CRÓNICA

Romanones en precampaña

Las promesas electorales del PSOE y el PP ‘resucitan’ las cacicadas del conde de Romanones La prensa nacional rememora al mayor cacique de Guadalajara para ridiculizar las propuestas fiscales de los dos principales partidos
El debate de precampaña sigue anclado en la economía. Los dos principales partidos, los únicos que tienen opciones reales de ganar las elecciones convocadas para el 9 de marzo, han sacado a relucir algunas de sus principales iniciativas. El Partido Socialista ha anunciado que, en caso de ganar los comicios, a partir del mes de junio se hará efectiva la deducción de 400 euros en el IRPF. El Partido Popular, a través de su candidato Rajoy, sostiene que la mejor deducción es una rebaja de impuestos. La economía es el tema estrella en vísperas de las elecciones y la prensa nacional ha utilizado a fondo las propuestas del PSOE y del PP para triturarlas a través de comentarios mordaces. Unos con más gracia y otros, quizá, con algo menos.
Nueva Alcarria, 04.02.08
Raúl Conde

El caso es que, debido a las “ocurrencias” de socialistas y populares, los articulistas han resucitado la figura del conde de Romanones, Álvaro de Figueroa y Torres, y han intentado establecer una comparación entre la “compra de votos” de aquella época y el periodo de rebajas electorales en el que ahora estamos inmersos. Los columnistas no han dejado títere con cabeza. Raúl del Pozo escribía el martes en El Mundo: “Decía Romanones, renco y conde, 17 veces ministro, que para ser político en España se necesitaban tres cosas: ser alto, ser abogado y tener buena voz. Mariano es alto, tiene buena voz, pero no es abogado. ‘ZP’ es alto, tiene buena voz y es abogado, pero no cojo. Y Aznar, que ha resucitado al cuarto año, ha dicho que en la subasta electoral ZP vuelve a la técnica de Romanones: tantos jornales, tantos votos, duros cojos o 400 euros del ala por barba”. Ignacio Camacho, también el martes, titulaba su columna en ABC “Democracia limosnera”. Y escribía: “Cuando, en el apogeo del caciquismo restauracionista, Romanones iba por esos pueblos comprando votos a duros de plata, solía redondear la oferta con un puro para que el votante mercenario se lo fumase a la salud del corrupto sistema al que daba cobijo. El Gobierno de Zapatero debe de haber calculado el incremento de la inflación histórica para convertir aquellas cinco pesetas en cuatrocientos euros, pero se ha olvidado de añadir el cigarro porque hace un par de años que nos quitó del tabaco por las bravas”.

Las invectivas contra las propuestas del PP y el PSOE en materia fiscal, con un evidente sesgo electoralista, han llegado desde todos los frentes. No ha sido cosa sólo de la prensa menos afín al Gobierno. Incluso medios de comunicación tradicionalmente más cercanos al Partido Socialista también han echado mano de Romanones y sus cacicadas para valorar las promesas de Zapatero y de Rajoy. El martes a mediodía, en la tertulia del programa “Las mañanas” de la cadena Cuatro, la mayoría de los analistas criticaban con dureza la utilización electoralista de los impuestos o de cualquier otro asunto que afecta a la Hacienda pública. El economista Carlos Rodríguez Brown censuró el comportamiento de ambos partidos: “No se puede comparar, en términos históricos, el caciquismo de la época de Romanones con lo que está pasando ahora. La idea de Estado es completamente distinta. El país es totalmente diferente. No tiene nada que ver nada lo uno con lo otro porque es analizar dos cosas que no están al mismo nivel”. Y volvió a salir a coladero Romanones. El diario ABC, sin citar al famoso conde, titulaba un editorial esta semana: “Caciquismo y populismo”.

El voto a dos pesetas

Ni en sus mejores sobremesas en el parque de la Alameda de Sigüenza, fumándose un puro después de un Consejo de Ministros, hubiera imaginado Romanones que su nombre resucitaría dos siglos después para invocar las malas artes de algunos partidos. La terquedad de algunos políticos en hacer variar el voto en función de subvenciones directas o rebajas de tributos. El periodista alcarreño Antonio Pérez Henares anotaba en su blog de Periodista Digital: “Es a Romanones, aunque había otros que no le iban a la zaga, como el famoso Romero Robledo, a quien se le atribuye la compra sistemática de votos en su circunscripción de Guadalajara. Disponía para ello el señor conde de una eficaz red de contactos y delegados que se encargaban de preparar el terreno y repartir los pecunios. Un día estos le dijeron que su cuñado, que se presentaba como rival suyo a las elecciones, andaba comprando el voto a tres pesetas, mientras que él solía pagar dos. Entonces don Álvaro de Figueroa, rápido como una centella, reaccionó con lo siguiente: Se dirigió al «comprado» y le dijo: ¿Cuánto te ha dado mi cuñado? – Tres pesetas. -Pues dámelas. Toma un duro y vótame a mi. O sea, que al conde le siguió saliendo el voto a dos pesetas. ¿Qué a que viene esto? Pues a que cada vez me suena más a Romanones la actual campaña electoral”.
¿Quién era en realidad el conde de Romanones? Nació en Madrid en 86 y murió en esta misma ciudad en 1950. Antonio Herrera Casado recuerda que “era hijo segundo del Marqués de Villamejor, de familia con raíces y posesiones en Guadalajara”. A los nueve años se cayó y desde ese momento se vio obligado a arrastrar una cojera permanente. Era licenciado en Derecho. Fue alcalde de Madrid, presidente del Congreso y del Senado, 17 veces ministro y en tres ocasiones presidente del Consejo de Ministros durante el reinado de Alfonso XIII. Su credo político le hizo militar en el Partido Liberal de Sagasta y Canalejas.

