Artículos en El Decano

27 octubre 2008

REPORTAJE

Parameras de Villacadima, entre las dos Castillas

La ruta de senderismo entre el límite de Guadalajara, Soria y Segovia esconde algunos de los paisajes más extensos en las serranías de las tres provincias
Los vértices de la Sierra de Guadalajara son variopintos y sorprendentes a ojos del viajero medio. ¿Qué es la Serranía? ¿Dónde acaba y dónde termina? Quizá por el este el dilema pueda alcanzar algún tinte serio, pero por el oeste no hay ninguna duda. Las estribaciones de la Sierra de Pela, entre las poblaciones de Villacadima y Campisábalos, marcan el fin de la comarca serrana. Sin embargo, hay terrenos que Guadalajara comparte con dos provincias limítrofes y con las que tiene en común algo más que extensiones de pastos. Segovia y Soria están a dos pasos y a poco que uno da dos pasos asoman los picos y las cumbres que disfrutan las tres provincias. Un caso especial es el del pico de Grado, por el que se puede acceder fácilmente desde Villacadima, también desde Campisábalos, cruzando la maraña de molinos eólicos y sumergiéndose en una ruta de poco más de dos horas bastante asequible. A un lado quedan los secarrales de Guadalajara. Al otro, los terrenos pardos de la zona de Tiermes, en Soria. Y a muy pocos metros, la tierra rojiza de Grado del Pico, el primer pueblo de la provincia de Segovia tras cruzar la linde de Castilla-La Mancha.
El Decano de Guadalajara, 22.08.08
Raúl Conde

El escritor Josep Pla decía que el amarillo era el color de los locos. Bendita locura la del amarillo que rezuma la mies y los campos a punto de segar. También el de ese color amarillento de aquellos territorios que, a simple vista, no tienen un especial valor medioambiental, pero que acaba subyugando por su atractivo y su fisonomía. La Sierra de Pela es un territorio escarpado que cobija zonas de distintas características. Pero cualquier rincón, por pequeño que sea, esconde algo de valor. Villacadima y Campisábalos, los últimos pueblos en el mapa de Guadalajara antes de dar el salto a Soria y Segovia, son conocidos por sus dos iglesias románicas, a cual más hermosa. La de Villacadima, en honor de San Pedro, tiene una portada extraordinaria. La de Campisábalos, con su capilla de San Galindo, mantiene un calendario esculpido en la piedra en el que merece la pena detenerse. Pero hay más. Ambos pueblos tienen un extenso territorio. El de Villacadima lo custodia Cantalojas, que es la cabecera a la que pertenece. El de Campisábalos se bandea sólo, especialmente con la ayuda de los molinos eólicos. Sus alrededores parecen pelados y sin interés. Simple apreciación porque en realidad encierran un paisaje que encandila la vista y ensancha el horizonte. Basta echarse a caminar.

En la carretera CM-110 (que en Segovia pasa a ser la SG-145), justo en el límite entre Guadalajara y Segovia, o lo que es lo mismo, entre Castilla-La Mancha y Castilla y León, se inicia un recorrido de senderismo que combina el llano con alguna zona más rocosa. La dificultad es baja y la duración apenas sobrepasa las dos horas. Parte y concluye en la linde de ambas Castillas, pero tiene como fin llegar hasta el pico de Grado, una cumbre montañosa repleta de pedruscos desde donde se divisan los pinares guadalajareños, los trigales segovianos y la planicie soriana. Prepárense para agrandar la vista, para mirar más allá. Lleven prismáticos si pueden. Vayan parando progresivamente en el camino porque merece la pena observar las vistas, atender los paisajes, conceder tiempo a una tierra que pide silencio y reflexión.

Gigantes de viento

Seguir el camino polvoriento que una compañía eléctrica ha instalado para acceder al parque eólico de Villacadima es la mejor opción para iniciar la ruta. Los molinos se interponen en el camino, con sus aspas gigantes, con su estatura abismal. Y, sobre todo, con el ruido que generan. Alguien en el camino pregunta si emiten radiactividad. Existe poca información sobre los eólicos. Ni la administración ni nadie explican con claridad para qué sirven, cuanta energía generan y qué impacto tienen, tanto negativo como positivo. En el paisaje, es obvio, no aportan nada bueno. En las arcas de los municipios sí, y algunos de éstos lo aprovechan para bien, otros quizá no tanto. Campisábalos tiene un reto: utilizar el dinero que generan las centrales eólicas para algo que logre revertir la situación: que la gente se instale en el pueblo, que se habiliten infraestructuras, que se cree empleo, que vengan familias a trabajar. Veremos. El caso es que los molinos eólicos emiten un ruido espantoso que, al tacto del aire, parece intangible. Pero está ahí. Molesta. Bastante. Conviene traspasar lo más rápido posible la maraña de estos gigantes de viento. Desde la carretera no se ve la cantidad de molinos que hay instalados. Son una recua numerosa que serpentea el borde de Guadalajara con Segovia y Soria, y que en realidad se contagia en parques contiguos a ambas provincias.

