Manu Leguineche

12 diciembre 2006

MANUEL LEGUINECHE, PERIODISTA, REPORTERO

«Preferí el periodismo a una familia»

"Yo no he ido sólo a guerras y a ver desgracias. ¡No soy un ave carroñera coleccionista de desastres! Mi mirada ha sido compasiva" "Como escribí en mi libro ‘La tribu’, los reporteros de guerra son los tipos de las ‘las 3 D’: depresivos, divorciados y dipsómanos" "Durante el bombardeo sobre Bagdad, un colega mío estaba en una cama del hotel con una mujer, ¡y no se enteró de nada!" "Llegas a un conflicto y hay mil cámaras de televisión... La cosa es hoy tan masificada que, para competir, se cae en la tentación de inventar cosas..."
Manuel Leguineche. Tengo 61 años. Nací en Arrazua (Vizcaya). Vivo en una casona del siglo XVI en Brihuega (Guadalajara): ya no viajo como antes... Soy periodista, reportero. Estoy soltero, y he preferido no tener hijos. Soy un liberal anarquista. ¿Dios? Soy compasivo con todas las creencias. He escrito miles de crónicas y reportajes desde todos los rincones del planeta. He publicado 30 libros: el último, "Gibraltar" (Planeta). Me gusta buscar setas y tocar -muy, muy mal- el acordeón...
La Vanguardia, 13.10.2002
Víctor-M. Amela

Manu Leguineche es uno de los reporteros más veteranos del periodismo español. Me han dicho que vive en una casona del siglo XVI pegada a la muralla mora de Brihuega. Y aquí estoy, en una recoleta plazuela de Brihuega, en un extremo del pueblo, ante un portal. ¿Será aquí? En el timbre leo «Manu» y, en una placa en la fachada, «Plaza de Manu Leguineche». Sí, es aquí.

Vaya, vive usted en una plaza con su propio nombre…

¡Después de compartir muchos vinos con los del pueblo y de dejarme ganar mucho al mus, ja, ja…! No: me gusta hacer propaganda de Brihuega, y el pueblo me lo agradece…

¿Qué hace aquí varado un viajero impenitente como usted?

Ésta fue la escuela de unos gramáticos del siglo XVI: ¡es por ver si se me pega algo!

¿En cuántos países ha estado?

En más de cien, desde que en 1962 salí de España para dar mi primera vuelta al mundo, trabajando como reportero…

¿Y ahora ya no viaja?

Estuve hace un año en Pakistán, cuando lo de Afganistán… Pero el trabajo de reportero de guerra es ahora frustrante: el periodista no tiene acceso a lo que sucede, es todo muy aséptico…

¿Y cómo era antes?

En 1968 yo escribía crónicas desde Vietnam. Entre los soldados americanos traté con un mexicano mercenario: lo era para obtener la nacionalidad norteamericana. Le habían herido ya dos veces… «¡Mira lo que tengo que hacer para hacerme gringo…!», me decía. ¡Ése es el tipo de historias que a mí siempre me ha interesado contar…!

Ahora escribe usted libros.

Es que he ido perdiendo un poco la ilusión, la fe en el trabajo periodístico en prensa.

¿Por qué?

Porque nadie lee las secciones de política internacional, hombre…

Exagera…

…y porque ahora esto es como ir al Tour de Francia: llegas a un conflicto y hay 3.000 periodistas, 1.000 cámaras de televisión… La cosa está tan masificada que, para competir, los reporteros caen en la tentación de inventarse cosas…

¿Los reporteros inventan?

Es que no tienen libertad de movimientos, se les censuran las fuentes…, ¡y algo tendrá que contar el reportero…! Además, me temo que la gente prefiere que no le enseñen la dramática y cruda verdad de cerca.

¿Ha visto de cerca algún drama humano que no pueda olvidar?