Según Javier Moreno Luzón, uno de sus principales biógrafos, Álvaro de Figueroa “representa el prototipo de político caciquil que nunca pretendió disimular su apego a las prácticas de manipulación electoral” (Romanones. Caciquismo y política liberal. Alianza Editorial, 1998). El conde de Romanones fue el cacique por excelencia de Guadalajara. Era natural de Madrid pero su madre provenía de la provincia alcarreña, y siempre la consideró una de las tierras más dóciles del mundo, según se recoge en sus memorias. Estaba considerado “el gran cacique”. No había asunto relevante en Guadalajara que no pasara por sus manos. El libro de Moreno Luzón recoge las palabras de un ministro conservador en 1907: el Conde era “dueño y señor de vidas y haciendas” en Guadalajara. La provincia era un territorio pobre, de escasa alfabetización y eminentemente agrario. No vivía en la capital, iba los fines de semana a la sierra para cultivar su pasión: la caza. Incluso llegó a celebrar algún consejo de ministros en el parque de la Alameda de Sigüenza. Cuando estalla la guerra, Romanones llevaba medio siglo ejerciendo de diputado en Cortes en representación de Guadalajara.

Romanones tejió una red de clientelismo en la provincia basada en el dinero. Y también en el «pucherazo»: el gobierno se turnaba entre liberales y conservadores, siendo el partido que gobernaba el que colocaba sus candidatos y «preparaba» las elecciones de modo que siempre obtenía mayoría. Incluso, en sus comienzos, salió elegido aplastando al candidato opuesto por su propio partido. En Madrid se granjeó una dilatada carrera política. Fue un sempiterno de la política nacional. La tradición dice que se hizo famoso un aquel dicho de “no sé que partido va a ganar las elecciones, sólo sé que Romanones saldrá elegido por Guadalajara”. Raúl del Pozo encontró un émulo actual: “Bono para todo. Bono alternativa. Bono sucesor de Tierno y de Romanones”. El ex presidente de Castilla-La Mancha contestó en una conferencia en el Club Siglo XXI de Madrid: “Escuché al señor Aznar, con esa pose de sabio distraído o de premio Nobel que pone en valor la montura de sus gafas, por lo que las exhibe, hablar de que el PSOE volvía a las prácticas del gran elector, de Romero Robledo, e incluso quiso ofender al Conde de Romanones, pero no lo consiguió, porque Romanones no necesitaba el ingenio de una montura de gafas para pasar a la historia con más gracia que el señor Aznar y sus pelos», dijo.

Para ver hasta qué punto está alejado el perfil de Romanones con los de Zapatero o Rajoy conviene recordar que el conde representó el prototipo de político palaciego, maniobrero, de escasos escrúpulos y titular o valedor de poderosos intereses económicos. Es cierto que bajo su mandato, el Estado asumió avances como la incorporación de los sueldos de los maestros al presupuesto o el decreto que instauró la jornada de ocho horas. Pero la utilización torticera de influencias personales eclipsa su política y galvaniza toda su ejecutoria. Cuando Álvaro de Figueroa era presidente del Consejo de Ministros, España era un país atrasado, eminentemente agrario y con una evidente falta de industrialización. Nada que ver con la actualidad. Entonces la compra de votos era efectiva. Discreta, pero consentida. Formaba parte del sistema, aunque no estuviera escrito en ninguna ley. El sentido de la voluntad general, de la democracia, del voto popular, difería en buena medida del que hoy se aplica en las democracias como la española. Así que, como chascarrillo en tertulias y columnas de opinión, Romanones no tiene precio. Como argumento político, una similitud con muy poco fundamento. Sacar a relucir al conde más famoso de la historia de Guadalajara produciría hilaridad si no fuera, tal vez, porque es el dinero público el que está en el mercado de la política.

Raúl del Pozo remata: “En la nación de Romanones se declaró amor en las cortezas de los álamos, se escribió libertad en las paredes de las celdas. Don Quijote se rasgó las faldas de la camisa “paseándose por el pradeñillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos”.