Periodistas

6 marzo 2008

JERÓNIMO DE BARRIONUEVO

Un canónigo de Sigüenza precursor del periodismo

Artículo de Fernando Sotodosos Ramos en "El Afilador"
Don Jerónimo de Barrionuevo y Peralta, “Gala de Sigüenza / flor de Barrionuevo”, como él mismo se intitula en una de sus poesías, parodiando al “Caballero de Olmedo”, de Lope de Vega (con quien se relacionó en Toledo, durante el verano de 1604, en la tertulia del Conde de Mora, notable humanista), nació en Granada el 2 de abril del año de 1587 y fue bautizado en la parroquia de Santa Ana. Fue el tercer hijo de don García de Barrionuevo de Peralta Vera y Montalvo, corregidor de Medina de Rioseco y señor de Valdesaz y Fuentes de la Alcarria (Guadalajara), cuya villa fundó, en gran medida, reconstruyó su castillo y murallas y reformó y amplió su iglesia. A su muerte, siendo oidor de Valladolid, le sucedió el primogénito Francisco y luego el segundón Bernardino, marqués de Cusano, futuro consejero del Virrey de Nápoles.
El Afilador
Fernando Sotodosos

Estudió don Jerónimo gramática en Belmonte y artes en Alcalá de Henares, de donde pasó a Salamanca, en cuya ciudad tuvo un altercado con un teniente, por culpa de una damisela, hirió a varios de sus acompañantes y fue a parar con sus huesos a la cárcel, ¡a sus veintidós años! La intervención del duque de Lerma, valido de Felipe III, fue su salvación.

Don Jerónimo se embarcó en Valencia con destino a Nápoles, donde su hermano Bernardino (ya consejero del Virrey, don Pedro Fernández de Castro, VII conde de Lemos) le acogió a él y a otros dos hermanos menores.

Ningún lugar más propicio para el fogoso Jerónimo que el sensual reino de las Dos Sicilias. Pero se le ocurrió enrolarse en la Milicia para hacer carrera y, en la primera jornada de los Querquenes perdió a sus dos hermanos que le acompañaban. Su frustración fue tan grande que decidió ordenarse de sacerdote en Roma, en cuya capital pasó catorce años comiendo a la sopa boba y haciendo de las suyas.

Hastiado de la Capital del Orbe Católico, regresó a España, para estar cerca de los suyos y aceptó una canonjía de gracia en Sigüenza. Las canonjías seguntinas podían ser de oficio (doctoral, penitenciaria, magistral y lectoral) y graciables (todas las demás). Las primeras se obtenían previo concurso; las segundas por designación papal, real o capitular, una de las cuales, muy importante en aquella época, la Tesorería, fue la que obtuvo Barrionuevo, de la cual se posesionó el 29 de mayo de 1622.
El expediente de limpieza de sangre, diligencia “sine qua non” para posesionarse de la prebenda, que consta entre los legajos del archivo catedralicio, le fue fácil de conseguir. Pero… ¿y el de pureza del alma? Este se lo llevó a la tumba; no obstante ahí quedan sus poesías que le denuncian como un excelente anatomista, conocedor del cuerpo femenino.

Don Jerónimo no supo, o no pudo, integrarse en Sigüenza, donde tan hospitalariamente se le acogió. Acostumbrado a ciudades populosas como Alcalá de Henares, Salamanca y Roma, sobre todo, Sigüenza le constriñó. La demografía apenas alcanzaba los 4000 habitantes y todo el mundo se conocía, hasta los jarros en la taberna y que si extiendes la pierna todos lo dicen a voces no puede ser tierra buena, dice en una de sus poesías. Critica la abundancia de clérigos, la cuestuda topografía urbana, a las mujeres y no deja bicho viviente por atacar. Tierra que de sola nieve, montañas suele formar y en cuanto llega a helar hasta el verano se atreve. Y prosigue de esta guisa: Tierra donde el mentidero es honra de la ciudad, sin que diga la verdad ni el natural ni extranjero. El mentidero, dicho sea de paso, se configuraba en el soportal de la fachada porticada que forma ángulo recto con el actual Museo Diocesano de Arte Antiguo. En su afán de descrédito la tacha de miserable, de inhóspita (ocho meses de infierno y cuatro de quemazón), de anárquica (matándose unos a otros, muchos religiosos potros, clérigos todo avaricia).

