Camilo José Cela

6 junio 2006

60 ANIVERSARIO VIAJE A LA ALCARRIA

La pureza primitiva

La vida y el paisaje en la obra de Cela. El fundamento de Viaje a la Alcarria es la contemplación del paisaje y de la inocencia de una civilización rural.
Nueva Alcarria, 06.06.06
Francisco García Marquina

Cela era un hombre muy vital que se hallaba fascinado por la naturaleza virgen y seducido por los estados prelógicos. El Pascual Duarte de su primera novela es un héroe instintivo y escasamente diferenciado de la tierra que le sustenta. Y en su Mazurca para dos muertos, novela de culminación, hay una heroína a la que presenta con estas palabras: “Benicia no sabe leer ni escribir, ni falta que le hace; Benicia es alegre y va repartiendo vida por donde pasa”.

Libros de viajes

Donde más se explicita su admiración por el medio natural, es en sus libros de viajes. Al plantearse su política viajera en las páginas de El Español en 1946, haciendo una primera entrega de lo que sería su famoso libro sobre la Alcarria, dice “estoy dispuesto a no ver una sola catedral, a pensar en todo caso, que una catedral es siempre más pequeña, menos interesante, para mí, que un pinar, una llanada, un monte solitario, un hocino”. Cela inicia un retorno a la naturaleza desde la cultura. Es una búsqueda de la pureza entrevista en la infancia y en el campo. El lema previo que campea en Viaje a la Alcarria, tomado por Cela del médico y profesor de la universidad de Edimburgo William Cullen Bryant, es significativo: “al enamorado de la naturaleza que comulga con sus formas visibles, ella le habla con un variado lenguaje”. El fundamento de Viaje a la Alcarria es la contemplación del paisaje y de la inocencia de una civilización rural. Niños, paisanos, bestias y florecillas son los protagonistas de la obra que, en definitiva, es un canto de amor a la tierra, donde también se incluyen los elementos inanimados como las rocas, los vientos y las aguas.

Viaje a la Alcarria es un libro con un cuerpo lleno de sensaciones olfativas (“el campo huele con un olor profundo”),acústicas (“no se oye mas que el piar de las golondrinas y el canto de las alondras”), visuales (“Un pueblo polvoriento, de color plata con algunos reflejos de oro a la luz de la mañana”). En el texto original dejó incluida una prueba fehaciente de su amor por la naturaleza, que es una docena de flores que el viajero fue metiendo entre las páginas de su cuaderno de viaje y que en la edición facsimilar de 1996 se han vuelto a recolectar cuidadosamente.

Son las humildes plantas de nombres hermosos, como el zurrón de pastor, la pulmonaria, la salvia, el jaramago, la caléndula, la hierba de los pordioseros, el botón de oro… Esta actitud naturalista se mantiene en el resto de sus libros de viajes. En sus Páginas de geografía errabunda hay una narración cuyo largo título es sobradamente descriptivo de lo que encierra: “Como los montes azules, como el viento de la mañana, como una florecilla sin olor”. De vuelta a su casa después de esta aventura por el campo, recordando todas las maravillas que ha contemplado, hace esta famosa confesión: “Que Dios me lo perdone, pero no lo puedo evitar: amo todo lo que recuerdo y recuerdo casi todo lo que he visto”. Las mismas pistas seguimos en el Cuaderno del Guadarrama, Ávila o en su artículo “La poesía del mundo animal” recogido en el volumen La vida en el tintero donde proclama que “en los animales resuena a veces nuestra más auténtica, emocionada voz”. Gran observador de la naturaleza, Cela registra hasta cinco matices de color verde en su viaje de veinte leguas por el Duero, perteneciente a Judíos, moros y cristianos: el brillador de los prados, el ennegrecido del pino, el azulenco del enebro, el mortecino de las carrascas y
el plateado de las sabinas. También lo inanimado: En la Mazurca para dos muertos hay un protagonismo obsesivo de la lluvia que llega a borrar la raya del monte.

Llamadas a la naturaleza

Desde la primera a la última novela, Cela jalona su obra con constantes llamadas a la naturaleza. Ya en la tercera página de La familia de Pascual Duarte, su novela capital, el protagonista se preocupa de aquella cigüeña cojita asustada por el gavilán. Y en Madera de boj, su última novela, es el mar la fuerza de la naturaleza que contempla y admira. Ese mar “que no se cansa nunca” y que es el elemento organizador de la obra. Incluso en su novela esencialmente urbana, que es La colmena, el protagonista Martín Marco añora la libertad de las afueras, saliendo hacia el cementerio donde reconoce que “bajo el tibio sol de diciembre los gorriones pían, saltando de cruz en cruz, meciéndose en las ramas desnudas de los árboles”. Y ante el nicho de su madre siente la llegada del aire que viene desde el campo y “nota en la frente una ligera caricia ya casi olvidada, una vieja caricia del tiempo de la
niñez…”. Y en la última página de la novela “Martín nota que la vida, saliendo a las afueras a respirar aire puro, tiene unos matices más tiernos, más delicados que viviendo constantemente hundido en la ciudad”.

Amante de la naturaleza

Camilo nunca ha sido “ecologista” numerario, sino amante por libre de la naturaleza. A esa inadecuada palabra con que se autodefinen los naturalistas reivindicativos ya le puso reparos, lo mismo que a la sobada redundancia “medio ambiente” que —como escribió en Desde el palomar de Hita, poniéndolo en boca de su personaje don Marcelo Taberner y Ballester— “cae en flagrante reiteración, ya que ambos términos significan lo mismo”. Es precisamente en esta serie literaria donde hace alardes de reconocer a una multitud de aves.

Cela sabía que el error del hombre es considerarse ajeno a la naturaleza, como si ésta fuese un sustrato del que la humanidad se ha diferenciado y puede independizarse. Somos parte de la naturaleza y, en la medida que la respetemos, estamos asegurando nuestra propia supervivencia. Por desgracia, el progreso nos ha endeudado gravemente con el medio natural. La vitalidad de Camilo José Cela, esa consideración de la vida como algo fascinante y que había que mirar con toda curiosidad y practicar con toda intensidad, le llevaba hasta la aceptación de la muerte, ese reverso del nacimiento que es parte también de la misma vida. Días antes de que le concediesen el premio Nóbel, Cela dejó escrito de su
puño y letra esta amonestación que resume su punto de vista: “Probemos a salvarnos salvando la Naturaleza, que es el soporte de la vida misma y la última esperanza de la salud, la felicidad y la paz”.

* Revista Ambienta. Marzo 2002.