Guadalajara

3 marzo 2006

Castilnuevo e Iniéstola, los pueblos con menos habitantes de la provincia

Solos ante el peligro

Castilnuevo, con nueve habitantes censados según el último padrón, es el municipio menos poblado de la provincia. Nadie vive a diario. En Iniéstola residen dos personas, Miguel Avilés, un labrador de 75 años, y su hijo.
Guadalajara Dos Mil
Raúl Conde

Once y media de la mañana de un martes de enero. Alrededor de cinco grados. El sol atempera el frío, pero el viento insiste. Nadie diría en Castilnuevo, un solitario pueblecito situado a cinco kilómetros de Molina de Aragón y a 140 de la capital, que según datos del padrón a 1 de enero de 2004 del Instituto Nacional de Estadística (INE), la provincia de Guadalajara fue la que más aumentó su población durante el último año. Ya somos 193.913 habitantes, inmigrantes incluidos. Precisamente, las únicas personas que los reporteros encuentran al llegar aquí son dos polacos y un peruano trabajando en la construcción de una casa rural. El resto de viviendas, cerradas a cal y canto. Según el censo, esta localidad acoge a nueve habitantes. Pero nadie vive a diario. No hay ruido de niños ni de coches por sus callejas. Tampoco se mueven las tranquilas aguas del río Gallo. Sólo se escucha a los pajaricos, quizá algo despistados ante tanta soledad, y el martilleo de los tres obreros.
Más obras que habitantes
Milagrosamente, Castilnuevo, que pertenece al partido judicial molinés, conserva ayuntamiento propio. El alcalde es Francisco Oter Abánades, del Partido Popular. De hecho, parece el guardián del pueblo. Es el dueño de la casa rural que se está edificando y, de forma paradójica, no reside en el municipio, sino fuera de su caserío, a unos tres kilómetros, en una finca privada. Aquí no hay huella del corredor del Henares, ni de fábricas, de industria, ni de prosperidad. Todo lo contrario. Un castillo del siglo XII, que impone con su mole oteando las casas, aguanta semiderruido. Algunas calles están asfaltadas; otras se encuentran en proceso de urbanización. Es curioso: no vive nadie de continuo, salvo los fines de semana, pero el pueblo parece en obras.

Sentados sobre el tronco de una sabina, dos lugareños de Molina descansan después de recorrer en bicicleta, como hacen a diario, el trayecto hasta Castilnuevo. “Lo hacemos si no hay nieve, pero hoy hace buen día”, dice uno de ellos, Julio, natural de El Recuenco. “Este pueblo lleva mucho tiempo así, medio abandonado, aunque siempre ha sido uno de los pueblos más pequeños de esta comarca, como Castellote o Teroleja”, cuenta Jesús. Castilnuevo ha vivido de la agricultura y, sobre todo, del ganado vacuno, pero Jesús se va a la gastronomía: “aún queda la trucha en el río, pero antes había muy buenos cangrejos, ya lo creo, pero después se los cargaron todos, es una pena, ¡madre mía, que buenos estaban, con salsa!”.

Los dos lugareños, que hablan con soltura y con acento maño, relatan la historia crónica de esta provincia y de toda la meseta española. La emigración hizo mella hasta el punto de dejar sin habitantes a muchos de sus pueblos. Algunos resisten, vivos administrativamente, pero muertos en el día a día. Es el caso de Castilnuevo: “aquí vendrán a menudo unos dos o tres habitantes, sobre todo uno de ellos, que estará jubilado, pero es agricultor y tiene fincas por aquí”, explica Julio señalando con el dedo la vivienda de este señor que hoy no se encuentra localizable. Luego, como en todos los pueblos, llega la vida en cuanto pasa el frío y el verano abre las casas de segunda residencia. En una de ellas, pegando al castillo, cuelga un cartel que anuncia su venta. Su propietario es Antonio Rico Orea. Vive en Madrid y le ha puesto precio a la casa de su familia: seis millones de pesetas. “No se la puedo enseñar ahora –responde azorado- pero mi hermano que está en Molina podría acercarse”.
Riqueza del pinar
Siguiendo el trazado de la carretera nacional 211, la que viene de Teruel y Monreal hasta Alcolea, el desvío hacia Aguilar de Anguita conduce directamente a Iniéstola. Aunque está cerca de la A-2, este pueblo es el cuarto con menos habitantes de la provincia. Tan sólo diecisiete. Los otros dos son Tordelrábano, con 11, y Fuembellida, con 15. Algo más de vida conserva Chequilla con sus 19 habitantes censados.

El letrero de entrada a Iniéstola luce con brillo. Las farolas también da gozo verlas y las calles están asfaltadas. Ha subido algo la temperatura, pero poco. En una de las travesañas, en la entrada de su casa, lijan una puerta Francisco Canalejas, jubilado de 67 años, y José Manuel Blanco, de 40 años. “No solemos estar aquí un día entre semana, pero hoy incluso hay algún vecino más, pero si hubierais venido ayer no pilláis a nadie”, aseguran mientras su perra Lequi continúa ladrando, quizá extrañado por ver a foráneos. “Este pueblo siempre ha sido pequeño pero como ha sacado partido al pinar con la resina, pues será de los pueblos que mejor han vivido, en los años sesenta ya tenía el agua corriente instalada”, relata Francisco. “Yo ahora me he censado en el pueblo, a ver qué vas a hacer si no, por lo menos hay que ayudar en lo que se pueda, cuantos más, mejor”, recalca José Manuel.

