Felipe González y la España de 2023

Recibí ayer en un correo de su fundación el vídeo en el que Felipe González condena la violencia contra las sedes del PSOE y vuelve a expresar su rechazo no solo a la amnistía, sino a los socios del Gobierno. En su intervención apela al entendimiento entre los dos grandes partidos como ejes de la «centralidad» ideológica de la mayoría de la ciudadanía. Más allá de la opinión que merezca su postura sobre la investidura, sus palabras muestran un error de diagnóstico que quizá explica la desazón, la desorientación y hasta la irritación de buena parte de la clase política que hizo la Transición. Sostiene González que dos de cada tres votantes se decantaron el 23-J por el PP y por el PSOE. Por tanto, a su juicio, dos de cada tres votantes son partidarios de una política «centrista» basada en la forja de grandes acuerdos entre las dos formaciones sistémicas. Solo desde la miopía o el desconocimiento de la realidad sociológica de este país se puede sostener esto en 2023.

Puede que ese planteamiento sirviera para 1982 y 1996, años en los que se materializó la alternancia en el poder entre dos pilares de un mismo edificio (Monarquía parlamentaria, atlantismo, Unión Europea, privatizaciones y Pacto de Toledo). Pero ya no. Ese esquema de ha quedado obsoleto. Y no porque el PSOE, tal como defienden los jacobinos a derecha e izquierda, se haya apartado del consenso constitucional, sino por las transformaciones sociales de un país que poco o nada tiene que ver al de hace tres o cuatro décadas. El 15-M cambió muchas cosas. Los votantes que Feijóo sumó para el PP el 23-J, después de pactar con la ultraderecha y de vetar a Sánchez en los acuerdos pendientes como el del CGPJ, no lo hicieron para respaldar una política de «centralidad». De igual forma, parece extraño pensar que los ocho millones de españoles que votaron a Sánchez, tras una legislatura de coalición con la izquierda y de acuerdos con los independentistas, lo hicieron para exhortar al PSOE a pactar con el PP.

Ni la polarización es un asunto que pueden resolver estos dos partidos con un apaño, al estilo «de siempre», ni es cierto que se pueda colegir un voto mayoritario a la «centralidad» por el hecho de que dos de cada tres votantes se decantaran por el PP o el PSOE, especialmente, teniendo en cuenta el flujo de voto de Vox al PP y de Podemos e incluso el independentismo al PSOE.

No digo que esto sea bueno, malo o regular. Digo que esto es así. Que, guste más o menos, esta es la radiografía de un país en el que un ex presidente del Gobierno se permite afirmar que el candidato designado por el Rey para intentar formar Gobierno es «un peligro para la democracia». Cualquier análisis de la amnistía o de lo que esté por venir debería partir de un diagnóstico preciso de la sociedad que somos, no de la que fuimos.

