Mis amigos

24 noviembre 2005

Adiós al niño prodigio

GUADALAJARA DOS MIL, 21-11-05
Ricardo Clemente

Pensando en cuáles son las virtudes más útiles para un periodista he llegado a la conclusión de que son desvergüenza y valentía; cara y pelotas, vamos. Cara para indagar y preguntar y pelotas para publicar aquello de lo que uno se entera o, al menos, para intentarlo. La marcha de Raúl Conde estaba cantada pero no deja de ser trágica, sin que nadie se ofenda. Porque es difícil, diría que prácticamente imposible, encontrar en Guadalajara un periodista que, además de poseer ambas virtudes esenciales, escriba además como los ángeles, goce de una cultura tan amplia y de un criterio tan sólido teniendo más o menos la edad de un colegial, que es lo que dispara su valor.

Aunque estoy convencido de que, más pronto que tarde, jugará en las ligas mayores, los dos años que ha permanecido en la plantilla de redacción de «Guadalajara Dos Mil» dejan en las hemerotecas de esta provincia un puñado de reportajes, entrevistas y artículos de opinión para guardar, enseñar e imitar. Cuando Antonio Abril lo contrató, sabía que sólo era cuestión de tiempo que se fuera a atragantar los desayunos de otros por pura evolución natural. Lo pescó al moverse las piezas en el mercado de fichajes que abrió la epidemia de diarios y lo ha conservado casi dos años, sobre todo porque el periodismo suele ser una carrera larga, cuando no interminable, debido a que la industria de la comunicación es más bien conservadora y poco propensa al experimento, por prometedor que parezca.

Sospecho que, en ese tránsito, Raúl ha aprendido infinidad de cosas, no trucos, sino lecciones, que es lo que aprenden los listos. Los trucos son para esa legión de reporteros imberbes que envían los animales de sus jefes a hacer entradillas en directo, tartamudeando desde cualquier catástrofe con pinta de romper a llorar ante tres millones de perplejos espectadores. Raúl no está llamado a esa clase de prosaicas faenas, quizá no necesite atravesar los desiertos de los demás mortales porque tiene una innata facilidad para algo contra lo que topan muchos periodistas: para formarse una opinión y encima exponerla sin trastiendas ni intenciones bastardas, como hacen otros.

Es un niño prodigio que, si de verdad hay inteligencia en las alturas, si quedan radares de talento conectados, estará publicando artículos de fondo en un «grande» antes de los treinta, siempre que no acabe para vestir santos de tanto proteger su virginidad. No digo que tenga que dejarse ensillar y montar, como tanto tertuliano disfrazado de serpiente con los costados venga a sangrar pezuña abajo de recibir espuela, pero sí asumir que en este país absurdamente bipolar casi resulta obligatorio alinearse o disimular posiciones para sobrevivir.

El niño prodigio se va sabiendo que los periódicos no los lee nadie, sólo el ofendido. Se va sabiendo que la línea telefónica es una goma que se acorta al criticar y se alarga al alabar. Se marcha consciente de la potencia de un único calificativo frente a la inoperancia de miles de palabras elegantemente ordenadas. E intuyo que se va con una vaga idea sobre lo difícil que va a ser que su libertad crezca en paralelo a otras golosinas, tales como el sueldo, el respeto, el número de lectores o su propia relevancia o reconocimiento. Bueno es que lo sepa.

Sinceramente me decepcionaría que Madrid despreciase un regalo de tantos quilates, aunque tampoco me apuesto los dedos meñiques. Puede que allí sólo lleguen los mejores pero también se cuela y usurpa puestos de privilegio una poblada manada de vacuos cortesanos, evidentes y eminentes palmeros y biógrafos a sueldo mal disimulados, todos ellos atornillados al momio por vía anal.

Puede que hasta él mismo se convierta algún día en uno de esos inventores del periodismo que a la hora de la verdad son peones de los ideólogos de los partidos y que se dedican a poner firma y altavoz a los argumentarios de los aparatos de propaganda en vergonzante excursión por los medios afines a cambio de dinero, más dinero. Ni lo veo ni creo que llegue a suceder siquiera en sus peores pesadillas. Sin embargo, se cuentan con los dedos de una mano los que pueden elegir. Ojalá sea uno de ellos este niño prodigio que deja el pueblo para probar suerte en la capital. Talento tiene. Y le será muy útil si se produce esa conjunción astral donde cabe la fortuna, la ocasión, el acierto en la elección… y que no toque ningún nervio al echarle cara y pelotas al asunto.