Artículos en El Decano

29 septiembre 2009

RUTA

La cuna del Sorbe, el techo de Guadalajara

La dehesa de Campisábalos y Galve, un paraíso natural de pinos, aliagas y cebada a casi 1.400 metros de altitud. La ruta ofrece vistas de los pinares del Alto Rey, cruza el nacimiento del río Sorbe y termina al pie del castillo de los Estúñiga
La ruta de senderismo que transcurre en torno al Alto de Los Llanos, un paraje plano cercano a Galve de Sorbe, ofrece algunas de las mejores vistas panorámicas de la Sierra de Guadalajara. Son apenas ocho kilómetros que combinan subidas, algunas pronunciadas, otras no tanto, con el llano de la dehesa que separa los términos municipales de Galve y Campisábalos. El lugar se encuentra en la ladera norte del Alto Rey, lindero con la Sierra de Pela y a dos pasos de las cumbres del macizo de Ayllón. A lo largo del recorrido se puede disfrutar de los pinares de la zona y del nacimiento del río Sorbe. Un prodigio de la naturaleza en un terreno que ronda los 1.400 metros de altitud. Un paraíso natural repleto de pinos, aliagas, terreras y hasta algún campo de cebada, aunque pocha. Y, como colofón, surge la silueta del castillo de los Estúñiga.
El Decano de Guadalajara, 25.09.09
Raúl Conde

La temperatura de la Sierra de Guadalajara está hecha de una pasta especial. Cuando media España se tuesta en las playas de la costa y la otra media se hace cruces contra el calor de las ciudades, los pueblos serranos van con el paso cambiado. Durante el día no pasan de los 20 grados y por la noche aparece la escarcha en los coches. Incluso muchas personas mayores necesitan hacer lumbre, y las que no son tan mayores. El paisaje se asemeja a enero o febrero en cuanto caen cuatro gotas o se pone a soplar el viento. El que no lo conoce, no lo puede concebir. El que no lo ve, no acaba de creérselo. Pero es así. Toda la sierra es fría. También en verano. Sin embargo, hay un triángulo especial más allá del Alto Rey, en la ladera norte, que está fuera de lo común. Tres meses de invierno y nueve de infierno, dicen por estos lares. Las parameras desabrigadas de Campisábalos, Galve de Sorbe, los Condemios y Cantalojas marcan un punto y aparte en lo tocante al clima provincial. Quizá sólo la zona de Orea, en Molina, pueda compararse. El resto de la provincia no tiene nada que ver, por mucho frío que pueda hacer. Aquello es otro mundo, otra historia. Conviene dejarse caer por allí para comprobarlo. Para que el aire refresque las ideas. Y para disfrutar de la naturaleza.

Seis y media de la tarde en Galve. Fresco en las calles que a medida que se acerca la noche se convierte en frío. “El omano” es un prado plano situado en el lado este del pueblo, hacia Condemios de Arriba. Antes era una tierra donde se dallaba. Ahora es un campo de hierba donde a veces, muy de tarde en tarde, los chavales instalan cuatro piedras en forma de porterías y echan algún partidito. Cerca queda el antiguo depósito de aguas y un helipuerto para las emergencias sanitarias. Justo enfrente, la estampa de Galve, el castillo y, al fondo, las primeras laderas del Hayedo de Tejera Negra. El desnivel del camino de subida deja la sensación de tener todos estos parajes mucho más cerca de lo que en realidad se encuentran. Desde “El omano” surge un camino que lleva a la ermita de San Antón. El templo que consagra a San Antonio Abad es el más modesto de los tres que atesora Galve. Los otros dos son los de la Soledad y la Virgen del Pinar. A San Antón, antaño, llevaban a los animales para bendecirlos, sin falta, todos los 17 de enero de cada año. Ángel de Juan, en su libro “Ermitas de Guadalajara”, cuenta que “es una pequeña ermita de planta cuadrada con cuatro contrafuertes en cada una de las esquinas de la ermita. En el muro norte se encuentra ubicada la entrada al interior del edificio con un pequeño atrio sujeto por dos paredes de piedra y semicerrado. La puerta de acceso a la ermita es de arco de piedra semicircular”. El edificio es modesto, pero está ubicado en un enclave estratégico en el camino a Condemios desde donde se divisan casi todos los pinares de este rincón serrano.

