La Garlopa Diaria

27 mayo 2009

«La madre de todas las crisis» (Comentario al artículo de Ramonet en Le Monde Diplomatique)

Portada del especial sobre la crisis de Le Monde Diplomatique

Portada Le Monde Diplomatique

Ante la avalancha de la crisis económica y financiera que recorre la economía del globo, se imponen los análisis serios, rigurosos y precisos que diseccionen sin palabras hueras el fondo de la coyuntura que vivimos. El artículo de Ignacio Ramonet (Pontevedra, 1943) publicado en el último especial sobre la crisis de Le Monde Diplomatique pone el dedo en la llaga del derrumbe progresivo que sufre el sistema capitalista.

Los defensores de las tesis contrarias a este sistema aprovechan la ocasión para recordar que, durante los tiempos de bonanza y de las “vacas gordas”, ellos fueron los primeros en decir que el camino elegido no era el mejor, que la cosa iba a acabar en desastre y que por aquí no íbamos a ningún sitio. El tiempo, y la propia crisis, han acabado dándoles la razón. Al menos por ahora, dado que el capitalismo está quebrando por todos los poros y dado que el propio sistema es incapaz de regenerarse buscando alternativas económicas y financieras.

Ramonet, que considera este periodo “la madre de todas las crisis”, subraya que estamos ante el fin de una era del capitalismo. Hay varias ideas centrales en sus postulados. En primer lugar, considera que se está desmoronando, no sólo un modelo de economía, “sino también un estilo de gobierno”. Esta situación implicaría un cambio en el liderazgo de Estados Unidos y unas severas transformaciones en el seno de las Relaciones Internacionales. Si para el comunismo, la caída del muro de Berlín significó su puntilla; para el capitalismo, el desplome de Wall Street anuncia no sólo una etapa de recesión, sino el fin de un modelo que hasta ahora parecía intocable. Fue el ex presidente de EE UU, Ronald Reagan, y sus adláteres, quienes impulsaron la idea de estorbo del Estado, dando a entender que todo había que fiarlo a las reglas del mercado. Economía de mercado pura y dura para todo y en todos los sectores, que irremediablemente ha derivado en capitalismo salvaje con las consecuencias que todos estamos observando. “El Estado no es la solución, es el problema”, dijo Reagan. Es una sentencia asimilada no sólo por esta Administración norteamericana, sino por todas las que han venido después, incluidos los “neocons” que han dominado la Casa Blanca hasta la salida de Bush hijo. También Tatcher defendió estas ideas ultraliberales y buena parte de los gobiernos europeos, incluso aquellos regidos por la socialdemocracia, aunque con matices porque la protección social que recibe un sueco o un finlandés no es la misma que la de un estadounidense. En todo caso, lo que sí ha quedado claro, tal como matiza Ramonet, es que aquello en lo que se ha venido insistiendo desde hace treinta años sobre el capitalismo, ha reventado por completo. La gente sigue consumiendo, aunque menos, pero el sistema se hunde, las desigualdades entre ricos y pobres aumentan y las salidas a la crisis se constriñen.

La segunda idea básica que transmite el periodista gallego es una crítica feroz al modelo de globalización que se ha desarrollado durante los últimos años. “La globalización –escribe- convirtió la economía mundial en una economía de papel, virtual, inmaterial”. Y ofrece un dato revelador: la esfera financiera internacional llegó a alcanzar los 250 billones de euros, o sea, seis veces el montante de la riqueza real mundial. De pronto, esa burbuja revienta. Y nos deja a todos en cueros, especialmente a aquellos países que han abusado de los productos de alta rentabilidad y de la especulación inmobiliaria. Por ejemplo, España. El Fondo Monetario Internacional (FMI) considera que las crisis que tienen a los bancos y al sector inmobiliario como protagonistas son especialmente “intensas, largas, profundas y dañinas para la economía real”. Los efectos de esta crisis se dejan sentir en todo el mundo. El FMI también sostiene que aquellas economías que más han abusado de la “innovación financiera” tendrán el avance más débil en 27 años.

Ramonet afirma que el “naufragio no puede sorprender a nadie”, teniendo en cuenta que se viene larvando desde hace ya varios años y que nadie ha escuchado, desde las altas esferas, a aquellos que eran críticos con este desarrollo desaforado basado en el beneficio fácil y productos como las “hipotecas basura”. La falta de reacción por parte de los gobernantes, su decisión de hacer caso omiso a las voces críticas, merece un duro calificativo por parte del director de Le Monde Diplomatique, que considera un “crimen” esta injusta situación. El caso es que más de 200.000 millones de euros se han ido al garete y aquellos elementos estructurales en los que se cimenta el capitalismo están en riesgo de quiebra o pasan un momento muy delicado: la banca, las cajas de ahorro, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las compañías de seguros, las agencias de calificación de riesgos y las auditorías contables. El escándalo es de proporciones históricas y las medidas que están adoptando las principales potencias tampoco está paliando en exceso la coyuntura. De hecho, y aunque Ramonet no lo menciona en su artículo, existe una profunda disensión en el seno de los países más desarrollados sobre el modo de afrontar la crisis, lo cual se traduce en divergencias tanto en EE UU como en la Unión Europea. Francia y Alemania apuestan por aumentar los sistemas de regulación financiera. El Gobierno de Estados Unidos, en cambio, es más partidario de inyectar dinero a las empresas y la banca para reflotar la economía. A grandes trazos, estas son las dos principales líneas que están en debate en la búsqueda de soluciones para la crisis que asola a todo el planeta, aunque a unos más que a otros.

