Guadalajara

3 marzo 2006

FITUR 2003

Budia, joya de La Alcarria

Henares al día, Fitur 2003
Raúl Conde

Budia es uno de los pueblos más hermosos y desconocidos de la Alcarria. Camilo J. Cela, nuestro llorado premio Nóbel, ya demostró su instinto natural para acercarse a los pueblos con encanto llegándose a este rincón de aquél país “al que la gente no le da la gana de ir”, como escribiera hace más de medio siglo.

Situado a 55 kilómetros de Guadalajara, en una altitud de 890 metros, cuenta con más de tres centenares de habitantes. Es una joya a medio camino de la llanura, los vallejos alcarreños y las presas. Los cronistas de su historia aseguran que el pueblo formó parte de la Comunidad de Villa y Tierra de Atienza después de la reconquista en el siglo XI. Cien años después figuraba dentro del Común de Jadraque, en la sesma de Durón. Budia pasó entonces a manos de María de Castilla y su esposo, que formaron señorío. En 1434 adquiere la condición de villa por privilegio real. Durante la Edad Media, el devenir del pueblo fue monótono, sin grandes acontecimientos. La inclusión en las posesiones de los Mendoza fue un cierto revulsivo, viendo crecer el número de habitantes a partir del siglo XV y sucesivos. Los habitantes de Budia ocupaban su tiempo en la agricultura y en la industria de tenerías y cordobanes, “de mucho renombre y demanda”, según siempre se ha dicho.

Gran patrimonio

Lo primero que llama la atención en Budia son sus calles y plazas, algunas cuestudas, que presentan la arquitectura tradicional de las Alcarrias: “planta baja de sillarejo y altas a base de entramados de madera, con adobes y enfoscados grisáceos, destacando sus voladizos y tallados aleros, así como algunas galerías” (Alcarria.com). En el entramado urbano sobresale la plaza del Ayuntamiento: bella, elegante, castellana. Aquí se ubican la casa consistorial, con pórtico y galería alta de columnas, con capiteles tallados en piedra de una sencilla traza renacentista; la fuente del siglo XVI. La Iglesia parroquial, dedicada a San Pedro Apóstol, asienta sobre planta de tres naves, con pilares entre ellas de variado corte, unos circulares, otros cuadrilongos. La portada parece factura talmente del mismísimo Alonso de Covarrubias “o de alguno de sus discípulos”, ha llegado a escribir algún admirador. Del retablo nos ha quedado el altar, de planta repujada, con decoración exuberante, barroca y en el centro una imagen de Nuestra Señora del Peral, de la Dulzura, patrona del lugar. También hay interesantes pinturas como el retrato imaginario de fray Diego de Alcalá en su famoso “milagro de las rosas”, además de otras piezas de estilo barroco. Sin embargo, nos deslumbran las dos esculturas originales de Pedro de Mena, artista malacitano, que representa a Cristo doliente en la figura del “Ecce-Homo”, y la “Dolorosa”.
Aún queda más patrimonio: el convento de las Carmelitas (siglo XVII), en ruinas, las ermitas de Santa Ana, la Soledad y Santa Lucía. Quedan las fiestas, la Sampedrada (29 de junio), y los festejos patronales de la Virgen del Peral (tercer domingo de septiembre). Camilo José Cela arribó a Budia en la primavera calurosa de 1946. Y escribió: “Budia es un pueblo grande, con casas antiguas, con un pasado probablemente esplendoroso. Las calles tienen nombres nobles, sonoros –calle Real, calle de Boteros, calle de la Estepa, calle del Hastial, calle del Bronce, de la Lechuga, del Hospital-, y en ellos los viejos palacios moribundos arrastran con cierta dignidad sus piedras de escudo, sus macizos portalones, sus inmensas, tristes ventanas cerradas”. Excelente momento éste de la feria Fitur 2003 para que, ahora que ha llovido tanto, podamos disfrutar de la villa de Budia tanto o más como lo hizo el afamado literato.