La Garlopa Diaria

19 marzo 2006

La alegría de vivir

Mónica Fernández Aceytuno
ABC, 18.03.06

Me ha llamado la atención, por su inconsistencia, el mural de Picasso «La alegría de vivir».

Antes de seguir escribiendo, tengo que reconocer que no lo he visto más que en fotografías y muy fugazmente en los telediarios, junto a otros trabajos que llegan por vez primera a España gracias a las reformas del castillo Grimaldi de Antibes, en la Costa Azul.

Qué feliz tuvo que ser Picasso en este castillo que le dejaron para que pintara a su aire con todo el espacio del mundo, vestido de marinero, comiendo erizos de mar y sandías, que salen en los cuadros, rojas y abiertas, llenas de pepitas. Lo que he visto de un vistazo me ha dado la impresión de algo que se ha pintado a toda velocidad, como si Picasso hubiera trabajado queriendo salir cuanto antes afuera para buscar erizos en los charcos de agua. Se nota a la legua que pintó divirtiéndose, alegre de estar vivo y, por lo tanto, huyendo de su arte, hacia el baño en el azul del mar, hacia la libertad del aire libre.

La alegría de vivir es eso: escaparse de lo que hay que hacer, y el mural lo refleja perfectamente. Porque la alegría distrae muchísimo, no te deja pensar ni reflexionar, sólo quiere ser vivida.

Yo me siento ahora mismo igual que cuando tenía quince años y llegaba la primavera y nos pasábamos las horas del recreo al sol y la ciudad tenía ese aire distinto y daba gusto sentarse en los bancos del parque del Oeste, o caminar bajo las acacias, sin pensar en nada. Sin hacer nada. Y esa alegría no cambia, es igual todos los años, y quisiera ahora mismo estar ahí fuera, bajo el ciruelo florecido de blanco, mirando el reyezuelo listado que veo desde aquí volar feliz, entre las flores que parece libar como una abeja.

Dicen los que saben que le costó muchísimo a Picasso pintar «La alegría de vivir», muchas horas, muchas idas y vueltas, y no me extraña, siendo tan feliz en ese momento, con un castillo para trabajar, y todo el sol y el mar, y una mujer joven y embarazada a su lado, con sesenta y cinco años, como si fuera verdad que la vida puede empezar de nuevo. Era otoño. Pero otoño en el Mediterráneo. Y el mural es azul y alegre. Inconsistente. Igual que la alegría.