Juan Carlos

El hijo de un rey que nunca fue rey. El niño que con diez años dejó Lisboa para someterse a una educación férrea, católica y ultraconservadora entre aristócratas y generales. El heredero al trono, sometido a las tensiones entre su padre, el conde de Barcelona, y el dictador que durante 40 años rebajó a los españoles a la condición de súbditos. El Borbón que en 1969 fue designado sucesor a título de rey, saltándose así la continuidad dinástica. El Jefe de Estado que la izquierda consideraba un títere de Franco y el búnker del Movimiento, un peligroso liberal contaminado por inclinaciones democráticas. El monarca que, tras heredar todos los poderes del Estado a la muerte del tirano, impulsó la reforma, no la ruptura. El rey constitucional «de todos los españoles». El dirigente tutelado por la Casa Blanca. El jefe de las Fuerzas Armadas cuyo papel en el golpe del 23-F fue convenientemente almibarado por los amanuenses de la transición, pero que aún hoy sigue siendo objeto de debate intelectual entre los historiadores (entre otras cosas, porque muchos archivos siguen sin desclasificarse). El rey que asumió el papel moderador que le asigna la Constitución. El político epítome de la transformación de España en una democracia consolidada, europea y moderna, y en un Estado semifederal con el Estado de las Autonomías. El Borbón que estuvo en el punto de mira de ETA, que hablaba catalán en público y que inauguró los JJOO de 1992 después de entrar en el palco del Estadio Lluís Companys al son de Els Segadors. El Jefe de Estado que defendió el derecho de autodeterminación del pueblo palestino en el Parlamento de Israel y hacedor de la Conferencia de Paz de Madrid en 1991. El diplomático que, junto a Felipe González, elevó el peso y la proyección internacionales de España en todos los continentes. El marido infiel y obsesionado con la velocidad y los deportes caros. El rey de la abdicación en 2014, forzado por una catarata de escándalos. El comisionista de los grandes bancos, las grandes empresas y las grandes fortunas. El delincuente que, pese a sortear un reproche penal tras las sucesivas investigaciones judiciales, ha hundido su reputación de forma irreversible. El amigo perenne de las satrapías que le financian la vida de lujo que le mantiene apartado de España. El padre tóxico e incómodo del titular de la Corona, quien ya ha dejado claro que prefiere que no resida en nuestro país. El Emérito empeñado en deteriorar la imagen de la institución monárquica y volcado en dilapidar todo su crédito personal.

Todo Juan Carlos, todo lo que fue y todo en lo que ahora se ha convertido, está en la versión actualizada de la prolija biografía escrita por Paul Preston y cuya tercera edición ha publicado Debate recientemente. He aprovechado unos día de convalecencia por Covid para leer esta obra que sirve para repasar la significación histórica de un personaje ya amortizado.

La España que abandonamos

No había leído hasta ahora este libro, La España que abandonamos, que firma Denis Escudero, compañero del programa ‘Aquí la tierra’, de TVE. Aunque le sobra más de un centenar de páginas -se repiten ideas y entrecomillados en los pueblos que recorre-, es un interesante gran reportaje a través de ocho enclaves que están en trance de despoblación o que ya han sucumbido: Trevejo (Cáceres), Portalrubio de Guadamejud (Cuenca), La Estrella (Teruel), Jánovas (Huesca), Castillonuevo (Navarra), Villarroya (La Rioja), Valtarejos (Soria) y Jaramillo Quemado (Burgos).

Cada pueblo es un capítulo del libro. Los testimonios de los parroquianos que aún quedan, como vecinos o como veraneantes, en estos lugares ofrecen un relato muy preciso de esa mezcla de sentimientos que se aprecian en los pueblos más pequeños. Por un lado, la tristeza por un declive inevitable. Por otro, el sosiego de la calidad de vida en el campo, un estilo de vida duro pero sencillo, la felicidad de la tierra. Se agradece, además, que el autor huya de estereotipos y, sobre todo, del estilo lacrimógeno con el que habitualmente se abordan los problemas del medio rural en los medios de comunicación.

Dubravka Ugrešić, memoria de la atrocidad en Europa

«Sobre el general Ratko Mladić, criminal de guerra, que durante meses aniquiló Sarajevo desde los montes cercanos, se cuenta que una vez tuvo en su punto de mira la casa de un conocido suyo. La historia sigue: entonces, el general telefoneó a su conocido informándolo de que le concedía cinco minutos para recoger sus «álbumes», porque precisamente, dijo, tenía la intención de volarle la casa por los aires. Diciendo «álbumes» el general pensó en los libros de las fotografías familiares. El criminal, que durante meses estuvo destruyendo la ciudad, las bibliotecas, los monumentos, las iglesias, las calles y los puentes, sabía que estaba destruyendo la memoria. Por eso le regaló «magnánimamente» a su conocido una vida con derecho a la memoria. Una vida desnuda y algunas fotografías familiares».

