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15 mayo 2007

ROBERT ALVAREZ (EL PAÍS)

Tamudo, la contraseña del Espanyol

El delantero canterano encarna la esencia del club, al que aspira a dar su tercer gran título
Si alguien personifica un club es Raúl Tamudo. Oyéndole y viéndole, se puede palpar la esencia del Espanyol. De blanquiazul ha cumplido sus sueños: mantenerlo en Primera, darle títulos, hacer méritos para jugar en la selección española y labrarse una destacada carrera. "Mi gustazo más grande fue comprar una casa a mis padres y quitarles de trabajar. La de años que se levantaron a las cuatro de la mañana", dice. Su padre, José Tamudo, fue el entrenador del Milan a principios de los noventa. No se trataba del poderoso club italiano, sino de un modesto equipo de Santa Coloma de Gramenet. Día sí, día también, recogía a la salida de la escuela a sus hijos, Paco y Raúl, y se los llevaba a correr por los descampados que circundaban la populosa ciudad vecina a Barcelona, ahora sepultados por el cemento de urbanizaciones y grandes superficies. "Nos encantaba jugar al fútbol. A la menor oportunidad, nos íbamos a la calle. Utilizábamos las persianas y los vados para señalar las porterías. Siempre digo que empecé regateando vallas y abuelas", cuenta Tamudo.
El País, 15.05.07
Robert Álvarez

Fue por entonces cuando José los llevó a Sarrià para ver jugar al Espanyol. Uno de los partidos que dejó más huella en ellos fue la ida de la final de la Copa de la UEFA de 1988. «Estuve en un córner. Tenía ocho o nueve años. Ganamos al Lverkusen por 3-0. Llevé unos prismáticos porque no se veía bien desde donde estaba. Me fui más contento que unas pascuas. Luego, en el partido de vuelta, que vi por televisión, me llevé un enorme disgusto», recuerda.

Los dos hermanos se incorporaron al modesto Milan, equipo que acabó siendo anexionado por la Unión Esportiva Gramenet. Poco después pasaron una prueba en el Barcelona, pero fueron rechazados. Seguido de cerca por el coordinador de la cantera del Espanyol, Josep Manuel Casanova, Tamudo fichó por el club blanquiazul. Destacó por sus goles en el filial y el 23 de marzo de 1997, de la mano de Paco Flores, debutó en el primer equipo. «Le llamábamos el hombre sin cuello. Era un poco tímido, pero no noté que estuviera nervioso», explica Cobos, el defensa francés con el que compartió habitación en aquella concentración en Alicante. El equipo se debatía en la zona del descenso. El Hércules se adelantó en el marcador. «Empecé a olerme que Paco debía arriesgar y que iba a hacerme salir al campo», rememora. Relevó a Nando, el defensa que también jugó en el Sevilla, el Madrid y el Barcelona: «Luis Cembranos empató y, faltando poco para el final, me dio un pase, hice una vaselina y logré el gol de la victoria. Para mí, aquello era lo máximo». Sólo fue el principio de la leyenda.

Pese a su sensacional estreno, Tamudo tuvo que hacer méritos en Segunda para dar el salto definitivo. Fue cedido: primero al Alavés, después al Lleida. Una grave lesión, la de Serrano en un partido ante el Betis, aceleró la decisión del organigrama técnico del Espanyol de repescarle nada más comenzar la Liga, en noviembre. «Me llamaron de un día para otro. En aquel momento habría preferido quedarme en el Lleida porque había cogido confianza, había marcado cinco goles y estaba muy a gusto», reconoce.

El cambio de milenio fue determinante en su carrera. Tenía 23 años cuando el 27 de mayo de 2000, en Mestalla, anotó uno de los goles más importantes de su carrera. Le consagró su especial habilidad para aprovechar el menor descuido de un rival. Fue en la final de la Copa del Rey, ante el Atlético de Madrid. El gol está muy relacionado con sus inicios como portero. Tal vez por eso supo ver mejor que nadie el momento oportuno para robar la cartera a su ex compañero Toni cuando se disponía a sacar de puerta. «Sabía que acostumbraba a soltar la pelota antes de sacar», confiesa. Su descuido quedó tan ridiculizado que Toni incluso le retiró la palabra durante un tiempo. Ése, como otros muchos de los goles que ha obtenido, explica su sentido del juego. «Me busco la vida como puedo porque normalmente los centrales me sacan un palmo. Además, no soy un superdotado en velocidad, en calidad técnica o rematando de cabeza. Pero marco goles, que es lo que cuenta», explica.

