Libros

12 mayo 2005

Diarios

Arcadi Espada Espasa, 2002 Premio Espasa de Ensayo

Extractos del libro:

PERIODISMO

El mejor periodismo es el que espera, devoto y mudo, que la verdad le caiga como una hostia. (p.19).

El periodismo se esfuerza en subir el volumen de sus adjetivos de condena ante determinados asesinatos. Es natural. Pero este esfuerzo incluye a veces una inesperada humanización del terror. Decir cruel atentado facilitar el decir luego problema político. (p.20).

La diferencia entre una novela basada en hechos reales y el periodismo novelado está en la presencia confesada de una trama y unos personajes de ficción. (p.45).

Cualquier asunto, por nimio e intrascendente que sea, se vuelve inconveniente para los directivos del periódico si hay un periodista obstinado en seguir con él. (p.51).

Una prensa que abre interrogantes sin cerrarlos. Una prensa insoportable. (p.52).

Las respuestas se fabrican muy rápidas y las preguntas no llegan jamás. (p.53).

Connolly: “El mejor periodismo es la conversación de un gran conversador. No tiene por qué consistir en lo que la gente dice, pero no debiera incluir nada que no pueda decirse”. (p.53).

El mejor libro de entrevistas que he leído en mi vida se llama El oficio de escrito. Lo escribieron varios periodistas y lo publicó la editorial mejicana. Era en 1967. (p.54).

En la mayoría de las ediciones digitales las noticias van firmadas por las agencias de prensa. (p.67).

En sus despachos, la ideología del periodismo gobierna con pocos miramientos y una apreciable ausencia de hipocresía. (p.68).

Se tiene a considerar, en general, que es en las noticias políticas donde el llamado “periodismo de declaraciones” arrasa. Como se sabe, este tipo de periodismo consiste en el alquiler de parcelas informativas para que los líderes políticos viertan allí sus opiniones. Las secciones políticas de los diarios son, en efecto, un anodino mosaico de titulares donde llama la atención la proliferación de verbos como declarar, manifestar, acusar y otros de igual índole, que se sustraen a la insoportable banalidad del verbo decir, mucho más insoportable. (p.69).

Una vieja y chusquera sentencia del oficio dice que los diarios se hacen, ¡chaval!, en las páginas que deja libre la propaganda. (…) Hay días que la información es solo propaganda y la propaganda solo información. (p.71).

Stephen Frears, director de cine: “El periodismo se ocupa de los hombres en un momento muy corto de sus vidas”. (p.76).

El periodismo construye, destruyéndola, la realidad. (p.77).

Hay un periodismo patético que solo habla de la guerra o el amor cuando han acabado. (p.83).

El interés público de una noticia lo fija el que la tiene. (p.84).

La única manufactura del periodismo es la que transforma un hecho en palabras. El único programa posible es andar y explicar lo que les pasa a los hombres, uno a uno. (93).

La atribución a una agencia periodística de una información que ocupa cuatro columnas en el periódico habla mal de la garantía del periódico o de la garantía de la información. (98).

Hay una geometría elemental en el oficio: a más distancia, más mentiras. (98).

Del frívolo solapamiento entre verdad y ficción arranca la crisis del periodismo. (111).

La crisis de los conceptos deja huellas a modo de pleonasmos: hablan del periodismo de investigación y hasta de los hechos reales. (112).

Al periodismo de empresa le resulta mucho más barato pagar taquígrafos que anoten los gritos en lugar de periodistas que se encarguen de la investigación y verificación de los hechos políticos. (136)

Donde no hay mediación solo hay propaganda. (136).

Joubert, el fino, el claro, el implacable: “Un periodista, para ser bueno, no debe ser demasiado superior al público, sino un primus inter pares. Y por eso los jóvenes que tienen ingenio y talento son adecuados para escribir bien en un periódico. Ya que como todos los pensamientos (incluso los más vulgares) para ellos son novedades, les dan de buena fe relieve por medio de la expresión; y gracias a su edad escriben bien lo que merece poco estar bien escrito” (144).

