Entrevistas

5 febrero 2008

JUAN ANTONIO SÁNCHEZ DOMÍNGUEZ, COMPOSITOR Y FILÓLOGO

Un humanista consagrado a la música

El compositor Juan Antonio Sánchez recibe un homenaje de agradecimiento de sus antiguos alumnos de la Escolanía seguntina Cientos de niños de Sigüenza aprendieron a valorar el gusto por la música gracias a las enseñanzas de Juan Antonio Sánchez Ha sido homenajeado recientemente por sus antiguos alumnos y galardonado con la cruz de Alfonso X “El Sabio"
El compositor, músico y filólogo Juan Antonio Sánchez Domínguez, nacido en el pueblecito molinés de Setiles pero seguntino de adopción, recibió recientemente la Cruz de Alfonso X “El Sabio” por su contribución a la docencia. Es un homenaje de Sigüenza, de sus vecinos, para quien fue el fundador del Orfeón Donceli e impulsor de numerosas actividades culturales de la ciudad seguntina. Su humildad sólo está al alcance de los verdaderos sabios. Y su trabajo con los niños, inculcándoles el valor de la música, fue ejemplar. Pero él se quita méritos: “me he limitado a sembrar en sus mentes algo de inquietud e ilusión por interesarse en cosas muy bonitas que nos ofrece la vida”.
Nueva Alcarria, 04.02.08
Raúl Conde

Conviene recalcar la sencillez y la bohomía que destila Juan Antonio Sánchez Domínguez (Setiles, 1933) teniendo en cuenta que estamos ante un genio de la música y de la composición. Hombre culto, discreto y con una formación excelente. A sus 75 años, utiliza el correo electrónico a diario. No responde al arquetipo que pudiera pensarse del erudito encerrado en su despacho y cerrado a nuevas formas de pensar. Todo lo contrario. Sánchez siempre ha destacado por su audacia, por su entusiasmo. Los chavales de la escolanía que creó en Sigüenza le recuerdan así. También añoran su pasión por la música. Hace pocos días, Juan Antonio recibió la Cruz de Alfonso X “El Sabio” de manos de la consejera de Cultura, Marisol Herrero. Fue en un emotivo en su ciudad de adopción, Sigüenza, que considera suya. Allí se emocionó. Quizá recordara que tan solo tenía 9 años cuando abandonó su pueblo para ingresar en el Seminario de Sigüenza. En 1995 ya fue ordenado presbítero. Su dedicación: Maestro de Capilla.

Sus orígenes, en todo caso, no tienen nada que ver con la música. “Éramos ocho hermanos, mi padre herrero, y muchas veces le oí decir que haría lo posible por darnos estudios a todos ya que tierras apenas teníamos. Los dos hermanos mayores acabaron un Magisterio muy largo allá por los años 40, la mayor parte por libre, y al final en un Instituto de Calatayud, y en la Normal de Magisterio de Teruel”, recuerda. “Una de sus tareas obligadas para el título fue recoger canciones populares, que luego cantaban y recitaban a dúo cuando venía de vacaciones. Aprendí de ellos lo mejor del folklore español. Marcelino, el hermano que ayudaba en la fragua, aprendió a tocar la guitarra y bandurria allí en el pueblo, como casi todos los mozos que no salían a estudiar”.
Una maestra de su pueblo, que Juan Antonio no conoció, enseñó música a los hijos del tío Benjamín, el sacristán, y proporcionó un buen ‘armonium’. Logró, a su juicio, “que la gente solemnizara las funciones religiosas”. Desde muy pequeño participó en el coro con otros chicos y seminaristas: la misa de Pío X, otra para días más solemnes, la misa de las ‘mozas’ que se cantaba en las fiestas de la Virgen, misa ‘brevis’ y de difuntos, aparte de muchos motetes y villancicos. “Aunque éramos muy pequeños, distinguíamos cuando tocaba Víctor, que sabía más música e interpretaba el acompañamiento según venía en la partitura, o cuando su hermano Benjamín, que acompañaba más bien de oído”. También recuerda a doña Aguada. Fue la maestra que tuvo su madre. Con sus alumnas preparó muchas obras de teatro. Mi madre, ya muy mayor, recitaba con toda fidelidad escenas enteras de Los Amantes de Teruel, El Soldado de San Marcial y otras que ella había representado en su edad escolar. De ella aprendió muchos poemas y romances de moros, judíos y cristianos, Conde Olinos, etc, que a veces, a petición de familiares y vecinas, le hacía recitar cuando apenas aprendió a hablar.

