La Garlopa Diaria

4 abril 2008

Castelo de Donís


Vicente Maza es familia mía, pero eso no le interesa a nadie. Lo relevante es que, a sus 54 años y tras varias décadas trabajando (no como periodista) para Televisión Española en sus estudios de Sant Cugat (Barcelona), los responsables del Ente público han decidido prejubilarle. Hace unos meses escuché a Vicente Romero, un histórico reportero de esta casa, decir que lo peor del expediente de regulación de empleo de RTVE es la carencia de profesionales de referencia que van a tener las nuevas generaciones que se incorporen. Se han cargado a lo mejor. A los más creativos. Y también a los veteranos que podrían aportar sus conocimientos para que en una Redacción tan gigantesca se hiciera un relevo natural y enriquecedor. Podrían haber pensado en los jóvenes. Pero no. Han decidido que borrón y cuenta nueva, eso sí, sin dejar de pagar auténticas millonadas a las productoras externas. Así les luce el pelo a las televisiones.

El caso es que Vicente, que hace fotografías casi tan buenas como los cuadros que pinta, me ha mandado unas cuantas de una aldea de la comarca de Os Ancares, entre Lugo y León. Quiero compartir con ustedes estas fotos. La aldea se llama Castelo de Donis y tiene una estupenda palloza rehabilitada como casa rural. Es un pueblo minúsculo que no me es ajeno por motivos personales. Pero eso tampoco tiene importancia. La sustancia está en las imágenes, y por eso las publico en este rincón. Yo creo que entre tanta mugre que nos rodea, en la calle, en la política, en el periodismo, en cualquier esquina, merece la pena detener la mirada un instante y disfrutar de aquellas pequeñas cosas, que canta el mestre Serrat. Las fotografías corresponden al sábado de Semana Santa. Justo cuando cayó una fenomenal nevada en las zonas más elevadas de casi todo el país. Nieve que trajo el colapso a las carreteras, pero que dio lugar a estampas que rayan en lo bucólico y pastoril. El escritor abulense José Jiménez Lozano, en su imponente libro «Los cuadernos de letra pequeña» (Editorial Pre-Textos, 2003), escribe: «Viernes Santo. Noche fría y con estrellas brillantes, que parecen puntas de cristal. Una hoguera delante de la iglesia románica, a la que nos acercamos al salir del Oficio de Tinieblas. En el gregoriano, había sonado lacerantemente el lamento de Jeremías: «Me hizo habitar entre tinieblas, entre los muertos de antaño».

Castelo, no hace falta ser Rosalía de Castro para averiguarlo, significa castillo en gallego. En invierno quedan muy pocos habitantes. Las viviendas están diseminadas y no hay en todo el pueblo un núcleo central, una especie de casco. Esto es habitual en las aldeas gallegas, minúsculas y con gran separación entre unas casas y otras. Nunca estuve en invierno. Siempre en verano, coincidiendo con el revuelo efímero que provoca esta época. Sin embargo, cuando cae la nieve, quizá se siente mejor el paisaje y se reconoce que la gente que vive allí, dejando a un lado algunos artilugios, no necesita nada de lo que tenemos aquí. Es gente que vive en el silencio, pero no en la soledad. Sin ruidos. Sin aspavientos. Oyendo a los pájaros compartir su cántico con el hielo.

Castelo presenta, al menos para mí, un aire maternal. Y he recordado unos versos de Luis Cernuda que me apetece conjugar con estas imágenes, tan níveas, tan plásticas, tan llenas de quietud:

«Mientras dura la vida. Pero en la vida todo
Huye cuando el amor quiere fijarlo.
Así también mi tierra la he perdido,
Y si hoy hablo de ti es buscando recuerdos
En el trágico ocio del poeta»