A Montanelli le dijeron que escribiera un mensaje para las jóvenes generaciones. Escribió: “Cuando se enciendan las hogueras, ponte siempre de parte de la bruja, aun a riesgo de tener que subir a la pira como ella”. (163).

Las necesidades del teatro, la encarnación de las noticias, que es la condición obligatoria del periodismo cuando pasa a ser un espectáculo, borran de un plumazo todo el laborioso acopio de esfuerzo, de argumentos, de sutilezas que la inteligencia colectiva de un periódico pone en movimiento a lo largo de muchos días. Nada nuevo: una imagen destruye más que mil palabras. (214).

En el periodismo moderno rige una ley inflexible que podría formularse así: “No importa la magnitud de la majadería. Importan las comillas”. (248).

El periodismo es un extraño oficio en el que a uno solo le exigen dar lo mejor de sí mismo cuando aún nada tiene que dar. (265).

Muere Gilbert Bécaud, y la ministra de Cultura de Francia, Catherine Tasca, lo despide diciendo que “suavizó la vida de los hombres”. La excepción cultural francesa (has la fecha, como mínimo) es el bachillerato. Ese reglamento de la infancia que enseña a hablar con precisión, que es la única elegancia de la lengua. Suavizó nuestra vida. ¿Hay otra forma más rápida, más clara, más económica, de explicar quién fue Bécaud? Que esa facultad esté en manos de alguien que se dedica a la política es aún más sorprendente y admirable. (269).

El periodismo debería plantearse ahora cuándo una determinada exhibición de los sucesos destruye lo real. (273).

Es un lugar común que el primer subjetivismo periodístico se produce con la incorporación o el descarte de una noticia determinada. Sin embargo, el subjetivismo se difumina a poco que nos fijemos en lo que debe ser la finalidad de un periódico: narrar hechos que ayuden a comprender el mundo. (277).

Mañana empieza a circular el euro. Es una noticia muy importante. Tan importante que mañana abrirán los bancos y cerrarán los periódicos. (279).

ESTILO DEL PERIODISTA

La novelización de los hechos empieza en Capote y acaba en este calcetín [el de Garzón en el libro de Pilar Urbano]. A algo tan disparatado como la aplicación de las técnicas de la verosimilitud (novela) a la narración de lo veraz (periodismo) no podía esperarle otro final. (p.15).

El periodista no solo media entre sujetos, entre los protagonistas del hecho y los lectores. También media entre tiempos, es decir, entre el suceso y su lectura. (p.16).

Titular: “Si no cumplieran, regresaría a Estados Unidos” (Mariano Barbacid). Los errores sirven para decir que no cumplen. Ellos. (p.18).

El eufemismo es la figura retórica más importante del lenguaje periodístico y también la pieza clave del sistema periodístico. (p.21).

El periodista (este diario ha podido saber) se hace hijo putativo de la modestia cuando justifica su presencia, y la imposibilidad de que el periodista pueda utilizar la primera persona del singular, por razones de elegancia deontológico. La irresponsabilidad manifiesta que supone publicar mentiras, enormes y graves mentiras, se camufla en irreprochable modestia al argüir los periodistas. (p.28).

Nada suele objetarse a la estrategia de mencionar la fuente, no ya por razones éticas o de mera cortesía, sino para eludir responsabilidades. (p.30).

Uno de los males endémicos del periodismo en general y del articulismo en particular: la frecuente sustitución de la denotación por la connotación. (p.36).

El entrecomillado es un artificio literario. Más precisamente: es el artificio literario que los periodistas (y los magistrados) utilizamos para advertir al lector que uno escribe lo que ha dicho, o escrito, otro. (p.37).

