Entrevistas

11 febrero 2008

ANTONIO PÉREZ HENARES, ESCRITOR Y PERIODISTA

«La gente no se da cuenta de que son los cazadores quienes cuidan el territorio»

El periodista alcarreño publica una nueva novela de prehistoria, "El último cazador", ambientada en paisajes de Guadalajara como el Alto Rey, la laguna de Somolinos o los ríos Bornova y Sorbe
A pesar del tema elegido, bastante denso, es una novela que se lee con facilidad. Engancha desde el primer capítulo donde, por cierto, establece una extraordinaria introspección del cazador y su relación física y psicológica con el entorno. Antonio Pérez Henares (Bujalaro, 1953), conocido como “Chani”, es un extraordinario conocedor de la prehistoria. La ha estudiado a fondo y se ha empapado de sus enseñanzas, junto a maestros como su amigo Juan Luis Arsuaga. No es un ecologista de pegatina. Es un cazador sin prejuicios y un amante de la naturaleza convencido de que la mejor forma de amarla es acercarse a ella sin ‘ñoñerías’ ni salvajadas. Y es un escritor que no olvida sus raíces. Siempre ha tenido presente Guadalajara a la hora de plasmar sus relatos de ficción. Tras "Nublares" y "El Ojo de la Garza", ahora cierra la trilogía sobre prehistoria con "El último cazador" (Ed. Almuzara).
Nueva Alcarria, 11.02.08
Raúl Conde

¿La violencia y el poder son los temas centrales de su última novela?

Creo que si hay una preocupación que subyace en todo el libro, efectivamente, es una reflexión sobre ese gen que aparece impreso implacablemente en la especia humana, que es el gen de la violencia. El terrible sendero de la guerra y de la sangre que nuestra especie ha conocido desde el origen de los tiempos y que está documentado. Muchas de las escenas que aparecen en el libro me las he inventado, pero tienen una base. Hay grabados prehistóricos donde aparecen combates organizados, esas líneas de flecheros, esos escuadrones de guerreros, incluso esas ejecuciones y asesinatos rituales. Eso está en las cuevas del arte levantino. Es una novela de aventuras, pero eso no significa que no haya una documentación potente. Cualquier conocedor podrá reconocer la batalla de ‘Sendero de Fuego’ contra unos grupos que suben con sus ganados en lo que es ahora un enterramiento que ha aparecido en ‘San Juan ante Portam Latinam’, donde aparecen los cadáveres de cientos de personas, mujeres, niños, perros, muertos a hachazos y flechazos, en lo que fue una masacre seguro. Estas escenas aparecen también en muchos yacimientos neolíticos, grabados en las paredes, en las cuevas tanto de Gerona, Valencia, Castellón y todo el arte levantino. Y hay una escena, la de la sacerdotisa, hay dos prisioneros que están atados al cuello y los talones con tiras de cuero y con las piernas flexionadas, pero cuando quieren volver a su posición natural, ellos mismos se ahorcan, el pene se pone recto y derraman el semen que una sacerdotisa recoge, mientras que unos danzantes encapuchados bailan alrededor. Esta es una novela de aventuras con personajes ficticios, pero una novela prehistórica tiene que estar en la verdad del tiempo, de los acontecimientos, aunque con todas las licencias. Otro personaje, el abuelo del protagonista, cualquiera reconocerá la momia que había estado 5.000 años conservada desde que apareció en los Alpes tiroleses intacta, con todas sus vestimentas perfectamente retratadas en el libro. En su cuerpo tenía rastros de multitud de heridas, signos de una batalla. Murió porque los enemigos a los que combatía le alcanzaron con un flechazo. Los cazadores, desde el Paleolítico, han apuntado a sus presas con flechas.

¿El origen de la guerra está en el Paleolítico?

No, está en la especie humana. Está en sí mismo. El origen de la violencia está en nosotros mismos, pero de la guerra como tal, más organizadamente, quizá lo primero que sepamos es del Paleolítico, porque el gran hombre del Paleolítico pasa de cazar los animales salvajes a estabularlos, y luego por supuesto matarlos. La ganadería no significa otra cosa que los animales crecen, se estabulan, se multiplican, pero en parte para aprovechar sus crías, su leche, su carne… Porque es que somos hombres, no espíritus puros. El caso es que las piezas salvajes que cazaban, las estabulan para que se multipliquen y así tener más crías. Esa es la gran revolución del Neolítico. Eso supone propiedad de tierras y de animales. Y, por tanto, ganas de otros de arrebatarlas. Y ahí aparecen los primeros saqueos en los poblados. Esto lo sigue haciendo la humanidad.

¿La revolución neolítica fue el cambio más grande y duro que ha sufrido la humanidad?