Era un tiempo, aquel perdido, donde según reconoce Juan Antonio “había poco dinero, y los trabajos de la fragua, soldaduras, arreglos, aguzaduras, herraduras, se pagaban en especie, cuando se acababa la siega, el acarreo y la trilla”. De su padre asimiló instintivamente mucha habilidad manual, forja del hierro, inventiva para la extracción de la miel y cera (tenían dos colmenares y colmenas), conservación de las uvas (de sus propias viñas) y elaboración del vino para casa y la fragua. “Un día, en la fragua, tirando del manchón, me preguntó mi padre si me gustaría ir al Seminario, y le dije que sí. Dejé la escuela y pasé a la tutela del señor cura, hasta el ingreso en el Seminario”, evoca.

Rondalla y Orfeón

Pasada lo que Juan Antonio, con mucha sorna, llama “la Edad de Hierro y tiempos difíciles para todos”, la llegada de D. Vicente Moñux y D.Antonio Sobrino supuso un gran mejora y notable progreso en todo. “Participé en casi todas las obras de teatro y actividades musicales. En Latín y Humanidades destacaban otros compañeros”, reconoce con humildad. Le encargaron tocar el ‘armonium’ y dirigir la ‘Schola Cantorum’. En 1952 fundó en el Colegio Episcopal de la Sagrada Familia una escolanía compuesta por 33 seleccionados entre más de cinco mil voces. Enseguida alcanzó a ser Secretario General de la Federación Nacional de Puericantores, que desempeñó durante catorce años. En el Seminario creó un grupo de muchachos a los enseñó a manejar los instrumentos musicales de todo tipo, formando así el embrión de la Rondalla “Patricio de la Cuesta y Velarde”, que fue un obispo de Sigüenza. “El nombre –confiesa- lo escogí previo asesoramiento de personas más expertas que yo en temas históricos”. La rondalla la abandonó, tal como explica, fruto de “la dificultad enorme que existe en tener los instrumentos de cuerda bien afinados. Antes de cualquier actuación afinaba uno a uno, guitarras y bandurrias, y al salir al escenario, con el calor de la sala, en seguida se dilatan las cuerdas. No digamos nada si quieres tocar al aire libre…”.