Antes de alcanzar la ermita de San Antón parte una bifurcación hacia la izquierda que recibe el nombre de “camino de la Horca”. Los mayores del pueblo explican que el origen del nombre no está claro, como casi todos los que se han transmitido a lo largo de decenas de generaciones. Sin embargo, la fuerte pendiente de la subida da una ligera pista del por qué la gente, incluidos los antiguos labriegos y pastores, podían “ahogarse” ascendiendo este sendero. La subida es de aúpa, pero conveniente. Arriba surge una enorme planicie que se extiende hasta el Rejal de Galve y que es conocido como Alto de los Llanos. En este secarral, si la Administración lo autoriza, quedará instalado un parque eólico en los próximos meses que actuará de hermano pequeño de los gigantes que ya están funcionando en la vecina sierra de Pela. El lugar no tiene una especial relevancia medioambiental. En cambio, las aliagas y los pinos cautivan. Y, sobre todo, el paisaje que se va abriendo a medida que la senda avanza. Muy cerca quedan las terreras, todavía en término de Galve, que casi nadie conoce y que pocos admiran. Los pinares de la sierra del Alto Rey se extienden como un manto verde y frondoso por donde merece la pena respirar. Desde Galve hasta Bustares pasando por Condemios, los pinos de esta zona son, después de la sierra del Ducado, una reserva espiritual de esta especie que tantas alegrías, y algún disgusto, nos ha proporcionado. El caserío de Condemios de Arriba también se observa con nitidez, con sus tejados de estilo árabe y sus generosas viviendas. Presidiendo la escena, casi omnipresente, el Alto Rey.

 Piñas y pinos

La senda continúa por la linde entre Condemios y Galve. El camino está marcado y todavía se conservan algunas tainas que guardan las características de la arquitectura tradicional de este ramal serrano. La teja anaranjada, la piedra tallada, las vigas de madera. De algunas sólo quedan escombros. Otras todavía se mantienen en pie. El recorrido está salpicado por las piñas que sueltan los pinos. Y no son cosa baladí. Al menos antaño. Los mozos de estos pueblos recogían las piñas que se encontraban en el suelo, luego las secaban y, finalmente, las utilizaban para plantar árboles, por ejemplo, en los viveros del Hayedo de la Tejera Negra. Por eso, como cuentan muchos veteranos de esta comarca, tiene gracia que, pasadas varias décadas, tengan que pedir día y hora para visitar este parque natural aquellos mismos hombres que plantaron los pinos que hoy son objeto de visita. ¿El peaje del progreso? Pues tal vez. Y bienvenido sea si respeta el entorno. 

La temperatura sigue bajando. Igual que las nubes, que ya se han convertido en nubarrones y presagian lo peor. Castilla es pródiga en tormentas de verano. Estallan cuando menos te lo esperas, aunque las gentes acostumbradas a vivir en el pueblo exhiben un sexto sentido para predecir la lluvia. Desde el alto de Los Llanos, y tras gozar de las vistas de las laderas del Alto Rey, el camino sigue hasta el campamento de “El Molinillo”, que pertenece a Campisábalos. El descenso es abrupto y alargado. La tormenta estalla al fin. No cae agua: jarrea. Son pocos minutos, pero suficientes como para aventar el fuerte viento que pega a la espalda. Y dejarnos completamente empapados. Azorín, en su libro “Castilla”, escribió: “hay nubes redondas, henchidas, de un blanco brillante, que destacan en las mañanas de primavera sobre los cielos translúcidos. Las hay como cendales tenues, que se perfilan en un fondo lechoso. Las hay grises sobre una lejanía gris. Las hay de carmín y de oro en los ocasos inacabables, profundamente melancólicos, de las llanuras”.