Sin duda, es el cambio más trascendental que ha hecho la humanidad. De hecho, creo que no la ha terminado en muchos sitios. Por ejemplo, en el mar nosotros seguimos en el Paleolítico, casi totalmente. Estamos empezando a “cultivar” el mar, pero seguimos siendo recolectores paleolíticos, extraemos sólo, no cultivamos. Fíjate si esa revolución ha tenido trascendencia. Creo que por hitos, el fuego y la revolución neolítica. Primero el fuego, de ahí la profundísima fascinación que el ser humano tiene por él.

En el primer capítulo hace una especial introspección del cazador en su relación psicológica y vital con el entorno. ¿Por qué lo ha elegido como pórtico del libro?

Bueno, pues porque si algo sucede en ese libro es que es la transición, precisamente, del mundo de la caza, de la edad de oro del Paleolítico, de los grandes cazadores, de gente que está en intensísimo contacto con la naturaleza, que la entendía como si fuera su madre, como la tierra, como la diosa madre. Y se pasó al Neolítico y la tierra como esclava. Es el paso del viejo culto a la diosa madre y los dioses machos y a la estabulación de las mujeres para ver quien les transmitía la propiedad. He elegido ese momento por la intensidad del hombre con la naturaleza, como pórtico al ocaso del mundo de los cazadores paleolíticos. He querido rendirle ese gran homenaje tanto a esos cazadores como al cazador de hoy, que lo es de verdad y se siente como ese cazador en contacto con la naturaleza. Estoy muy satisfecho de ese capítulo y de algunos hallazgos literarios. Ese capítulo está escrito cazando, y se nota. Se iba escribiendo mientras cazaba. Que el cazador hace el silencio creo que es un hermoso hallazgo literario, pero también personal.

¿Por qué le inspira la prehistoria?

Lo dije en una presentación en Guadalajara. En la prehistoria han estado todos mis sueños y en la naturaleza todas mis pasiones. Es así, desde niño, cuando veía la cueva de Nublares, cuando vi el poblado que había arriba, me estaba imaginando a los hombres primitivos. Me han fascinado siempre. La prehistoria es el mundo más natural, y la naturaleza ha sido mi absoluta pasión. Por eso creo que he elegido en muchas ocasiones esa temática.

Supongo que en esa pasión, Bujalaro ha influido mucho.

Por supuesto, yo he sido un niño que se ha criado en la verdad de la naturaleza, no en la ñoñería ‘dysneyllana’ [en referencia al ecologismo abanderado por Walt Disney]. Disney es el hombre que más daño ha hecho a la ecología, a la naturaleza. Ha mentido, ha corrompido a la hermosa verdad, la tragedia y la belleza de la naturaleza. Eso es imperdonable. Encima, centenares de millones de memos le siguen. Y entonces no entienden algo tan simple como que para comer jamón, hay que matar cochinos. La naturaleza no tiene moral. No es malvado matar a un animal. Los seres vivos que existen sobre la tierra no tienen las pautas morales de sus ñoñerías. Se mueven por la vieja y dura ley de la naturaleza. Y el hombre también es naturaleza, aunque por fortuna también es civilización, también es derechos y deberes.

¿Qué es lo que peor de las relaciones actuales del hombre con la naturaleza?

El ataque a todo hombre que vive en la naturaleza, el ataque al medio agrario, el ataque al campesino. La imagen que hay es la de una postal a la que unos tipos van de fin de semana y pretenden que el hombre que está allí desde siempre, y que ha cuidado de la naturaleza, sea simplemente su camarero. Y además es estúpido, la naturaleza está tan troquelada por la mano humana que, si no, se destruye. O se limpian los bosques o los queman. O se cuida el medio ambiente o todo se lo come la zarza. Y lo sabemos los que somos de ahí, lo sabemos los que, primero, sabemos la verdad de la naturaleza, del viejo y del terrible juego de la vida y la muerte, y además, no lo juzgamos. Y sabemos la conciencia que tienen labradores, ganaderos, cazadores, pescadores… Ellos son la ecología, ellos son los que conservan el territorio. Pues no, sobre ellos se produce el acoso más terrible que se haya dado sobre población alguna. Dicen que el campo es de todos. Pues no. Es también de una gente que tiene un pedazo, lo cuida y lo cultiva. Algunos ecologistas se han erigido en sumos sacerdotes de un profeta llamado ‘Ecologistus’, que consideran que todo es suyo, que es una jaula que ellos tiene la llave y a la que sólo ellos pueden acudir. Yo digo una cosa: si vienen a nuestros pueblos, que vengan y nos respeten. Y si no, que no vengan, que estamos muy tranquilos. Y luego encima tienen a sus ‘sheriff’ de Nottingham, algunos, porque hay otros que hacen una labor magnífico. Pero otros agentes medioambientales se convierten en talibanes burocráticos que acosan a los pobladores de los pueblos. Se han convertido en ‘sheriffs’ de Nottingham, ese que acosaba a los labriegos en Robin Hook. Son burócratas que consideran que la tierra es suya y están al servicio de un Dios. No, están al servicio de los pueblos. Y el pueblo es la gente que vive allí. No otros.