Tres provincias

Después de pasar buena parte de los eólicos, aunque sin dejarlos del todo, hay que subir un repecho bastante pronunciado para ascender hasta el pico que conecta las tres provincias. Hay setos, cardos y muchas piedras. No hay ningún árbol de valor, salvo los pinares que se otean allende el barranco que ya discurre en tierra segoviana. En el pico que une las tres provincias el espectáculo visual es extraordinario. Hace aire, pero poco. La mejor hora para llegar hasta aquí es al caer la tarde, cuando el sol remata sus últimos coletazos y el día se apaga.

En la parte de Guadalajara se ve la sierra de Miedes de Atienza y Bañuelos, las parameras de Campisábalos, los altozanos de Villacadima que antaño estaban sembrados y hoy permanecen yermos, la vacada serrana, algunas laderas de Tejera Negra, el pico del Alto Rey, el castillo de Galve, los pinares de Condemios y, al fondo, asoma con timidez el pico Ocejón, cuyo perfil sobresale sobre el resto de cumbres próximas. La contemplación de la estampa excede a la vista y a veces no sabe uno dónde debe mirar. En la parte de Segovia queda cerca el pueblo de Grado de Pico y varios senderos que parecen hechos expresamente para la concentración parcelaria. También se observa Ayllón y sus pueblos, como Santibáñez, Estebanvela y Francos, y más lejos queda Riaza. En la parte de Soria, la vista es mucho más nítida: las primeras aldeas, como Pedro, y pueblos como Montejo de Tiermes, cerca del yacimiento y las ruinas, quedan expuestos a la vista del viajero. La Sierra de Pela comunica Guadalajara con Soria y hay pueblos que encuentran mucho en común. Sin ir más lejos, Noviales, cuyos gaiteros interpretaron durante largos años tanto las danzas de Valverde de los Arroyos como las de Galve de Sorbe. Entonces Castilla tenía menos fronteras, aunque quizá más penurias. Debajo, a nuestros pies, los coches que van por la carretera parecen diminutos.

La ruta continúa un kilómetro más allá hasta desviarse a la derecha y buscar todo recto el pico de Grado, al que se llega tras ascender una breve montaña. El terreno está lleno de zarzas, aunque no es imprescindible ir equipado. Basta un calzado adecuado. Detrás quedan los eólicos, siempre los eólicos. El pico de Grado no es un pico que esté rematado en cumbre. Se sube lentamente y en realidad el pico es una llanura prolongada que culmina con un borde del que salen varias y rocas que parecen a punto de caerse. El paisaje vuelve a ser espectacular. Tal vez más ancho que en otros puntos del camino. Un punto instalado por el Instituto Geológica indica que quitar esta señal “está penado por la ley”. No hay más señales. Cuenta la leyenda que el mozo que no fuera capaz de subir a la novia en brazos hasta lo alto del pico de Grado, entonces no lograba el permiso para casarse. Grado de Pico es un pueblo modesto que mantiene abierto un teleclub y en cuyos alrededores se ha montado un alojamiento rural que merece la pena destacar: La Senda de los Caracoles. En lo alto del pico sopla el aire y el sol se va cerrando. A pocos metros es posible encontrar té entre las piedras.

Desde la señal donde empieza esta ruta hasta el pico de Grado hay unos seis kilómetros. El camino de vuelta al principio es más corto, aunque tal vez algo más duro. En lugar de seguir la senda de los eólicos, merece la pena arriesgar un poco –no mucho- y bajar por una de las laderas del barranco. No hace falta ser espeleólogo para consumar el recorrido. Sólo hace falta algo de destreza, y no demasiada, para no caer rodando barranco abajo. Cuando termina el descenso, el viajero encuentra un par de tainas derruidas. También es un símbolo de nuestro tiempo: las tainas, que antaño servían para cobijar a los caminantes y como señal de paso, ahora son pasto del abandono. La ruta va terminando al incorporarse al camino que transcurre paralelo a la carretera. Al fondo de se ven unos caminantes y el perfil del pueblo de Grado hecho bocadillo entre las montañas que lo rodean. Y delante, de nuevo Guadalajara. A pocos metros se vuelve a entrar en nuestra provincia. Un indicador lo dice: “Castilla-La Mancha. Provincia de Guadalajara”. En el otro sentido de la calzada, lo contrario: “Castilla y León. Provincia de Segovia”. Lo curioso es que alguien, tal vez la misma persona, se ha molestado en tachar y agujerear en el cartel la palabra “La Mancha”, en un caso, y “León”, en el otro. Seguro que fue un castizo.