Es un extracto de El Museo de la Rendición Incondicional (Impedimenta) que compré el año pasado en La Puerta de Tannhauser, una estupenda librería de Plasencia. El libro es de Dubravka Ugrešić, fallecida ayer en Amsterdam a los 74 años de edad.

En 1991, cuando estalló la guerra de los Balcanes, adoptó una posición antibelicista. Dos años después tuvo que exiliarse de Croacia, su país, tras ser perseguida por el ultranacionalismo croata y serbio. Sin algunos de sus libros, como El ministerio del dolor, sería mucho más difícil concebir el relato de la desintegración de la extinta Yugoslavia. La gran herida de Europa -hasta desatarse el conflicto en Ucrania- desde 1945.

Ahora que en suelo europeo vuelve a atronar la crueldad, la criminalidad y la estupidez de la guerra, probablemente, se hace más necesario que nunca detenerse en voces como la de Dubravka Ugrešić. Nadie como ella ha explicado la importancia de conservar la memoria de la atrocidad. «Los refugiados -escribió- se dividen en dos clases: aquellos con fotografías y aquellos sin ellas». Léanla. Sus textos son una vacuna frente al fanatismo y la intolerancia.

La ironía de Calvo-Sotelo

Hay cosas que nunca creeríais. Por ejemplo, que esta especie de memorias de quien fue el presidente del Gobierno que menos duró en el cargo, y no por ello el menos relevante, no sólo son un ejercicio de contención (apenas 280 páginas), sino que están plagadas de un humor que, francamente, nunca hubiera asociado a la figura de Calvo-Sotelo. Y cuando digo humor es humor. Párrafos enteros hilarantes, anotaciones personales cargadas de una ironía reveladora y un compendio de anécdotas que dan idea de algunos de los personajes de la Transición. Guerra y Fraga salen retratados con mucha gracia, o sea, acidez. Se guarda muchas cosas, no explica las consecuencias de algunas de las importantes decisiones que tomó bajo su mandato (especialmente, el ingreso en la OTAN y la LOAPA) y minusvalora los efectos del 23-F (que tuvo lugar durante su investidura). Pero vale mucho la pena leer el relato que hace de la descomposición de UCD (y de la psique de Suárez) y de las negociaciones para la adhesión de España a la entonces comunidad económica europea. Insisto: se pasa un rato muy divertido.

Emmanuel Macron, presidente de la República francesa, en Barcelona (19/01/2023):

«Yo formo parte de la gente que piensa que la extrema derecha no es lo mismo que los demás. Es el nacionalismo, el odio al otro. Yo soy patriota, pero para ser patriota francés no necesito hacer la guerra a Alemania o a España. La extrema derecha quiere cambiar el Estado de derecho, controlar la justicia, atacar la libertad de los periodistas, y tiene relación con la xenofobia. Normalizar a la extrema derecha no da buenos resultados. No creo que se pueda transigir”.

Cinco años sin Chacón

He terminado de leer hace unos días la biografía de Carme Chacón escrita por la periodista Joana Bonet. Es un repaso prolijo a la trayectoria personal y política de alguien que no terminó nunca de encontrar obstáculos por ser mujer, catalana y de izquierda. Su testimonio da prueba de la penetración del PSC en amplias capas de la sociedad catalana y también de las dificultades para abrirse camino en lo más alto de la política y de las instituciones cuando eres una mujer. No digamos ya cuando eres una mujer embarazada. Sus padres vivieron en L’Hospitalet y ella empezó a hacer carrera política en Esplugues. Llevó al socialismo catalán a su cima electoral en 2008 y luego rompió moldes en Defensa, moldes personales e ideológicos ajenos al sectarismo pero también a prejuicios. Hoy se cumplen 5 años desde la muerte súbita de Chacón. «Si decimos izquierda, hacemos izquierda». Fue su idea fuerza en el Congreso del PSOE que perdió frente a Rubalcaba, un gigante político que no sale demasiado bien parado en el libro. Ninguno de los dos está ya presente y es justo recordar a dos figuras irrepetibles, dos personalidades de alto voltaje. Chacón, socialista, catalanista, española sin ataduras, feminista, europeísta, atlantista, bien pudo haber sido la primera mujer presidenta del Gobierno.

