Artículos en Nueva Alcarria

7 septiembre 2007

CRÓNICA

Umbral y Guadalajara, cenas en El Espinar

El columnista vallisoletano frecuentó Guadalajara en la finca de Cela en la vega del Henares
El escritor y columnista Francisco Umbral falleció el pasado 28 de agosto. Un reguero de firmas han glosado su figura desde entonces en las páginas de los periódicos, llevando su obituario a la portada de la sección de Cultura. Umbral, según han destacado algunos de sus más íntimos en los últimos días, sólo reconoció a un maestro: Camilo José Cela. En Guadalajara, Umbral cultivó la amistad con el premio Nóbel en la finca de éste último en El Espinar. Además fue jurado de los premios “Provincia de Guadalajara” de la Diputación y acudió a algún acto cultural.
Nueva Alcarria, 03.09.07
Raúl Conde

La relación entre Guadalajara y la prosa de Francisco Umbral está cimentada en dos circunstancias muy concretas. Por un lado, su amistad con el también fallecido Camilo José Cela, que le trajo a más de una cena a la finca que el premio Nóbel tenía en El Espinar. Y, por otro, la relevancia que adquirió a partir de 1998 el nombre de la capital alcarreña como icono de la corrupción en los Gobiernos socialistas de los noventa. Umbral escribía ya en El Mundo, diario del que es fundador y activista destacado en aquello que algunos colegas llamaron “sindicato del crimen”, esto es, el grupo de periodistas estrella destacado en limar la imagen de Felipe González. Umbral se refirió a “Guadalajara”, así, a secas, en muchas de sus columnas políticas. Era la Guadalajara de Barrionuevo y Vera.

El pilar de los frecuentes viajes de Umbral hasta Guadalajara se debe a su relación con Cela. Ambos “sentían una recíproca admiración entre discípulo y maestro, según ha declarado esta semana a la agencia Efe el que fuera secretario personal de Cela durante los últimos seis años de su vida, Gaspar Sánchez Salas. Según su versión, “la admiración de Cela era tal que, cuando durante los últimos años de su vida, el escritor no leía a las nuevas generaciones, sino que sólo releía clásicos, al único escritor contemporáneo que leía y seguía era a Umbral”, relató Sánchez Salas, que desde 1995 se unió al escritor para trabajar con él “codo con codo” y quien tras su muerte ha escrito varios libros sobre el novelista gallego y sus intimidades. Además, Cela siempre luchó para que otorgasen a Umbral el Premio Cervantes, que finalmente recibió en el 2000, y para que le nombrasen académico de la Lengua, lo que no pudo conseguir. Como ejemplo de su empeño, su secretario relató que, durante la presentación en 1998 del primer tomo del Diccionario Geográfico de Cela, en la que además del propio Umbral, estuvieron presentes los académicos Manuel Seco y Alonso Zamora, cuando a Cela le llegó el turno de presentarlos lo hizo diciendo: “Aquí tenemos a tres académicos: dos por comisión y uno por omisión”.

En todo caso, al margen de tribulaciones literarias, a Cela y Umbral les unía sus ínfulas y la creatividad que tuvieron ambos a lo largo de su vida para construirse sus propios personajes paralelos. Todos los amigos comunes, que esta semana se han explayado en la prensa, coinciden en señalar las diferencias que existían entre el Umbral público, vocinglero y soberbio, y el que se expresaba en privado. Igual le ocurría a Cela, al que un día le preguntaron si se sentía arrogante, y él contestó: “Seguramente, pero yo soy así. Es como culpar a alguien de ser rubio o moreno. También es arrogante Paco Umbral, y es más joven que yo. Es igual que cuando la gente se escandaliza. Siempre he dicho que en España es mayor el número de los escandalizables que los escandalizadores”.
Umbral y su mujer, María España, solían acudir a cenar a la casa de Camilo José Cela y Marina Castaño en El Espinar, en la vega del Henares. Santiago Barra escribe en El Decano que “Umbral vino a Guadalajara a menudo”. A los almuerzos con Cela, pero también para ser jurado en los premios “Provincia de Guadalajara” de la Diputación y para participar en algún acto cultural en público. Umbral publicaba todos los días una columna en El Mundo bajo el título genérico de “Los placeres y los días”. El 26 de julio de 1994 escribió: “Viaje a la Alcarria, grises de julio, cielos bajos e inmensos, los viejos leen periódicos y la vida aparece extasiada, feliz y sonámbula, en los pueblos de gasolinera y niña triste que ya ni siquiera salta a la comba (las niñas ya no saltan a la comba, no pierden el tiempo, que lo que quieren es que mamá les compre un diafragma). La tarde tiene como un tejado a dos aguas, pizarroso, que condensa y precisa el verdor huidero de los campos y la flecha caliente de los pájaros. Visita a Cela en los alrededores de su santo, más o menos. Entre tortillas, sardinas, damas, pimientos picantes, cerveza sin alcohol y whisky que sí, me entero de lo que ya sabía: la Academia tiene una vieja tradición, que es presentar todos los años a Cela al premio «Cervantes». La Academia tiene una, otra tradición igualmente vieja y entrañable, que es no dárselo. Pero este año, ya, ni siquiera le presentan. En la terna recién elegida, por primera vez no aparece CJC. Le digo que quizá le han descolgado para siempre, pero él está escribiendo otra novela, “La cruz de San Andrés”, y yo creo que, entre pincho y pincho, entra en la casa a taracear el manuscrito. Este hombre sigue siendo, ante todo, un profesor de energía, una obra en marcha (también humanamente, vitalmente), y no parece reparar en esas cosas”.