Sin embargo vivió en Sigüenza más de veinte años, según confesión propia, lavándose con agua bendita y recorriendo día a día, el mismo itinerario: desde mi casa a la iglesia fue el camino que tenía.

Y el muy sinvergüenza, para que no quedara duda de qué lugar se trataba remacha así la descripción, apoyándose en uno de los pocos consonantes de la lengua castellana que riman con el topónimo: La tierra que habéis oído / y donde tanto he vivido / es la ciudad de Sigüenza. ¡Ahí queda eso!
Veinte años después (1642) salió a uña de caballo, espoleado por un lío de faldas y se refugió en Fuentes de la Alcarria, al amparo de su hermano, el señor de la villa, en donde se presenta acompañado de su amante oficial, una tal Doña Paula Cejudo y Yela. La apasionada Paula se le quejaba, en palabras del canónigo, de que “su amor” andaba todo el día por el campo y, a su regreso no se muestra tan cariñoso como ella quisiera.

A la muerte de don Pedro González de Mendoza (1639), segundo de este nombre en el episcopologio seguntino e hijo de la desdichada Princesa de Éboli, fue llamado a Sigüenza para entender en la cuestión de ciertos expolios.

Sigüenza (conocida actualmente como la Ciudad del Doncel), debió de quedarle pequeña para sus aventuras amorosas y se instala en la capital de España, en el año 1654, en donde para ganarse el pan de cada día y atender a sus mantenidas, se decide por obtener noticias de la degenerada Corte de Felipe IV, a cambio de unos maravedises, para un deán seguntino quien, a su vez, comercia en Zaragoza con espías extranjeros, los cuales tejieron el cañamazo de la “leyenda negra”, según creencia unánime de todos los tratadistas de don Jerónimo.
De esta forma, sin pretenderlo, se erigió en el precursor del periodismo, que la literatura conoce como “AVISADORES”, que informaban a sus lectores, mediante resúmenes epistolares, de las noticias más sensacionalistas.

No necesitó Barrionuevo merodear por el mentidero de San Ginés a la caza de noticias, pues, como él dice: “Soy curioso y no hay cosa que se me vaya por alto. Madrid es la vena del arca, donde acude toda la sangre del hombre. Yo soy curioso y tengo muchos amigos (en Palacio) que con particular cuidado me advierten de todo lo que pasa. Aquí vienen a parar las nuevas de todo el mundo; con que no es mucho que, habiéndome dado Dios un poco de talento, me eche a volar por todas las partes…”
A Barrionuevo le hizo gacetillero su voraz curiosidad y lo explotó con humor y elegancia, pero sin escrúpulos morales: el papa, el rey, la grandeza y los altos cargos caen todos, sin excepción, bajo la férula de su acerada crítica.

En sus escritos trasciende un fondo de resentimiento porque, nacido en noble cuna, a él le tocó la peor parte por razón de descendencia. No es una afirmación arbitraria, pues, en la composición “A un disgusto que tuve con mi hermano (el primogénito)” aflora todo el rencor del subconsciente contra los mayorazgos. A pesar de los pesares, se puso el mundo por montera y ¡a vivir!: no hay cuidado que me aflija; / y cuando viere rodar / el mundo, me apartaré / para dejarle pasar. / El vivir es lo que importa, / y no recibir pesar… He aquí su dialéctica, más afín con las teorías filosóficas de Epicuro, que con las escolásticas de San Buenaventura, San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, que le enseñaron en Cómpluto y Salamanca.
Las obras de don Jerónimo de Barrionuevo están recogidas en tres tomos con el título de AVISOS y se imprimieron en Madrid en 1892. El catálogo de la Biblioteca Nacional las signa con los números 94, 96 y otra sin numerar, como “Relaciones de los sucesos de la Monarquía española, desde 1654 á 1658”.
Don Jerónimo de Barrionuevo murió en Sigüenza, según consta en el libro de defunciones catedralicio: “Ganó Barrionuevo hasta el 22 de noviembre de 1671”.