He visto de todo… Recuerdo ahora lo de Bangladesh, en 1971… Vi cómo arrastraban a pakistaníes colaboracionistas con una cuerda atada a un camión, y cómo los niños eran adiestrados en rematarlos: iban clavándoles a martillazos un clavo grande en la cabeza.

Horrible.

Llamé a la Cruz Roja Internacional para avisar de tal carnicería, y me dijeron que ya lo sabían, pero que no podían hacer nada. Era un típico momento inicial de «vendetta»…

¿Confió alguna vez en que su trabajo periodístico podía cambiar las cosas?

Al principio piensas que puedes influir, sí. Pero vi tantas veces idénticos horrores, que llegué al descreimiento. Y te preguntas para qué sirve todo lo que haces…

¿Quiso arreglar el mundo?

Bueno, eres ingenuo, te haces ilusiones… Y la verdad es que el mundo no quiere salvarse.

Entre los reporteros ¿hay más ingenuos o más cínicos?

Al cincuenta por ciento.

Pero ¿deben implicarse o no?

Un fotógrafo inglés decía, hace años: «Si lloro, se me empaña el objetivo». Hacían la foto y se iban a tomar unos vinos. Hoy esa postura está en revisión: haz tu trabajo, pero si además puedes ayudar…

¿En plan ONG?

Hay una tendencia «ONGeizante» del reporterismo, sí: hay hoy un tipo de fotógrafo de guerra que busca ir más allá, busca denunciar, conmover a la sociedad. Son figuras que tienen algo de quijotesco…

Y si escribes desde un conflicto, ¿hay que tomar partido?

Como decía Beuve-Mery, «la objetividad no es posible, pero sí lo es jugar limpio con el lector».

¿Y en qué consiste eso?

En no ocultar nada, en no dejarte ofuscar por apriorismos, por simpatías. En su momento todos hablábamos de la «liberación de Camboya»… ¡Joder, menuda liberación: dos millones de muertos!

¿Tomó partido alguna vez?

Durante la revolución sandinista, yo simpatizaba con ellos. Pero cuando un comandante sandinista me confió que ellos estaban fusilando «sapos» (somozistas)… yo lo publiqué.

¿Ha habido algún episodio en el que pasase miedo?

Cuando me he quedado encerrado en ascensores. Me han dado más miedo los ascensores que las balas. Me quedé encerrado en el del hotel durante el bombardeo de Bagdad, y en el ascensor de un hotel de Saigón bajo bombardeos comunistas, y en otro de Montevido ¡durante casi un fin de semana entero…!

No suena muy heroico.

Pues imagine cierto colega mío: durante el bombardeo de Bagdad estaba en la cama con una mujer, en una habitación del hotel, ¡y no se enteró de nada!

Qué bien se lo pasan ustedes…

No… Yo me he chupado los peores hoteles del mundo y he comido más mierda que nadie. Yo no me he movido como los de TVE, con sus buenas dietas. ¡Pero no me quejo, eh!

Descríbame el perfil prototípico del reportero de guerra.

Ya en mi libro «La tribu» dije que eran los tipos de «las 3 D»: depresivos, divorciados y dipsómanos.

¿Tan alcohólicos son ustedes?

Bueno, hoy sólo beben agua de Vichy.

Divorciados: ¿son incompatibles vida familiar y este oficio?

Malamente compatible. En el hotel continental de Vietnam hice una encuesta entre los reporteros de guerra: el 85% estaban divorciados. Un amigo mío intentó su tercer matrimonio con la hija de un marino, «porque ya estará acostumbrada a las ausencias».

¿Y funcionó?

Tampoco.

¿Por eso no ha formado usted una familia?

Es que me acostumbré a irme siempre sin avisar a nadie, a no llamar por teléfono a nadie… He podido hacer lo que he querido, sin sufrir por nadie y sin que sufrieran por mí. Y, así, te vas creando una inercia… Preferí mi vocación a una familia.

¿Cambiaría algo de su vida?

