OPINIÓN

Telemadrid, de segunda

"La base del documental son las tres patas clásicas, repetitivas, cansinas, sobre las que se han apoyado los sectores ultraderechistas desde los tiempos de Pujol: la supuesta violación de la Carta Magna al negar la escolarización de los niños en castellano; los libros de texto que, según ellos, están manipulados; y la obligatoriedad de rotular en catalán"
Nueva Alcarria, 10.04.07
Raúl Conde

La televisión pública madrileña emitió el martes un documental titulado “Ciudadanos de segunda” y realizado por una productora de El Mundo, cuyo objetivo periodístico consistía en denunciar el supuesto aislamiento al que se somete a los castellanohablantes en Cataluña. El lenguaje empleado por la voz en off ya era revelador: lo llaman ciudadanos de segunda y, casualidades de la vida, aparecen varios intelectuales que apoyan al partido político Ciudadanos de Cataluña. Luego, el guión llevaba insertados algunos estribillos del PP. A saber: “los niños catalanes no pueden utilizar en la escuela la lengua común de todos los españoles, se les obliga a estudiar otra más, el catalán”. ¿Cómo que otra más? ¿Es que no saben que, según la ley, el catalán y el castellano gozan del mismo rango oficial en Cataluña? ¿Es que no quieren que la ley se cumpla precisamente aquellos que más dicen defender la Constitución y los estatutos vigentes?

La base del documental son las tres patas clásicas, repetitivas, cansinas, sobre las que se han apoyado los sectores ultraderechistas desde los tiempos de Pujol: la supuesta violación de la Carta Magna al negar la escolarización de los niños en castellano; los libros de texto que, según ellos, están manipulados; y la obligatoriedad de rotular en catalán. Sin embargo, la realidad que yo he comprobado en Cataluña no tiene nada que ver con ese territorio ególatra y excluyente que pintan los medios de comunicación afines a la derecha extrema. No hablo de oídas, lo que digo lo he vivido en primera persona y en la de quienes me rodean. A mí me han enseñado la Historia de España y la lengua y literatura española en las escuelas, institutos y universidades públicas de Cataluña. Y doy gracias a los políticos por obligar a mis profesores a impartir esas clases, mayoritariamente, en catalán. En caso contrario, muchos catalanes nacidos de la inmigración española (alcarreños, murcianos, extremeños o gallegos) nunca hubiéramos aprendido ni ejercitado el catalán. No he conocido nunca a esos cientos de miles de niños y jóvenes que dicen tener problemas para expresarse en castellano. No he conocido esa escuela, según estos planteamientos, que fomenta la discriminación de los castellanohablantes. Durante mi etapa de escolar en Cataluña, tuve decenas de profesores del resto del Estado, incluso uno de matemáticas de Sigüenza que nos decía que, desde que se inventó el transistor, ya no quedan tontos en España. Es posible que no queden tontos, pero sí manipuladores. El documental se cerraba con unos cuantos ejemplos de tenderos a los que se les había obligado rotular sus locales en catalán. Tampoco es eso lo que yo he visto allí. Un hermano de mi padre lleva más de cuarenta años regentando un bar en una céntrica calle de Barcelona y nunca le han obligado a quitar el letrero de tortilla española o almuerzos y desayunos, así, en castellano. ¿Por qué Telemadrid, el PP, la Cope, La Razón y El Mundo se empeñan en presentar problemas donde no los hay? ¿Qué creen que pensarán muchos catalanes de Telemadrid y los madrileños cuando la televisión autonómica TV3 se haga eco de este documental? Y sobre todo: ¿por qué se empeñan en enfrentar a los ciudadanos de este país trasladando a la calle la crispación de los políticos? La realidad que el documental transmitía de Cataluña no se corresponde con lo que allí sucede tras casi treinta años de democracia. Es muy lícito que haya personas que piensen que la política lingüística aplicada en Cataluña no es la correcta. Todas las opiniones son admisibles. Lo que no es de recibo es falsear la realidad para favorecer unos intereses partidistas, máxime si se hace utilizando una cadena pública que pagan todos los ciudadanos. Están agitando las ramas del árbol y no sabemos lo que nos puede venir encima.