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28 junio 2010

SOMOS EL TIEMPO QUE NOS QUEDA

Carandell en la memoria

"Oírle disertar era una delicia porque hacía buena aquella máxima que canta la humildad de quien más sabe"
El Decano de Guadalajara, 25.06.2010
Raúl Conde
Luis Carandell, en la fiesta de La Caballada de Atienza. | R.C.

Luis Carandell, en la fiesta de La Caballada de Atienza. | R.C.

La primera vez que escuché su voz en la radio fue en la tertulia de las tardes que se emitía en la extinta Antena 3 a principios de los noventa. Miguel Ángel García Juez dirigía aquel programa en el que también participaban, entre otros, Alfonso Ortuño y Fernando Vizcaíno Casas. Hablaban de lo divino y de lo humano. De lo mal que lo hacía el Gobierno, socialista también entonces, y de lo esotérico que puede llegar a ser nuestro país. Luis Carandell aportaba su reguero de conocimientos. Oírle disertar era una delicia porque hacía buena aquella máxima que canta la humildad de quién más sabe. El efecto sonoro que producían sus palabras era similar al goteo incesante del agua: una cascada de cultura con la que siempre nos descubría algo nuevo, algo recóndito muchas veces, algo inescrutable para la mayoría. Su palabra era interesante, constructiva, cálida. Y siempre muy cercana a Guadalajara.

Unos años más tarde, recuerdo que en una de sus colaboraciones en el programa “La Ventana” de la SER, entrevistando a José Bono, Carandell le invitó a decir si había visitado algún día la Sierra de Guadalajara, y citó los municipios de Condemios de Arriba, Condemios de Abajo y Cantalojas. El político manchego contestó que sí, que los conocía perfectamente y envió un saludo a un alcalde amigo suyo de la zona. El maestro le pidió que nunca olvide a esta tierra necesitada. Y Bono imagino que se marchó del programa con la sensación de haber sido escrutado por alguien que conocía palmo a palmo su propio territorio. Supongo que se esperaba que le preguntaran por el paro, el terrorismo o la corrupción. Pero no. Carandell se interesó por los pueblos de la sierra de Atienza. Unos años antes, por cierto, ya le había pedido a Felipe González que arreglara la iglesia de la Trinidad. Me parecen anécdotas que reflejan su forma de entender el compromiso con la provincia que le acogió.

Nacido en Barcelona en 1929, murió en Madrid el 29 de agosto de 2002 víctima de un tumor. Había perdido 30 kilos y el cabello fruto del tratamiento de quimioterapia. Fue el final de una brillante trayectoria en el periodismo, con más de medio siglo a sus espaldas. Ejerció de corresponsal en El Cairo, Tokio, Moscú y Estrasburgo. Trabajó para “Triunfo”, “Cuadernos para el Diálogo”, “Viajar”, “El Sol”, “Diario 16” y “El País”. Presentó telediarios y hablaba más de diez idiomas. Antes de convertirse en el mejor cronista parlamentario, Carandell exhibió su inteligencia y su fina ironía a través de la columna “Celtiberia Show”. Allí completó un inventario colosal de la España cañí con un trasfondo entre periodístico y sociológico: “Un catálogo de los horrores cotidianos –según el periodista Joan Barril– donde se encuentra la verdadera obra ideológica del dictador y la lucidez de mirar atrás sin ira”. Otro periodista, Llàtzer Moix, subraya que no era Larra, ni Forges, pero reunía lo mejor de ambos. Manuel Vicent matiza que “consiguió salvar los obstáculos para caer bien a todos”. Hizo su trabajo, y además de forma excelente. Al tiempo, conservó una habilidad especial para no enfrentarse a nadie. Luis Carandell publicó varios libros y estaba preparando el segundo volumen de sus memorias cuando le llegó la despedida. Las cenizas yacen en Atienza y hacia allí hay que volver la vista ahora para reivindicar su figura.

En 2002 escribí en el Guadalajara Dos Mil: “La cofradía de La Caballada y el pueblo atencino harían méritos si son capaces de guardar la memoria de un apasionado de Guadalajara”. Y la verdad es que el recuerdo sigue presente. La Asociación Sibilas de Atienza y la Diputación de Guadalajara han organizado para mañana sábado un homenaje a Carandell, que incluye el descubrimiento de una placa en la que fue su casa y la intervención de familiares, amigos y vecinos. Además, el acto contará con la participación de Ignasi Riera, un intelectual inquieto que ya organizó una exposición sobre Carandell en el Palau Robert de Barcelona. Una muestra magnífica, muy completa y en la que la huella guadalajareña del homenajeado quedó bien recogida. En el último número de la revista digital Atienza de los Juglares, Tomás Gismera evoca la emoción que sintió el periodista catalán al ser nombrado Caballero Honorario de la Caballada en 1993, además de su inclinación a zambullirse en la vida cotidiana del pueblo: en las tabernas, haciendo el aperitivo, comprando en sus tiendas, charlando con los paisanos o comiendo queso o una tortilla de patatas en la Fonda Molinero.

Víctor Márquez Reviriego me ha contado en más de una ocasión que fue él quien trajo a Carandell a Guadalajara. Buscaba una residencia de descanso cercana a Madrid y aquí encontró tranquilidad, un pueblo medieval y buenos alimentos. Se hizo amigo de Manuel Ballestero, un intelectual marxista que tenía una casa en el centro de Atienza, en la plaza, y al poco tiempo ancló sus raíces hasta la médula entre los atencinos. Según Víctor, el paisaje de la Serranía de Guadalajara le encantaba: “Al principio, en el 73, era como uno más, estaba en Atienza como si fuera la Barcelona de su adolescencia”. A su viuda, Eloísa Jägger, la conocí en Madrid hace unos años. Es una persona extraordinariamente amable y cariñosa que conserva fresco el recuerdo de su marido, de quien habla con una veneración todavía intacta. “Me gustaría –dijo- que las nuevas generaciones recordasen a Luis por sus ganas de vivir, por su ilusión, por su bondad y por su afán de aprender y comprender”.

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