Periodismo

13 diciembre 2005

El dilema de la prensa de calidad

4-12-05
Miguel Ormaetxea

La prensa de calidad es un baluarte básico de la democracia, el pluralismo, la cultura y, a la postre, de la riqueza de una sociedad. Sus señales de alarma deberían hacernos reflexionar a todos, movilizar a los políticos y a la sociedad civil. Y esas señales se reiteran. Veamos algún destello muy reciente.

«Le Monde» es una de las luminarias históricas de los diarios de calidad del mundo, pero su cuenta de resultados no levanta cabeza. En 2003 perdió 15 millones de euros, sumando en los tres últimos ejercicios 40 millones en números rojos. El líder de la prensa diaria francesa, con una difusión media de 407.085 ejemplares, vió como sus ventas en kiosko disminuyeron un 6-7% el pasado año, según su presidente, Jean Marie Colombani.

«Le Monde» ha consolidado un grupo con una facturación de 700 millones, pero las pérdidas continuarán al menos este año. Para despertar las ventas se ha lanzado recientemente el magazine de fin de semana «Le Monde 2», una operación de cinco millones de euros.

Estos datos se inscriben en un contexto muy complejo para la prensa diaria tradicional en Europa y América, que ve como sus ventas se erosionan año tras año, a pesar de costosísimos esfuerzos en márketing. Pero «Le Monde» se ha comportado el año pasado peor que la media de sus competidores franceses.

Su indiscutible calidad sale perdiendo en su confrontación con «Le Figaro», que ofrece con el diario un DVD en el fin de semana por tres euros. El propio «Le Monde» del martes 2 de marzo informaba del intento de lanzar en Gran Bretaña un nuevo diario tabloide de calidad, que no casualmente se llamaría «The World».

El promotor de este proyecto, Stephen Glover, uno de los tres fundadores de «The Independent» en 1986, constata un descenso del nivel de la prensa de calidad británica, reputada tradicionalmente entre la mejor del mundo.

Según él, la prensa de calidad se ha visto empujada a adoptar el tono, el estilo y los métodos de los tabloides populares, mezclando la información y el comentario, la búsqueda de la exclusiva a cualquier precio, el vedetismo de las firmas, con mayor espacio para los deportes y el «showbiz», etc.

Esta evolución está dejando un nicho para los lectores más exigentes, decepcionados por la tendencia actual. El problema es que Glover necesita 22 millones de euros para su proyecto, que lograría el equilibrio financiero con unos 100.000 ejemplares de venta, la mitad de la tirada del más pequeño de los diarios británicos de calidad, «The Independent».

No es tarea fácil, en un momento en el que las tiradas se estancan o caen, con una guerra de precios en el kiosko muy dura, que acaba beneficiando a los grupos más poderosos. Recordemos que al otro lado del Atlántico, el «New York Times» ha perdido 45.000 lectores en la Gran Manzana desde 1998. Allí el decano de la célebre universidad de Columbia, Alan Brinkley, entona un diagnóstico muy preocupado sobre el periodismo de calidad en linea con lo que dice Glover.

La prensa que crea la opinión más influyente del mundo está cogida en una pinza fatal, asediada por un cierto sensacionalismo ascendente, partidario y manipulador, la tendencia hacia la gratuidad, la revolución rampante del las TICs, los imperativos de la cuenta de resultados y su propia y larvada pérdida de identidad. Un dilema mayor que compete a la libertad y a la vida de todos.

Y, por ahora, todos perdemos.

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El dilema entre el sitio digital y el papel

Algunos de los diarios más influyentes del mundo se debaten atrapados en una cierta paradoja: sus sitios digitales marchan viento en popa, pero sus ediciones tradicionales en papel encallan y sus cuentas de resultados están contra las cuerdas. Ante este dilema, revisan sus estrategias en direcciones dispersas.

La «biblia» americana, el «New York Times» está considerando cambiar su modelo de negocio en la Web y empezar a cobrar por los contenidos de NYT.com. ¿Por qué, si es una éxito colosal? Ha sobrepasado los 18 millones de visitantes al mes y su facturación publicitaria está creciendo entre un 30% y un 40% anual. Es un negocio de 100 millones de dólares con sólidos márgenes.

El problema es que New York Times Co. no pita, a pesar de los esfuerzos y las inyecciones inversoras de su propietario, Arthur Ochs Sulzberger Jr. Según «BusinessWeek», la compañía fracasó claramente en 2004 en su intento de conciliar la calidad con el crecimiento. La cotización de la empresa ha caído el 25% desde el 2002, los beneficios del pasado año son el 4% menores y la circulación del diario y la publicidad están estancadas.

Las dudas no son baladís, porque la publicidad digital está dando un salto. Este año alcanzará en EEUU una facturación de 9.700 millones de dólares, el 3,7% del total de la publicidad. Y ante esa perspectiva, que prima el número de visitantes, arriesgarse a perder algunos millones a cambio de cobrar puede no traer cuenta.

La combinación de fórmulas, como hace el «Wall Street Journal» parece abrir camino. El sitio del diario económico (algunas de cuyas ediciónes en papel languidecen) tiene 701.000 suscriptores que pagan 79 dólares al año. Pero, gracias a las partes en abierto, 5,8 millones de usuarios vistan el sitio cada mes, lo que permite que la publicidad de WSJ.com facture 30 millones de dólares.

Esto ha influido en que la división electrónica de Dow Jones acabe de cerrar la compra del sitio financiero MarketWatch por 519 millones de dólares, siete veces su facturación del 2004, con lo que espera que, junto a WSJ.com, Dow Jones digital alcance los nueve millones de vistantes únicos. Hay efervescencia en los portales financieros de la Web, ante la perspectiva de buenos tiempos.

El caso de «Le Monde» es más extremo. El influyente diario es una ruina, ha perdido 54 millones de euros en tres años, pero lemonde.fr se ha convertido en el primer sitio de información general de dirigentes empresariales de Francia, con 50.000 abonados de pago y medio millón de conexiones diarias. Su facturación publicitaria creció el 40% el año pasado, pero aún es veinte veces menor que la que factura su hermano de papel, siendo ésta terriblemente declinante.

Pasa quen estamos en una transición (tal vez perpetua). Lo viejo declina y lo nuevo aún no ha crecido lo suficiente.