“Un cadáver exquisito”

Tras la muerte de Cela, comenzaron a brotar biografías y libros sobre su figura. El primero en abrir fuego fue Francisco Umbral. En el mes abril de 2002, poco después de ser enterrado el novelista gallego, salía a la calle “Cela: un cadáver exquisito” (Planeta), obra que alcanzó cinco ediciones y que provocó una riada de críticas en contra del autor de “Mortal y rosa”. Según algunos admiradores del Nóbel -Jaime Campmany y Alfonso Ussía, entre otros-, Umbral le había asestado una puñalada trapera a Cela. El aludido dijo que había escrito un libro «inocuo». La obra puede calificarse con cualquier adjetivo, excepto el de inocuo. Umbral reconoce en Cela a ese «mago del lenguaje» del que tanto aprendió, pero sostiene que fue un mal articulista, un escritor que pretendía ser gracioso, aunque nadie le encontrara el chiste. A su viuda, Marina Castaño, le dedica toda clase de lindezas, a cual más cáustica. Umbral, en la página 166, insinúa que “La cruz de San Andrés”, con la que el Nóbel obtuvo el premio Planeta en 1994, fue escrita por negros y con el manuscrito de Carmen Formoso delante (una maestra gallega que se presentó al mismo certamen con la obra Carmen, Carmela, Carmiña). El asunto de los negros provocaría una ácida polémica.

Sobre el polémico libro de Umbral, en el que el escritor desentrañó aspectos humanos y literarios de Cela y de su mujer, Marina Castaño, de forma muy crítica, el secretario de Cela, Sánchez Salas, ha aclarado que con este libro el escritor vallisoletano no quiso matar a su maestro: “Umbral no quería criticar ni insultar a Cela, sino que simplemente pretendió mostrar su entorno y dejar constancia de los últimos años de su vida”, aseguró Sánchez Salas, quien cree que entre ambos escritores se da la semejanza de que “ninguno de los dos necesitaron estudiar una carrera universitaria para convertirse en auténticos exponentes de la cultura española”. Francisco García Marquina, amigo de Cela y autor de la extraordinaria biografía “Retrato de Cela”, sostiene que “los que han sacado libros, hasta ahora, son libros de oportunidad, libros para ser vendidos. Todos. Empezando por el de Umbral. Y tienen una buena venta, aunque sea efímera. Él tuvo un secretario, que era Gaspar Sánchez Salas, que amenaza con el tercer libro de cotilleos y de insultos a Marina, y ese aparece en Salsa Rosa, en Aquí hay tomate, en Gente. Y cuenta obviedades o irrelevancias. Luego hay otros que también se aprovechan de Cela atribuyéndose una proximidad, como si hubiesen sido íntimos en vida” (Nueva Alcarria, 6.06.06).

El escritor Antonio Pérez Henares ha escrito en su blog: «Le han escrito todos pero a su entierro no ha ido nadie. Ni académicos vejestorios que tanto le ningunearon ni poetisas púberes a las que tanto rondó. Por no ir no han ido ni los que aspiran a sucederle la columna».