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5 diciembre 2006

RAFAEL RAMOS

Velázquez, entre el realismo y la ilusión

"La mayor exhibición de obras de Velázquez jamás organizada en el Reino Unido adorna las paredes de la National Gallery, es una de las mayores atracciones del invierno londinense y está batiendo todos los récords de visitantes para un acontecimiento de esta naturaleza."
Velázquez estableció nuevas fronteras en la eterna batalla entre el realismo y la ilusión. Cuenta la leyenda que el rey en persona se puso a hablar con un óleo en el estudio del pintor sevillano creyendo que se trataba de un cortesano, y que la alta sociedad de Roma llegó a confundir a Juan de Pareja con su retrato, tanta era la similitud. Probablemente hay mucho de exageración en semejantes relatos, pero a partir del miércoles los británicos podrán juzgar por sí mismos.
La Vanguardia, 04.12.06
Rafael Ramos

Del Corresponsal de La Vanguardia en Londres

La mayor exhibición de obras de Velázquez jamás organizada en el Reino Unido adorna las paredes de la National Gallery, es una de las mayores atracciones del invierno londinense y está batiendo todos los récords de visitantes para un acontecimiento de esta naturaleza. Más de un cuarto de millón de personas compró entradas hace tres años para admirar a Tiziano, y se estima que por lo menos trescientas mil pagarán las doce libras (dieciocho euros) que cuesta hacer un recorrido por la España de las Ausburgo de la mano del pintor de la corte de Felipe IV.

De las aproximadamente ciento cincuenta pinturas que quedan de Velázquez, la National Gallery ha conseguido reunir nada menos que cuarenta, representativas de todas las épocas del artista, con la enorme colaboración del Museo del Prado –que presta ocho-, de la Aspley House, el Kunsthistosiches de Viena (‘Retrato de María Teresa’) e instituciones de todo el mundo. Las tres grandes y comprensibles ausencias son ‘Las Meninas’ –que por su carácter emblemático es muy difícil que viajen-, el retrato de Juan de Pareja del Met de Nueva York, y el de Inocencio X que hay en el Palacio Dora Pamphilia de Roma.

La National Gallery ha podido montar tan espectacular muestra gracias a que posee el mayor número de obras de Velázquez después del Prado, incluídas ‘Cristo después de la flagelación contemplado por el alma cristiana’, ‘Cristo en la casa de Marta y María’, ‘La Venus de Rokeby’ y un retrato excepcionalmente bien conservado de Felipe IV. Repartidas por todo el Reino Unido hay un total de dieciocho, la totalidad de las cuales con excepción de dos forman parte de la exposición. La Aspley House presta cuatro cuadros, capturados por el Duque de Wellington durante la retirada del ejército francés, y que posteriormente el reino de España le regaló en señal de agradecimiento.

Como dice Manuel Borja-Villel, director del Museo Contemporáneo de Arte de Barcelona, con Velázquez la pintura se vuelve conceptual y su arte es un reflejo de la historia y del tiempo en que vivió, pero también de sí mismo. Igual que Don Quijote es mucho más que una novela, la obra del maestro andaluz es mucho más que la suma de las partes. En palabras de Juan Ignacio Vidarte, director del Guggenheim de Bilbao, ‘se trata de iconos visuales para generaciones de españoles, que han definido el lenguaje con el que se aprecia e interpreta el arte’.

La expectación generada por la exposición es tan grande que los periódicos británicos llevan meses hablando de ella, y que la National Gallery ha prescindido de su anexo del Ala Sainsbury para albergarla, optando por cuatro de las grandes salas a la derecha del gran pórtico de entrada, más amplias y que disfrutan de luz natural. Para ello no ha tenido más remedio que trasladar excepcionalmente algunos de sus cuadros más notorios, como un Van Gogh y varios impresionistas.

La aproximación de Velázquez a los retratos de reyes y miembros de la familia real –destaca Enrique Juncosa, director del Museo Irlandés de Arte Moderno de Dublín- difiere sustancialmente de la Escuela Francesa y de pintores ingleses como Gainsborough. El autor de ‘Las Meninas’ es mucho más literal y austero, en consonancia con la arquitectura española de la época reflejada en la Plaza Mayor de Madrid o el Palacio del Escorial, capaz de combinar mágicamente la naturalidad y el sentimiento. ‘La obra de Velázquez es profundamente democrática –resalta Dawson Carr, comisario de la exposición-, con un gran sentido de igualdad, obvio en la dignidad con que refleja el alma del individuo ya sea un rey o un campesino, independientemente de la clase social y la profesión’.

De la misma manera que la obra de Velázquez viaja entre la ilusión y la realidad, lo mismo puede decirse de la España de su época, sumergida en una decadencia que todavía no resultaba del todo visible en la metrópoli, tan rica que el monarca podía gastar sumas exhorbitantes que alimentaron la edad de oro del arte y de la cultura, pero cuya supremacía naval había sido arrebatada por Inglaterra, impotente para impedir la independencia de las provncias holandesas y de Potugal, o la anexión del Rosellón por Francia, sumergida en multitud de guerras que erosionaron de modo irreversible la economía. Los cuarenta cuadros de Velázquez que iluminan la National Gallery son también un retablo histórico que pinta el ocaso de aquel imperio en el que no se ponía el sol.

Diego Velázquez es un testigo excepcional de su época porque se instaló en Madrid siendo un adolescente y desarrolló una relación de extraordinaria confianza, exenta en gran medida de protocolo, con un monarca que era todavía más joven. Su vida en la corte de los Ausburgo fue interumpida tan sólo por dos viajes a Italia –era gran admirador de Tiziano y Caravaggio-, el primero en 1629 para estudiar y aprender, y el segundo justo dos décadas más tarde con el propósito de comprar cuadros para la colección real. El artista sevillano pintó a lo largo de su carrera nada menos que cuarenta retratos de Felipe IV, exentos de simbolismos o alegorías que exaltasen su figura, imponentes en su austeridad.

‘¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ficción, una sombra, una ilusión…’. Las palabras de Calderón bien podrían atribuirse a la brocha a Velázquez, cronista de la época, retratista de la corte y fabricante de sueños, capaz de pintar caras, personajes y figuras que parecen de carne y hueso, pero también podrían ser alucinaciones o fantasmas.

Dos museos amigos
El gran acontecimeinto artístico que se inaugura esta semana en Londres es fruto de la excelente relación entre el Museo del Prado y la National Gallery de Londres, cuyos directores se pusieron en contacto con ocasión de la muestra de Ticiano que la institución londinense organizó en el 2003. La idea de una exposición dedicada a cuadros religiosos de Velázquez se convirtió en seguida en algo más ambicioso. Los responsables de la National Gallery se sintieron incapaces de pedir prestada ‘Las Meninas’, pero en cambio consiguieron ‘El Príncipe Baltasar a caballo’, el retrato de la Reina Mariana de Austria y otro de Felipe IV como cazador, ‘Apolo en la Forja de Vulcano’. Las autoridades diocesanas de Orihuela (Murcia) han accedido a que viaje a Londres ‘La Tentación de Santo Tomás de Aquino’, cuadro identificado como de Velázquez tan sólo en 1906.