La Garlopa Diaria

15 noviembre 2021

Miguel Bosé y el periodismo

Tal vez porque cada vez me siento más lejos de mi profesión no acabo de entender el interés por personajes a los que el epíteto relevante les empieza a quedar lejos. Miguel Bosé anda estos días de promoción de su libro de memorias. Está siendo entrevistado por muchos medios de comunicación, en distintos soportes. El País publicó ayer domingo una conversación con él en su contra y la periodista que firma el texto admitió en Twitter que no se sentía «orgullosa» del resultado. Es normal. La entrevista era un bodrio y un ejercicio de fatuidad de quien ahora explota sus recuerdos de infancia y de adolescencia porque ya no tiene fuerza, ni talento, para prolongar su carrera musical. La valoración es extrapolable a la mayoría de entrevistas, por llamarlas de alguna manera, que ha concedido este señor. No es éste, por tanto, un comentario ni sobre El País ni sobre la compañera en cuestión, sino una reflexión acerca de Bosé y la repercusión, para mí asombrosa, que aún genera su figura.

Se me ocurren varias preguntas. ¿Por qué se publica una entrevista si, una vez realizada, comprobamos que no es para sentirse orgulloso? ¿Por qué cada vez hay menos filtros internos no solo de verificación -evitaríamos difundir bulos, noticias falsas y errores de bulto- sino de control de calidad editorial? ¿Por qué hay que seguir a pies juntillas la agenda de la industria política, económica o cultural? ¿A partir de qué grado de penetración social un personaje público deja de merecer un hueco en los medios llamados serios si no dice nada verdaderamente interesante o de valor añadido?

Entiendo que no estamos para estas preguntas y que lo importante, como siempre, es rellenar el puto folio y cobrar a fin de mes. Pero quizá en algún momento deberíamos pensar sobre estos particulares.

Los periodistas tenemos un deber profesional primario y una responsabilidad social intrínseca. El primero exige publicar solo aquello que es relevante. La segunda pasa por no dar pábulo a personajes que, objetivamente, contribuyen a la desinformación y, como es el caso, atentan contra la salud pública.

Si se hace una entrevista a Bosé para hablar de su libro, es para hacerlo de verdad. Si se le hace para combatir sus disparatadas teorías negacionistas, hay que ponerle ante el espejo de sus miserias. Y si lo único relevante aquí es el libro, por lo que cuenta o por cómo lo cuenta, entonces al menos el periodista podría tener el detalle de leerlo y destriparlo para contárselo a los oyentes, lectores o televidentes. Eso sí, ahorrándonos la fatigosa tarea de leer/escuchar/ver las estupideces de un vanidoso sin escrúpulos.

García Márquez, en un discurso titulado Periodismo: el mejor oficio del mundo, afirmó que «la entrevista de prensa fue siempre un diálogo del periodista con alguien que tenía algo que decir y pensar sobre un hecho» (Los Ángeles, 1996). Al parecer, ya no. Ahora lo que cuenta es ganar seguidores en las redes.

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