Galve de Sorbe

3 marzo 2006

CRÓNICA

Galve de Sorbe, folclore y Medievo

Galve de Sorbe es un pequeño pueblo situado en la ladera norte de la Sierra del Alto Rey, en la provincia de Guadalajara. Típico y brillante ejemplo de las muchas que el viajero se puede encontrar si decide adentrarse en el turismo rural, el de tierra adentro. Villas y aldeas que, como Galve, no admiten indiferencia, o se odia con rabia o se ama a rabiar. O se desprecia con soberbia o se estima con pasión. Sierras de cerros y altos desde donde se divisan ambientes celestiales y llanuras largas, con campos de color ocre, que se entremezclan con el azul límpido, puro y neto del cielo de esos días soleados, que con la brisa característica de las alturas serranas, forman lo que en realidad es: un portento de regalo para nuestros ojos.

Accedo a Galve por la carretera de Guadalajara. La villa se presenta extendida, con el referente extraordinario del castillo medieval, que se yergue con su torre del homenaje intacta del siglo XV. El pueblo no lo habitan más de doscientas personas, pero cuenta con una buena red de servicios. Hoy es día de fiesta en Galve y los danzantes primitivos de la localidad ejecutan sus clásicos bailes, del tipo de paloteo, una de las tradiciones más ancestrales de Guadalajara. Son ocho y el zarragón, personaje que se encarga de proteger al resto. La gente se queda asombrada por descubrir espectáculo semejante. La eucaristía en honor a la Virgen del Pinar es el momento álgido de las fiestas patronales y los danzantes bailan a la Virgen en una procesión cargada de fervor.

Después de comer, por cierto muy bien en un magnífico horno de asar castellano, me doy una vuelta por el pueblo y puedo observar, con un sol de justicia como testigo, un elegante y encantador entramado de viejas casonas de mampostería y sillarejo. La Plaza Mayor es romántica y evocadora, con una picota gótica del siglo XV; marco ideal para la actuación popular de los danzantes, el zarragón y la fina y alegre dulzaina. El rito se repite cada mes de agosto. Un vecino solicita una de estas antiguas canciones, que son coreadas por todos los que las recuerdan mientras el grupo de danzantes baila. “Échame el Santísimo Sacramento”, dice el peticionario al zarragón, que transmite esta orden al grupo de danzantes. El vecino recompensa la interpretación con una cantidad voluntaria. Un espectáculo visual difícil de olvidar, no sólo por el colorido del traje, sino por el significado popular, sentido, hondo y profundo de una costumbre arraigada en esta bella población serrana. Guadalajara y Castilla entera están repletas de villas como esta, únicas para el recuerdo, formidables para descubrir la España profunda que, el paso inexorable del tiempo representa para ellas un obstáculo insalvable para la pervivencia. Salven el mundo rural. La esencia del hombre, los buenos valores permanecen infranqueables, inasequibles al desaliento, en pueblos como Galve de Sorbe.