Cuna del Sorbe

El campamento de “El Molinillo” es algo más que un resguardo. Es el centro del nacimiento del río Sorbe, el principal río de esta zona que Serrano Belinchón, que está afincado en Cantalojas y fue maestro de escuela en Galve, acostumbra a llamar Transierra. El Sorbe es uno de los principales afluentes del Henares. Parece mentira que el escaso chorro del que mana pueda abastecer, a lo largo de su curso, a buena parte del Corredor. El nacimiento del Sorbe no está ahora en el término municipal de Galve, sino en el de Campisábalos. El Ayuntamiento de Galve y el de Campisábalos llegaron a un acuerdo a finales del siglo XIX para permutar estos terrenos, que cedió Galve a cambio de recibir otros que ahora son secarrales y entonces utilizaban para trillar. Así que en la actualidad, legalmente, el Sorbe nace en Campisábalos y no en el  pueblo que adoptó su nombre como apellido. En cualquier caso, litigios aparte, el paraje es un vergel repleto de agua, humedad, fuentes y unos pinares frondosos donde da gusto recostarse a la sombra. Las copas de los árboles dan una sensación de auténtico paraíso, sobre todo después de haber caído una tormenta, y quizá también a pleno sol. Y un inmenso arco iris irrumpe en el cielo, algo imposible de ver en cualquier ciudad. La estampa está completa. El campamento permanece vacío, pero se utiliza con frecuencia en verano. También aquí celebraba el pueblo de Campisábalos –ignoro si lo sigue haciendo- un festejo que llamaban “Fiesta del Choto”, en homenaje ya pueden imaginarse a qué animal.

Después de la lluvia, la ruta enfila su final por la dehesa que separa Campisábalos de Galve. El sitio engaña porque nadie lo puede esperar. Después de patearse varias cumbres y transitar por un terreno de montaña, el viajero se topa con una llanura extensa en la que los pinos brillan por su ausencia. Algo insólito en estas veredas. Por aquí da sus primeros pasos el Sorbe y aún aquí pastan las ovejas de los pocos ganaderos que quedan en los dos pueblos que comparten este enclave. También quedan  campos de cebada, pero no está bien trabajada. Parece que se ha puesto pocha y hay quien sospecha de la permanencia de estos cultivos más bien gracias a las subvenciones que a su necesidad. Quizá no. Quizá sólo es un despiste de sus propietarios. Nuestra dehesa serrana no es como las de Extremadura: allí suele haber muchas encinas y cerdos. Aquí no hay ni una cosa ni la otra. A cambio, conforma una postal que brinda imágenes preciosas para llevarse a la vista. Al fondo, las vacas del Rejal y las montañas del Hayedo. En primer plano, la extensión de una tierra ocre y poco aprovechada.

El camino de la dehesa marca la senda a seguir, en sentido Galve. Luego existen dos opciones. O seguir por el camino y llegar al pueblo. O bien desviarse a la izquierda y subir de nuevo al Alto de los Llanos y contemplar, esta vez mucho más cerca, las vistas que ofrece el paisaje abierto que llega hasta casi Sonsaz. Estas tierras, aunque estuvieran en ladera, las utilizaban los galvitos para segar, un trabajo duro y fatigoso que no rentaba demasiado. A la izquierda quedan varios barrancos: La Magdalena, El Cabezuelo y Cerracines. Unos metros más arriba, en sentido Galve, la fuente de los cirates produce de nuevo el milagro de expulsar agua del sitio más insólito. Y, ya en el alto, resurge el perfil de Galve y su caserío recio y empedrado. La altura de Los Llanos provoca una imagen sorprendente del castillo de los Estúñiga: una especie de vista aérea que permite otear a la perfección el cerro donde se levanta y también observar el estado ruinoso de su interior. Desde esta posición se ve la mugre que acumula el patio de este monumento: la maleza, los murros derruidos y la basura acumulada. En todo caso, los “praos” de Trascastillo proporcionan un final majestuoso, al anochecer, en una de las sendas más completas y hermosas que ofrece la Serranía.

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