Manu Leguineche

3 abril 2007

FERNANDO ROJO

Los premios y las trincheras

El premio a Manu es, creo yo, por extensión, también un premio a los «Manus» olvidados que aún quedan dispuestos a jugarse el pellejo antes de enviar su próxima crónica. Gentes no heroicas, pero sí admirables, a las que no debemos tener reparos en aplicar los mismos calificativos que la FAPE ha reconocido a Leguineche: «Honestidad», «independencia» y «dignidad».
ABC / Blog El Decano, 02.04.07
Fernando Rojo

ABC. 2.04.07

No reprocharé a las nuevas promociones de compañeros que salen cada año de las treinta y tantas facultades dedicadas a expedirles títulos que tengan como meta llegar a ser unos periodistas de trinchera modernos, de esos que tienen que transmitir las consignas del partido al que supuestamente representan antes de que el realizador les baje el micrófono. Es lo que ven. Así están las cosas. Uno triunfa en esto del periodismo si, como en un chiste reciente de Martinmorales, está dispuesto a ponerse uniforme y a gritar más fuerte que el adversario. Será por eso que acaba de pasar tan desapercibido que la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) -de largo el mayor colectivo de «plumillas» del país, pues en-globa a casi 16.000- haya concedido este año su premio a Manu Leguineche.

Si se lo hubiésemos dado a alguno de los soldados rasos u oficiales con galones que se fajan a diario en las trincheras mediáticas, seguro que ya hubiéramos tenido lío con el galardón. Otra tajada fresca que disputarse en el próximo asalto, segundos fuera, de cualquier tertulia matinal, de sobremesa o nocturna, que de todo hay, aunque siempre sean (o a mí me lo parezcan) los mismos perros (de presa) con los mismos collares. Será por eso que los periódicos de ayer, excepto un pequeño recodo de éste, se interesaron poco o nada por el reconocimiento a un periodista de trincheras, sí, pero de otras trincheras: las de las decenas de guerras que ha vivido y nos ha contado como nadie, las de la información con letras mayúsculas, las trincheras, en fin, de la vida que se dejó casi literalmente mientras dignificaba, quizás sin pretenderlo, una profesión que hoy es carne (carnaza) de cañón.

El premio a Manu es, creo yo, por extensión, también un premio a los «Manus» olvidados que aún quedan dispuestos a jugarse el pellejo antes de enviar su próxima crónica. Gentes no heroicas, pero sí admirables, a las que no debemos tener reparos en aplicar los mismos calificativos que la FAPE ha reconocido a Leguineche: «Honestidad», «independencia» y «dignidad». Casi nada.