Manu Leguineche

Los queridos camaradas de Javier Reverte

EL MUNDO

En junio de 2009, el primer día que traspasé la puerta de la sede de EL MUNDO, un colega veterano me dijo: “No te hagas ilusiones, por muy bien que lo hagas, durarás uno o dos meses. Más, imposible”. Han pasado 12 años, y qué años, y aquí seguimos. Mejor dicho, aquí seguíamos. Ayer domingo fue mi último día en un periódico que ha sido y espero que siga siendo mi casa en el futuro. Lo dejo voluntariamente después de una larga etapa en Unidad Editorial en la que he tenido la oportunidad de escribir para distintas cabeceras de este grupo y trabajar en varias secciones. La última, Opinión. Ahora me incorporo como asesor en el gabinete del Ministerio de Política Territorial. Una experiencia profesional nueva y diametralmente opuesta a lo que venía haciendo.

Mi escuela en este oficio es la de Leguineche. Y Manu me enseñó que el periodista nunca debe ser protagonista. Hay que huir de la primera persona, por mucho que ahora esté en boga cultivarla, para soslayar la vanidad o la autocomplacencia. De modo que perpetro estas líneas irrelevantes solo a modo de subterfugio para despedirme de la Redacción y de todos los compañeros (con algunos lo he podido hacer por persona o por otros medios durante los últimos días), y también para agradecer la confianza demostrada por los diferentes responsables del periódico durante todo este tiempo.

Concepción Arenal sostenía que “no son los hechos una cosa tan fácil de ver como se cree”. Precisamente por eso merece la pena seguir ejerciendo el periodismo. Ha sido un placer hacerlo en EL MUNDO al lado de tantos profesionales excelentes.

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[Buscador de mis artículos y reportajes publicados en EL MUNDO, excepto los editoriales y las columnas de opinión]. Raúl Conde | Buscador | ELMUNDO.es

Foto de la estupenda serie que hizo el gran Alberto Di Lolli para el 30 aniversario de EL MUNDO, en 2019.

‘Detendrán mi río’, de Virginia Mendoza

Ahora que el Ebro ha saltado al primer plano por las crecidas en su curso medio (repito para perforantes que insisten con la aberración del trasvase derogado: en su curso medio, no en la desembocadura) recomiendo este estupendo y emotivo libro de Virginia Mendoza: Detendrán mi río (Libros del KO).

Virginia es una manchega que vive en Zaragoza y que se ha pateado los pueblos del Cáucaso como especialista de antropología social. Forma parte de la generación literaria que ha puesto el foco en el declive demográfico y cultural del medio rural en España. El libro que traigo aquí es una crónica de la desaparición de la huerta de Cauvaca por la construcción de varios embalses en la zona de Caspe, Zaragoza. Pero, en realidad, es mucho más que eso. Las vivencias personales recopiladas en este lugar sirven de hilo conductor para trazar una crónica del desgarro producido en cientos de comarcas españolas como consecuencia de una planificación hidrológica que priorizaba atender la demanda de las grandes ciudades en materia de energía hidroeléctrica frente a la conservación de pueblos, paisajes, costumbres y, en definitiva, de todos aquellos aspectos etnográficos que dan sentido a la cultura rural. Su idea era hacer una segunda parte de Quién te cerrará los ojos (un libro deslumbrante), pero orientada a los pueblos sumergidos de España. Lo que le convenció para centrarse en Caspe fue el testimonio de Mercedes Sanz. A través del mismo hilvana todas las historias que relata en este volumen, amplificadas en el mapa-reportaje elaborado por la propia autora y disponible a través de un código QR. Detendrán mi río es un proyecto vivo que tiene continuidad en la página web detendranmirio.com

