elemento esencial. Hay quienes juegan sin él y parece como si les faltara algo. Un amigo de Brihuega rechaza siempre el tapete, al menos en el bar “La Taurina”, las cartas se deslizan por la formica, caen…Por otra parte, ¿el mus premia a los prudentes, como opina mi amigo, el brihuego Fernando del Molino, o a los arriesgados, los audaces como sostiene otro brihuego, José Cortijo, el creador del “corte psicológico”?