La Garlopa Diaria

20 noviembre 2008

Premios El Mundo

La entrega de los Premios de EL MUNDO fue ayer el enésimo baño de masas para Manu Leguineche. Alguien dijo: este premio no prestigia a Leguineche, es Leguineche el que prestigia al premio. Creo que era verdad a tenor de las muestras de cariño que recibía: no le dejaron en paz, desde que llegamos antes del aperitivo hasta la hora de la sobremesa. Abrazos, besos, felicitaciones, recuerdos, algún atisbo de lágrima, sonrisas. «Me dan muchos premios porque tengo muchos amigos», dijo luego cuando Zapatero le entregó la estatuilla.

Manu pidió una cerveza antes de comer, pero su médico, que es el incombustible Manolo Millán, no le dejó y le trajo un zumo. Al final agarró una caña cuando un camarero vino a ofrecérsela mientras charlaba con Rajoy. En ese momento, por cierto, también nos dijo el presidente del PP que no volvería nunca a montar en un helicóptero. «Todos los 1 de diciembre nos volvemos a reunir para cenar juntos Esperanza, el alcalde de Móstoles, el cámara de Antena 3 que iba con nosotros en el accidente y yo, este año le toca invitar al alcalde de Móstoles», dijo. Y Alberto Ruiz-Gallardón, a su lado, le contestó delante de todos: «Presidente, ¿y por qué os gusta recordar este hecho?» Rajoy se encogió de hombros y respondió: «porque es como un cumpleaños, volvimos a nacer».

Por cierto, a Gallardón, que iba con muletas, le preguntó la periodista de El Mundo Lucía Méndez qué le había pasado. Gallardón no vaciló: «es que el otro día estuve en una rueda de prensa de El Mundo y fíjate lo que me pasó…». Carcajada general. El alcalde de Madrid domina la situación, sabe estar, es encantador de serpientes. Rajoy me pareció amable y educado, pero algo tosco. Saludó uno por uno a todos los que estábamos junto a Manu, pero le costó entrar en conversación. Rodríguez Zapatero también estuvo más suelto, y eso que no es la alegría de la huerta precisamente. Le vi mustio en los postres. Muy serio. «¡Después de la Cumbre del G-20, esto te parecerá una minucia!», le tuteó Lucía Méndez al presidente. «Que va, que va…»

Manu (y Gabriela, su asistenta, que alucinaba) estuvo sentado en la mesa con Pedro J., Zapatero, Rajoy, Esperanza Aguirre, Gallardón y los periodistas de Corriere della Sera premiados, Rizzo y Stella. Le decíamos: ¡Menuda mesa, coño, sólo te falta el Jefe del Estado!

Los dos periodistas italianos, cuando subieron al modesto escenario a recoger su premio, pronto aclararon: «una alegría ver al ‘capo del Governo’ y al ‘capo’ de la oposición sentados juntos, en una mesa, esto con Berlusconi y Veltroni sería imposible».

A Vicente Romero, el histórico reportero de TVE, lo tuve a mi derecha en la comida. Es un tipo magnífico y divertido que las tira con bala. Primero me dijo que no se ha acogido al ERE de TVE (él quiere seguir al pie del cañón hasta su jubilación forzosa). Luego disparó: «¿qué cojones pintan en un acto como este empresarios como Florentino Pérez o Entrecanales?» Llevas razón, le respondí, pero a Sánchez Galán, el de Iberdrola, vamos a dejarlo en su sitio porque es el que paga el sarao… Muy cerquita de nosotros, Fernando Múgica, que hizo de presentador del acto, confesó que la nueva sede del periódico (agrupa a todas las publicaciones de Unidad Editorial, más de 2.500 personas) «es cien por cien propiedad de los italianos», o sea, de Rizzoli Corriere della Sera (RCS). El edificio es moderno, espacioso y luminoso, pero la redacción no está junta. «La gente se mete en internet en cada puesto y se ha perdido en relación con los compañeros», aseguró. Fernando es un histórico de El Mundo que ha rechazado puestos directivos. Quiere seguir en la brecha. Ahora ha recuperado su pasión por la fotografía: «me he metido en deportes, el sábado voy al Bernabéu a hacer el partido del Madrid, hacer fotos de fútbol es dificilísimo».

El discurso de Zapatero fue sobrio e institucional. «Manu, es tu día y es tu acto», proclamó. Y se deshizo en elogios hacia la democracia norteamericana, que tampoco venía muy a cuento. El discurso de Rajoy rebosó ironía y un punto de galleguismo: todas las frases las cierra con un: «¿o no?» Los dos, tanto Zapatero como Rajoy, dijeron aquello de: «este vasco de La Alcarria…» La Alcarria fue varias veces mencionada, Brihuega una vez y Guadalajara ninguna. Por cierto, cuando Zapatero le preguntó a Manu «¿qué tal por la Alcarria?», Pedro J. Ramírez exclamó: «¡si le damos el premio por eso, por vivir en Brihuega!». ¿Qué quiso decir el señor Director de El Mundo? ¿Que Brihuega es muy grande y por eso se le da el premio o que Brihuega es el fin del mundo y por eso tiene mérito Manu de haberse ido a vivir a un lugar tan minúsculo y apartado? No me quedó claro.

La presidenta de Unidad Editorial, Carmen Iglesias, nos obsequió con un larguísimo discurso plagado de citas literarias que ilustran el periodismo, dicho sea de paso, bastante menos que el ejemplo de cualquiera de los reporteros allí presentes. Cuando esta señora comenzó a hablar, Ángela Rodicio, que también estaba en nuestra mesa, sacó un libro y se puso a leer.

Pedro J. hizo una metáfora alambicada de un barco (su empresa) que está en medio de la tempestad y a duras penas se mantiene a flote, «aunque ya asoma la popa». Aseguró que las empresas están en crisis. Ni rastro en sus palabras de los trabajadores. A esos que les den, incluido a los más de cien de Unidad Editorial que se van a ir a la puñetera calle. «Los periodistas, los redactores, somos muebles para ellos», susurró Vicente Romero. Marisa Ciriza, otra gloria de TVE, ahora en la FAPE, me hizo una pregunta inquietante: «¿estás seguro que el Observatorio para el seguimiento de los despidos va a servir para algo?».

En sus palabras improvisadas, Manu fue el único que se acordó de los jóvenes. Después de sentenciar que «el periodismo está acabado» (textual), recalcó: «habrá que buscar nuevas vías porque los jóvenes necesitan estímulos».

En fin, que el premio de El Mundo fue sincero. Manu les ha ayudado mucho. El propio director reconoció que fue a través de él como llegó Umbral a la columna de la última página. Su viuda, María España, le despidió con un sonoro beso.

Resultó pedagógico para un novato como yo compartir jornada con algunos de los pesos pesados de esta profesión que nos corroe a todos. Y vi a Manu feliz, a pesar de la avalancha de premios de estos últimos meses. El día anterior había estado en Vitoria, recibiendo el Euskadi de Literatura de manos de Ibarretxe. Está aguantando como un jabato, se le ha subido el ánimo y tiene ganas de marcha. «Os invito a cenar luego», proclamó el maestro cuando los de Guadalajara cerramos la fiesta de El Mundo. Pero era miércoles y había que recogerse.

Me gustó lo que le oí a Jesús Hermida: «el periodista tiene que volver a su trabajo de observador».