Artículos en El Decano

27 octubre 2008

LIBRO

Romancero de pastores, ecos de la Serranía

El investigador Pedro Vacas, de Bustares, recupera los romances serranos de un oficio en vías de extinción
No es casualidad que ya el “Cantar de los cantares” rezara: “Dime tú, amada de mi alma,/donde pastoreas, donde sesteas al mediodía,/no venga yo a extraviarme/tras de los rebaños de tus compañeros”. Este es el pórtico del nuevo libro del investigador Pedro Vacas, natural de Bustares, titulado “Romancero de pastores” (Vision Libros, 286 págs.). Es la enésima obra de este enamorado de la Sierra Norte, a la que prefiere llamar Serranía, indagando en un oficio cuya pervivencia está en peligro: el pastor. El autor realiza un trabajo de investigación intenso para recopilar jotas, seguidillas, refranes y villancicos relacionados con temas pastoriles. La mayoría son populares, aunque hay algunos con nombres y apellidos. Y casi todos están recopilados en torno a la montaña del Alto Rey, el tótem literario y vital de Pedro Vacas.
El Decano de Guadalajara, 15.08.08
Raúl Conde

Las referencias literarias a los pastores gozan de una larga tradición en la historia de las letras castellanas. Es habitual, sobre todo en composiciones medievales, encontrar palabras de homenaje a un oficio antaño importante, y hoy casi desaparecido. El Arcipreste de Hita lo hizo en su Libro del Buen Amor. Tampoco hay que olvidar los poemas del Marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza, en torno a la vaquera de la Finojosa: “Moza tan fermosa/non vi en la frontera,/como una vaquera/de la Hinojosa”. Así empezaba los versos de su sexta Serranilla. Y así han quedado para la posteridad.

Quizá son estas dos referencias las fuentes de las que bebe Pedro Vacas. Aunque quizá lo suyo se acerca más al hombre intrépido que recorre pueblos y veredas para captar la esencia de un paisaje que considera propio. En todo caso, se trata de un enamorado de la cultura de la Sierra de Guadalajara, a la que ha dedicado varios libros, algunos en solitario y otros en compañía. Es licenciado en Derecho, pero transmite la sabiduría de la calle, del pueblo. No escribe libros como postín, sino por puro entretenimiento y como un acto de devoción permanente a su tierra. Pedro Vacas es de Bustares, pero le conocen en toda la Serranía. Viaja a las fiestas, se involucra en ellas, se viste de pastor en Las Minas, baila con los danzantes de Galve o de Condemios y hace fotos al ganado en Cantalojas. Recorre la sierra permanentemente y se empapa de su cultura, de aquello que los posmodernos de hoy llaman señas de identidad. Lo vive. Lo siente. Lo suyo no es un pasión por moda, sino más natural que una vaca serrana. Le gusta madrugar y salir a pasear, incluso subir al Alto Rey. Luego mira el paisaje, respira y escribe un poema.

Canciones y versos

Su último libro lleva por título Romancero de pastores. Es un volumen grueso donde hace acopio de un sinfín de composiciones de distinto corte con un denominador común: tratan de la pastorería. No es un oficio extraño para el autor. Al revés. Conoce al dedillo de lo que habla porque ya el año pasado publicó el “Vocabulario Ilustrado de la Pastorería”, editado por la Diputación. Es un oficio por el que siempre ha sentido una querencia especial. “No sólo por lo que representa para la sierra, sino por su futuro, desgraciadamente, no le quedan muchos años de vida”, afirma. Por este motivo, y acaso por la fascinación que siempre ha provocado el mundo de los pastores, Pedro Vacas se ha esforzado en andar cien veredas para recoger un material extraordinario. Para ahora y para las generaciones futuras. “El objeto de este libro –aclara- no es otro que recoger en un romancero de pastores el valor cultural y alto interés artístico que tiene los romances y las canciones de los pastores y caberos, para que quien los lea, les despierte el espíritu y la inquietud por el mundo festivo y amoroso de estas gentes calladas, que transmitieron por todos los caminos de España sus romances y canciones de pastoreo”.

Una parte del libro está formado por composiciones populares de la sierra del Alto Rey, algunas incluso con varias versiones. En sus pueblos de origen son recitadas de carrerilla. La segunda parte son romances y sonetos de tema pastoril escritos por el mismo autor. Lo que se pone de relieve en estas páginas es la aportación cultural, imprescindible, de la pastorería. También, como escribe el propio autor, “permite apreciar el ingenio y la capacidad creativa de los pastores. Ahora se han quedado sin rebaños, pero continúan siendo una parte importante de la cultura serrana. Pedro Vacas ha rastreado bibliotecas y archivos, pero sobre todo muchos pueblos. Ha recurrido a las fuentes de cada lugar y ha sido fiel a lo que le han contado. Es un cronista de la Sierra en su vertiente más generosa. En su prosa, y también en sus versos, brotan los aires de la meseta castellana. También de las montañas. La elección central de los romances, uno de los géneros más conocidos de la lengua española, no es casual. Escribe Vacas: “El romance es narrativa, y su temática es rica y abundante, con asuntos líricos, novelescos o históricos, necesita de abundantes versos y es de carácter popular y tradicional, muy arraigada esta composición en el pueblo español”.