Ya en 1958, y a propuesta de Jesús Guridi, Antonio José de Cubilles y el Infante don José Eugenio de Baviera y Borbón, ingresa como el más joven de sus miembros, en calidad de Académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. “Debió ser –revela con humildad- por el alboroto que armé con lo de la Escolanía, y que era una actividad bonita y no muy frecuente”. El definitivo entronque de Juan Antonio con la música en Sigüenza llega de la mano de la creación del Orfeón Donceli. El cronista Antonio Herrera Casado escribe que esta formación se consolidó “como un grupo en perfecta armonía y con un gran repertorio que recorre desde sus inicios toda Europa: Italia (Roma, Milán, Venecia y Nápoles), Suiza, Holanda e Inglaterra (Middlesbrough) son los primeros destinos donde se deja oir su muy amplio repertorio, sacro y profano”. Juan Antonio cuenta que “lo del Orfeón vino por su propio peso, al ir cambiendo los niños la voz y a no estar dispuesto a comenzar otro trabajo de Hércules desde cero. No tuve problema alguno al crear el Orfeón, sólo satisfacciones. Anécdotas curiosas y graciosas hay muchísimas, para llenar un libro”. Juan Carlos García Muela, en El Afilador, escribe que “Don Juan Antonio Sánchez Domínguez recorrió kilómetros y kilómetros a lo largo y ancho de la provincia y zonas limítrofes para probar las voces, convencer a las familias y conseguir que los niños ingresaran en el Colegio”. Y Luis Alberto de Mingo, en el mismo periódico, considera que el Orfeón Donceli cumplía “una función formativa de la cultura musical, de la formación estética y el gusto por la belleza de los sonidos armónicos”. Y agrega: “todo esto [en referencia a lo que significó el Orfeón Donceli] tiene un nombre propio, una ilusión interminable, un tesón enorme, un amor a Sigüenza y a los seguntinos inconmensurable y una humanidad envidiable. Ese nombre y ese hombre es D. Juan Antonio Sánchez. No voy a extenderme más porque está todo dicho sobre él, aunque creo que no se le ha reconocido lo suficiente. Por todo ello me atrevo a sugerir que podría ser destacado como hijo predilecto de Sigüenza”.

Coincidiendo con el homenaje tributado en la Ciudad del Doncel a Juan Antonio Sánchez, muchos de los que fueron alumnos le han hecho su testimonio de gratitud. También de admiración y de cariño. Estuvo arropado por los vecinos de Sigüenza, al acto asistieron más de un centenar de antiguos alumnos y personas cercanas a Juan Antonio, además del alcalde de la localidad, Francisco Domingo, y la diputada provincial de Cultura, María Jesús Lázaro. El escritor Javier Sanz, un extraordinario conocedor de Sigüenza y su historia, también le dedicó unas palabras. Una de las antiguas alumnas de Juan Antonio le escribió lo siguiente: “Conforme han pasado aquellos años en que lo tuve de profesor, comprendo mejor quién era aquel personaje que rompía la monotonía de la época a base de originalidad y calidad. Al escribir estas líneas estoy escuchando un disco de Barbara Hendricks y piano que gracias a ti y al Orfeón he aprendido a disfrutar, sentir y a emocionarme con la música. También a descubrir que existen otros pueblos, otras culturas, otros idiomas…, y que hay que conocerlos”. Juan Antonio ha recopilado todos los saludos que ha recibido en los últimos días. En una de estas cartas, un alumnos suyo confesaba que “para mi infancia y mi primera juventud no se pueden entender sin Sigüenza y el Orfeón y Sigüenza no son sino la misma cosa. Aunque me vienen a la memoria muchos recuerdos, quizás el mas antiguo sea el de su despacho en la planta baja del Colegio, alargado y de altos techos, con un equipo de música que debía ser espectacular para la época o al menos a mi me lo parecía. Y allí se escuchaba -a todo volumen como a mi me gusta- música clásica, polifonía y también a Los Seiks(?) cantando aquello de «Buen menú, buen menú será». O quizás el de la ligera prueba a que nos sometía para ingresar en la Escolanía, entonando el «Do, re, mi fa, sol, la, si do». Gracias a su labor, a sus cualidades personales, a sus conocimientos, paciencia y entrega, muchos de nosotros aprendimos a amar a la música con irrefrenable pasión. Y yo todavía me encuentro en el punto mas álgido de ese amor siempre correspondido”.

José Luis Sánchez Benito, otro de sus alumnos, evocaba: “Corría el año 1955 en Monreal del Campo sin pena ni gloria y al salir de la escuela, el párroco Mosen Pascual nos dijo que acudiéramos a la Iglesia, después de informar a nuestros padres, porque un sacerdote de Sigüenza nos iba a probar la voz. Acudimos después de una merienda de pan rociado con vino y una cucharada de azúcar, temerosos por el respeto que nos infundían las sotanas. D. Juan Antonio nos sonrió al vernos llegar en tropel y para ganar nuestra confianza empezó a repartir caramelos, los cuales desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, ante la avalancha incontenible de manos y gritos “a mi, a mi, uno para mi”. Dos que éramos mas tímidos y rehusamos a luchar por el caramelo nos quedamos sin ninguno, mientras que veíamos como otros se engullían tres caramelos”.