Yo seguí en 1993 la campaña electoral de Felipe González y vi actuar algunas veces a Garzón: era un treintañero tímido, vacilante, desbordado por la retórica de la política. Una operación de esta naturaleza sería inconcebible en una novela: hasta el lelo sabe que un niño no puede hablar con voz de hombre. Pero la ficción periodística es libérrima. (p.48).

El diálogo es una de las técnicas fundamentales, junto al punto de vista omnisciente, que el periodismo ha importado de la novela realista. Estoy pensando, ahora, en el diálogo en el que no participa el autor del reportaje y que es, siempre, una reconstrucción literaria indirecta. (p.48).

La ilusión de vida a la que aspira la ficción realista no tiene razón de ser en nadie. De ahí que en los relatos periodísticos sea más eficaz narrar un diálogo (hablo, insisto, de un diálogo en el que no haya participado el autor) que reproducirlo. (p.49).

Genuflexión ante las comillas. (p.70).

La principal razón de ser en este mundo del periodismo es el ejercicio de la mediación. (p.70).

En las secciones de cultura se practica el periodismo de declaraciones en estado puro. Los periodistas encargados de transcribir sus siempre óptimas opiniones no tienen casi nunca un mínimo criterio formado sobre aquello de lo que van a escribir: no han leído el libro que se presenta no han visto el espectáculo que se anuncia. (…) La mayoría de espectáculos no recibirá nunca la mirada del crítico, que, en cualquier caso, será tardía, desgajada del hecho y casi siempre breve y marginal. (p.70).

…un sujeto algo idiota llamado Cercas… la novela tranquilizará a todos los papás antifranquistas, porque comprobarán que sus retoños no se han movido un paso del lugar, maniqueo y sentimentaloide, adonde ellos llegaron. (p.80).

El relato mediático modifica a diario millones de vidas para bien o para mal. (p.84)

Una de las renovaciones cruciales de la democracia será el establecer los daños que provocan las mentiras mediáticas. Y el modo de combatirlas, de corregirlas y de indemnizarlas. La mentira tiene una larga tradición en el periodismo. Y brillante. El periodista es un ser masoquista y con una naturaleza muy próxima a la del escorpión que atraviesa el charco a cuestas de la rana. (p.85).

Los artículos necrológicos. Los tomo muy en serio. Distinguen a los grandes periódicos. (126).

Cada vez que se refieren a la inocencia de Joaquín José Martínez, el preso español condenado a muerte en Estados Unidos, dicen: “No culpable”. (…) Les parece que no culpable es un grado de la verdad inédita, nuevo y que la traducción literal de no guilty que practican supone un grado de inocencia más precario que el tradicional inocente. A los problemas gramaticales que sufren se añade otro que afecta a la comprensión de lo que se tramita en un juicio, que es la culpabilidad (y no la inocencia) del acusado. (134).

Los cruces de declaraciones políticas están asociados al nacimiento del periodismo y no representan desde este punto de vista ninguna novedad. (135).

Hay un hombre en Barcelona que hace muchos años que cuenta manifestantes. Lo heroico de Almirall ha sido poner en evidencia al periodismo: ridiculizar su dependencia de las fuentes oficiales. (140).

[Pareja en la playa con cadáver, en la portada del New York Times] El hecho que pretende reflejar no existió nunca. Nunca hubo esa relación de indiferencia, en una playa de la costa de Cádiz, entre los dos bañistas y el cadáver. Nunca hubo ese silencio ni esa soledad. Toda la retórica de la indiferencia, puramente imaginaria, es obra del fotógrafo, de Javier Bauluz, premio Pulitzer y hombre bondadoso. Le bastó para construirla con un encuadre que aislara a las otras figuras presentes en el drama: policías, médicos, leguleyos, personal de asistencia, curiosos, bañistas, y una óptica adecuada que colocara en una falsa cercanía a los bañistas y el cadáver. (…) El discurso del fotógrafo se instala, pues, en la pura ficción simbólica. (150).

Este es el problema, realmente terrible, del periodismo y su reto pendiente: nunca ha conseguido la exclusiva de entrevistar a un concepto. (152).

