REPORTAJE

Baroja, medio siglo en la nave de la memoria

Hoy hace cincuenta años que murió el novelista vasco, vinculado a Tendilla a través de la finca que tenía su familia Baroja viajó a Sigüenza en 1901 y dedicó más de veinte páginas a Guadalajara en su novela “La nave de los locos”
Hoy hace cinco décadas que murió Pío Baroja y Nessi, uno de los novelistas más importantes de la literatura española del siglo pasado. Su entierro, oficiado dos días después, fue un acontecimiento impactante en la época al que acudieron numerosos representantes del régimen y de la intelectualidad del momento, entre ellos, Pedro Laín Entralgo y Camilo José Cela. Baroja fue un literato de primer orden y sus libros aún siguen estudiándose en las clases de secundaria de todos los institutos españoles. Pero fue un hombre misterioso. Y triste. Él mismo lo reconoció: “Para mí ha sido siempre difícil vivir sin alegría, quizá porque tengo facilidad de hundirme en la tristeza”.
Nueva Alcarria, 30.10.06
Raúl Conde

Con motivo de este cincuentenario, Madrid acoge dos exposiciones. Una en el museo de la ciudad y otra en el complejo El Águila. Ésta última, que se mantiene abierta hasta el 19 de noviembre, lleva por título: “Baroja, kilómetro cero”. Más de doscientas piezas, incluidos manuscritos autógrafos, primeras ediciones de sus títulos, impresos de los siglos XVI y XVIII procedentes de su biblioteca o cartas firmadas por conocidos literatos de la época, permite completar un recorrido biográfico y literario por la obra del autor de ‘El árbol de la ciencia’.

Por su parte, la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) y el Ayuntamiento de Madrid han organizado la exposición ‘Memoria de Pío Baroja’. El Museo de la Ciudad en la capital acoge esta muestra desde el jueves 14 de septiembre hasta el 3 de diciembre. La exposición recorre la trayectoria vital y literaria del escritor donostiarra a través de más de 250 piezas entre las que se encuentran fotografías, manuscritos, cartas, retratos, pinturas, primeras ediciones de sus libros y de los escritores que le rodearon.

Mercado seguntino

Baroja estuvo vinculado a Guadalajara. Pepe Esteban, amante de la buena literatura, le dedicó un librito delicioso y estupendo hablando de esta relación. José Serrano Belinchón, en su obra “Guadalajara en la Literatura”, reseña varios textos en los que el autor de “Tierra Vasca” se muestra como un perfecto conocedor de las tierras y las gentes guadalajareñas.

El 2 de diciembre de 1901 publicó en el periódico “El Imparcial” un artículo en el que relata sus andanzas por Sigüenza. Merece la pena reproducirlo parcialmente: “El pueblo apareció a lo lejos con su caserío agrupado en la falda de una colina, con las cuadradas y negruzcas torres de su rectoral y sus tejados roñosos, del color de la sangre coagulada. Subimos de la estación hacia el pueblo. Era día de mercado. En una calle en cuesta y en otra que desembocaba en la plaza se amontonaba la gente: tipos castellanos de capa parda, sombrero ancho, medias de lana o abarcas, otros con el traje clásico de los aragoneses: el calzón abierto en los extremos, la faja y el pañuelo de color en la cabeza. Allí se vendían objetos de hierro, allí pucheros en fila interminable; en un lado, pintadas mantas y alforjas de abigarrados colores; en otro pañuelos y telas”.

“Por entre los grupos circulaban mendigos andrajosos con sucios morrales a la espalda y blancos cayados en la mano, estudiantes de cura con manteo y tricornio, viejas con refajos de colores vivísimos, colores encanto de los ojos, desconocidos en el mundo cortesano. (…). Después de comer, desde la ventana de la posada veíamos pasar por la carretera largas hileras de mulas con el arriero que las llevaba del ronzal. Salimos de casa a callejear por el pueblo silencioso. En las aceras de las calles toman el sol viejas y niños. Las casas son graves, unas con escudo de piedra sobre el portal, otras más nuevas tienen casi todas las ventanas cerradas, algunas flores en los alfeízares; los portales son mudos y sombríos. En varios sitios se ven casas desplomadas, hundidas, que se han abandonado sin pensar, indudablemente, en edificarlas de nuevo. (…). Cansados de recorrer el pueblo, nos sentamos en un paseo con árboles, triste, desierto, con el suelo alfombrado por hojas amarillentas y plateadas. Un arroyo con color de limo que corre cerca murmura en la soledad. El cielo está puro, limpio, transparente, con algunas estrías blancas y purpúreas. A lo lejos, por entre las ramas desnudas de los árboles, se oculta el sol. Va echando sus últimos resplandores anaranjados sobre los cerros próximos, desnudos y rojizos”.