El tercer punto esencial que señala el autor afecta a los mercados. A su juicio, esta crisis demuestra que “no son capaces de regularse por sí mismos”. La propia voracidad del sistema ha acabado gangrenando a los mercados, que en muchos casos se encuentran colapsados o con aviso serio de colapso. Esto provoca reacciones dispares entre las administraciones. Los principales Estados de Occidente no han dudado en salir al rescate de sus bancos centrales y de sus principales empresas. Ahí están, por ejemplo, las medidas adoptadas por Obama para salvar a la industria del automóvil. El resultado es que se está constriñendo el acceso a créditos a los ciudadanos de a pie, a las pequeñas y medianas empresas, y sin embargo se está facilitando la inyección de dinero a aquellos que, en buena medida, son causantes de la crisis actual. Por estas razones considera el autor que “se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas”. Al final, pagan más la crisis los pobres que los banqueros. Y entonces cabría preguntarse si merece la pena dar liquidez y reflotar aquellas firmas cuya estrategia nos ha abocado a la crisis. O lo que es lo mismo: ¿El objetivo es construir un nuevo orden económico y financiero que mire más a las personas o levantar de nuevo un sistema que perpetúa el beneficio por encima de las relaciones humanas? El propio Ramonet, que reconoce la parálisis y la falta de un “plan B” de las izquierdas, señala las medidas económicas adoptadas por Bush antes de abandonar la presidencia de EE UU, todas encaminadas a ofrecer financiación de las grandes empresas, en detrimento de leyes sociales que redundan en beneficio del ciudadano. ¿Quién debe pagar la factura de la crisis?

Por último, la cuarta idea fundamental que expresa Ignacio Ramonet pone énfasis en el “retorno del Estado a la esfera económica”, o al menos esto es lo previsible. La crisis no ha afectado a todos los países por igual. Aquellos que hicieron bandera de la desregulación neoliberal son hoy los más castigados. En cambio, debajo de la crisis subyacen alternativas que los economistas liberales consideran “nacionalistas”, pero que pueden ser viables en este contexto. Por ejemplo, Ramonet recuerda mecanismos como la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) y el Banco del Sur, en el caso de América Latina. O también la posibilidad, auspiciada por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, de crear un banco de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Es probable que Barack Obama impulse algo parecido a lo que en su día promovió Franklin D. Roosevelt, en 1930, tras el “crack” bursátil del 29. Estamos en el marco de un “New Deal” que Ramonet considera basado en un neo-keynesianismo. La cuestión que se dirime es saber si estas decisiones pondrán fin a la etapa más dura y salvaje de la globalización que hasta ahora conocemos.

El modelo de capitalismo, a juicio de Ramonet y la izquierda crítica, “ha muerto”. Se trata de un sistema basado en que los ricos cada vez se hacen más ricos y los pobres cada vez lo son más. Se perpetúan las diferencias. Se aumentan las desigualdades sociales y económicas. Y se disparan las tasas de desempleo (con España y Letonia a la cabeza en la Unión Europea, según Eurostat). La crisis debería poner coto a este desenfreno económico que del parnaso absoluto nos ha llevado al desastre total, casi sin posibilidad de mediación. La ocasión resulta excelente no sólo para refundar el capitalismo, sino para impulsar un sistema que convoque a todos los países, no sólo a los más poderosos, sino a aquellos que se consideran emergentes, como Argentina, Brasil, México, Sudáfrica, China y la India. En este sentido, el marco del G-20 podría ser útil si no se quedara en mera declaración de intenciones. Falta saber el empuje de Obama en este tipo de foros internacionales. También en el G-8 más Rusia o en una posible remodelación del Banco Mundial y, sobre todo, el Fondo Monetario Internacional (FMI). Ramonet apuesta por debatir las salidas a la crisis en la ONU y entre los 192 Estados del planeta. Quizá es demasiado porque la coralidad de voces no garantiza el éxito en las políticas. Lo que sí es cierto es que se hace necesario escuchar la voz de aquellos países que peor lo están pasando, o aquellos que tienen mucho que aportar, como las potencias emergentes. El sueño de una economía justa y democrática pasa por la asunción de culpas de aquellos que nos han conducido al fracaso. Pero, sobre todo, pasa por recuperar la iniciativa de forma global, y no sólo por parte de los países ricos.

* Le Monde Diplomatique (Edición española), El Punto de Vista, nº 5 (Número especial).

TRANSCRIPCIÓN DEL ARTÍCULO DE IGNACIO RAMONET

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