La influencia del medio en los periodistas no está tanto en cómo cuentan lo que cuentan, sino en qué cuentan y cuándo lo cuentan. La manipulación principal no está en la narración de los hechos (objetos de tantos ciegos análisis académicos) sino en lo que sucede unas horas antes: en el gesto jerárquico que manda, impide o desanima a un periodista a ir allí o allá. (160).

“El periodista y el asesino”, de Janet Malcolm. Malcolm bucea en el análisis de la traición. Su interés prioritario es dilucidar si un periodista puede utilizar la traición para alcanzar la verdad. (160).

El periodista le pregunta al jefe de relaciones externas del afamado establecimiento si operarían a Peixoto [etarra]. Y el jefe contesta que claro que sí, que cómo no iban a hacerlo, si en la clínica ya habían operado al padre del Rey y a La Pasionaria. (170).

El uso obsesivo de histórico solo refleja la profunda indiferencia que al periodismo le merece la historia. (229).

Magufo: partidarios de aplicar el método científico al desentrañamiento de la vida, designa a los videntes de cualquier especialidad. (229).

La magufería lingüística abreva en los mismo que aquellos que prohíben en algunas escuelas de Estados Unidos la enseñanza del darwinismo. Semejante magufería es incapaz de detectar en las lenguas los procesos de selección natural y se remite como cualquier creacionismo a un ser superior. (231).

La mayoría de nuestros directores y periodistas no son simplemente ignorantes: son conformistas y venales. (232).

La finalidad del ardid no es extraña al canon de la objetividad periodística: se trata de fabricar la ilusión (fortalecida, ahora, con el aporte gramatical) de que algo o alguien ajeno al yo del sujeto, y en consecuencia, a sus intereses y opiniones, narra los hechos. (…) La fórmula este periodista conjura honrosamente el peligro. (255).

Jonathan Rowe, The view of you from the Hill: Los periodistas dicen que los políticos deben cumplir un “estándar más alto”. No me lo trago. En una democracia de mercado la pureza de los medios puede ser aún más importante que la de nuestros legisladores. Un George Will, un Sam Donaldson o un Cokie Roberts [periodistas influyentes] llegan a mucha más gente que el típico congresista. Tienen mucha más voz en el debate público. (258).

Nunca he entendido el recorrido de los jóvenes aprendices en las redacciones. Empiezan pidiéndoles que describan cómo un hombre baja una escalera y cuando envejecen, ya en el pleno dominio de sus facultades técnicas, entran en sus despachos limpios, ordenados, balsámicos, mandan a la secretaria que no pase llamadas y se ponen a escribir un editorial sobre Dios. Está claro que el procedimiento debía ser el inverso. (265).

PERIÓDICOS, RADIO, TELEVISIÓN

La actividad fundamental de la radio y la televisión no tiene nada que ver con el periodismo, sino con la pura, muda y constante electricidad. (p.16).

Los periódicos se aplican al rito absurdo de describir la llegada de los Reyes, como si el lugar de los Reyes fuera los periódicos. Un año, en el periódico, me tocó editar y titular la noticia de la llegada de los Reyes. Tengo en tan alto y severísimo concepto de este oficio, y mi lugar en él, que escribí en el cajetín del título: “Los Reyes Magos llegan a Barcelona, según fuentes municipales”. (p.17).

El País marcó nuestra juventud. Ahora ya no, por supuesto. Ahora la primera obligación de un periódico es sonreír. (p.29).

A la perfección el comportamiento que exigen a sus profesionales la mayor parte de directores de diario que he conocido: la verdad periodística ha de ser presentada au point, jamás saignante. A los problemas digestivos o estéticos de los directores ha de añadirse su sensibilidad ante las demandas del mercado. (…) Cees Noteboom escribe: “Lo constante no es atractivo”. (p.51).