He disfrutado mucho, y sé que es jodido decirlo, pero es así. He satisfecho mi pasión por la historia, no he ido únicamente a guerras a ver desgracias. Yo no soy un ave carroñera coleccionista de desastres. Y, en esas situaciones, he procurado siempre una mirada compasiva.

Los reporteros ¿son depresivos por las desgracias que ven?

Deje, deje… El que sufre es el que se queda, no el reportero.

¿Ha conocido a reporteros que arriesgasen sus propias vidas?

Sí, he visto auténticos suicidas. He visto alguno que iba a que le matasen. Y lo consiguió, claro. He conocido casos de sadomasoquistas…

¿Es el suyo?

¡No! El mío, y el de la mayoría, es un caso de pasión por la historia, por la exploración, por el descubrimiento, la aventura…

¿La adrenalina?

Sí, la acción. Como decía el reportero Michael Herr: «No tuvimos infancias felices, ¡pero tuvimos Vietnam!». Vietnam fue su Disneylandia. Y había algunos que dejaban la cámara y cogían las armas…

¿Qué le diría usted hoy a un joven que quisiera ser reportero?

Que invierta en sí mismo: que prepare a fondo un tema, que ahorre, y que se lance a él.

¿Eso hizo usted?

¡Sí! Yo me iba a escribir sobre Argelia tomando el ferry de Alicante.

¿Cómo nació su vocación?

Mi padre era un industrial maderero de Guernica. Compraba la revista «Mundo», y yo ahí vi el mundo y sentí la vocación de periodista.

Y de viajero.

Sí: yo vivía en un caserío perdido, y me encantaba ir a la estación a ver salir el tren. ¡Siempre quise conocer qué había más allá!

¿Qué reportero es el que usted más ha admirado?

Ernie Pyle. Lo mataron durante el avance americano por el Pacífico hacia Japón. ¡Qué crónicas enviaba! Siempre sobre el terreno, siempre en primera línea. Prosa clara, concisa. Su acercamiento al soldado… ¡Pyle busca en los ojos del soldado! Pyle no es un cínico; al revés: es compasivo. Eso me gusta. Era un intermediario de la tragedia: lo leían las familias de los soldados…

Dígame ahora cuál ha sido la mejor crónica de Leguineche.

Me gusta recordar la entrevista que le hice a Borges en Buenos Aires, cuando la guerra de las Malvinas. Borges no daba nunca entrevistas, ¡aquello era un «scoop!». Pues bien, en Madrid no les interesó…

Triste… ¿Y qué le dijo Borges?

Que aquella guerra era la batalla de dos calvos por un peine. Borges era muy sarcástico…

¿Recuerda usted cuál fue el primer viaje de su vida?

De niño, a Madrid, a ver perder al Atleti. Jugamos como nunca y perdimos como siempre.

¿Y fuera de España, cuándo?

En 1961 me fui a trabajar como camarero a Inglaterra, por afán de aventuras. Quería aprender inglés… y aprendí italiano. Y oí a los recién nacidos Beatles.

¿Regresó luego a España?

Comencé un viaje alrededor del mundo con unos amigos. Enviaba artículos a España, y trabajaba en lo que salía.

¿Qué tipo de trabajos?

De todo. ¡Hasta vendí píldoras a los chinos, haciéndome pasar por ingeniero alemán!

Muchas peripecias, supongo.

Recuerdo que una mona se me comió el pasaporte en Tailandia, y me fui con la mona a la comisaría…

¿Y no ha sentado el culo nunca en una redacción?

Me dan miedo las redacciones: cuando voy a una, me siento como un mendigo. Te sientes como si fueras a pedir o a robar algo a alguien…

¿Qué proyecto tiene ahora?

Mmmm… Ir a la Luna, no. Quiero ir a Sri Lanka, porque me gusta volver a sitios en los que estuve habiendo guerra, y contemplar que ahí mismo ha estallado la paz.