Entrevistas

2 enero 2008

JAVIER DAVARA, DECANO DE LA FACULTAD DE CIENCIAS DE LA INFORMACIÓN

“El ferrocarril fue la clave para que los amantes de la cultura viajaran hasta Sigüenza”

El veterano periodista, seguntino de adopción, publica el libro “Viajeros Ilustres en Sigüenza”, de El Afilador Ediciones “Sigüenza, como ciudad pequeña, no ha sido destruida por urbanizaciones ni por alturas ni polígonos industriales” “Ortega y Gasset dio una imagen perfecta de Sigüenza, recorrió toda la zona del antiguo Obispado”
Mediana estatura, pelo canoso y un porte elegante con un pañuelo en la solapa de la chaqueta. Javier Davara, decano de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, fue vicerrector de esta institución y vicedecano antes de acceder en 1998 a su cargo actual. Madrileño de nacimiento y seguntino de adopción, se siente vinculado totalmente a Guadalajara. Davara llegó a Sigüenza con catorce años, cuando estudiaba Bachillerato. Sus padres habían encontrado allí el sitio de descanso que buscaban. Desde entonces acude con frecuencia hasta la Ciudad Mitrada, donde tiene una casa. Ha escrito doce libros sobre la Ciudad del Doncel y trabajó su tesis doctoral también sobre Sigüenza. Incluso su secretaria es paisana. “Sigo yendo a Sigüenza, me preocupan sus cosas y colaboro en todo lo que puedo”, afirma. Hace pocas fechas ha sacado a la luz la segunda edición de su libro “Guía Histórica Ilustrada de Sigüenza”, de Ediciones Rayuela, y “Viajeros ilustres en Sigüenza”, de El Afilador de Ediciones , una recopilación de los artículos publicados en el periódico seguntino “El Afilador” para acercarse a los personajes ilustres que han recorrido Sigüenza. Ambos volúmenes son una buena muestra de su pasión por divulgar las excelencias de una tierra en la que ha echado raíces.
Nueva Alcarria, 23.12.07
Raúl Conde

¿Cuál es el principal encanto de Sigüenza para atraer a estos visitantes tan ilustres y variopintos?
Sigüenza ha sido siempre un conjunto histórico, artístico, ha sido un lugar de encuentro no solamente de turistas y visitantes movidos por muchas razones, sino de estudiosos y gente preocupada por el mundo del arte, la historia y la cultura. A esto se une que Sigüenza, en un momento concreto, tiene una estación de ferrocarril. Y el tren en el siglo XIX representaba un progreso. Posiblemente, hay pocas ciudades en España como Sigüenza porque es ciudad, pero pequeña, no ha sido destruida por urbanizaciones, dentro de un orden, ni por alturas ni polígonos industriales. Con lo cual Sigüenza, independientemente de que está muy urbanizada, siempre ha atraído a personas como la Pardo Bazán, que se fue a pasar una Semana Santa. ¿Por qué? Porque tienen el tren, entonces fue un avance y desarrollo, hizo que mucha gente llegara a conocer Sigüenza. Y luego existe lo que podríamos decir una corriente a primeros del siglo XX, en que Sigüenza también se pone de moda como centro de descanso y veraneo. Entonces se padecían enfermedades del pulmón y el pecho que se curaban con esa altura media de los 1.000 metros, que es donde está el entorno seguntino, que parecía que era muy bueno. Eso hace que a partir de 1916, más o menos, establecieran allí lo que fue el embrión de una colonia veraniega, como en otros pueblos de España. Estas dos circunstancias, el ser una especie de capital de provincias muy pequeña, un pueblo urbano, y el ser un polo de atracción cuando no se veraneaba tan lejos, fomentaron siempre las visitas a Sigüenza. Además, está en torno a Madrid. Se encuentran con una pequeña ciudad episcopal, con mucha historia, muy bien conservada.