Estos experimentos [una periodista de El País se disfraza de musulmana para hacer un reportaje] quiebran uno de los principios convencionales de la práctica periodística, que consiste en la identificación del periodista como tal, allá donde fuere. (…) Creo que el periodista no ha de disfrazarse. (p.58).

Cuando un periodista quiere escribir un reportaje del tipo Así viven los turcos en Barcelona habla con muchos de ellos. Confronta experiencias y las liga pacientemente en un relato. Pero a la disfrazada le basta con exhibir su espectacular experiencia para que el diario titule así. En el peor periodismo siempre triunfa la más extrema sinécdoque. (p.61).

Los ciudadanos escuchan la radio, ven la televisión y leen los periódicos dispuestos a que les narren hechos. Ese es el contrato. Y por lo tanto, narrar una ficción en los medios es quebrarlo. (p.85).

La noche del 30 de octubre de 1938, ellos habían escogido la radio y no el cine ni el teatro: el lugar de los hechos y no el de las ficciones. Su terror era una prueba de confianza. (…) Welles nos había demostrado, de un modo elegante y contundente, que los medios pueden mentir y que es preciso mantener ante ellos una actitud de duda vigilante. (p.86).

La ficción inverosímil adquiría estatuto fáctico después de su paso por la emisora de radio: el mensaje es el medio, en efecto. (p.86).

El reproche escolar es que los periódicos nunca explicitan la raza de los asesinos cuando es blanca. Pero esta decisión solo obedece a razones de economía expresiva: son los blancos los que cometen la mayoría de crímenes. (91).

La radio y su capacidad atmosférica. Mi madre siempre ha vivido en Barcelona, pero únicamente escucha emisoras de Madrid, como es habitual en tantos catalanes cosmopolitas. Una mañana, después de levantarme, le pregunté por el tiempo que hacía y me contestó con una absoluta naturalidad de la que solo se recuperó segundos más tarde:
-Ahora en Barajas estamos a catorce grados. (237)

Uno crece con un periódico. Descifrándolo primero. Aprendiendo desesperadamente con él. Luego midiéndose con él, hasta desafiándole. Después, en una larga meseta donde ninguno de los dos aprende nada sustancial del otro, solo espera de él compañía y lealtad. Lentamente, va llegando el día en que los abismos de lo desconocido van volviéndose tan profundos e indescifrables como lo eran cuando niño. Pero eso está lejos aún. En la meseta, donde ahora estamos, las traiciones han dejado de ser motivadoras, ya no enardecen. Solo amargan. (269).

GABINETES DE PRENSA

En cuanto a lo que están haciendo en sus oficinas [gabinetes de prensa] nada tiene que ver con el periodismo. (…) Es cierto que entre la información que hoy producen algunos gabinetes de prensa y lo que aparece en los periódicos al día siguiente no hay apenas diferencia. Pero eso no significa que el confidente se haya convertido en periodista, sino que el periodista se ha convertido en confidente. (138).

Se dice, en el más angosto canon periodístico, que el lenguaje de las agencias supone la expresión más perfecta, más natural del grado cero de la escritura, descrito por Roland Barthes… (217).

11 SEPTIEMBRE 2001

Guardar como en sagrario los análisis más sofisticados. Descartar los más evidentes. De aquí a un año habrá un himalaya de análisis sobre el 11 de septiembre y la construcción de lo real. Sobrevivir allí, entonces, esta es la cuestión. Está bien, trabajar fuera de foco, como recomienda Kapuscinski. ¿Pero cómo escapar al foco cuando tiene la dimensión de al tierra? (192).

La única, pero decisiva, ventaja de los diarios sobre cualquier otro medio es el silencio. Se lean o se escriban, los diarios. Pienso en las mentiras que llevo escuchando durante las últimas horas. No es lo errores, sino en las mentiras. La más grande es la que atribuye a una sofisticadísima operación los atentados. (193).

