La Garlopa Diaria

18 febrero 2009

El Bierzo y Julio Llamazares

Las Médulas

Las Médulas

Pues sí, El Bierzo es la quinta provincia gallega. Se refleja en el acento de sus gentes, en la comida, en la arquitectura, en la niebla que tapa las casas al atardecer.

León es una provincia más grande de lo que aparenta. En el diseño de las regiones quedó al abrigo de Castilla, y alguien tuvo la feliz ocurrencia de añadir lo de León. Creo que hace justicia, aunque quizá piden más autonomía. Dispone de una de las catedrales más hermosas del mundo, algunos templos románicos sorprendentes y una riqueza etnológica que va mucho más allá del botillo.

Por cierto, hablando de condumio, anduvimos por estas tierras a cuenta de la 24 edición de las Jornadas Gastronómicas del Bierzo, un invento de la Diputación Provincial de León (lo primero que se ve al abrir el folleto de estas jornadas es un fotón de su presidenta) y de los restaurantes de la comarca para promocionar la gastronomía local y, de paso, para aliviar la cuenta de resultados de sus figones.

En Molinaseca, un pueblo pequeño y encantador, probamos unos vasos de Mencía mientras vimos el tenis de la «Armada española». En Cacabelos optamos por unas patatas de jabalí y el clásico botillo, que estaba sabroso y punzante. El invento de las jornadas gastronómicas está bien, pero abusan de los platos típicos: mucho botillo, bucho churrasco y mucho entrecot. ¿Que la gente sólo busca eso? Pues no estoy tan seguro. Increíble: en ninguno de los restaurantes que pisamos, y fueron varios, encontramos cocido maragato, y eso que es de la tierra…

Pero conviene ir a León. Y al Bierzo. Ponferrada es una ciudad estirada en un hondo que conserva una mezcla de la rectitud castellana y la bonhomía galaica. Un punto intermedio. Una ciudad gris y próspera. Nos dijeron que alcanza los 60.000 habitantes y tiene a Luis del Olmo como protagonista, nunca mejor dicho. Le han puesto un busto en una rotonda y a su figura está dedicado el Museo de la Radio, que por cierto merece un atento recorrido. El castillo, por la noche, iluminado, rezuma melancolía. Enfrente del castillo hay un bar de copas recomendable donde, a diferencia de las grandes ciudades, uno puede estar tomando algo sin necesidad de ser empujado o embadurnado con el alcohol de cubatas ajenos.

Las Médulas es otro punto a favor del Bierzo. Una visita inexcusable. El paisaje resulta sorprendente y milenario. Está declarado Patrimonio de la Humanidad. Son arenas rojizas que en su día los romanos explotaron como minas de oro. Es una montaña horadada, socavada para extraer su propia riqueza mineral. Produce vértigo imaginar el trabajo de ingeniería que ejecutaron los romanos en medio de un paisaje donde mandan los castaños y los robles. Las Médulas deja con la boca abierta al visitante. Y cuidado con entrar a alguna de las grutas. El peligro de desprendimiento es evidente. Aun así, como tontos, mucha gente sigue entrando. Luego le echarán la culpa a los romanos. 

El escritor Julio Llamazares  (Vegamián, 1955), que nació en un pueblo leonés anegado por el embalse del Porma, tiene varios textos donde describe la soledad rural. Le gusta profundizar en aquello de lo que nadie se ocupa. Indaga en el alma de los que mantienen con vida el espíritu de sus pueblos, en el corazón, como escribió en La lluvia amarilla, de esos “hombres valientes, acostumbrados desde siempre a la tristeza y soledad de estas montañas”.

Fue el guionista de la película “Flores de otro mundo” de Icíar Bollaín, rodada en la Sierra de Guadalajara, entre Cantalojas, Condemios, Villacadima y Jadraque. Julio Llamazares ha sido siempre escritor a fuer de cronista. Tiene varios libros de viajes que son sugerentes. Por ejemplo, para escribir Trás-os-montes (1998) viajó varias veces hasta esta comarca de Portugal, donde nació Magallanes, y recogió 300 testimonios de sus gentes. En total, 11 cintas de dos horas. Un año después sacó Cuaderno del Duero (1999), donde traza un recorrido por todas las provincias por donde transcurre este río, aunque es un viaje inacabado. En su último libro, Las rosas de piedra, describe su paso por las catedrales de España. En todo caso, la obra que más me gusta de Llamazares es la novela El cielo de Madrid. Escueta, bien escrita, ágil. Un goce de lectura. Ese cielo de Madrid es el de los sueños de un grupo de artistas y pintores que buscan el fracaso y el éxito, porque ambos son dos caras de la misma moneda. El protagonista parte de Asturias y acaba en Madrid, en la tertulia abúlica en un bar de Malasaña llamado “El Limbo”. El autor habla de la felicidad y dice que ésta consiste en que cada uno encuentre su lugar en el mundo. Pintando, escribiendo o comiendo cerezas.

Otro cineasta, Fernando Trueba, sostiene que “la lectura es placer, conocimiento, emoción, enajenación”. En fin, da gusto leer a Julio Llamazares. Su literatura produce serenidad. Y es fuente de vida. Nutre la conciencia y la imaginación.

Aquí dejo un párrafo suyo:

“Nuestra quietud es dulce y azul y torturada en esta hora… Todo es tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve. Todo tan blando como las bayas rojas del acebo. Nuestro abandono es grande como la existencia, profundo como el sabor de las frutas machacadas. Nuestro abandono no termina con el cansancio. No es un error la lentitud, ni habitan nuestra alma las oquedades del conocimiento. En algún zarzal lejano anida un pájaro de aceite que nace con el día. Siento su sed granate algunas veces. Su abandono es tan dulce como el nuestro. Su lentitud no está desposeída de costumbre”.

La lentitud de los bueyes, 1979

1 comentario

  1. Óscar dice:

    Para comer cocido maragato deberías haberte quedado en la Maragatería, usease, a 60 kilómetros de Ponferrada. Un sitio acojonante para ese cocido es Casa Maruja, en un pueblo al lado de Astorga que se llama Castrillo de Polvazares, que dicho sea de paso, es uno de los pueblos más bonitos que conozco.

    Saludos, Raúl

    O.C.

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