Periodismo

26 octubre 2006

JUAN LUIS CEBRIÁN

Democracia en la era digital

La de Ballmer es una estampa que tiene muy poco que ver con los ejecutivos de diseño que pululan por los arrabales del capitalismo o con la seriedad aburrida de los ricos de siempre
El País, 22.10.06
Juan Luis Cebrián

El señor Steve Ballmer, consejero delegado de Microsoft, es, según propia definición, una persona que se excita fácilmente. Un ejecutivo de su empresa, que se pasó a la competencia de Google, asegura que su jefe se enojó tanto cuando fue a despedirse que no hizo otra cosa que aporrear la mesa, bramar contra el famoso buscador de Internet, al que amenazó con toda clase de males; y finalmente, tirar una silla por la ventana en señal de desacuerdo. Ballmer, sucesor de Bill Gates al frente de la compañía, figura en la lista de los 25 o 30 más ricos del mundo y cuando me encontré con él en Madrid el martes pasado me aseguró reiteradamente que la historia de la silla no es verdad. «Me puedo excitar, puedo dar un puñetazo a la mesa… pero nada más». Todos los sitios de intercambio de vídeos en Internet, a comenzar por el You Tube, que acaba de ser engullido por Google, han distribuido las imágenes de Ballmer bailando y gesticulando en las asambleas del personal de la empresa, animando a vendedores y programadores a comerse el mundo mediante un sistema que ya ha recibido en la web el apelativo de «danza del mono». A mí ese cuento de la silla no me choca demasiado. Alguna vez he comentado que, cuando me inicié en periodismo, lo primero que vi al entrar en la Redacción de Pueblo fue una pesada máquina de escribir aterrizando abruptamente en el pupitre del cronista municipal, arteramente atacado por el crítico de cine. O sea que puedo entender que en nuestra industria los objetos volantes, identificados o no, sean casi tan frecuentes como en las novelas de Isabel Allende. Por lo demás, la violencia contra las cosas me parece menos grave que la que se ejerce contra las personas y, verdad o mentira, el que un señor tan importante para la comunidad empresarial como Ballmer se atreviera a despeñar una silla en señal de cabreo, con tal de que no se desplomara sobre la cabeza de nadie, resulta bastante menos grave que las decisiones tomadas por muchos gobernantes en defensa de la llamada civilización occidental.

Desde luego, la de Ballmer es una estampa que tiene muy poco que ver con los ejecutivos de diseño que pululan por los arrabales del capitalismo o con la seriedad aburrida de los ricos de siempre, tan preocupados por mostrarse correctos en todos los sentidos. El mundo de las nuevas tecnologías ha aportado un considerable grado de informalidad a las relaciones humanas y, cualquier cosa a la que uno se dedique, es imposible ya comerse una rosca mientras se lleven corbatas a lo Acebes. Quizá sea cierto que Ballmer se excita más de lo debido, pero en la corta distancia es un personaje afable y bastante tranquilo, de mirada transparente y de formas estudiadas, al estilo marcado por los consejos de algún experto en relaciones públicas. Licenciado en Economía y Matemáticas por Harvard, donde compartió alojamiento con Gates, es un apasionado del fútbol americano y en su época de estudiante colaboró activamente en la gaceta literaria de la universidad. Desde 1980 trabaja en Microsoft, compañía de la que es ahora su primer ejecutivo. Si Gates tiende a comportarse como un tímido gurú de la nueva sociedad y un visionario de la tecnología y sus usos aplicados, Ballmer aporta al crecimiento de la empresa su espíritu luchador y su rabia vendedora. En privado, confiesa que los numeritos públicos a los que ya tiene acostumbrado al personal son mitad sinceros, mitad fruto de la improvisación teatral y la impostación añadida. Microsoft sigue siendo un icono de la civilización del milenio y él tiene que construirse su propia imagen, alternativa y complementaria a la del fundador de la compañía. Durante una hora, estuvimos departiendo sobre las características y el futuro de la cultura de la Red y el papel de su empresa en todo ello.

En el ambiente irrespirable de ácido bórico, mira quién baila, y otras peleas provincianas en que nos ha tocado vivir, los temas de Internet y su influencia en la sociedad me interesan cada vez más. Veo a nuestros adolescentes integrados en sus comunidades virtuales, absortos en el uso del teléfono celular o buceando a diario en los motores de búsqueda de la Red, y no puedo dejar de convencerme, más y más, de que la cultura y la vida en general están sometidas a cambios inimaginables hace sólo un par de décadas. La revolución digital tiene la culpa. Alguien dijo hace ya más de 10 años que el Bill con quien le interesaba hablar al Gobierno de Pekín era Gates y no Clinton, pese a que éste presidía Estados Unidos. Desde luego, las decisiones que la cúpula de empresas como Microsoft pueda tomar, y los acuerdos que haya de establecer, afectan mucho más al futuro de los países -si excluimos las hazañas bélicas del trío de las Azores- que la mayoría de las actividades diplomáticas y políticas de cooperación. Al margen de los estereotipos acerca de la responsabilidad social corporativa de las empresas, en el mundo del capitalismo avanzado éstas deben responder a su compromiso con el entorno en el que actúan, y hacerlo de forma efectiva y urgente. No estoy seguro, sin embargo, de que los dirigentes del enorme oligopolio digital desarrollado en torno a Internet sean conscientes del verdadero papel que desempeñan en el futuro de la organización política de las sociedades. La democracia y los derechos de los ciudadanos se ven hoy amenazados de muchas maneras y el mundo de la Red constituye, paradójicamente, uno de los principales riesgos que tiene que afrontar, al tiempo que una de sus más probables soluciones. De estas cosas tuve oportunidad de hablar con Ballmer.

Mi preocupación fundamental es que la libertad de prensa y los medios de comunicación en general, pilar esencial del edificio democrático, están siendo sustituidos aceleradamente por conglomerados y compañías, como Google, Microsoft o Yahoo, que responden a parámetros de comportamiento muy diferentes a los habituales en la tradición de los medios. Su convivencia con las autoridades chinas, hasta el punto de practicar abiertamente la censura, desdice de esa tradición, aunque nos introduce en una cultura que los españoles conocemos bien: la del consenso y el posibilismo. Se supone que es mejor estar que no estar allí, pese a las renuncias que comporta. Pero son conceptos que al parecer no valen para relacionarse con la sociedad cubana o la iraní. Todo eso contraviene además las consignas fundamentalistas de la Casa Blanca, dispuesta a imponer la democracia según sus criterios a base de bombardear y destruir las ciudades iraquíes. El tema no es pacífico, en cualquier caso, y debe reconocerse a Ballmer su disposición a la duda sobre estas cuestiones, su aserción de que es verdad que muchos consideran a Microsoft como el orwelliano Big Brother de nuestros días, y su calidad intelectual en el debate, compatible con sus cualidades de emprendedor entusiasta. Comencé recordándole que, hacía cuatro años, Gates me había asegurado que en menos de un lustro los tablets (blocs digitales) serían baratos, planos y muy funcionales y que los emplearían los reporteros como cuadernos de notas. «Sin embargo», hice notar a Ballmer, «hoy vengo a esta conversación provisto de bolígrafo y de una agenda normal». He aquí el resumen de nuestro diálogo.