Ya vimos los efectos del abandono del campo, por ejemplo, en el incendio del Ducado. ¿Quién cuida de los bosques?

Se quieren quedar ellos. Se quieren quedar solos en la arcadia que creen que es el monte. Son más cursis que los de una obra bucólica-pastoril. Que se pongan de pastores y seguro que se les pasa las ganas de hacer ecologismo.

¿Y por qué es tan políticamente correcto rechazar la caza?

Hay una cosa que impacta, que es matar animales. Realmente, es porque hay una sociedad más urbana que no tiene ningún contacto con la naturaleza. El ‘homo asfalticus’ ha dado lugar al ‘homo asfalticus ecologistae’. No conoce la naturaleza y, por tanto, no entiende que para comer jamón hay que matar cochinos. ¿Qué hace? Que otros se lo maten. Nunca se han matado tantos animales porque nunca se ha comido más carne, ni más huevo. Lo hacen otros por nosotros. Prefieren ser el padrino que manda matar. Ellos, de alguna manera, no están en el acto de matar. La gente no se da cuenta que son los cazadores los que cuidan las especies, el territorio. Cuando hay caza, hay especies protegidas. Y cuando no, no hay nada. Que nunca ha habido más especies en España ni más caza. El cuidado de los entornos es global, hecho por toda la gente, y que la caza es una parte esencial de la defensa agraria, de la sostenibilidad del medio rural. Hasta lo vemos en nuestros pueblos. Es de los pocos días que están llenos en invierno. Y una fuente increíble de riqueza, muchas veces más que la agricultura en muchas zonas de nuestra región.

¿Lo sabe esto la ministra Narbona?

La ministra Narbona es una energía absoluta del medio agrario. Tiene esa imagen de la postal, a la que ella va el fin de semana. La ministra Narbona y unos aliados, que son los gurús ecologistas, por cierto, los mejor pagados de la historia. Habría que hacer una investigación para ver cómo se forran los Araújos de turno. Válgame Dios lo que se están llevando crudo. ¿Cuántos ecologistas hay en España y cuantos millones de euros para, simplemente, denunciarnos a todo bicho viviente que pase? Que no se hagan más carreteras y autopistas, que no se hagan nucleares, la agricultura es malísima… Oiga, ¿y usted da la luz y come por la mañana, aunque sea lechuga? El señor Araújo me llamó demagogo y manipulador en Guadalajara por defender a mi tierra. Yo no puedo criticarlos, pero ellos pueden denunciarnos y vilipendiarnos. Se acabó. Estos gurús están cada día más enfrentados al mundo científico, al mundo que de verdad está trabajando.

Volviendo al libro. Usted utiliza frases cortas y recurre mucho a las descripciones. Ya dijo Pla que lo difícil para un periodista no era informar ni opinar, sino describir. ¿Virtud del periodismo aplicada a la ciencia ficción?

Ya lo dice el maestro Manu Leguineche: el género por excelencia es el reportaje. Y yo todavía sigo siendo un reportero. Lo demás son gaitas. Es como aquello que cuenta de Vietnam, que le preguntaron: ¿usted cree en Dios? Y contestó: yo soy reportero, en Dios sólo creen los que escriben editoriales.

El paisaje tiene mucho protagonismo en su libro. Sobre todo los de Guadalajara.

El paisaje tiene alma, tiene vida, tiene dignidad. Una montaña, un río, los animales, tienen dignidad. Y eso es algo que hemos olvidado. Si te fijas, el libro está lleno de lugares que conozco. Por ejemplo, hay un capítulo entero que se titula “La Cueva del Oso”, y la cueva del oso existe. Está ahí. Bajo el pico del Alto Rey, junto al Pelagallinas. He dormido allí varias noches, cuando iba a recechar al corzo. Otro lugar mítico para mí es la laguna de Somolinos, la que llamo “Laguna de los hombres antiguos”. Aparece hasta la muela de Alarilla, un viejo poblado neolítico. Y toda la bajada del Henares. Lógicamente, la Sierra Norte tiene un papel de protagonismo absoluto. Aparecen también los Poblados negros, el río Dulce, el Bornova, el Sorbe, el Jarama. Sin embargo, los personajes de libro son muy viajeros y aparecen expediciones que parten a otros lugares, como la cordillera del Moncayo, el Tajo, Toledo, Lisboa o la vertiente segoviana de la Sierra de Ayllón. De todas formas, sí que reconozco que muchas veces busco en los paisajes que más conozco, y que para mí tienen una mayor vibración personal, enclavar allí los personajes.