EL MUNDO EN VILO A LA ESPERA DE LAS REPRESALIAS DE BUSH (El País)
El titular es poco afortunado, sobre todo porque no responde a la verdad. Si el mundo está en vilo es más bien al comprobar a qué nivel de crueldad y de espectacularidad ha llegado el terrorismo. (194)

El diario salió ayer a la calle con una edición urgente, que como suele ser habitual no ha visto casi nadie, pero de la que casi todo el mundo habla (para eso se hacen), y que llevaba este titular:

AMÉRICA ATACADA

Excelente titular, porque era cierto y porque era nuevo: nadie había atacado jamás a América. Pero los que hicieron aquel día el periódico creyeron que no podían repetir horas después el mismo titular, en la edición del 12. (195)

Si al día siguiente compraron su diario no fue, en puridad, para enterarse de algo nuevo sino para tener una prueba caliente, tangible (ese contento al tacto que tan difícilmente darán las ediciones electrónicas), de que estaban vivos y habían vivido aquello. (195).

A la vista de todos los periódicos extendidos sobre la mesa hay que preguntarse, sobre todo, por los que proponían silenciar los actos terroristas. Sin duda, era su momento. (196).

El escritor Muñoz Molino está en Nueva York. Su periódico le pide que escriba. ¿Qué hace un hombre que ha venido a aprender inglés en el piso treinta de un bloque de apartamentos del Middletown (supongámoslo, todo eso), cuando suena el teléfono y su periódico le dice que debiera escribir algo? Por de pronto cierra la televisión y baja a la calle, claro. Es lo primero que se le ocurre a cualquiera que ha pasado de los cuarenta años. Va buscando argumento. Se siente como feliz: ¡oh, innoble cinismo de los que se dedican a la realidad! (197)

Parece que el patriotismo americano ha decidido no mostrar los cadáveres. (…) No dudo de que haya quien obtenga placeres ante la visión de un cadáver. Pero me extraña que los diarios, tan celosos de servir a la mayoría, se fijen en ese irrisorio tanto por ciento de gentes turbadas, qué digo, más (que) turbadas, ante un hombre destrozado. Los cadáveres son necesarios en los periódicos. Es necesario el gesto de apartar la vista de ellos, el disgusto. (199).

Los deontólogos apelan a la necesidad de evitar las tentaciones, los patriotas a la necesidad de mantener prietas las filas. Es lo mismo si lo pensáis bien. (199).

Umbral, un escritor español: “New York es la doncella que iba a florecer sus pechos cuando cayó transida por la ráfaga turbia de Oriente”.
El pobre hombre.
(201).

Richard Dawkins ha escrito un artículo memorable en The Guardian: “Me refiero a la desvalorización de nuestra propia vida. La religión enseña el absurdo peligroso de que la muerte no es el extremo final”. (202).

En Afganistán, el gobierno de los talibanes decide si entrega o no a Bin Laden. Quien al parecer va a decidir sobre el asunto es un consejo al que un diario llama “Los sabios afganos”. ¿Sabios? ¡Clérigos! (205).

[imágenes de la Cnn de palestinos supuestamente riendo por el ataque del 11-S]
No reconoce el miserable uso sinecdótico que hizo de una docena de palestinos, convirtiéndolos en contrapeso del mundo (¡hay que mostrar todas las opiniones!) y provocando que por su boca riera toda Palestina, estigmatizada como la nación de la infamia. Ese periodismo como un terrorismo, que solo trabaja con símbolos. (206).

Empieza el ataque contra Afganistán. Muchos periódicos utilizan una insólita retórica en sus portadas: Bush y Bin Laden, fotografiados a igual tamaño, como capitanes de sus respectivos ejércitos. (…). La legitimación de un hombre que ha llegado a esa portada tan solo gracias a sus crímenes, al que ninguna nación, pueblo o colectividad cualquiera ha elegido como representante, y el engaño cruel de que en el desierto de Afganistán vaya a producirse un combate entre dos ejércitos, liderados por sus respectivos comandantes en jefe. (214).