España es el país de la UE con más grandes presas y el quinto del mundo. Alrededor de 500 pueblos e incontables núcleos habitados –como la huerta que protagoniza el libro- fueron engullidos por el agua. Son cifras que aporta la autora aunque no existe una estadística oficial porque al Estado nunca le ha interesado llevar la cuenta. Pedro Arrojo, veterano del conservacionismo, ha calificado esta salvaje política de “hidrocausto silencioso”. Comenzó ejecutándose en aras del regeneracionismo y la necesidad de reformar las infraestructuras agrarias de abastecimiento y terminó siendo explotada como un fin lucrativo de banqueros como March y buena parte de la oligarquía franquista. Oligarquía, por cierto, cuyos descendientes se sientan hoy en los consejos de administración de los gigantes eléctricos que han convertido el precio de la luz en un privilegio de clase. Pero esa es otra historia.

En este caso, es interesante subrayar el impacto que tuvo todo esto a la hora de acelerar el abandono de las áreas rurales. “Nadie quiere llamar ruina a la que fue su casa. Nadie ve escombros, barro, decrepitud en los lugares en los que creció”, escribe Virginia sobre los supervivientes que tuvieron que cargar con la losa de ver su patria chica laminada. Lo dice para reflejar la importancia del agua en la vertebración de la cultura aragonesa, pero puede extrapolarse al conjunto de las dos mesetas y buena parte de la cornisa cantábrica. La vorágine hidráulica llevó a levantar proyectos faraónicos. Toneladas de hormigón taparon expropiaciones forzosas, a veces violentas, y el ocaso de caseríos enteros, de valles y de modos de vida. Este libro constituye un estallido de memoria a partir del desarraigo provocado por las pérdidas sufridas por tantos vecinos de pueblos que ya han desaparecido de la geografía, pero también por la llegada de pantaneros, esto es, los trabajadores que se desplazaban hasta estos lugares –Caspe, Mequinenza, Flix, etc.- para ser empleados en la construcción de grandes embalses. Son lo que la autora llama con toda razón los “hijos de la ENHER”, la Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorzana, con sede en Barcelona. Porque el devoro del campo tuvo responsables y también beneficiarios, y conviene señalarlos con nombres y apellidos.

Abusar del victimismo puede conducir a la melancolía, pero negar que subyacen causas políticas en la despoblación que exceden a la pura tendencia de los movimientos migratorios supone un acto de ignorancia imperdonable por parte de determinados autores que se empeñan en considerar el éxodo rural un hecho inexorable. La investigación de Virginia demuestra qué pasó en realidad: pueblos anegados, huertas arrasadas, cultivos destrozados, familias desplazadas y expulsadas de sus lugares de residencia. El franquismo hizo desaparecer un mundo para hacer emerger otro diferente. Entre las causas figura una política del hormigón que aún hoy algunos se empeñan en reivindicar, y me remito de nuevo a quienes aprovechan las riadas en Navarra, La Rioja y Aragón en pleno 2021 y con la crisis climática desbocada para resucitar la quimera del trasvase del Ebro, que Dios lo tenga en su gloria.

Hay en Detendrán mi río un esfuerzo notable por cultivar el periodismo narrativo y también por recoger el léxico del terruño: almud, pontón, cierzo, pernera, zoqueta, tinaja, medieros, esguaz, espuertas, matancía, tajuela, llosa, sosa, desgallarofando, filandón, fiadeiro, trasnocho, carburero, latencia, dalle, bacía, cedazo, picarazas, picapuercos, feraz, zahorí, ataguías, barreno, meandro, galacho. Los libros de Virginia Mendoza dan fe de la pérdida irreparable que acarrea la extinción de la cultura rural.