Molina, cierto empaque

En la trilogía Memorias de un hombre de acción, concretamente en el capítulo IX de su novela La nave de los locos (1925), Pío Baroja dedica veinte páginas a Guadalajara como epicentro de su argumento: las Guerras Carlistas. Baroja habla, al referirse a la meseta castellana, de Atienza, Sigüenza y Molina.

El siguiente texto, recogido por Serrano Belinchón en su libro, hace referencia a la capital del Señorío: “Molina de Aragón es un pueblo de cierto empaque aristocrático, con casas hermosas, calles bastante anchas y una gran fortaleza que volaron los franceses en la guerra de la Independencia, dejando de ella varios torreones, altos y dramáticos. Llegó Alvarito a Molina y fue a parar a una fonda de la plaza en donde le destinaron a una alcoba y un gabinete de papel rameado, con un loro charlatán en el balcón y una jaula dentro con dos canarios. (…) Alvarito empezaba a saber tratar a la gente. Sabía ser amable y cortés, sin presentarse como el forastero que va a pedir o a sacar algo. En general, quien visita los pueblos tiene que dar la impresión de que va a algo concreto, y a poder ser, con un fin interesado y egoísta, porque eso se comprende bien por todo el mundo, y hasta presta cierta respetabilidad”.

Con socarronería, el escritor vasco prosigue su relato: “Si en una aldea a una persona se le ocurre decir que no lleva más objeto que ver el paisaje o la silueta de una montana, se expone a que le tomen, por lo menos, por asesino. Alvarito consultó el mapa para ver si podía ir directamente desde Molina a Cañete, en dos o tres jornadas, por el monte, pero el camino era frecuentado y recorrido por restos de partidas carlistas. La dueña de la fonda le recomendó fuese a Teruel con algún arriero, y de allí, por la carretera, a Cañete. Debía esperar, por lo menos, dos días. En el comedor de la fonda de Molina, Alvarito conoció a un abogado, joven y melenudo, a quien no le interesaba nada de cuanto pasaba a su alrededor, y que vivía soñando en Madrid y, sobre todo, en París”.

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* ‘Memoria de Pío Baroja’. Museo de la Ciudad. Príncipe de Vergara, 140, Madrid. De lunes a viernes: mañana y tarde. Acceso libre.

* ‘Baroja, kilómetro cero’. Complejo El Águila. Ramírez de Prado, 3, Madrid. De martes a sábado, mañana y tarde. Domingos: mañana. Acceso libre.

DETALLE

Olivar en Tendilla

La relación de Baroja con Guadalajara no se acaba en las páginas de su literatura. Los Baroja tenían en propiedad una finca en la localidad alcarreña de Tendilla. La historia la cuenta Julio Caro Baroja, sobrino de don Pío, en el libro “Los Baroja” (1972). Relata que, tras algunas estrecheces y una vez acabada la Guerra Civil, entre todos pudieron ahorrar algo de dinero y Carmen, la hermana de Pío, decidió invertir parte en una casa y unas tierras de labor para sortear las miserias de posguerra. Los Baroja eligieron Tendilla influidos por una sirvienta, Ángela Sanabria, natural de “la villa de los soportales”.
En 1947, según escribe el investigador José Luis García de Paz, “compraron por 19.000 pesetas una casa que aún existe al lado derecho de la salida del pueblo hacia Sacedón, casa conocida entonces como «El Parador del Tío Ruperto». El balcón se conserva actualmente y en él comían en el buen tiempo mirando hacia el pinar y las ruinas del Convento de Santa Ana, al sur de Tendilla” (Alcarria.com, 25.10.99). Por 60.000 pesetas también compraron 20 yuntas de olivar (unos 1.200 olivos), 57 fanegas de secano, siete de regadío y un trozo llamado «el haza de Santa Lucía». Tendilla, tal como rememora De Paz, le parece a Julio Caro Baroja un lugar «bastante pintoresco aunque triste». Llega a calificar a la villa como «ruinosa y destemplada». Los Baroja acostumbraban a ir a Tendilla en autobús en primavera y otoño. A don Pío, aunque no llegó a conocer esta villa alcarreña, le entusiasmaban los alrededores de Madrid: “Las afueras de Madrid constituyen una serie de paisajes de los más sugestivos de España”, escribió.