Guadalajara

3 marzo 2006

EN LA SIERRA DE PELA DE GUADALAJARA

Campisábalos o la soledad de la sierra

Raúl Conde

Campisábalos, Campi -como llamamos a este pueblo los que somos de aquella zona-, es el llanero solitario de la Sierra. Por su situación en el mapa y por sus rasgos característicos. Aislado del mítico triunvirato de pueblos que forman Condemios, Galve y Cantalojas, Campi adolece de pueblos cercanos con que mantener esa rivalidad eterna y tradicional que se da cita en el mundo rural. Asentado sobre las parameras norteñas, a 1400 metros de altitud sobre el nivel del mar, Campi está solo. Demasiado lejos de Somolinos, apartado del moribundo Villacadima, en la vertiente más seca, altiva e improductiva de la Sierra Pela, cuya franja geográfica marca el límite entre la Castilla manchega y la Castilla leonesa.

Por la carretera principal, después de salvar el fuerte desnivel que provoca el zócalo calizo de “la cuesta del Bornoba”, Campisábalos emerge como un oasis en un desierto, acentuando su retiro, enclaustrado en una ínfima urna que representan aquellos campos escorados de la provincia. En una tierra, para desgracia suya, infecunda y desabrigada, mal lo tienen los agricultores de estos lares, pero mucho peor los de Campisábalos. Un camino estrecho asfaltado sirve de puente entre el centro de la localidad y la carretera. Hoy me presento en Campi por la tarde, al caer un sol que, en estas fechas, rara vez hornea con vehemencia. El color de la teja árabe del caserío suscita el contraste con el ocre del atardecer. Buen momento para visitar a Campisábalos y a su gente. La plaza está casi vacía, tan sólo algunos ancianos charlan mientras agotan los últimos resquicios del puro, que saborean con furor, al tiempo que finalizan la partida de guiñote. La población de Campi se ha reducido a un ritmo vertiginoso en los últimos años. El pueblo teme por su desaparición en un futuro, no nos engañemos, no muy lejano. La razón reside en la ausencia de juventud, el problema de fondo es que no quedan matrimonios jóvenes que puedan garantizar un mínimo porvenir al pueblo. Angustioso sentimiento es el que palpita en el corazón de los que de verdad aman a esta villa y desean para ella lo mejor anhelando algún milagro de difícil aparición.

Lleva la fama el pueblo de Campisábalos por su coqueta iglesia románica del siglo XII, considerada por algunos historiadores paradigma de este arte en nuestra provincia. Ya avanzó el incombustible Layna Serrano, pocos años antes de la guerra Civil, que “en Campisábalos una lindísima iglesia románica aguarda a ser conocida como merece en el mundo del Arte”. De la iglesia, revestida de una elegante arquitectura religiosa románica, destaca la capilla de San Galindo, en cuyo friso se recrean escenas campesinas representativas de los doce meses del año. Todo ello un extraordinario documento artístico propicio para el estudio de la vida medieval. El templo, excelentemente cuidado por el pueblo, es lo más característico del mismo, pero no lo único que merece la pena visitar. Carece Campisábalos de monumentos artísticos de primer orden pero, en cambio, ofrece al visitante un campo abierto y un paisaje único para el reposo en el verano y para el frío, no todo podía ser bueno, en el invierno.

Los chavales hacemos –escribo en primera persona porque todavía soy joven- un recorrido muy popular por aquellos rincones serranos. En nuestros destinos veraniegos no falta el circuito de la “O’, es decir, un recorrido con origen en Galve o en cualquier pueblo de la Transierra que sigue por los Condemios, Albendiego, Somolinos, Campisábalos, Villacadima, Cantalojas y Galve, completando casi cincuenta kilómetros que nos sirven para relajarnos, para volver a visitar nuestros pueblos y, además, constituyen un estímulo formidable con el objeto de engrosar cada día más nuestra pasión, nuestro sentimiento de estima hacia ésta que es nuestra tierra. En estos caminos, Campi aparece siempre como el destino perfecto para el descanso, para echar un trago de agua en la fuentona situada a la entrada del pueblo, junto al antiguo lavadero municipal. Pero es curioso, si recuerdo algo de Campi es que la soledad siempre está presente, siendo un rasgo distintivo de un pueblo con un futuro muy poco halagüeño. El viajero suele ver escaso gentío por las poblaciones del contorno pero en Campi esta situación se lleva a extremos. Por la prensa me he enterado que, gracias a los esfuerzos y al empeño en parte de su activa Asociación, Campi intenta despertar de su histórico letargo que le ha sumido en el más absoluto olvido provincial. No hace mucho los de la Asociación editaron un bonito periódico y no me olvido que, en caso de instalar una estación eólica en estas tierras altivas de la meseta castellana norteña, el pueblo más beneficiado sería Campisábalos. Me alegro pero creo que poco o nada aportará al problema real de Campi: la despoblación. Con apenas 80 habitantes –según los datos del coleccionable de NUEVA ALCARRIA sobre los pueblos- el futuro se presenta, simple y llanamente, complicado.

Dejando a un lado los quebrantos demográficos, resignándonos a contemplar un paisaje urbano tan austero como su entorno natural, Campi es un pueblo para la tranquilidad y la concentración más profunda. Si usted busca reposo, si usted quiere apartarse de la civilización por unos días, venga a Campi. Le aseguro que le costará muy poco alcanzar un mínimo grado de paz interna. Guadalajara es una tierra tranquila, pero el paladín del reposo es Campisábalos. Allá, en la esquina provincial, en el punto más alto de la Sierra, nadie le molestará.