Menos rebaños

La figura del pastor forma parte de la mitología antigua. El autor del prólogo, Víctor Alexander, señala que “la dualidad de poder y sabiduría se encuentra ligada a los pastores desde la Antigüedad. El gran Apolo y el enigmático Hermes, antecesores también en el arte del pastoreo, aparecen como guardianes exclusivos del conocimiento primigenio (uno luminoso, otro oculto)”. La felicidad de los pastores es un icono de la Arcadia feliz de los tiempos de Homero. Es cierto. Pero también hay que recordar que no todos los mitos responden con exactitud a la realidad, y es probable que el mito de la felicidad de los pastores no haya dejado ver siempre la terrible dureza de su trabajo. Es posible que no exista un oficio más duro que el de pastor. Pedro Vacas considera que “era una vida de pan llevar, de subsistencia y entonces había que tener pequeños atajos de cabras y ovejas, y ayuda de agricultura, de centeno o de trigo, para sobrevivir. También se apoyaban en la miel, haciendo quesos y en verano se acercaban jornaleros”.

De los pastores de la Sierra ya van quedando pocos rebaños. Sin embargo, quedan sus romances, villancicos, refranes, adivinanzas, cuentos, leyendas y retahílas. Todo eso ausculta Pedro Vacas. Hay canciones para el pastor, para la mujer del pastor, para las zagalas pastorcillas, canciones de cuna, un romance de la cabra, los cencerrones de Cantalojas, el romance del Niño perdido, versos de Navidad, las vueltas a la ermita del Alto Rey y hasta una adaptación de la danza de Galve titulada “El pastor”: “Cuando me casó mi madre/me casó con un pastor,/chiquito y jorobado,/hecho de maña facción”. En sus páginas aparece un villancico popular de Atienza, “la berrea” de El Ordial, fotos de cabras en Hiendelaencina y ovejas en Congostrina. Una elegía a los pastores de la Serranía de Atienza, dice: “Se marcharon los pastores,/nos quedamos sin rebaños,/y ahora nos preguntamos:/¿Dónde fueron los pastores/estantes y trashumantes,/los rebaños de merinas,/los tratos y los tratantes?”.

Oficio en quiebra

El trabajo de pastor viene de lejos. Antaño, para ayudar a la mermada economía familiar, además de labrar la tierra, era necesario un rebaño de ovejas. La historia del pastor se remonta al Neolítico, pero no hace tanto tiempo que en España era un oficio sacrificado, poco pagado, mal alimentado y lleno de penuria. La jornada transcurría con una sartén de gachas por la mañana (si es que había), y un trozo de pan con tocino o una sardina. Muchas horas fuera de casa. Solos. Mucho frío. Demasiados quebrantos. Su única compañía eran la manta y el zurrón. Los pastores de la Serranía, antiguamente, empezaban de críos a ejercer: a los 15 o 16 años. Así hasta que se hacían viejos. Hoy es difícil encontrar a un pastor y casi imposible que sea joven. Para Pedro Vacas, el oficio de pastor “desaparece”. ¿Por qué? Fundamentalmente, no hay nadie que tome el relevo. Pastor que se jubila, vende el rebaño y se acabó. Sus hijos no viven en los pueblos y no continúan con el oficio, excepto algunos casos aislados. La emigración a las ciudades hizo mucho daño y ahora es muy difícil que se vuelva otra vez a estos oficios. Ya lo escribió Jorge Manrique: “no hay cosa fuerte, que a Papas, emperadores y prelados, así los trata la muerte como a los pobres pastores de ganados”.

El pastor de hoy lleva por término medio un rebaño de 300 ovejas, un transistor, su teléfono móvil y dos buenos perros de ayuda. Acude a recoger el rebaño en su vehículo y recibe subvenciones de Europa y del Estado. Pero no todo el monte es orégano. Al margen de sus condiciones laborales, lo cierto es que el oficio de pastor se encuentra gravemente dañado. La situación no se puede desligar de la crisis que atraviesa el sector ganadero, que está herido de muerte en España. Esta sensación se agudiza en aquellas comunidades donde el peso de la agricultura y la ganadería sigue siendo notable. Por ejemplo, Castilla-La Mancha. Las asociaciones agrarias y ganaderas de esta región se han movilizado durante el último año para denunciar la situación de la ganadería regional. Sus responsables señalan dos causas básicas: el incremento del precio de los piensos y el estancamiento y bajada de los precios percibidos por los ganaderos por la venta de sus productos finales. Sus protestas no acaban ahí. También sostienen que las medidas aplicadas por las administraciones no son eficaces. Esta es la raíz de las manifestaciones convocadas en la pasada primavera en varias capitales de la región, entre ellas, Guadalajara.

Los ecos del libro de Pedro Vacas se nutren de las leyendas serranas, pero tampoco omiten, al someterlos a comparación con el presente, la situación actual de la pastorería. Son los ecos de la soledad de la sierra. La soledad de los pastores. La sierra queda en silencio, tal como escribe. No queda mucha gente. Queda el viento. Y la poesía. El legado pastoril está a salvo, aunque sea sobre el papel. El autor confiesa que se conformaría con transmitir a los jóvenes que “gracias a los pastores y sus rebaños, todavía podemos contemplar que la hierba es verde, que las lagartijas calientan su tripa al calor de las peñas, que las noches tienen lechuzas que ululan a la luna y las estrellas”.