La portada de La Vanguardia muestra un avión, enorme como un insecto bajo el microscopio, que suelta innúmeros chorros de espuma blanca contra el cielo de un azul purísimo. (…) Con independencia de cuál haya sido su origen real, la fotografía es la propia del catálogo de la fuerza aérea de Estados Unidos o del fabricante de los aviones. Jamás de un periódico. (…) Apostaría un penique a que los diseñadores han dicho esta mañana qué bien nos quedó la tapa y que los deontólogos no pondrán objeciones a su publicación, dado que no muestra restos impactantes. (227-228).

Todos los sucesos del día [guerra de Afganistán] están perfectamente controlados por las agencias de prensa internacionales y las aportaciones particulares de cada periódico se reducen al detalle periférico, a lo que llaman las historias humanas. (250).

La razón es el espectáculo en su versión más nítida. El espectador, incluido en este caso el lector de periódicos, exige ver a su actos en el teatro de operaciones. Lo que siga es secundario. (250).

En las obligatorias circunstancias de oscuridad que se viven, un ejemplo de decencia consistiría en explicar a los ciudadanos la imposibilidad de obtener información. (251).

Cuatro días después de los atentados del 11 de septiembre el New York Times empezó a publicar las biografías de las víctimas. Hoy acaban, aunque el periódico anuncia que proseguirá el trabajo en su edición digital. (…) Se trata de ejemplos supremos de lo más digno que el periodismo puede hacer con la violencia. Pero van más allá. Establecen cuál es la única forma de conocimiento posible en este oficio. Un hombre, una vida. Contra la broma siniestra del hombre que mordió un perro. (280).

TERRORISMO

Los terroristas dicen, en una de sus publicaciones, por qué mataron al socialista Ernest Lluch. Varios diarios de la ciudad recogen esas explicaciones, pero evitan darle a la guerra sucia el protagonismo que le dan los terroristas. El siniestro círculo vicioso estaba trazado: a mayor mitificación de la víctima, mayor mitificación de sus asesinos. Mentiras sobre mentiras. (p.23).

El reflejo más exacto del autismo político catalán, de su escandaloso desvío de todo lo realmente importante que ha pasado en España en los últimos veinticinco años, el reflejo patético de su inofensividad está en la reacción de su sociedad política ante el asesinato de Lluch. “¡Diálogo!”, gritaban. No lo habían hecho antes, con los muertos del País Vasco, de Sevilla o de Madrid; ni siquiera lo habían hecho con los muertos, periféricos, propios. Empezaban a gritarlo cuando ellos, los del establishment, se veían amenazados como nunca antes. (p.24)

A pesar de sus elusiones, creo que Juliá se muestra partidario de que Otegi no salga por la televisión. Opina que la aparición lo hace más real. Por supuesto. Esa es la razón suprema por la que debiera aparecer cada día. Aún recuerdo la primera vez que escuché hablar a ese hombre. La impresión de vulgaridad fue sorprendente. (…) Juliá parte de la consideración, más o menos habitual en los análisis sobre los medios, de que la exhibición del mal contribuye a expandirlo. Yo creo todo lo contrario. El mal no soporta el foco. (p.31).

Los periódicos, especialmente sus suplementos dominicales, y las revistas ilustradas banalizan la violencia mediante recurrencias míticas diversas. Los medios tienen que hablar de los terroristas; incluso tienen que hablar con los terroristas. (p.32).

Soy muy partidario de la exhibición de los terroristas en los medios: en cuerpo y alma. Pero añadía que siempre que no se olvidara su naturaleza. Cada uno está en los medios por lo que es. (116).

Lo que deberían hacer los asesinos es lo contrario de lo que establece la justicia: exhibirse ante el foco y contribuir a su seguridad y a su futuro tratando de buscar, mediante una representación convincente, la piedad y el perdón sociales. Eso que se dice explicar su historia. Al cabo de media docena de reportajes espectaculares, a fondo y en canal, la curiosidad se vería saciada y entonces comenzaría el real olvido, que es el de la mercancía mediática utilizada y gastada. (139).

