FEBRERO '06

LA ÚLCERA COMO ESTILO

Me produce bastante desazón la cadena de injurias y descalificaciones en que se ha convertido la política española en los últimos tiempos. El clímax alcanzado resulta bastante repugnante, aunque quizá no tan peligroso como algunos radiopredicadores quieren dar a entender. El caso es que, por uno y otro lado de las dos Españas que han de helarte el corazón, que cantaba Machado, las agresiones verbales se suceden con denuedo.
Henares al día, Febrero 2006
Raúl Conde

Me produce bastante desazón la cadena de injurias y descalificaciones en que se ha convertido la política española en los últimos tiempos. El clímax alcanzado resulta bastante repugnante, aunque quizá no tan peligroso como algunos radiopredicadores quieren dar a entender. El caso es que, por uno y otro lado de las dos Españas que han de helarte el corazón, que cantaba Machado, las agresiones verbales se suceden con denuedo. Pero hay que distinguir. Es preciso matizar entre el origen de aquellos que han adoptado el improperio como un estilo categórico, y otros que por motivos personales o profesionales se ven obligados a responder. Aunque ambos comportamientos puedan ser igual de inaceptables, el análisis de las causas no puede ser neutral.

Al margen de que los insultos provengan de todas partes, lo cierto es que hay algunos que parecen haberse doctorado en la materia. Todas las formaciones tienen en sus filas dirigentes más altaneros que otros, o más ofensivos. Sin embargo, el Partido Popular ha decidido libre y aleatoriamente otorgar sus principales portavocías a aquellos sujetos más descarados y voceros. Unos lo hacen con gritos, como Martínez-Pujalte en el Congreso de los Diputados. Otros con patadas en su escaño, como el alcarreño Rafael Hernando, quizá el diputado más impresentable de esta legislatura. Y otros, más finos, más inteligentes, lo hacen con guante de seda pero apuntando siempre a la yugular. Tal es el caso, por ejemplo, de Eduardo Zaplana. Ni él ni Acebes se han quitado de su rostro el estigma del 11-M, pero ahí siguen, mejor dicho, ahí los tiene su partido: listos para zancadillear, nunca ayudar a levantarse; listos para despotricar con palabras altisonantes aunque sean hueras, nunca para construir un discurso alentador. ¿Por qué España no puede tener una derecha cívica, racional y moderna como Francia o Alemania? ¿Por qué cada vez más los dirigentes del PP español se van pareciendo, tanto por sus palabras como por sus actuaciones públicas, a los neofascistas italianos o los conservadores del partido de Berlusconi? ¿Por qué acumulan tanto odio al principio de esta legislatura si acaban de salir del gobierno después de ocho años? Juan José Millás ha escrito que “Rajoy podría haber jugado en estos dos años de oposición a la tolerancia, al centrismo, al juego limpio, al saber hacer, lo que le habría proporcionado simpatía y votos en sectores distantes del PP. Pero es de esas personas que se preguntan por qué estar bien pudiendo estar mal, convicción que lleva a todos y cada uno de los actos de su vida diaria”. Lo triste es que nadie osa contradecir la línea oficial, y quien suspira, no es que no salga en la foto, es que directamente le echan la cámara encima. Como a Gallardón en Madrid o a Piqué en Cataluña.

Tuve la oportunidad de cubrir para Guadalajara Dos Mil el XV Congreso Nacional del PP. Saqué tres conclusiones principales. Primero, Rajoy no tiene el control del partido ni convence, pero los afiliados se aferran a su persona fruto de la disciplina espartana que anida en el partido desde que la instaurara Aznar. Segundo, la elección de Zaplana y Acebes en puestos clave de la ejecutiva nacional no es presentable a ojos de la sociedad, después de lo vivido en marzo de 2004, y además huelen a pasado. Y tercero, ahora mismo, la dirigente que más apoyo concita dentro del partido, la que tiene más tirón, la más popular y no sé si la más respetada, es Esperanza Aguirre. Pero de aquel cónclave salió una consigna clara: caña a Zapatero y cuanto mas sucia, mejor. Hasta The New York Times, en un reciente editorial, le ha pedido al PP que acepte la derrota y digiera sus efectos. Pero no escuchan. Ni siquiera a lo que viene de Estados Unidos. El filón de la estrategia del PP se debe a la reforma del Estatuto de Autonomía catalán, cuestión en la que sus responsables han mostrado su cara más ruda, terca y demagógica. La recogida de firmas para pedir un referéndum, en realidad una campaña de imagen anti-Estatut, además de inconstitucional, es inoportuna y vergonzosa. Parece mentira que el principal partido de la oposición, con más de diez millones de votos, no sepa afrontar un tema de este calibre con la suficiente altura moral e intelectual como para convencer con argumentos, no con salidas de pata de banco. Y luego ver a dirigentes provinciales, como ha sucedido en Guadalajara, hacer sangre con un tema como la unidad de la patria y fomentando el anticatalanismo, me parece propio de instintos primarios, pero no de personas que cobran del erario público. ¿Hasta cuando les va a durar la úlcera de estómago? ¿Hasta que recuperen el poder?