Profesor en la SAFA

Desde 1953, Juan Antonio Sánchez dio clases de Lengua y Literatura en el Colegio de la Sagrada Familia, en Sigüenza. Luego fue profesor de Lengua Española, de Religión, de Latín, de Francés y de Inglés. Posteriormente dio clases de inglés en el Colegio Diocesano San José, en el Instituto Nacional de Bachillerato Martín Vázquez de Arce, y en la Escuela Universitaria de Profesorado de EGB Sagrada Familia, todo en Sigüenza. Él mismo continuó sus estudios de idiomas, alcanzando en 1970 el Lower Certificate in English por la Universidad de Cambridge. Posteriormente, en 1976 se licenció de Filosofía y Letras. Nunca abandonó sus estudios porque siempre estuvo en contacto con la docencia. Con los alumnos. Con la gente joven. Opositó al cuerpo de Profesores de Enseñanza Media, dando clases desde 1978 en el Instituto Nacional de Bachillerato “Padre Juan de Mariana”, en Talavera de la Reina (Toledo) y otros centros de Getafe, Madrid y Bogotá (Colombia), donde permaneció tres años. A su regreso a España, recaló en el instituto de Alcalá de Henares. Allí se jubiló el 13 de junio de 2003.

La actividad musical y docente de Juan Antonio son inseparables. La una complementa a la otra, y viceversa. Es un efecto de retroalimentación cuajado por una experiencia asombrosa, una formación precisa y un gusto exquisito. Sánchez no rehuye ninguna pregunta y analiza el presente con el poso de sabiduría que dejan los años: “La experiencia de casi cincuenta años en la enseñanza me permite comparar distintos tiempos y circunstancias. Los planes de estudios tienen que cambiar adaptándose a los nuevos tiempos y tecnologías. Pero cada vez me he reafirmado más en el convencimiento de que es necesaria una disciplina y respeto mutuo entre instituciones y relación-profesor-alumno, sin las cuales es imposible una comunicación-influencia-trasvase de conocimientos. Pero no una disciplina fastidiosa, inerte, árida, fin en sí misma, sino condición sine qua non, para la consecución de otros fines más nobles y queridos por todos”.

“Pasar a limpio apuntes”

Reconoce que, pasados los años, siente ahora “un entusiasmo más vivo” por el estudio de la antigüedad clásica griega y latina. Y añade que “siempre he visto a mi alrededor personas mucho más cultas e instruidas en letras humanas que yo”. La consejera de Cultura del Gobierno de Castilla-La Mancha, Marisol Herrero, durante la reciente concesión de la Cruz de Alfonso X “El Sabio”, le calificó de “agitador cultural”. Él lo rechaza amigablemente: “no me considero agitador cultural porque no he turbado ni movido violentamente los ánimos de los que a mí se acercaban, sino que me he limitado a sembrar en sus mentes algo de inquietud e ilusión por interesarse en cosas muy bonitas que nos ofrece la vida”.
La Cruz de Alfonso X ‘El Sabio’ también la recibió su hermano Antonio Sánchez Domínguez después de 40 años ejerciendo la docencia. “La considero un honor muy grande y, desde luego, superior a mis méritos”, afirma Juan Antonio. Su actividad principal, ahora que está jubilado, consiste en pasar a limpio muchos apuntes y cosas curiosas de inglés, sobre todo, latín y música popular inglesa o francesa que ha venido acumulando a lo largo de más de treinta años. “Es un pasatiempo que no daña a nadie y a mí me proporciona muchas satisfacciones”, concluye.