El terrorista pretende que la prensa, y con ella la opinión pública, vea lo que ve él cuando aprieta el botón de la bomba: todo menos un hombre. Formados en la superestructura althusseriana y en la muerte del sujeto, algunos periodistas asienten sin problemas. (144).

La crónica era muy larga y con muchos detalles. A todas las víctimas las mataron jóvenes, agresores, autores, un grupo armado. Nunca terroristas ni asesinos. (169).

El fin del terrorismo no es la muerte, sino el anuncio de la muerte; no es la muerte la condición de su hazaña, sino la noticia de la muerte. (222-223).

El jefe de Reuters, Steven Jukes, explicaba en una carta interna a los redactores de la agencia por qué no deben utilizar la palabra terrorista en sus despachos: “Todos sabemos que lo que para un hombre es un terrorista para otro hombre es un combatiente por la libertad”. Prefiere llamarles activistas. Le debe de parecer más técnico. El punto de vista de Jukes es el mismo que impidió que en El País del año 1979 apareciese la palabra terrorista. (223).

La frase con la que justifica la norma de estilo es un ejemplo perfecto de su patética confusión mental: practicar el terrorismo y combatir por la libertad no son necesariamente términos antitéticos. (224).

¿Obtiene la policía alguna ventaja en la lucha contra el terror por exhibir los planes terroristas? No. Lo que la policía obtiene con ello es la satisfacción de su vanidad; la justificación ante el público de su trabajo. (241).

VACAS LOCAS

Vacas locas:

No recuerdo una sola investigación rigurosa sobre la posibilidad de que los ganaderos patrios hubiesen dado piensos cárnicos a sus animales. Ni sobre cualquier otro aspecto del problema. Ahora, y desde la aparición del primer caso de la enfermedad en España, los periódicos dedican cada día varias páginas al asunto. (p.34).

Las razones por las que el periodismo reacciona tarde y contribuye a la expansión de la histeria son múltiples y encarnan por sí solas la crisis del oficio. Entre ellas hay también razones económicas. Un esfuerzo informativo como el que ahora se hace cuesta bastante dinero. (p.34).

La noticia de que haya aparecido una vaca loca en España paga ese esfuerzo. Y eso solo a partir de esa noticia como se genera una demanda de informaciones que no tendrían salida comercial de otro modo. Sin esa noticia, no hay recursos. (p.34).

RAVAL

Los periodistas no quieren ser noticia para evitar la posibilidad de verse tratados como hoy me tratan los periódicos. Ninguna crónica tiene que ver con lo que dije ante el juez [caso Raval]. (p.26).

Que el juez [del caso Raval] esté llevando el juicio con destreza es una opinión, sujeta por tanto a diferentes versiones. El periodista, a pesar de que las ambiguas reglas del género se lo permitirían, no la sostiene abiertamente y se encomienda a diversas fuentes judiciales. Lo hace incurriendo en la ilegalidad deontológica: la mayoría de libros de estilo, incluido el de su periódico, especifica que solo pueden mantenerse en el anonimato aquellas fuentes que describan hechos y nunca las que emitan opiniones. (p.38).

Hay otro tipo de seres a los que de pronto el foco mediático deslumbra y destruye, y que una vez destruidos, por efecto de la construcción mediática, regresan a la penumbra, pulverizados. Es evidente que estoy pensando en las víctimas del caso del Raval. (137).

En la primera página de Raval escribí que mientras investigaba el asunto combinaba mis visitas diarias al barrio de los pobres con matinales veraniegas en la piscina más refinada de la ciudad. (…) La descripción de los hechos necesita unas determinadas condiciones de luz, es decir, que los focos se hayan apagado, y una distancia correcta: desde muy lejos o desde muy cerca una catedral es el mismo poro marrón. (162).