Tertulia en una solana

Al poco de estar en el pueblo surge la bonhomía del terruño. Estas gentes medio molinesas, medio seguntinas tienen un perfil inconfundible a caballo de la alegría baturra y la nobleza castellana. Francisco y José Manuel hacen corrillo en una solana del pueblo y presentan a Pedro Cabra y su mujer Maximiliana, de 81 y 70 años, respectivamente. A los de Iniéstola se les llama pinocheros. Y bien parecen, a decir por todos ellos, que son gente amable, sencilla y campechana. La localidad dispone de consultorio médico, “viene dos días en semana”, y tiene ayuntamiento propio. Su alcalde se llama Cecilio y trabaja en la Diputación, según informan sus vecinos. “Algo se nota que ahora mandan los socialistas”, asiente con la cabeza Maximiliana. Al pueblo también acuden tenderos. Y un panadero de Valdelcubo.
De manera continua, viven en Iniéstola sólo dos personas. Miguel Avilés Simón, que a sus 75 años todavía sigue labrando el campo, y su hijo, de 45 años, que es el secretario del Ayuntamiento de Alcolea. Curioso, pero el único pinochero que queda no es natural de aquí, sino de un pueblo de Toledo. Pero tiene muy asumida su raigambre: “¿dónde voy a vivir mejor que en mi pueblo?”. Su vida transcurre tranquila entre sus fincas y las partidas de guiñote que se echa en el bar de Aguilar. Luego en el verano celebran las fiestas de Santa Bárbara y de San Antonio.
“Vivir no vive nadie, pero se está construyendo mucho, aquí están cojonudamente para el verano”, dice socarrón Pedro. Además es un pueblo unido. La Nochevieja la celebraron todos juntos, jóvenes y mayores, en el centro social con una cena por todo lo alto, comida, bebida y baile. Y, sobre todo, buena armonía. No es frecuente esto en los pueblos porque las rencillas están a la orden del día. No es que Iniéstola sea un “rara avis”, pero llama la atención el buen ambiente que reina entre sus vecinos. Quizá porque son pocos, desde luego, pero alguna virtud tenía que tener la escualidez del padrón.

Informados

Pedro pregunta a los periodistas cuantos hay censados en el pueblo. Al conocer la respuesta, exclama: “¡Vamos no jodas, eso es que se han muerto algunos!”. Lo dice con una sonrisa en la cara. De alegría por haber sobrevivido, pero también de melancolía al tomarse con buen humor la agonía de sus paisanos. “Aquí ahora se vive bien, como en todos los sitios porque el que es una calamidad, lo será en todas partes”, prosigue Pedro, que ha estado guardando ovejas hasta los ochenta años. Hasta 300 ha llegado a tener.

La mayoría de los vecinos censados en Iniéstola pasan el invierno en Guadalajara o en Madrid. “Pero nos gusta más el pueblo”, sentencian todos casi al unísono. “Los viejos estorbamos en todos los sitios. Aquí hay una mujer, Marisol, que dice que quiere mucho a los animales y a los viejos no, porque a los viejos no los quiere nadie”. El caso es que, por lo menos en este rincón, todavía los abuelos tienen un sitio donde tomar un botellín. “Y además autoservicio –contesta José Manuel- cada uno tenemos la llave y nos servimos”. “Yo no bebo pero voy para echar la partida, sobre todo al guiñote y al tute, al tute perrero. El mus, nada, yo no lo entiendo”, dice Pedro.

La política la siguen con avidez. “Si hubieran hecho empresas en Sigüenza, la gente de estos pueblos no se hubiera marchado”, advierte Miguel. “Estuvo Rajoy y el alcalde de Madrid el otro día, pero quitároslos de la cabeza que ni en el PP, ni en el PSOE ni en Izquierda Unida hay mejor político que Gallardón”, cuenta Pedro. “¿Pero qué ha pasado en Guadalajara, que había muchos alcaldes que se han ido?”, se cuestiona Miguel. Y a la televisión también están atentos: “Vemos mal Tele 5 y Tele 3 [Antena 3] pero la uno y sobre todo la de Castilla-La Mancha se ven muy bien”, cuenta Pedro. Miguel remacha: “yo estoy enterado, madre mía todo lo que están haciendo en Guadalajara y ayer vi que tienen el centro de Los Manantiales parado, se abrió un socavón en verano y todavía están con ello”.

Vivir en el pueblo se está convirtiendo en un riesgo porque cada vez late más la amenaza de extinción. Pero mientras quede gente como estos pinocheros, la esperanza es lo único que resiste. “Además –sentencia Miguel-, aquí se gasta menos dinero que en la capital; no ve que no hay mujeres…”.