Se equivoca quien piense que Tamudo sólo es capaz de marcar de esa forma, como no lo haría nunca un niño pijo tal como le comentó entonces su padre. Admirador de Van Basten, ha demostrado una sobresaliente capacidad técnica y ha anotado goles de una magnífica factura, como uno al Celta en Balaídos o el que le endosó esta misma temporada al Sevilla, de nuevo su rival mañana en la final de la Copa de la UEFA, después de recibir el balón de espaldas a la portería, controlar, eliminar a dos rivales de un taconazo, encarar y superar a Palop.

En septiembre de 2000 jugó en Sidney la final olímpica con la selección. Camerún superó a España en la tanda de penaltis después de que igualara el 2-0 que campeaba en el marcador cuando Tamudo tuvo que retirarse del campo a causa de una fuerte entrada de Wome. Varios equipos pujaban ya por su fichaje. La historia de esa lesión le impidió enrolarse en el Glasgow Rangers. Ya por entonces, Flores se rendía ante su capacidad: «Es el jugador que siempre hace todo lo que le pides. Crece y crece y no sé dónde está realmente su límite».

Nunca ha conseguido hacerse un hueco en la selección, con la que ha disputado nueve partidos y ha marcado cuatro goles. Sin embargo, dos antiguos seleccionadores le piropean. «Siempre me demostró que tenía un sitio en el equipo nacional», sentencia José Antonio Camacho. «Es uno de los jugadores más listos que he conocido», constata Javier Clemente. Juande Ramos, el entrenador del Sevilla, que también le conoce después de su breve etapa en el Espanyol, dice de él: «Es un auténtico líder».

En 2004 volvió a marcar un gol decisivo para la permanencia del Espanyol, en la última jornada, ante el Murcia y el curso pasado ganó la cuarta Copa del Rey en la historia del Espanyol y de nuevo dejó su sello con el gol que abrió el marcador ante el Zaragoza (4-1). A punto de disputar su tercera gran final -«cuando llegué al Espanyol, hacía 60 años que no había ganado un título»-, se encuentra también a dos goles de batir otro récord histórico: los 111 de Marañón, máximo artillero en la historia del club.

«Es una cifra que simboliza lo que he dado por el Espanyol. Después de tantos años, soy inmune a las críticas. Pero, si alguien quiere verlas, ahí tiene las cifras», desafía. Aclamado por la mayoría, en tiempos de crisis suele ser el blanco de las críticas. Así sucedió por enésima vez esta misma temporada, cuando el equipo estaba en la zona del descenso y unas declaraciones de Luis García sobre la preparación física enrarecieron el ambiente en el vestuario.

«Independientemente de que juegue o no, soy el más feliz del equipo cuando gana y el que está más fastidiado cuando pierde. Llevo aquí desde 1992. Soy socio y accionista. A aquéllos que me critican les invito a que vean mi trayectoria en el club», propone el delantero, de 29 años. Es clarividente cuando opina sobre la difícil supervivencia del club a la sombra del poderoso Barça o sobre sus bandazos y dificultades para crecer, pero algo tiene muy claro: «Este club es mi vida, mi escuela. Aquí no sólo he crecido como jugador, sino que también lo he hecho como persona».

DESPIECE:

«Mamá, no me quieren»

El destino ha querido que la final de la Copa de la UEFA se dispute en Glasgow. Tamudo sólo estuvo un día en la ciudad escocesa y de eso hace ya siete años. Aquel viaje le marcó. Los médicos del Rangers descartaron su fichaje cuando ya estaba hecho. El Espanyol atravesaba serias dificultades económicas. Su deuda ascendía a más de 5.000 millones de pesetas. Los Rangers estaban dispuestos a pagar 3.000 por él y le ofrecían 250 de ficha anual.

«Pisé el césped del Ibrox Park. Pasé la revisión médica y, al salir, a través de una intérprete, nos dijeron que no me fichaban», relata. Aquello, lejos de suponer un mazazo, supuso una liberación para el punta. «Cogí el teléfono, llamé a mi madre y exclamé: ‘¡Mamá, que vuelvo, que no me quieren!’. De manera que Wome, que fue quien le lesionó en la final olímpica ante Camerún, acabó haciéndole un favor. Los médicos consideraron que una lesión de menisco no le permitía continuar jugando al fútbol. Cuatro días después, Tamudo volvía a jugar sin ningún problema con el Espanyol.

Tamudo no quería irse a Escocia. Hasta el punto de que aquel día de octubre de 2000, poco antes de emprender el vuelo en el avión privado que el Rangers puso a su disposición, rompió a llorar en el aeropuerto de El Prat. «Volver allí ahora no es especial para mí, sólo anecdótico. Ni me planteo cómo me habría ido. Soy el más feliz del mundo».