Manu Leguineche

17 noviembre 2007

FRANCISCO UMBRAL

Leguineche

El Mundo, 01.05.95
Francisco Umbral

LOS PLACERES Y LOS DIAS

Es lo que me decía su maestro Miguel Delibes: «Pacorris, que he estado en Madrid con Manu y va arreglao, el hombre, va arreglao». Aunque vaya arreglao, como el otro día en la rueda de prensa, aunque venga arreglado, Manu Leguineche parece que llega siempre de la manigua recalentada de una guerra.

Cuando tenía pelo, y muy rizoso, fue el oso de peluche de mi hijo, que en cuanto veía en el periódico un señor con gafas y bigote, me lo enseñaba: «Un Manu, un Manu». Creía el niño que los Manus eran una raza, y efectivamente lo son: una raza de uno solo, única, irrepetible. Ahora tenemos aquí en EL MUNDO un enviado especial bélico que, de tan eficaz, es casi cinematográfico, mi querido y admirado Alfonso Rojo. Por ahí anda de moda el gran Ignacio Carrión, haciendo novelas/reportaje a la manera americana de la no/fiction, que hasta gana premios, pero el maestro de todos ellos es Manuel Angel Leguineche, con quien, por afinidades generacionales éramos discípulos de Hemingway. Una vez que venía muy enfermo de una guerra espantosa, me lo dijo:

-El trópico, Paco, me ha pasado factura, como al viejo.

«El viejo», entre nosotros, sólo podía ser Hemingway. Manu trabajó mucho en Vietnam con Oriana Fallaci, que estaba enamorada de él. Luego me la presentó y la vieja y zurrada dama estaba ya un poco mayor para mí. Nos limitamos a comer juntos.

Le aplico la definición que una vez me aplicó él a mí: «Genial, amor, e insoportable». Es genial en lo suyo y en la vida, es insoportable cuando el tímido, que necesita dos whiskies para una rueda de prensa, se desmadra/desborda en él. Es el maestro único del género más importante dentro del periodismo, y no sólo por antigüedad, tenacidad y buena prosa (tan trabajada, tan guarnecida de datos, tan taraceada de detalles, tan rica y sobria de análisis), sino que ha elegido siempre la marginalidad humana y profesional, una manera nada espectacular de dar el espectáculo. No cito jamás a un ser sagrado y fugaz que hoy he citado aquí por él. Leguineche elige La Vanguardia, que no se lee en Madrid, funda oscuras agencias eficacísimas, como un héroe de la serie negra, se trabaja un género que nunca ha interesado en España, tan localista: internacional. Ha hecho todo lo posible, en fin, por pasar inadvertido, como un poeta puro, como si fuera Carlos Bousoño, hoy «Príncipe de Asturias» y siempre príncipe natural de la poesía, vecino mío en este pueblo (le regalé un chaleco dandy que jamás se ha puesto). Pese a esa vocación nocturna de Leguineche por el trabajo oscuro y perfecto, remoto y total, hoy es uno de los periodistas/escritores más famosos de España y por ahí. Ahora llega a televisión a hacer una serie de la Guerra Mundial y se encuentra con que no hay medios, equipos, estructuras, dinero ni ganas. Esto, sin duda, le devolverá a su silencio, a sus guerras, huyendo de la mediocridad y el asco.

Nada es gratuito en el escritor. Manu ha elegido un magisterio marginal, un área periodística universal e ignorada, porque, niño de la Guernika en masacre, cuando un municipal le dio una hostia por ir en bicicleta cantando en vasco, comprendió que había que buscar eso que su amigo Cela llamaría «el extramundi». ML vive la épica lírica del planeta como un Saint-John Perse en prosa. Perse había nacido en las Antillas de Dereck Walcott. Manu nació en la Vasconia represaliada por Franco. Gusta a las mujeres por tímido y grande. Ha hecho de la guerra su obra de arte. Y desde las guerras me manda postales, firmando siempre «El Insoportéibol».