¿Por qué esta selección que ha hecho corresponde casi todos a intelectuales se concentra a partir del siglo XIX?
Porque fue a propósito. Esto es un trabajo de investigación desde hace tiempo que luego ha sido un libro de divulgación. Hay muchos más personajes que fueron a Sigüenza, pero tuve que hacer una selección. Los otros no están tan documentados, aunque ha pasado mucha gente. Por ejemplo, el padre Caimo. Pero no quería eso. Quería algo que a la gente le suene. El mismo Richard Ford ya no suena mucho por ser un erudito. Tampoco Carmen de Zulueta, que fue un escorzo que quise hacer yo. Sigüenza ha sido el objeto que ha emocionado a gente como Baroja, Galdós, Gerardo Diego o Rafael Alberti, que le hace un precioso soneto al Doncel. Nadie sabe si Rafael Alberti estuvo en Sigüenza, en el libro lo cuento, pero está claro que para hacer ese soneto al Doncel hay que conocerlo. Con una postal no se hace. Cuando se refiere a “la vereda inerte del otero” hay que conocer los oteros y cerros que rodean Sigüenza, y por más que te lo cuenten, no se puede hacer un soneto.

He leído en muchos de estos escritores que, precisamente, no se fijaron demasiado en el Doncel y se centraron más en la catedral o en otros lugares.
Es una cosa muy curiosa, sí. El Doncel no ha sido hasta mediados del siglo XIX el objeto de atracción de Sigüenza. Para el gusto de aquella época, el barroco o el neoclásico, en la misma capilla del Doncel existe el sepulcro de su hermano, el obispo de Canarias, que para los gustos de los historiadores del arte de entonces era más importante que el Doncel. Posiblemente, el Doncel se pone de moda a principios del siglo XX, cuando el historiador del arte, Ricardo de Orueta, se fija y él y otro señor aragonés, se fijan en esta escultura: un caballero joven, esbelto, que encima es una narración mitológica y muere defendiendo sus ideales, cuando realmente del Doncel sabemos poca cosa. A partir de ahí, el Doncel se enseña de otra manera. Y ha acabado siendo como el logotipo o la marca turística de Sigüenza.

¿El que mejor ha retratado Sigüenza fue Ortega y Gasset?
Bueno, es que yo con Ortega y Gasset tengo, por diversas circunstancias, quizá por mi educación, una mención especial. Ortega es un intelectual que divulga y para mí da una imagen muy perfecta de Sigüenza. También le dedico muchas cosas porque he encontrado mucho en su obra y colaboro con la Fundación Ortega y Gasset desde hace tiempo, dirijo unos cursos de postgrado y doctorado y siempre me atrajo. Era un liberal, no creyente en el sentido estricto del término. Posiblemente, cuando yo me empecé a formar de periodista, aunque soy ingeniero antes que periodista, en mis primeros tiempos de universidad, leer a Ortega en esa España de entonces era muy avanzado, emergente. Narra de forma preciosa esa manera de irse de Sigüenza por la carretera de Alcuneza y Medinaceli. Él iba a hacer fotos, acompaña de Rodrigálvarez, un vaquero, un mulero. Entonces iban como tres mulas con el vaquero, él, Ortega y alguien más aunque no lo cuenta, y otra mula con los trípodes de las máquinas de fotografía y comida. Salió de viaje y tiene recorrido toda la zona del antiguo Obispado de Sigüenza, la parte baja de Soria, Romanillos, Barahona, Retortillo, por la Sierra de Pela. La descripción que hace de Sigüenza es muy terrena y él precisamente lo dice: “me gustan las catedrales porque no se sabe si sus constructores querían ganar el cielo, por la altura, o no perder la tierra, por la fuerza de sus raíces y cimientos. Pero no sólo Ortega me gusta. También Sánchez Mazas cuando describe así la estampa: “En Almazán el romancero y en Sigüenza el soneto. Todavía en Almazán, aire medieval, aire de Francia. Y en Sigüenza ya brisa de Italia y Portugal perfumadas, primer aroma que de lejos anuncia seguir a Sevilla y de lejísimo las Indias”. ¿Por qué? Sigüenza tiene, sobre todo por la plaza Mayor, un aire italiano absoluto, que no tiene Almazán, que es diferente. Hay algo más nuevo, posiblemente el tiempo de la conquista y la frontera. Sigüenza, salvando las distancias, se parece más a Florencia que a Chartes. Que no se parece a ninguna de las dos, pero a pesar de estar en plena meseta, lejos del mar, tiene resonancias renacentistas. Y además Sigüenza tiene algo excepcional que es el barrio de San Roque, un conjunto barroco, del XVIII, de la España ilustrada.

