OPINIÓN

MONSALUD

El monasterio de Monsalud, en Córcoles (Guadalajara), está rehabilitado gracias a una inversión de 600.000 €, pero la Junta lo mantiene cerrado por razones que no ha detallado. Aunque hay excepciones, se trata de un ejemplo lacerante del tratamiento que recibe en Castilla-La Mancha el patrimonio histórico, ahora degradado aún más tras la decisión política de subsumir Cultura en la Consejería de Educación.
Henares al día , Junio 2010
Raúl Conde
Monasterio de Monsalud, en Córcoles (Guadalajara). | JCCM

Monasterio de Monsalud, en Córcoles (Guadalajara). | JCCM

El monasterio de Monsalud, en Córcoles, es uno de los más importantes recintos cistercienses de toda Castilla. El cronista de la provincia, Antonio Herrera Casado, explica que «su origen, casi perdido en las remotas nebulosidades del Medievo, le sitúa en el siglo XII, aunque se hace difícil concretar el momento exacto de su fundación». Se trata de un ejemplo de la organización de la vida religiosa de la comunidad del Cister. Una joya, por tanto, arquitectónica y artística. Y, por desgracia, una joya que yace casi en el olvido . Sin embargo, lo curioso del caso es que permanece en el olvido, pero no por su mal estado, sino por otras causas desconocidas. El alcalde de Córcoles, que depende de Sacedón, ha elevado la voz de alarma ante lo que considera una actitud injustificada de la Junta de Castilla-La Mancha.  No entiende, y lleva razón, por qué la Administración regional mantiene cerrado un monumento en el que ha invertido 600.000 euros, fondos que llegaron con cargo al manido 1% Cultural de Fomento. Habrá que esperar la reacción oficial . De momento la realidad es que hoy el edificio está casi rehabilitado en su totalidad. Pero cerrado.

La situación de Monsalud es una muestra más del abandono al que se somete el patrimonio histórico no sólo en Castilla-La Mancha, sino en el resto del país. Aunque es cierto que se ha invertido mucho, el patrimonio sigue siendo el patito feo de los presupuestos. Y, dentro de éste, los castillos y los monasterios se han llevado la peor parte. Y  son varios los ejemplos lacerantes: los castillos de Riba de Santiuste y Galve de Sorbe o los monasterios de Bonaval y Monsalud, entre otros muchos. Merece la pena viajar a Italia o Francia para comprobar el buen gusto en la rehabilitación de sus piedras más valiosas. Aquí no. Aquí las obras bien hechas y los proyectos de envergadura en materia de patrimonio son puras excepciones. Basta comprobarlo con el exiguo presupuesto con que se ha dotado el reciente Plan del Románico en Guadalajara o la ausencia de una política coordinada en la recuperación del patrimonio. Y sólo faltaba la crisis para terminar de arreglar el desaguisado. El presidente regional ha decidido subsumir Cultura en la Consejería de Educación y, con ello, se ha ganado el respeto de los medios de comunicación de Madrid pero quizá no de los que apuestan por atender la cultura. El mensaje político que se ha lanzado con la supresión de la Consejería de Cultura no puede ser más desalentador para aquellos que siguen trabajando, mucho y bien, en el terreno cultural más cercano. Manu Leguineche, en El Club de los Faltos de Cariño, escribe: «Castilla se cae a pedazos y por todas partes brotan polideportivos y plazas de toros. El castillo sobre el alcor se viene abajo«. Para atraer a la gente y generar riqueza, hace falta tener la casa, o sea, la provincia, en condiciones. Para que el personal se anime a venir a Guadalajara es necesario invertir en la rehabilitación del patrimonio. Invertir más de lo que se hace. Invertir en lugares donde vive poca gente y los votos escasean. Invertir en aquello que realmente puede transformar el futuro de las comarcas más deprimidas.

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