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28 septiembre 2006

RAMÓN TAMAMES

La batalla de Guadalajara

La catástrofe que hemos sufrido todos, no debe entrar en un proceso, como en tantas ocasiones, de promesas inatendidas, de compromisos que luego se dejan caer en saco roto. La “Batalla de Guadalajara” de este verano, ha tenido como gran triunfador el fuego. Ahora, deberían polarizarse todos los esfuerzos en un gran contraataque; con el apoyo y el ingenio de los técnicos y trabajadores que se ocupan de defender y restaurar nuestros bosques, que han de contar con más y mejores medios, y una organización más eficiente.
La tan extensa como a veces desconocida provincia de Guadalajara, ha sido objeto de no pocas atenciones literarias, de las que aquí recordaré dos especialmente significativas. La primera, las palabras de Camilo José Cela al abrir uno de sus mejores libros con la siguiente frase: “La Alcarria es un hermoso país”. La segunda, los versos de Miguel Hernández, del poema que escribió en uno de los momentos álgidos de la guerra civil 1936/39 –del cual he tomado el título de este artículo—, al empezar su canto con fuerza casi telúrica: “Rumorosa provincia de colmenas / la patria del panal estremecido”
El blog de Ramón Tamames, 02.09.05
Ramón Tamames

Efectivamente, la tierra que hoy nos ocupa, era y es bien hermosa, por mucho que el macroincendio forestal que se cebó con ella desde el sábado 16 al martes 19 de julio de 2005, haya trastocado una gran “vastedad de pinos” –evocando en este caso a Pablo Neruda—, para convertirla en un paisaje ennegrecido y tenebroso; patético por el dolor incorporado de la muerte de once agentes forestales, noticia que estremeció a la rumorosa provincia y a todos los españoles.

El miércoles 27 de julio, en grupo formado por dos Ingenieros de Montes de Tragsa, la empresa que contribuyó máximamente a la extinción de los fuegos –José Ramón de Arana y Felipe Aguirre—,el también Ingeniero de Montes Rafael Serrada, y el Ingeniero Agrónomo Félix López Palomero, estuvo recorriendo la zona de los incendios. In situ, comprobamos los graves daños producidos dentro de un espacio que semi-elípticamente está jalonado por los pueblos y lugares de Luzón, Ciruelos del Pinar, Tobillos, Anquela del Ducado, Selas, Virgen del Buen Labrado, Ablanque, Cueva de los Casares, y Santa María del Espino. Dentro de ese ámbito, de unas 13.000 hectáreas, el arbolado (mayoritariamente pinaster o rodeno, quejigos y rebollos) ardió en bastante más de sus dos tercios.

Sobre el terreno pudimos verificar los ingentes trabajos realizados para controlar el incendio, con la apertura o ampliación de cortafuegos en los que se emplearon grandes bulldozers; y con la lluvia artificial de una docena de aviones y helicópteros. Con todo eso y el esfuerzo humano (dentro de él los prifes, las patrullas altamente tecnificadas para ir contra el fuego), se cortó la propagación de la quema a las áreas colindantes de un continuo forestal de más de 100.000 Ha, evitándose lo que podría haber sido una calamidad mucho mayor.

Al final de nuestro itinerario por la amplia zona devastada —y sin entrar en las enconadas polémicas sobre responsabilidades—, nuestras apreciaciones se centraron en la forma de regenerar lo que es un ecosistema paradigmático de las serranías centrales de España. Una actuación que debe abordarse sin pérdida de tiempo, para desarrollar la más eficaz restauración, soslayando los problemas burocráticos.

En las conversaciones con mis colegas forestales llegamos a apreciar que resulta urgente la inmediata corta de los pies arbóreos muertos o moribundos. Operación que debe combinarse con una compleja logística de venta de la madera (seguramente no menos de un millón de m3), cuyos resultados económicos deberían revertir a los ayuntamientos afectados. Por lo demás, en el tratamiento del territorio incendiado, han de combinarse las operaciones que faciliten la regeneración del pinaster (que ya nunca más será de vocación resinera), con la del sotobosque de rebollos y quejigos. Todo lo cual necesita de una organización que coordine cuando menos dos centenares de técnicos y obreros, así como docenas de máquinas y otros equipos trabajando desde septiembre a abril; en una veintena de polígonos en los que se labore con autonomía, y al tiempo utilizando todas las sinergias del caso.

La segunda fase, sólo podrá empezar al final de la primavera de 2006, a base de observar cómo reacciona el medio físico y vegetal. En ese sentido, durante dos años habrán de apreciarse cabalmente los avances regenerativos. A partir de los cuales, ya será posible el desarrollo de labores de siembra, para reforzar la acción de la naturaleza.

La catástrofe que hemos sufrido todos, no debe entrar en un proceso, como en tantas ocasiones, de promesas inatendidas, de compromisos que luego se dejan caer en saco roto. La “Batalla de Guadalajara” de este verano, ha tenido como gran triunfador el fuego. Ahora, deberían polarizarse todos los esfuerzos en un gran contraataque; con el apoyo y el ingenio de los técnicos y trabajadores que se ocupan de defender y restaurar nuestros bosques, que han de contar con más y mejores medios, y una organización más eficiente. Para lo cual, en el espacio que nos ha ocupado será conveniente un convenio ad hoc entre la Comunidad de Castilla-La Mancha y los servicios generales del Estado, en un plan de efectiva restauración.