¿La mayoría de las descripciones que hacen estos viajeros es realista o añaden épica?
Vamos a ver, un periodista, un escritor, un poeta, tiene que recrear. Por eso yo los gloso. González-Ruano y Carandell son dos periodistas y el resto no, es una descripción más costumbrista. Obviamente, Baroja o Unamuno no van a hablar de las peñas, entre otras cosas, porque no había. He querido poner por eso periodistas, escritores, poetas, que a la vez lo he mezclado con algún político. No he querido que fuera un libro de seguntinos, sino al revés. Podía haber puesto incluso al Fernando VII, que estuvo dos días en Sigüenza porque la Reina fue a Barbatona a pedir a la Virgen de la Salud.

Del que sí habla mucho es de Romanones.
Bueno, pero es que Romanones era el dueño de Sigüenza, el gran cacique de Sigüenza. Dudé si ponerle o no porque tenía otros muchos. Yo empecé a buscar personajes ilustres que estuvieron en Sigüenza a principios de los ochenta. Buscando en la Hemeroteca Municipal de Madrid, de pronto alguien me dice que hay un artículo de Unamuno en “Los Lunes de El Imparcial” y efectivamente saqué la copia. Y de Romanones cómo no vas a hablar. Su familia sigue teniendo casa en la Alameda: Natalia Figueroa, que la conozco de mis tiempos juveniles de Sigüenza, de su hermana.

Unamuno relaciona Sigüenza con el espíritu de Don Quijote. ¿Por qué?
Porque Unamuno es quijotesco. Es como Don Quijote redivido. Por eso recrea que pase él con Don Quijote por Sigüenza, cuando en realidad va con su hermano, que era pintor. A la hora de recrear, como hacemos todos los periodistas, recrea y eso es bonito. Unamuno no sólo era periodista, era literato. Si todos los viajeros venían por el ferrocarril, sólo podían subir por dos sitios a la catedral: por la Alameda o la calle Medina, la hospedería Elías estaba enfrente de la estación, y subían por la calle Medina o la calle Humilladero, no hay más. Había una sucursal de la Fonda Elías en la calle Medina. Lo dice González-Ruano, cuando volvió a Sigüenza, que veía o imaginaba bajar a su padre por la calle Medina. Eso es poesía. Yo que no tengo padre, me cuesta muy poco recrear que si yo me voy por el paseo de los hoteles, decir: por qué paseaba cuando era pequeño mi padre. Todo cronista tiene que recrear un poquito, sin mentir.

Gerardo Diego, Baroja, Unamuno… Las generaciones del 98 y 27 se cuelan en Sigüenza, a pesar de ser una población pequeña en comparación con otras ciudades del extrarradio de Madrid.
Es una de las grandes paradojas de Sigüenza. Tu cuando oyes que hoy todavía Sigüenza es el segundo destino turístico de Castilla-La Mancha, después de Toledo, es porque es un sitio que está de moda, es un destino que está cerca de Madrid, que es bonito y se ve rápidamente. Tú para ver Sigüenza, con una mañana y una tarde, con que haya alguien que te lo explique, lo ves perfectamente. Se come bien y te vuelves a Madrid. Hay pocas ciudades que estén tan llenas los fines de semana como Sigüenza. Es una ciudad con pocos habitantes, que no tiene una gran industria, pero es un centro turístico de primera magnitud, y encima pueden enseñar una catedral, no una colegiata, un palacio episcopal y un castillo. Es una ciudad en pequeño, parece que la haya construido alguien a la medida del hombre para pasear y pasar un excelente día o día y medio ahora que están mejor los alojamientos.

¿Estuvo en alguna de las reuniones en la Huerta de Sigüenza con Camilo José Cela?
No, yo soy muy amigo de María Antonia Velasco, entre otras cosas, porque nos conocemos de toda la vida. En esas reuniones de la Huerta iba la gente de la familia Velasco-Bernal y amigos más comunes que una persona como yo. Pero sí conocí a Cela que me lo presentó a Cela en la Alameda. Aquellas reuniones de la Huerta eran de pasar la tarde. Cela va hasta Sigüenza porque le llevó María Antonia y Paco Marquina. Le llevaron y salía y entraba a la Alameda, iba los fines de semana. Comía allí, se iba a la catedral, se daba una vuelta.

¿Es verdad que los primeros artículos de César González-Ruano los escribió en Sigüenza?
Sí, es verdad, escribió en Sigüenza sus primeros artículos y su primera novela, en un periódico local que se llamaba “La Defensa”, que todavía existe por ahí. Su primera novela se llama “Imitación al amor”, del año cuarenta y pico, de la vieja editorial Planeta, la centra en un seguntino que se traslada a Madrid.